Historia
I
Par de abadejos coreaban melodía mirífica, estallaban sus notas en mis oídos y tu presencia arribó a mi puerto.
Te vi llegar y las lágrimas brotaron por casualidad, mi mar quería un desierto para dejarse tragar.
Mi lluvia amaba caer sobre tu tierra y resbalar plácidamente entre tus carreteras.
¿Cómo no amarte? Fuiste tú el pretexto perfecto para dejar ir la tristeza y darle bienvenida a la felicidad.
II
A ti me acostumbré, pensé que tu ausencia jamás acompañaría mis días.
Habituada a tu compañía más te quería, pensamientos del fin jamás me invadían.
En tus brazos encontré hogar perfecto para ser con mis defectos.
Qué más podría pedirle a la vida, tan solo que jamás separara la tuya de la mía.
III
Las profundas planicies de tu espalda reconfortaban mis pálidas mejillas.
Mis angustias fueron domadas por la música del latir de tu pecho.
Toda amargura impregnada en mis labios era devorada por el dulzor de los tuyos.
Tú fuiste borrador que inhibió la vieja tinta que tatuaba mi corazón.
IV
Construimos historia, innumerables días de armonía con memorias plagadas en nuestro ser.
Miles de cartas enviadas a los seres que amábamos contando nuestras dichas y placer.
Una carta profunda cada mes en la que detallábamos el amor como debía ser.
Quién diría que, lo que construíamos también es vieja leyenda de lo que fue aguamiel.
Escena
I
A orillas de las vetas, rasgando dragonarias cerúleas, amparado por vendaval primaveral, velando el respirar, ahí convivió crapuloso continente sentimental.
El farfullar del riachuelo invita a retratar llorosa sonrisa, ¿por qué ríes después de llorar 365 noches?
365 universos por el imaginario creados, 365 mediciones de letras; 182 rendiciones y 183 juramentos de olvido, el último es el que ha sido.
El día 365 el llanto retornó al rocío, las manos dejaron de acariciar la carta y las uñas rasgaron sus vestiduras.
II
La vida es una metáfora entre el experimento de mortandad física y la inmortalidad emocional; extinta la una, ¿qué nos queda ya?
La copa de vino descansaba riada, botella sumergida entre estrujones de marejadas.
La pregunta es tragada por lenguas de mares y la respuesta no regresa entre los salares.
“No queda nada, nunca tuvo nombre, nunca tuvo rostro, un amor impalpable es lo que daba”.
III
Lo último que llegó de él fue la epístola, imaginaba que en cada palabra el amor aumentaba.
Soñaba con el contenido de su cuerpo, ese día me decidí a darle fin; la leí aquí.
Cuando la abrí sentí lacónico este existir, un “sí” o un “no” para definir lo que ha de venir, así te dejé ir.
Profundo fue mi paroxismo, duradero mi dolor y mi odio por la flor con la que conquistaste mi amor.
IV
La desnudez de mi alma pensaba en ti con una fiebre que esgrimía mis sueños con empeño.
En levógiro el reloj bailaba invocando insomnio en los ojos vestidos de rojo.
El penar de la lechuza arrastró mi agotado cuerpo al pie de tu retrato y lloré por el maltrato de tu amor insensato.
Lágrimas calladas morían en honor a tu nombre de hombre que gusta de mandar de vacaciones a las emociones.
La lectura
I
La fina piel resbalaba risiblemente entre mis manos, una de sus células hirió el anular.
El anillo se manchó de grana, las letras cambiaron atuendo, abrí la carta; detonó tribulación.
Agua salada remojó la tinta barata, el vino se mezcló con la sangre y así leí tus palabras.
La primera línea fue una grave estocada al eros que en mí dormitaba.
II
La quinta línea hospedó al dolor en mi corazón y al sufrimiento en la razón.
La décima revocó ansiado ágape al santo Jesucristo de hierro que junto a mi cama descansaba.
La vigésima hundió colmillos en moribunda alma que al hueso con uñas y dientes se aferraba.
La última mató el fileo con el que te miraba cada mañana en la que el alba tu rostro iluminaba.
III
El luto invadió mi poesía, el dramatismo envolvió con negras vestimentas el agonizante afecto.
Respiro, observo y camino, pero después de abandonar el anillo soy nauta sin puerto.
¿Por qué una carta? Viandante con cierzo en los labios debiste llegar hasta mi puerta y decir; no te quiero.
Tu carta es la epifanía más grande de mi vida, fui sedicente, atribuyéndome un amor que no tenía.
IV
Mis manos empuñaban el rosario, yo esperaba, tú redactabas fríamente en piel de papel.
Las orquídeas se sacudían, los mirlos cantaban, la nostalgia aumentaba, el presentimiento asolaba, el desenlace se preparaba.
Aquellas noches de sortilegios junto a la ventana, esperando tú llegada, esa que nunca se concretaba.
¿Qué esperaba? Que mi nombre aclamaras, mientras mis labios en los tuyos se precipitaban.
La esperanza necia
I
Al caer el vestido de la noche, la piel del día tiernamente se dejaba acariciar.
¿Acaso me podrás visitar cuando la quinta campanada de la mañana de su repicar?
Las lágrimas de la madrugada están firmemente pegadas en las dragonarias.
El velo de la bruma asomaba en la ventana tratando de cobijar mi presencia solitaria.
II
Detuve el suspiro el tiempo que duró la vida de la noche, pero el telón del día me hizo ver que no venías.
El primer rayo besó mi frente desierta de tus flores, los siguientes encendieron mi piel.
¿Qué has hecho? Mi amor esperó por ti desmantelado y con ausencia me has pagado.
¿A dónde fuiste? la obscuridad en brazos me sostenía, cosió mis ojos y lo bautizó; soñar.
III
La fe, verte regresar, la carta una broma, una insensatez para probar mi amor.
Dolor, esperanza e ira conviven en mi mesa; la primera apuñala el ayer, la segunda se regocija en el presente y la tercera corre delante de mis pies.
Sucumbe un nuevo día, me ha dolido menos que ayer, siento holganza en mi herida y el hedor de la emoción ha disminuido.
Cuelgan mis ojos en la mansarda en la que solías recargarte, una lágrima nace y una extraña esperanza vuelva a respirar.
IV
Necia esperanza, intempesta llega tocando la puerta del olvido, aviva el deseo y sacude remanentes.
No restriegues la herida con la sal de la duda y el ácido limón del recuerdo, él ya no regresará.
Luna, te regalo mi esperanza, si alguna vez él te ve y me recuerda dile que, fueron días de tinieblas, agonía en brazos de la lluvia, terrible divagar en ataraxia de mortandad.
Necia ilusión, te abandono en brazos de aquellos sinos que solía mirar.
Estribo de olvido
I
Profunda la negrura del entendimiento, luces de razonamiento huyeron con el recuerdo.
Esa tarde de marzo me sumí en extasiada entrega pasional, labios a la absenta y piel al vino.
La tinta escurrió entre mis sentimientos agrietados, morí por cada poema que te escribí.
En ausencia de amor y odio quedó la vacuidad, ella fue senescal de mi conmoción.
II
Marzo en el pasado murió, mis lirios de amor deshojó y entre ellos mi cuerpo quedó.
Lágrimas me hicieron el amor; orgía sodomal entre pluma, tinta, papel, absenta, vino y olvido.
No entendí el amor, me dejé llevar por el embrujo, ese que disfrazó veneno por manjar.
A las tres de la mañana concebí que ese amor que vi en ti no fue más que un reflejo de lo que ni yo misma fui.
III
Me liberé de la remembranza, sucumbió mi tristeza, nació la ira.
¿Qué buscabas en mí? Un puente emocional que te devolviera humanidad.
Humano fatal que gusta de engañar jugando al amor que pretende regalar.
Los días que te sufrí juré que te los cobraría, así ya no reirías de la idolatría que te tenía.
IV
Descendí un tercer escalón, a la ira le dije adiós y la venganza me abrazó.
Sentí el veneno recorriendo entre mis dedos, requemando mi cuerpo, lamiendo mis oídos con propuestas que te escandalizarían.
Agotada toda imaginación, la venganza corrió a un rincón y me quedó la resignación.
Aceptado el abandono, la carta se ahoga, cuerpo inerte entre rocas, mis manos vacías y un “te quería” en el pasado agoniza.
V
Profundo el mar sobre el que se plagaron tus palabras.
Profundo el desierto en el que murió de sed el afecto.
Profundo mi adiós enmudecido por tu ausencia.
Profunda la carta en la que naufragó el amor con tu despedida.
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