He volado libre haciendo que el cielo se llene de colores y mi cola se extienda moviéndose al ritmo del viento, conocí cada rincón en lo alto de aquellas copas de árboles en la selva, aún recuerdo cuando todas las aves podíamos estar tranquilas sin ser molestadas hasta aquel día.

Mis sueños fueron arrancados esa triste mañana, salí del nido para poder sobrevolar y tomar la corriente de aire que me llevaba a lo más alto y conseguir alimento para mis guacamayos, tenían pocos días de haber salido del cascarón, necesitaban comer, recolecté semillas y plantas que les gustarían, cuando regresé no pude encontrar mi árbol ni el nido por ningún lado, humanos habían llegado talando cientos de árboles y cazado a la mayoría de las aves, muchos loros, tucanes y guacamayas volaron para refugiarse mientras el resto fue capturado.

La desesperación me invadió, tenía que hacer algo para rescatar a los míos o no sobrevivirían, no me quedé cruzada de alas así que decidí bajar y enfrentarlos, tomé todas las semillas que entraban en mi pico y volé lo más rápido que pude con dirección a los cazadores para dispararles, pero todo fue en vano, una red atrapó mis alas y me tiró al suelo. Perdí la noción por un momento y al despertar tenía el pico amarrado con un alambre que me lastimaba, mis alas fueron cubiertas con plástico inmovilizándome por completo.

No podía abrir el pico, pero hice ruidos para ver si mis guacamayos me escuchaban, todos mis intentos fallaron, los había perdido para siempre, de la misma manera que perdí a mis padres años antes.

Mis lágrimas escurrían sin parar cuando de repente unas manos humanas me tomaron y me pusieron en un lugar obscuro como la noche, solo podía ver a través de pequeños hoyuelos que hacían que mi incertidumbre incrementara.

El dolor que sentía en las alas era insoportable, mientras más avanzábamos en aquel carro, el olor de la selva y el aire fresco desapareció, tenía mucha sed y el calor dentro de la caja era sofocante, sentía demasiada angustia por dejar de respirar hasta que me quede dormida.

La caja fue abierta y la luz del sol penetró mis ojos despertándome de inmediato, no sabía dónde estaba hasta que vi a unos tucanes en las mismas condiciones que yo.

– ¿Qué está pasando? – le pregunté a uno de ellos.

-Estamos en el mercado de animales, seremos vendidos- respondió.

No sabía lo que eso significaba, yo conocía la libertad, el viento, la naturaleza y nada de eso tenía un precio, pero parecía que a ellos no les importaba.

A lo lejos pude ver una fila de cotorros esperando su turno para que les cortaran las alas y así no escapar.

Su dolor era inevitable y por más que trataban de morderlos para salvarse, no lo lograban.

Nuevamente una persona me tomó en sus manos y comenzó a revisar mi plumaje, me quitó el alambre y finalmente abrí el pico después de varios días.

– ¿Cuánto cuesta? – preguntó aquel hombre.

-Ese vale 20 mil pesos- respondió el vendedor.

¿Por qué tenía un precio? Yo no soy un objeto, ni siquiera deseaba salir de la selva o perder a mis crías y amigos, pero no tenía voz por ser un ave, ellos no me escucharían por más ruidos que hiciera. Y si, fui vendida, aquella persona me llevó directo a su casa, cuando llegamos pude ver a más guacamayas atrapadas en una enorme jaula de acero.

Aquel hombre me “liberó” dentro de esa prisión, las expresiones y la sonrisa en su rostro hacían notar que estaba feliz por su nueva adquisición, miré a mi alrededor y aquellas guacamayas estaban tristes y espantadas, algunas llevaban años en estas condiciones.

Lo único en que pensaba era el día en que perdí todo; mi árbol, mi nido y mi familia.

¿en qué momento las aves dejamos de ser libres y resplandecer en el cielo?, ¿en qué momento dañamos a los humanos?

Han pasado varios meses desde que fui atrapada y vendida, mis alas no han vuelto a sentir el plumaje brillando con el resplandor del cielo, cada día pierdo más la esperanza, no sé cuánto resista en esta cárcel, solo quiero volver a volar, libre como el viento.

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