UNA VIEJA MELODÍA EN RE MENOR

UNA VIEJA MELODÍA EN RE MENOR

Habían pasado las horas y no dejaba de estudiar las partituras, cada nota, cada signo en el pentagrama lo revisaba con minuciosidad, una y otra vez hasta sacar la melodía precisa. Cansado, con los dedos adormecidos por el roce sobre las cuerdas, comenzó a divagar con los ojos cerrados, a improvisar melodías que se alejaban por completo de la partitura beethoveniana.

Nadie vio su trance, se dejó llevar por una vieja música que en algún lugar, en un tiempo lejano penetró en sus oídos, cuando aún el violín era algo poco conocido. Como si de un instinto ancestral se tratara, o un impulso desconocido que lo transportaba a lo más místico de sus creencias, la antigua melodía se apoderó de su mente, de sus dedos, de la madera y del acero de las cuerdas. Simplemente tocaba, el roce del arco sobre las cuerdas no necesitaba ensayos previos, solo había que dejar que fluyera ese instinto humano, de dolor auto-infligido, de soledad, de recuerdos…

Y fue esto último lo que alumbró su musicalizado cerebro “el recuerdo”. Abrió los ojos y había en sus manos una fuerza que no permitía que la música se detuviera, no había canto, solo música… ninguna expresión en su rostro, solo lágrimas en los ojos. El tiempo volvió de repente y también las imágenes, claras como el aire que en ese momento necesitaba con desesperación, el pasado volvía para atormentarlo, había mantenido el recuerdo en un cajón bien cerrado, pero la música de violín se convirtió en palabras que se habían pronunciado hace 15 años, en promesas que esa melodía había sellado, y en actos desafortunados que llevaron todo al fracaso.

Por fin se detuvo la música del viejo violín, los ojos empapados y la mirada perdida –un poco más y también se hubiera detenido su corazón- la vista fija en el instrumento sobre sus dos manos, como si quisiera reprocharle la osadía de tocar algo que él no le autorizó, que nunca debió tocar.

Lo limpió con devoción, como siempre. Destensó el arco y lo puso en la caja de terciopelo, se limpió las lágrimas con la manga de la camisa y también volvió a guardar los recuerdos en lo más recóndito de su mente, forzándose a sí mismo a no caer en la locura, resuelto a nunca más entonar esa vieja melodía en Re menor.

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