Tenés que sufrir.
Tenés que llorar desconsoladamente y querer arrancarte el corazón del pecho.
Tenés que sentir que sos de cristal, y nadie, ni vos, tiene el suficiente cuidado.
Sentirte destruida.
Tenés que dejar salir esos gritos ahogados en la madrugada, rogando que nadie te escuche.
Tenés que mirar tu reflejo en el espejo y ver las lágrimas caer de a montones lentos.
Y abrazarte, compadecerte de vos misma.
Y entonces ahí, secarte la cara empapada y juntar todos los pedazos que se cayeron por el camino.
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