Fueron vagos los recuerdos de aquella tarde rojinegra de domingo en que la vida de Ángel Moya cambio de un momento a otro. Las imágenes en su mente después del hecho, eran demasiado borrosas e indescifrables, por lo que solo pensó que se había sumido en un sueño eterno que quien sabe cuándo terminaría. El destello de la luz de un semáforo en rojo se cruzaba por su mente, un enorme perro negro que apareció de golpe y que intentó morderlo, y tres sombras agolpadas e intranquilas corriendo hacia él desde atrás eran toda la secuencia que podía recordar por momentos. Despertó en el hospital 2 días después en una camilla incomoda y olorosa con sabanas percudidas y con algunos agujeros en las esquinas, con cables que salían de su cuerpo, mangueras que salían de sus brazos y con un tubo introducido en su boca. Con los ojos desorbitados guiaba su vista hacia cada rincón de la habitación como para poder ubicarse de alguna forma, en ella solo imperaban caras de miedo y dolor, con personas incluso en peor situación que la de él y que apenas si podrían moverse. La sala de terapia intensiva era la más grande del hospital, pero no por ello la mejor, allí estaban situados los pacientes que debieron ser atendidos con urgencia o que incluso fueron salvados de la muerte, como era el caso del joven Ángel. Intentó levantar la cabeza y rápidamente una cortina transparente se cruzó por sus ojos, y con ella un mareo terrible y unas ganas tremendas de vomitar, pero, aunque así lo quisiera, ese tubo solo provocaría que se tragase su propia saliva, cerró los ojos por unos segundos y aquella sensación de malestar cesó. Se sorprendió al ver un reloj colgado sobre la puerta que se encontraba entreabierta, pensando que probablemente sería el aparato más moderno de aquella habitación, fijo un momento la vista y el reloj marcaba las 11.25 aproximadamente, y aunque creyó que recién iba a llegar al mediodía, lo dudó, miro las cortinas de las ventanas y por una delgada línea pudo divisar la luz tenue de un alumbrado público titilando como si estuviera a punto de apagarse definitivamente. Los brazos le pesaban a horrores, como si alguien estuviera sentado encima de ellos, y en el momento mismo en que quiso levantar su brazo derecho por segunda vez, oyó el compás de unos pasos acercándose por el pasillo que a simple vista parecía solitario. Un hombre vestido de blanco cruzo a toda prisa, y aunque fue solo un momento, Ángel vio en él una sensación de humildad en su interior, y la enorme gratitud le surgió como por arte de magia, aunque así también la inquietud de sentir que le debía algo. No paso mucho tiempo hasta que aquel hombre asomo su cabeza primero, y luego entro a la sala, con una enorme sonrisa y hablando no muy fuerte como para no despertar a los demás pacientes.

-Miren quien despertó. – dijo a la vez que se acercaba a la camilla donde Ángel estaba postrado- yo sabía que ibas a despertar pronto pero no me imaginé que tan pronto.

Con una apariencia de estar cansado y somnoliento se paró frente a la camilla mientras que con las manos buscaba la planilla del paciente que tenía frente a sus ojos, despierto y recuperándose favorablemente.

Emmmm… ehhh- balbuceaba a medida que con la vista recorría el historial – ahora que recuerdo… llegaste a urgencias sin ninguna documentación ni registro ni como para saber tu nombre, pero bueno, mi nombre es Jorge Salvatierra, o Dr. Salvatierra como todos me dicen aquí. Te explico, llegaste el día domingo a sala de urgencia con una herida de bala en la cabeza, producto de un intento de robo, y según cuentan, intentaste defender a una mujer, eso justifica la paliza que te dieron que te produjo traumatismos en muchas partes del cuerpo, la mayoría en la cabeza. -tragó un poco de aire, suspiró y continuo- lamentablemente hicimos todo lo posible por salvarle la vida, pero no pudimos lograrlo, murió ella y su bebe. Estaba embarazada de7 meses… y para serte sincero lo tuyo mi amigo fue un milagro. – continuó – Al parecer estaban en busca de un dinero que la mujer había cobrado de una indemnización, dinero que no tenía porque lo perdió cuando regresaba de viaje. Los ladrones al ver que no les quería entregar el botín, le dispararon a quemarropa, luego apareciste tú y también te dispararon tan solo que te creyeron muerto, pero no se fueron antes de golpearte en el piso a patadas, aun estando inconsciente. -esbozó una sonrisa con muestras de dolor y concluyo el doctor que debía continuar con su guardia nocturna.

Ahora mismo voy a llamar a una enfermera para que pueda sacarte esos tubos y así nos puedas contar algunos datos tuyos y podamos contactar a algún familiar que pueda venir a verte, hasta ahora no se ha acercado nadie. – fueron las últimas palabras que dijo el doctor Salvatierra antes de desaparecer por aquel pasillo semi – iluminado.

No paso ni un minuto y los ojos amoratados de Ángel comenzaron a cerrarse lentamente, sintiéndose tan cansado como si hubiera trabajado a pico y pala durante horas sin descansar. El sueño pesado lo abrazó y Ángel se durmió profundamente, sin saber si volvería a despertar nuevamente.

***

Aquella mañana había comenzado bastante tranquila, como todo domingo en capital el alboroto de autos, motocicletas y personas no era tan abrumador como cualquier otro día. Los borrachos parecían haberse tomado un día de descanso porque no se veía ninguno a la vista como era de costumbre, durmiendo debajo de las bancas o en alguna vereda hediendo a orina. Incluso ya podía verse algunas personas haciendo ejercicio en las plazas o en el parque principal, aprovechando lo cálido de la mañana que se tornaba cada vez más agradable. Debajo de una de esas bancas se encontraba Ángel durmiendo, y aunque él no era un alcohólico, ni adicto a las drogas, solo se encontraba allí porque su vida no le favoreció demasiado. A sus 16 años, ya era consciente de la vida que le había tocado, sin padres ni hermanos ni amigos fieles con los que pudiera compartir algo, solo vivía la vida a su manera, tratando siempre de no dejarse llevar por ese camino de perdición, que, para él, solo lo llevaría a una muerte temprana. Se despertó boquiabierto con una extraña sensación en su pecho, no recordaba bien lo que había soñado esa noche anterior, pero intuía que este día en particular, sería diferente. Haciendo a un lado las cajas de cartón que le servían de abrigo por la noche, se levantó sin más remedio, no lograría volver a dormir por más que quisiera, el sol ya estaba comenzando a hacerse ver y pronto llegaría a cubrirlo. Se levantó un tanto despistado, con el estómago vacío como siempre y acercándose lentamente y medio sonámbulo hacia la fuente del parque, camino unos metros refregándose la cara con las manos, el sol que se entrecortaba entre los árboles logro cegarlos por unos segundos y aunque estaba totalmente encandilado, su pie derecho logro esquivar el enorme bulto de caca de perro que había sido votado un par de horas antes. No le dio mucha importancia en ese momento, pero solo él sabe cómo pudo hacer eso sin mirar en ningún momento hacia el piso.

Las horas pasaban lentamente, y aunque la última persona a la que le pregunto la hora le había contestado que ya se acercaba el mediodía, el hambre no era lo más importante que fluía en su cabeza, sino esa extraña sensación con la que se había despertado. Lo tuvo por mucho tiempo pensativo, y hasta era una ayuda para poder despejar su mente de ese terrible deseo de desayunar algo por más pequeño que sea. Cruzó por su cabeza caminar 15 cuadras arriba hasta el único mercado que abría los domingos para sacarle, aunque sea un par de bananas a algún vendedor despistado, pero sabía que lo atraparían, nunca había sucedido, pero tenía la impresión que hoy podría ser ese día. Arriba el sol se impuso con furia por momentos, y obligaba a resguardarse bajo alguna sombra de eucalipto o en sus casas, solo eran unos pocos los que practicaban ejercicio en familia, o jugaban con sus hijos, algunos otros paseaban a sus perros. Con las piernas débiles y sin ganas se decidió a levantarse a buscar su almuerzo, no tenía ni la más remota idea de donde conseguiría, pero sabía que iba a conseguir algo. Comenzó a deambular a lo largo del parque a paso lento, se detuvo en unos cuantos puestos de comida como indagándose de cuánto podría llegar a salirle un almuerzo aun sabiendo que sus bolsillos solo contenían pelusa y tierra.

-Amigo unas empanaditas para llevar? – le pregunto un vendedor ambulante estacionado en una bicicleta y con una caja llena de empanadas. Era un hombre de unos 50 años aproximadamente, con un delantal rojo que solo le cubría la parte de adelante y con una remera debajo, un jean un poco desgastado con algunas manchas de lavandina supuso, unas chancletas y llevaba una gorra amarilla con tres iniciales en negro, que Ángel había visto anteriormente en épocas electorales.

-No gracias Don, no tengo ni una moneda. – Contesto Ángel volviendo la mirada al frente por donde era su camino. Sabía que aquello ya lo había vivido, ese hombre ya le había ofrecido una vez algunas de esas empanadas, y estaba vestido con esa misma ropa, esas mismas chancletas y esa gorra también, camino unos metros y sintió un alivio en su interior, porque sabía que tenía que levantarse a buscar comida, si se quedaba en aquel lugar todo el día probablemente moriría de hambre esperando. Una sonrisa se dibujó por un momento en su rostro, tomándose la panza que rugía en su interior. La campanilla se podía sentir mucho más cerca cada vez, y el lento pedalear de aquel hombre que ya había dejado atrás.

-Ven amigo- ordeno aquel hombre de las empanadas, después de frenar casi de golpe en la vereda. Sin dudar un segundo Ángel se acercó a aquel hombre con un deseo incontenible de abrazarlo.

-Toma te dejo unas cuantas empanaditas para que veas lo que cocina mi mujer, no es para alabarla, pero cobro muy poco para lo que son estas empanadas ya vas a ver. – con una sonrisa incompleta de dientes el hombre que luego dijo llamarse Pedro y que siempre lo encontraría los domingos por el parque vendiendo las empanadas más ricas de la ciudad se alejó parsimoniosamente con una campanilla en la mano zigzagueando por la avenida. Luego de agradecerle Ángel se acomodó a los pies de un eucalipto a devorar lo que había conseguido de manos de una persona muy buena, pudo verlo en sus ojos, y aunque le pareció un poco exagerado, luego de terminar de comer, asimilo que definitivamente las empanadas que, hacia la mujer de aquel hombre, eran definitivamente las mejores que había probado, aunque no sea un experto en el tema. El mediodía había pasado ya hace 3 horas y aunque Ángel había engañado a su estómago por un tiempo, no era suficiente para aliviar definitivamente aquella sensación incomoda en sus entrañas, ya había caminado por mucho tiempo de un lado a otro imaginando que en algún momento pasaría algo, todo el día fue así. Cruzo la calle principal por donde todos los colectivos obligadamente tienen que recorrer, y se encamino hacia la terminal que estaba a solo unas cuadras de allí. Rara era la vez que se acercaba por ese lugar, quizás por la incomodidad de ver a personas bien vestidas con valijas repletas de cosas, esperando con ansias el viaje que los llevaría a las vacaciones que tanto esperaron durante el año, personas felices almorzando en el bufet de la terminal, con ese olor tan exquisito a carne asada o sándwiches enormes con la carne apareciendo en los costados, pero bueno pensó, algún día me tocara a mí. Se acercó hacia la puerta principal un tanto despistado, no tenía idea que iba a hacer allí, pero se adentró con cautela, sin prisa y mirando a su alrededor como si todo fuera nuevo, aunque había cosas nuevas, no había cambiado mucho desde la última vez que había entrado. Atravesó el bufet lo más rápido que pudo caminar, la sala de descanso repleta de butacas donde informaban los horarios de salida y llegada de los ómnibus, la sala de juegos electrónicos que había sobre un costado, a la cual le hubiese encantado entrar tan solo si tendría algo de dinero, y finalmente antes de llegar al sector de encomiendas tan solo se paró en el medio del pasillo con una necesidad inquietante de sentarse tan solo a descansar un rato, las piernas le comenzaron a temblar al igual que las manos, se sentía un poco inquieto sin razón alguna, y esa nueva sensación de pensar que ya había estado allí se le cruzó por la cabeza, otra vez. Dio media vuelta con un movimiento algo torpe y accidentalmente tropezó con alguien, no pudo verle bien la cara porque en el momento mismo que le pisó el pie y la golpeo en la parte del pecho con el codo, lo único que pudo atinar a ver fue la enorme panza de 7 meses de gestación que la mujer ocultaba debajo de un vestido floreado. Ella tampoco se dejó ver la cara, su cabello dorado y completamente lacio la cubría en su totalidad.

-Maldito vagabundo- fue lo único que Ángel le oyó decir a aquella mujer, justo después de pedirle disculpas, se alejó a toda prisa. No se sintió tan culpable por lo que había pasado, porque sabía que al bebe no le había hecho absolutamente nada, lo que más le atemorizó en ese momento y a medida que caminaba hacia las butacas es que ya sabía que todo eso le iba a pasar, pero no tenía la forma de evitarlo. El temor se fue apoderando de su mente a partir de ese momento, estaba mucho más inquieto, ya ni se acordaba del hambre que momentos antes lo acechaba. Llego al sector de butacas, se sentó en unas de las sillas del medio donde no había nadie alrededor, y solo se quedó ahí un segundo inmóvil, como hipnotizado, deslizo muy despacio la mano derecha por detrás de la butaca, y en ese momento se le congeló la sangre. Estrechando esa bolsa transparente con su mano, no supo que hacer, una parte de miedo lo acompañaba seguido de indecisión por no saber cómo actuar ante tal hecho, levanto la mano a donde pudiera verla y era exactamente lo que él creía, un fajo de billetes morados envueltos en cinta y cubiertos por una bolsa transparente y sin etiquetas. En ese momento se decidió a hacer algo que sabía que no iba a ocurrir, pero necesitaba hacerlo, porque de otra forma se sentiría tan solo un ladrón, un estafador, no podría dormir pensando en ello. Esperaría exactamente media hora allí sentado para ver si quizás el dueño vuelve en busca de su dinero, estaba seguro que no pasaría, pero quería demostrar si podía equivocarse o no. Transcurrida la media hora de hambre y sed, no aguanto más, escondió la bolsa transparente bajo el brazo y solo se levantó y se marchó.

Nunca había experimentado esa sensación de tener tanto dinero en la mano. Se sentía bien. Muy bien. No le importaba contarlo, lo único que pensaba era en que esos malditos dolores de estómago que sentía por las noches, mañanas y tardes ya no volverían, por un largo tiempo. Aquella tarde con un solo billete de esos que tenía dentro de la bolsa, le alcanzó para saciar su hambre y su sed, incluso después el dolor de estómago volvería, pero por haber comido tanto. Se recorrió el parque de punta a punta una y otra vez, y por más que lo intentó, no pudo encontrar al vendedor de empanadas. Se sintió un poco afligido, pero finalmente se dio por vencido, y a pesar que sabía que no lo encontraría nunca más, solo quiso intentarlo para ver si por ahí quizás, era solo una triste casualidad.

El sol ya más débil y a poco tiempo de perderse entre los cerros, fue el único testigo del día más feliz que Ángel Moya había tenido en su miserable vida. Aunque después que se puso a hacer memoria, quizás no le gana a la vez que esa linda mochilera veinteañera se cruzó en su vida hace menos de un año. No pudo disfrutarla demasiado, pero le bastó para saber el significado de lo que era amar a alguien. La conoció una accidental noche de lluvia, donde ambos coincidieron en el refugio que los resguardaría aquella noche, y en la que no tuvieron más opción que sentarse a hablar y conocerse. Era una chica muy simpática, risueña y con un aire liberal en la mirada que Ángel nunca antes había visto en otra persona. La historia de su vida fue lo que más le impactó, y aunque no era tan triste y dolorosa como la de Ángel, si era mucho más traumática. Ambos decidieron darse ánimos durante el tiempo que estuvieron juntos, se dieron cuenta que aquel encuentro no fue casualidad en ninguno de sus aspectos, ambos tenían una razón para encontrarse en aquel lugar y a esa hora exacta, y quizás el clima fue solamente un cómplice más. La despedida fue dura para ambos, la joven se sentía culpable por tener que dejar a tan hermosa persona tan sola y desamparada, y Ángel que sentía un cariño mucho más cercano al amor que a la amistad, sabía que ese amor, no era correspondido.

Después de despojarse un poco de sus recuerdos y volviendo a una realidad que se parecía mucho más a un sueño, Ángel decidió salir a caminar sin ninguna dirección, solo deseaba salir a caminar por allí. Llego a la esquina y en el momento en que vio la luz del semáforo en rojo, pareció eterna, su luz resplandecía mucho más de lo habitual, o puede haber sido solo una sensación. La miro por unos segundos hasta que al fin cambio de roja a amarilla, y luego a verde. Los autos comenzaron a avanzar y la calle que segundos antes intentaría cruzar, ya no le encontraba sentido. Bajó la mirada y decidió tomar otro camino, a medida que avanzaba con sus pasos el sol parecía apresurar su marcha entre medio de los eucaliptos, el viento cálido se hacía sentir y lo acompañaba en su andar, desganado pero firme. Creía estar seguro de lo que haría, por momentos el miedo se arremetía sin permiso en su cuerpo, y lo asfixiaba, hasta que logro darse cuenta que todo sucedía dentro de su cabeza, y nada más. Los pensamientos lo envestían con fuerza, haciéndose mil preguntas a la vez sin obtener respuesta alguna, sus piernas se movían a un compás más ligero, pero sin permiso alguno. No demoró mucho en darse cuenta que fuera donde fuera, elija el camino que elija, su destino ya estaba marcado, y aunque no había remedio, estaba preparado. A lo lejos el sol tornaba el cielo un tanto rojizo con algunos detalles de nubes más oscuras y otras mucho más claras, simplemente un lindo atardecer.

Los ladridos de un perro negro enorme y con una mirada acechante les dieron fin a aquellos pensamientos, intento morderlo con un impulso, pero ambos sabían que eso no ocurriría, así que Ángel no hizo ni el ademán por evadirlo. Aquel perro quedaba atrás y a lo lejos podía verlo nuevamente ladrando a un motociclista veloz que se cruzó en su camino. Atravesó de una esquina a la otra, sigilosamente a la expectativa de saber que estaba pronto a encontrarse con su desafío, la sensación no era tan fuerte esta vez, estaba como perdido, desorientado, preguntándose nuevamente si en verdad no estaba equivocado, y deseaba por un momento que sí. La duda cesó cuando la bocina de un auto que casi se lo lleva por delante lo alertó en el momento que estaba llegando a la vereda, aquella situación ya la había vivido, el chofer tiro un insulto al aire y se alejó a toda marcha perdiéndose a la vuelta de la esquina. Los niveles de ansiedad subieron mucho más que antes. El temor ya no era lo importante en ese momento.

Continuó avanzando sin sentido alguno, paso a paso y decidió finalmente dar la vuelta a la manzana, no logro dar la vuelta completa cuando un fuerte silbido se sintió en toda la calle casi desierta, no podría creer que en una tarde tan linda de domingo la gente no sea capaz de salir de sus casas, Ángel era el único en esa escena, por el momento. No se sorprendió al ver a esas dos personas salir casi de la nada de la esquina, otra más corpulenta se le sumo de una corrida desde la vereda del frente y el paso de Ángel que ahora si estaba atemorizado completamente fue mucho más ligero, volvió la vista al frente y el auto que estaba estacionado en la vereda con una mujer rubia de espadas le pareció familiar, si no era el que casi lo atropella era muy parecido en verdad.

De un momento a otro esas personas que luego se convirtieron solo en sombras rojizas que corrían en su dirección, pasaron velozmente casi llevándoselo por delante al ya resignado Ángel. Lo único que llego a ver con claridad, fue el cañón de una pistola entre medio de sus ojos, algo que también había vivido.

-O te vas, o morís hijo de puta – escuchó Ángel al pasar uno de los desconocidos. – ¡¡La plata!! ¡¡La plata!! donde esta?? – podía escucharse luego de que rodearan a la mujer rubia del auto.

-No por favor, mi bebe, por favor no- pudo escuchar de la mujer de cabello dorado- Perdí la plata, no tengo nada por favor no me hagan daño.

Ángel con el impulso propio de instinto, se acercó veloz, pero sin intención de sorprender hacia la escena que tenía frente a sus ojos.

-Acá esta la plata, acá esta la plata, yo la tengo – esbozó Ángel mientras les mostraba la bolsa transparente que ahora tendrían nuevos dueños.

La cara de asombro de aquella mujer y la de los ladrones se quedó grabada en la mente de Ángel desde aquel momento, sin saber que hacer solo vio como de un tirón le arrebataron la bolsa llena de dinero de las manos.

El silencio permaneció por unos segundos, y también la mirada atónita de la mujer de cabellos dorados con vestido de flores. El primer disparo terminó finalmente con aquel silencio atroz, y al instante con la vida de la mujer y el bebé dentro de su vientre. El segundo disparo dirigido a la cabeza de Ángel, lo durmió para siempre 2 días después en la cama de un hospital.

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