“Aún entre los demonios hay unos peores que otros,
y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno”
Don Quijote de la Mancha
Contenido
La Mera Presentación
Dialecto antioqueño
Otros dialectos
Orígenes
Otras características
A la final
Bibliografía
La Mera Presentación
Después de leer, escuchar y ver en Yú-Tube muchas cosas que muchos hombres y mujeres de buenas letras han escrito, dicho y conferenciado acerca del parlache, pues me toca a mí, no porque quiera aportar nada a la discusión, que el parlache no se discute, mas se parla.
Este texto que pongo aquí estará seguro lleno de parlache, pero haré siempre el esfuerzo para que sea entendido a fuerza de lidias por el lector castellano y, con miras a que se traduzca en lenguajes gringos y de otras latitudes si es que de algo importara. Dado que soy un man ya de 50 años, un mero cucho, aunque no acabado, el parlache que me viene a la testa no es ya el contemporáneo, porque como todo sistema lingüístico vivo y enraizado en el pueblo raso, este cambia y ya digo con eso una verdad de perogrullo para quienes se creen que el parlache de cuando yo era chino es el mismo de hoy, hablo de los años 70 a 80 del siglo pasado especialmente.
Otra cosa que hay que tener en cuenta sobre el autor de este ladrillo es que llevo ya 20 años por fuera de la Madre Patria y por fuera de la tierra paisa, con todo lo que ello implica. Por lo tanto, parcero que leés esto con harto juicio, del parlache contemporáneo no podré dar mucho texto, pero sí del que hablé y oí en mi lejana infancia en la olla del Barrio Doce de Octubre y a los pies del sacro monte El Picacho, así como su estrecha relación con el habla campecha de los pueblos antioqueños, particularmente mi cuna tahamíe, el municipio de Amalfi-Antioquia y también mis lazos con el Cañón del Río Porce en donde creció mi cucha y sus taitas.
Yo creo que esto le interese a algún letrado, porque según lo que he detectado en mis muchas lecturas acerca del parlache, es que este nace por los años 60, es decir, muy reciente a mi propio nacimiento, entonces querrán saber qué fue lo que pasó, visto por uno de las comunas, especialmente que creció entre vecindarios calientes, con balaceras que sonaban tanto como las vitrolas y con pesquisas de tombos tanto como de mafiosos en busca de mulas y sicarios para sus luchas cotidianas contra la institucionalidad.
Que un cucho de 50 escriba un ladrillo sobre el parlache puede parecer muy fuera de tiesto, pero les digo algo, en mi testa está también ese mismo chino que vivió, vió, oyó y entendió en parlache y en las cosas que lo hicieron desarrollar.
Para mí el parlache es más viejo que lo que dicen los letrados y yo lo pondría hacia la década de los 30 con el advenimiento de la industrialización de Medellín y la construcción de barrios obreros como Caribe, Castilla, Manrique, Aranjuez y otros. Esos barrios fueron construidos con people venida de los campos no sólo antioqueños sino colombianos en general. Con eso digo que en la raíz del parlache, si bien el dialecto antioqueño es el principal elemento de cocción, también hay mucho de otras regiones de Colombia, de América del Sur, del Caribe y de grupos étnicos que por lo general se excluyen del prototipo aceptado como paisa (el blanco), y estos son los afro-antioqueños e indígenas antioqueños.
Ese origen del parlache, pues, es mucho más complejo del que los letrados se imaginan y hunde sus raíces en el trasegar de la gente más humilde de Colombia y América Latina hacia las grandes ciudades controladas por las elites ricas. Por eso, echando cacumen yo, entiendo que el éxito del parlache, así como de otras maneras de habla popular del castellano en el mundo, tienen éxito y permanecen como maneras de expresión por pertenecer al mundo de la identidad popular, de la mera people del campo y no solo porque este haya sido expuesto por los medios de comunicación y la literatura, sin por ello restar la importancia que esos espacios tienen para el mero desarrollo de caspas como el parlache.
Claro que sí, el parlache pertenece a un ambiente urbano, pero tal ambiente urbano es en sí marginal y como tales, está directamente ligado con el trasfondo rural. Los campechos que llegan a la city, en la mera olla, llevados del pútas, muchos de ellos perseguidos por gonorreas armadas que los sacaron de sus parcelitas en donde se ganaban la yuca pa los hijos y llegan a una city armada ya de cemento y orden social, en donde ellos tienen que parar palos en las afueras a como dé lugar.
Para mí el parlache es el habla rural antioqueña traducida a la city popular y en muchos casos de otros dialectos del castellano chibcha, adaptada al ambiente urbano de cities como Medallo y después de las otras cities de Colombia como Cali y Bogotá especialmente. Esa adaptación del habla popular campesina se basa en la nueva realidad que la familia campesina desplazada o inmigrante encuentra en la city. En donde ellos encuentran cosas nuevas a las que no saben llamar por los nombres ya craneados por las elites urbanas, simplemente porque dichas élites no salieron a darles la bienvenida, como debería, sino que salieron fue a darles garrote y chumbimba, a hacerlos siervos, sirvientes, obreros de palustre, textileros, guisas, bolilleros, putas, voltiados y otras cosas por decir.
El idioma no es sólo palabras, sino que es un mundo cultural. Y el idioma no se habla lo mismo en todas partes y con los mismos sentidos. Nosotros los que parlamos el castellano, sabemos muy bien esto, cuando nos pillamos con hispano-parlantes de otros países y vemos que muchas veces no capimos lo que ellos quieren garnar. Más aún, muchas veces no capimos siquiera lo que dicen manes y chinas de otras latitudes del mismo país. Recuerdo yo cuando fui de joven a una aldea afro-colombiana en el Pacífico colombiano y dirigiendo dinámicas de integración con los chinos de esa región, había un mansito que después les traducía lo que yo parlaba y eso era en la mismísima Chibchombia que tanto se precia del “buen español”.
El idioma es un animal vivo y extendido. Más bien es un espíritu que expresa el alma de un grupo humano. Por eso, a las diferentes formas de hablar un idioma, lo llamo yo dialecto, aunque eso no cace con la idea que tienen muchos cuchos y señoritas letradas. Dialecto, por ejemplo en Colombia, es el costeño, paisa, rolo, caleño, pastuso y muchos otros más y no son los lenguajes indígenas como nos decían antes. Un lenguaje indígena es un lenguaje o parla y en cuanto se hace más difundido y adquiere una escritura organizada, es un idioma todo legal. Pero el dialecto es una manera en la que la gente parla dicho idioma o lenguaje.
El parlache ciertamente no es un dialecto, porque aquí viene la otra clasificación: Una jerga popular es parte de un idioma o de un dialecto. Como dije antes que el parlache proviene del dialecto antioqueño rural, entonces el parlache, a mi modo de observar, es una jerga urbana derivada del dialecto antioqueño rural con contribuciones de otros grupos lingüísticos.
El parlache seguirá vivo en tanto sigan vivos los elementos sociales, culturales, religiosos y demás que le dieron vida. Si alguna vez Colombia llega a un desarrollo integral de todas sus gentes, probablemente el parlache se difumine en otro tipo de jerga que exprese otro tipo de identidades y expectativas.
Por último y para terminar esta mera presentación, dicen los letrados que el parlache se origina en un ambiente de narcos, mafiosos, delincuencia cosas de ese porte:
«(…) Luz Stella Castañeda Naranjo, docente de la Universidad de Antioquia y coordinadora del Grupo de Estudios Lingüísticos Regionales de la misma institución académica, opina que cada época trae consigo sus propias variaciones lingüísticas que corresponden a la lectura cultural y económica. En el caso del parlache, es un argot que fue creado por los jóvenes de los sectores marginales y populares de Medellín y de su área metropolitana, cuando fueron permeados por la cultura del narcotráfico» (Tangarife Cardona Rubén Darío, 2013, parr. 16).
En realidad, el parlache es más viejo que eso y, como pretendo demostrar, el parlache no se restringe a ambientes del hampa o del mundo subterráneo. La proliferación de las mafias, principalmente en Medellín y Cali, tomaron como instrumento de comunicación al parlache que ya estaba definido y lo utilizaron como modo de comunicación hermética. Las mafias se apropiaron del parlache, porque estas se apropiaron de la juventud de los barrios populares de Colombia. Esos jóvenes eran o son hijos de familias rurales desplazadas hacia las cities. Esos jóvenes, atrapados de una u otra manera por sistemas mafiosos, fueron los que llevaron el parlache a esos ámbitos al punto de hacer concluir a muchos letrados que el parlache es el lenguaje del hampa.
Ese señalamiento es peligroso porque descalifica las maneras de comunicación de las poblaciones humildes, de los pobres, de los campesinos y de los que habitan los barrios populares, haciéndolos ver como hampones y, por lo tanto, justificando su represión por parte de núcleas de poder de Estado y del mismo crimen organizado.
Entre mi niñez y mi primera juventud crecí en el Barrio Doce de Octubre de Medallo, mera olla, y tuve la fortuna con muchos de mis amigos de entonces, de sobrevivir oleadas de violencia, especialmente dirigidas hacia los jóvenes. Participé de grupos juveniles, scouts, grupos de teatro, estudié en un colegio popular y no fui un hampón, soplador, sicario, mula ni nada de eso. Cuando recuerdo todos esos años, mi parla pertenece absolutamente al parlache de esa época y dicha manera de hablar y expresarme no tenía qué ver con las mafias. Era la manera en la cual mi familia y nuestros vecinos, todos procedentes de zonas campesinas antioqueñas y algunos de otras latitudes colombianas, se expresan y describían el mundo social, cultural y político que nos tocaba, con economías de rebusque, con grandes tragedias humanas a nuestro alrededor.
Si los jóvenes de las comunas populares de Medallo, le entregaron el parlache al mundo de la mafia – y es claro que muchos términos y formas después se desarrollan dentro de ese mundo violento de las mafias -, habría que ver a qué otros sectores otros jóvenes también populares que no se involucraron con las mafias (como yo), llevaron su parlache y cómo dichos parlaches no mafiosos e ignorados por los letrados, hicieron su contribución. Me pongo como experimento de observación para ello. ¿A dónde llevé mi parlache y cómo vive ese tipo de parlache a mis 50 años de edad y en donde estoy?
Es posible trazarlo en la literatura, el arte, pero también en otros ambientes sociales, culturales, rurales, indígenas y, en últimas, en aquellos lugares en donde es necesario una reivindicación cultural. El parlache que sea es en últimas la expresión de una lucha de clases, de un anhelo por mejores oportunidades para los más oprimidos. Por lo tanto, allí en donde se expresa, hay un grito oculto que hay que saber interpretar.
¿Sí o qué?
Dialecto antioqueño
El dialecto antioqueño se conoce más modernamente como dialecto paisa. Esta expresión paisa es más bien un neologismo de por lo menos un siglo de antigüedad y viene de los tiempos en los cuales el Estado colombiano se organizó como una nación federal (1856-1886). Antioquia se llamaba Estado Soberano de Antioquia y era en sí como un país. De ahí la expresión de algunos antioqueños de la época como País A que dio la expresión Paisa. Paisa también aparece como la contracción de paisano, el cual se refiere a la manera como se refieren personas de una misma región. Posiblemente la estampa campesina del antioqueño en una región más urbana como Bogotá a finales del siglo XIX hizo que los bogotanos comenzaron a referir como paisas a estos llamativos campesinos arrieros de la montaña brava de Antioquia, los cuales se distinguían de los bogotanos llamándose paisanos y paisas para ahorrar saliva.
Sea la hipótesis que sea, difícil de demostrar porque no hay evidencias escritas del origen de tal remoquete, el término se hizo popular especialmente después de la segunda mitad del siglo XX y casi borró al original término antioqueño, que es el término legal y estampado. La palabra paisa es, a mi modo de ver, parte del léxico legítimo del parlache.
Antioqueño perdió vigencia en la parla popular porque cae en la referencia a un grupo étnicamente diferenciado que excluye a otros que no sólo habitan la región antioqueña, sino que también contribuyen a lo que se llama de manera exagerada la raza antioqueña – que no hay tal raza. Por lo tanto, el antioqueño como un remoquete cultural es más bien racista y clasista. En el mito social del antioqueño está la raza blanca, rubia de origen escandinava, descendiente más bien de vascos y catalanes, muchos judíos, gente de la montaña brava, arrieros todos, católicos a ultranza, para nada o poco mezclados con indígenas o negros. De este perfil viene la distinción de “pueblos de blancos”, todos en tierra fría, de montaña, agricultores y arrieros, de costumbres muy católicas y un habla muy bonita y descente y “buenas familias” y “pueblos de negros” que reunen a todos los que no sean tan blancos, de tierra calentana, en cañones y llanuras bajas, mineros, muy disolutos y demás derrogativos o banderiadas. De ahí si hay una familia Jaramillo y en esta hay blancos y negros, entonces se distinguían los “Jaramillos blancos” y los “Jaramillos negros”. Todo era blanco o negro. Los indígenas, según ladrillos oficiales de múltiples letrados desde la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando los antioqueños blancos comienzan a cranerse una identidad que les permita construir una sociedad industrial sobre la tela del Estado Soberano de Antioquia (blanco y europeo, claro), se extinguen en la pluma, es decir, se reportan como desaparecidos en la mayoría de registros. Banderiados de plumazo, desaparecidos en un soplo.
Los tahamíes, mis ancestros, por ejemplo, aparecen como extintos, sin detenerse a pensar que no fue así. Que aquí estamos. Que nos hicieron olvidar nuestra lengua, muchas costumbres (no todas), la religión y nuestra identidad cultural, para volvernos campesinos mestizos negros de tierras calentanas. Nos banderiaron por secula seculorum.
El dialecto antioqueño no nace entre las elites blancas, preocupadas ellas por conservar el castellano puro que los ligaba a España – todavía hoy vemos el afan por esculcar los árboles genealógicos todos en la vieja España, para garantizar un linaje andaluz, vasco, catalán, castellano, portugués y, ojalá, alemán, inglés, polaco, danés… Miren esto por ejemplo:
«La “ese” arrassstrada, el trato de vos, la exageración en la punta de la lengua, la habilidad para confeccionar dichos y contar historias nos viene a los paisas del encierro en las montañas, de los colonizadores vascos, catalanes y aragoneses, y de los largos trayectos que recorrieron los arrieros, loma arriba y loma abajo» (Tangarife Cardona Rubén Darío, 2013, parr. 1).
Nadie busca raíces entre los ancestros indígenas o africanos, aunque todos los tienen, incluso los más carapalida. Uh, qué bandera eso… que digan que uno es nigeriano o nutabe, mucho menos que digan que uno es judío o chino. Lo que no vemos es que entre todos los archivos parroquiales desde el siglo XVII hasta el presente, nadie – muy pocos casos – hay indígenas, africanos, judíos o chinos registrados y, aunque lo fueran, eran blanqueados, españolizados, hechos gente de bien.
El dialecto antioqueño o, en parlache, el dialecto paisa, nació fue en las minas de oro, entre los arrieros, entre los tambos del antioqueño negro, en los resguardos indígenas de la vieja Antioquia. Son las gentes más humildes de Antioquia las que hablan así: Duro, golpeado, con gracia, exagerados, con una inventiva del idioma que mezcla palabras de los lenguajes indígenas, africanos y claro que sí, español vasco, catalán, aragonés y por qué negarlo, moro y sefardita.
Si un niño, hijo de un colono blanco del siglo XVIII en Rionegro o La Ceja, comenzara a hablar en dialecto paisa, seguro los taitas de él le voltiaran el mascadero, le darían un tren de zurra y hasta lo descedarían, porque “la gente de bien, el buen católico, no habla como negros, nosotros somos de gente muy educada, descendientes de españoles de pura sangre”. Pero todos los mitos y leyendas, todos los tonos dialectales, exageraciones, modismos, cuentos, los oyeron de indígenas y negros antioqueños, los verdaderos autores del dialecto antioqueño, como bien vemos en Simón el Mago (1890) de Tomás Carrasquilla con la negra Frutos:
“A medida que yo crecía, crecían también los cuentos y relatos de Frutos, sin faltar los ejemplos y milagros de santos y ánimas benditas, materia en que tenía grande erudición; e íbame aficionando tanto a aquello, que no apetecía sino oír y oír. Las horas muertas se me pasaban suspenso de la palabra de Frutos. ¡Qué verbo el de aquella criatura! Mi fe y mi admiración se colmaron; llegué a persuadirme de que en la persona de Frutos se había juntado todo lo más sabio, todo lo más grande del universo mundo; su parecer fue para mí el Evangelio; palabras sacramentales las suyas” (Carrasquilla Tomás, 1890, p. 5).
Los blancos antioqueños de siglos pasados ciertamente hablaron dialecto antioqueño, pero en ámbitos populares muy concretos. Uno de ellos fue el arriero. Como eran ganaderos, oficio este de terrateniente blanco que aún subsiste en Antioquia y en otras zonas del país, el arriero ya entre vacas y toros desahoga su represión social de buenas costumbres y se lanza a la parla nativa como cualquier negro arrebolero o cualquier indio de canei.
Son los arrieros paisas blancos los que llevaron el prototipo del antioqueño al resto del país, pero los originales, es decir, el paisa humilde, no tan blanco, confinado a las minas, a la servidumbre o a los resguardos, los auténticos creadores del dialecto paisa, quedaron muy en el anonimato. Los bogotanos de la segunda mitad del siglo XIX, muy encerrados en su mundo pseudo-urbano que ensueña más las cortes francesas que el vasto y selvático territorio de su patria, conocieron de Antioquia a los blancos antioqueños de la montaña alta y fría, con ínfulas de españoles exiliados, de costumbres muy católicas, que les decían que los indígenas habían muerto todos y que los negros eran unos inútiles y buenos para nada.
Así resuelve el “problema indígena antioqueño” el médico, botánico, zoólogo, e ictiólogo don Andres Posada Arango ( 1839 – 1922) cuando escribe:
«Los naturales, vencidos por la superioridad de las armas, buscaron refugio en las selvas al ver que, derrotados en mil combates, sus viviendas eran asaltadas y su libertad corría peligro. Algunos retrocedieron de la barbarie en la que se encontraban a un estado verdaderamente salvaje; los otros fueron exterminados o absorbidos por las razas europea y africana que llegaron a ocupar el país; de modo que la civilización indígena desapareció pronto, dejando apenas algunos rastros» (Posada Arango Andrés, 1971).
Esta idea del indígena extinto, que no sólo de Posada Arango sino de todos los letrados blancos que a fines del siglo XIX trataron de construir una identidad cultural y étnica antioqueña, se repetirá hasta el sol de hoy y servirá mucho a los terratenientes o nuevos colonos a través del siglo XX para apropiarse de los territorios indígenas y negros. Si no existen, no tienen derechos. Si no hablan un lenguaje indígena, no son indígenas. Si están mezclados con otras razas, no son indígenas…
«Carrasquilla, sin ser ajeno a esas tensiones, las resuelve al destacar a Frutos como la poseedora del don de la palabra y de los secretos de una tradición que aportó mucho a la cultura antioqueña. Esto contrasta y pone al descubierto el racismo clandestino del que habla Uriel Ospina: que hace que las familias adineradas del campo o de la ciudad miren de soslayo al negro o al indio (Ospina, 1964:123). En contravía, don Tomás constata la presencia e importancia de estos grupos subalternos» (Henao Restrepo Darío, 2008, p. 42).
No es gratuito esa propuesta histórica que habla de la raza antioqueña, la cual es una construcción esencialmente blanca y excluyente de los demás grupos antioqueños como el negro, el indígena y otras minorías como los judíos, chinos, árabes y gitanos. Cuando alguno habla de la “raza antioqueña”, se refiere exclusivamente a los blancos:
“Los antioqueños blancos, apegados a pergaminos de familia (a pesar de que vienen todos de las indias locales, pues los españoles no trajeron mujeres), contestaron con el mito de la raza antioqueña. Entre 1880 y 1930 se afirma la idea de que los antioqueños son una “raza superior”, distinta a la del resto del país. A pesar de que la población era mezclada, con blancos, negros, mulatos y mestizos, muchos escritores exaltaron esta ‘raza’, predestinada para dominar a Colombia. Apoyados en el nuevo auge económico regional de 1890 a 1940 (café, oro e industria), respondieron a la desconfianza ajena diciendo que eran mejores. Ya hacia 1920 un escritor decía que Medellín tenía la catedral más grande y el teatro más hermoso de América Latina, el ascensor más rápido, el mejor café del mundo. Hoy, en Wikipedia, vemos que nuestro orgullo crece, y que la Universidad de Antioquia tiene más páginas que la de Oxford, Medellín que Nueva York o Álvaro Uribe que Charles de Gaulle” (Melo Jorge Orlando, 2020).
Todavía encontramos manes que creen eso, que los antioqueños son blancos, descendientes más que todo de españoles. En Wikipedia escribieron lo siguiente sobre la composición étnica de los antioqueños:
“Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, desarrollado por el laboratorio de Genética Molecular y los departamentos de Historia y Psiquiatría de la Universidad de Antioquia (Bedoya, Gabriel et al, 2006), determinó que a nivel de autosomas la población antioqueña es aproximadamente 64%~71% de origen europeo, 17%~24% indígena americana y 11.7% africana, esto debido a la continua inmigración de españoles durante los siglos XVI y XVII que fueron integrándose a las primeras poblaciones mestizas de las montañas del valle de Aburrá y el oriente antioqueño. La población afrocolombiana que habita en Antioquia la constituyen 598 006 personas según el censo del 2005, lo que representa el 10,9% de la población total. En el departamento tienen asiento las comunidades indígenas Emberá (Katío, Chamí), Zenú y el pueblo Tule o Kuna, todas ellas con historias y condiciones culturales específicas que amplían la diversidad étnica de la región. La mayoría de las comunidades afrocolombianas e indígenas se encuentran ubicadas en el Urabá, Bajo Cauca y el Magdalena Medio, algunos son pueblos que tienen sus orígenes en la Región Caribe y la Pacífico, además de los nativos de Antioquia (Gobernación de Antioquia, 2013)” (Wikipedia, 2021).
Estos porcentajes escritos como “origen europeo”, “afrocolombiana” e “indígena”, generados desde las academias medellinenses, parecen un poco sospechosas de falta de rigurosidad científica o, al menos, de una integración más estricta de todos los grupos poblacionales de lo que comprende hoy por hoy el territorio del departamento de Antioquia con una población que no es tan numerosa de 6 millones 690 mil 977 paisas según censo DANE 2018. El estudio en inglés de Gabriel Bedoya y otros (Admixture dynamics in Hispanics: A shift in the nuclear genetic ancestry of a South American population isolate) quiere demostrar que la población antioqueña es mayoritariamente blanca y que es, además, un aislamiento genético. Pero el estudio se centra en sus experimentos genéticos en el Oriente Antioqueño, el cual es una región evidentemente de población blanca y no toma en cuenta otras regiones de Antioquia. El afán de demostrar de que el antioqueño es blanco y, aún más, aislado genético, sigue la lógica del mito de la raza antioqueña (blanca) con la ambición de hegemonía social, política y econòmica en Colombia, al presentarlo como una “raza mejor”, es decir, es una intención estrictamente racista. Hacer un estudio como ese no es desacertado, pero podría ser más honesto al revelar que el estudio se hace en el Oriente Antioqueño, el cual no representa ni a toda Antioquia ni a toda la región paisa colombiana.
Ciertamente y como he sugerido antes, las poblaciones blancas desde los tiempos de la colonia prefirieron asentarse en tierras altas de montaña, que les recordaban sus territorios originales europeos más fríos. Estos grupos blancos de montaña alta son además los que conformaron las principales elites de dominio y las clases media y alta de la región en la actualidad.
Esto dejó los territorios calentanos libres para los afro-paisas e indígenas, además que en tierras calentanas se ubican en su mayoría las minas de oro. Quienes trabajan en las minas, terminan siendo por lo general los más desposeídos, como una gran ironía, como vemos hoy con el departamento del Chocó, una de las minas de oro más productivas del mundo, pero su población nativa en la pobreza. Los antiguos pueblos mineros de Antioquia (Zaragoza, Segovia, El Bagre…) son hoy por hoy regiones marginales del desarrollo económico nacional.
En la actualidad, Medellín como una ciudad industrial, es el principal destino migratorio de su región, lo que permite observar a todos los grupos étnicos de todos los rincones del departamento. Si los estudios genéticos se dirigen a grupos de clase media y alta y provenientes de tierras altas como las zonas tradicionales de Medellín, el Oriente Antioqueño, el Norte de Antioquia (Santa Rosa de Osos, Yarumal…), es certero que los genes europeos serán prevalentes.
El antioqueño en su conjunto es estrictamente mestizo, con unos grupos poblacionales más blancos, otros más negros, otros más indígenas, pero todos con genes de todos. Eso me parece más preciso y creo que se debería seguir con estudios cientìficos precisos que desvelen la realidad y acallen el racismo socarrón de muchos.
Yo mismo me sometí a una prueba de ADN para poder determinar mi composición racial. Uno de los motivantes era saber si tenía sangre semita, una de las ideas con las cuales se señala al antioqueño en general. No sólo tengo sangre semita (lo que me llena de orgullo), sino que tengo las tres razas en proporciones iguales, lo que me hace aún más orgulloso.
Al hablar de la “raza antioqueña”, el mismo Carrasquilla la describe así, con un dedicado cuidado por demostrar que es una “raza pura”, española, sin “contaminaciones de moros o judíos”, mucho menos de nutabes y africanos:
“Colonos sencillotes, pacíficos y labradores (…) campesinos [que] no venían con la espada destructora, ni con la cruz salvadora, ni en busca de Potosíes y Pactolos: venían con su azadón y su arado, a ganarse la comida con el sudor de su frente como Dios manda. (…) Eran casi todos, de ese norte de España, en donde predicó el apóstol Santiago, adonde no llegaron los moros beréberes, con su profeta, sus molicies y sus amores, ni los judíos con sus usuras y sinagogas. En aquellas comarcas existían, y existen aún, concentración de catolicismo y monarquía y la pura cepa y la sustancia de la raza goda. Son nuestros antepasados. Aquí fundaron sus labranzas y cortijos, bajo el mando del Gobernador de la Provincia, cuya cabeza era Santa Fe de Antioquia; aquí vivieron en el santo amor y temor de Dios y de su Majestad el Rey Nuestro señor” (Carrasquilla, 1958: 802).
El antioqueño es asociado con la montaña brava, la cual comprende el territorio más septentrional de la Cordillera Central, una de las zonas más escarpadas del mundo, pero también rica en minerales, agricultura y ganado. Es fácil entender que las migraciones europeas hacia Antioquia desde el siglo XVI prefirieran las altas mesetas de la Cordillera Central (la Montaña Antioqueña), no sólo por las riquezas naturales sino por ser más frías y similares a los climas europeos. Hoy por hoy se puede ver la proliferación de flora europea como el pino, traído por antiguos colonos para hacer ver la montaña ancestral como más europea. Como en el resto de las dos Américas, trajeron desde Europa toda la fauna doméstica (aves, cerdos, ganado) para sentirse más cerca de su Madre Patria, es decir, España. En el siglo XVII un grupo migratorio del norte de Europa, escandinavos de países como Finlandia, Suecia, Dinamarca, que habían llegado a España en su huida de la hambruna que los azotó, llegaron a las montañas antioqueñas a colonizar y ellos son los que trajeron los cabellos rubios a muchos campesinos de pueblos como Santa Rosa de Osos, Yarumal, Rionegro y otros más de las mesetas pobladas por blancos.
Pero Antioquia, ciertamente no es solo de blancos y de altas montañas. Se trata de un territorio quebrado que tienen todas las altitudes posibles, desde el nivel del mar en Urabá y la cuenca del Atrato hasta el Valle del Magdalena, el Bajo Cauca y cañones como el Porce. Todos esos territorios son llamados tierras calentanas y son vistos con desdén por quienes viven en tierras altas y frías. Los calentanos son vistos como perezosos, disolutos, feos, ignorantes, mal hablados, salvajes, negros, indígenas… Un ejemplo ya a nivel nacional es la manera en la cual el colombiano de las zonas andinas se refiere al colombiano de las costas Atlántica y Pacífica. Vos encontrás en Bogotá o Medellín personas que expresan la imposibilidad de vivir en tierra caliente. Cuando bajan a tierras calentanas, expresan permanentemente el “terrible calor” que sienten, que “se van a asfixiar”, que “no pueden con el calor”, que “van a terminar hablando como costeños”, que “no ven la hora de volver al friito de ellos” y cosas así. Todos esos elementos son un racismo hipócrita que quiere decir que “vivir en tierra fría es ser Europeo” y vivir en tierra caliente es “ser negro”. Los “negros están hechos para el calor”, piensan. Eso mismo lo vemos expresado en muchos europeos que ven el mundo desde sus urnas de cristal, que piensan que África “es un país”, que allí “hace mucho calor” y que “todo es selva”.
La palabra paisa, que como digo es para mí una palabra del parlache, rompe bien ese esquema tradicional racista. Un paisa no es solo un blanco de tierra fría, sino que es un man o una mujer que se inscribe dentro de un ámbito cultural propio.
Hay paisas blancos, rubios o monos como decimos en parlache. Hay paisas negros, venidos del mero Chocó, que es una región legítimamente paisa, porque de allí han venido muchas de las riquezas de las que goza Medellín. Hay paisas que nacieron en resguardos indígenas. Hay paisas niños, jóvenes y viejos, manes y damas, ricos y pobres, buenos y malos, vivos y bobos.
Paisa no es una raza, sino un corazón que une a la montaña con el cañón, al río con el mar, al negro con el blanco, al tahamí con el judío.
¿Sí o qué?
Otros dialectos
Hay que cranear mucho en la influencia de otros dialectos o jergas populares en el génesis del parlache.
Primero es importante anotar que los otros dialectos colombianos tienen participación, porque Medellín a partir de los años 30 del siglo XX comenzó su propia revolución industrial, lo que le hizo atraer no sólo a campechos paisas, sino también de otras regiones de Colombia y de países cercanos como Ecuador y Venezuela.
Uno de los dialectos que veo yo que tiene una fuerte relación con el dialecto paisa es el costeño del Caribe, que, por cierto comprende un territorio muy vasto de 3.208 kilómetros de costa desde Urabá hasta La Guajira.
Hay que ver que el departamento de Antioquia es uno de los últimos departamentos andinos (aunque tiene territorio en las planicies caribes) antes de dar paso a esta importante región colombiana. Incluso hay paisas costeños, lo que quiere decir que ellos hablan uno de los dialectos costeños. Quienes piensan que los antioqueños de Urabá no son paisas porque tienen un acento más costeño, desconocen la historia ancestral antioqueña de arrieros y colonos, que han recorrido regiones como estas, el Bajo Cauca, el Valle del Magdalena y se han asentado y unido a los nativos. El acento no es el único elemento de identidad de un pueblo o de una cultura.
Es lógico saber que muchas familias campesinas de la Costa Atlántica, especialmente de Urabá y los departamentos de Córdoba y Sucre, emigraron también a Medellín a partir de los años 30 del siglo XX.
Una prueba de esa influencia costeña en Antioquia es el gusto innato de muchos paisas por la música vallenata, así por muchas costumbres y maneras de ser que se identifican con el costeño, como el amor intenso que todo paisa sienta por el mar, aunque después se quieran morir de calor. No es gratis que cuando se crearon los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, escindiendo así una parte ancestral de la tierra antioqueña, al menos en mapas políticos que no culturales, los antioqueños se aferraron a su pedazo de mar y uno muy especial y rico: El Golfo de Urabá. Che, nadie armó un bochinche por eso, porque todavía estaban muy bitches y hay que ponerle cañaña a la cosa.
Al mismo tiempo, los dialectos parlados en el Pacífico Colombiano, especialmente del departamento del Chocó, tienen una gran influencia en el dialecto antioqueño, porque dicho departamento tiene una relación estrecha con Antioquia. Aparte del inmenso daño destructivo de colonos paisas en búsqueda de oro y madera en las exuberantes selvas del Chocó, los chocoanos emigran hacia Antioquia como primer destino en búsqueda de un mejor futuro. Los chocoanos no son tan agayudos y cuando están juntos les da una arrechera y no me buje.
Hoy en día podemos ver como la colonia chocoana de Medellín se tomó el Parque de San Antonio y eso es completamente legítimo y justo. El Chocó, un departamento abandonado por el Estado de manera histórica, uno de los principales productores de oro para el mundo (qué terrible paradoja), es también una potencia cultural con la música, la naturaleza y la educación. Se pueden encontrar profesores chocoanos en todo el país y presentes en regiones como el Amazonas. El chocuano, una palabra indígena que hace referencia a los chocoes, es sinónimo de afro-colombiano. Recuerdo en mi escuela que a los compañeros más negritos les decíamos chocuanos y también recuerdo a varios profesores míos, chocuanos, que nos dejaron un gran impacto en nuestra mente infantil, como profesores de una gran dedicación. El profe Fermín Mena nos dio química: Era alto, de una barba bíblica y canosa, unas gafas inmensas y siempre llevaba un delantal de laboratorio. Su acento chocoano no impedía ese hablar claro y preciso, lúdico y cadencioso que nos hacía aprendernos la tabla periódica de los elementos. Ya no volví a ver a mi entrañable profesor Mena, pero nunca lo olvidaré.
Así mismo tuvimos una profesora que venía de Turbo y nos dio clases de biología. Una vez nos enseñó sobre las enfermedades de transmisión sexual. Una a una las describía y era tan ilustrativa la seño, que cada cosa era la mera risa. Pero la enfermedad de transmisión sexual que más nos quedó sonando era la gonorrea. Nos dijo cómo la gonorrea se pegaba a los genitales y que podía incluso salir de allí y llegar a la boca y que causaba una gran comezón y que era tan terrible que a uno le provocaba tirase por el balcón. ¡Ah, qué gonorrea! No digo que la expresión gonorrea saliera de mi clase con la profe de Turbo. Seguro ya esas clases habían hecho impacto en otros y a nosotros, los niños de esos años 1976 a 1986 nos creó una impacto lingüístico. Esa expresion de mucha gonorrea no nació en ninguna bandola de narcos como insinúan los letrados que dicen que el parlache nació de la mafia, sino que esa expresión nació en nuestras clases de biología y nuestra mente paisa, campeche que se apropia de espacios urbanos, la definió como una manera de expresar lo gonorrea que puede ser una persona, una situación o un problema. Después, los virus que producen la enfermedad, como el gonococo, entraron también a hacer parte de la realidad lingüística: Usted puede ser todo un gonococo, porque usted es quien causa la situación gonorreística.
La interacción entre Medellín y las otras dos principales ciudades de Colombia, Cali y Bogotá, también es importante en esta génesis del parlache, porque el proceso de industrialización del país y a la vez la dinámica de la violencia rural, que no es otra cosa que el despojo de la tierra por parte de movimientos neocolonialistas, causó que los campesinos se desplazaran a los principales centros urbanos de Colombia en mayor o menor medida. No existe ninguna diferencia esencial entre los sectores populares de todas las ciudades colombianas, desde la Costa Caribe y el Pacífico hasta las selvas amazónicas, porque los barrios populares colombianos y latinoamericanos están conformados por el mismo factor humano: Campesinos convertidos en obreros y sirvientes de las elites, clases oprimidas y desposeídas de la tierra ancestral. Que el parlache antioqueño llegara a las comunas populares de Bogotá, Cúcuta, Cali y muchos otros centros urbanos del país, prueba que las familias pobres de Colombia encontraron una manera de expresar sus identidades y que dicho lenguaje no es necesariamente relacionado o creado por el hampa, como sugieren ciertos letrados, sino que es un lenguaje creado por el pueblo raso.
Trazar la influencia de otros dialectos es teso, porque no es fácil, pero a la vez fascina que podemos encontrar lazos de unión con realidades sociales y culturales de otras latitudes de Colombia y Latinoamérica. De nuevo nos hace pensar en el idioma como un espíritu que extiende sus brazos más allá de fronteras, se enriquece y enriquece y logra despertar la esencia del ser humano. Un ejemplo es el término parce y parcero el cual procede del portugués de Brasil y que traduce en castellano compañero. La explicación que los señoritos letrados pueden dar, de cómo una palabra portuguesa hizo camino en las comunas populares de Medellín, es a través del narcotráfico. No pueden ver otro camino de relación entre dos países vecinos que ese. Es como si ignoraran varios otros posibles escenarios y uno es que Colombia comparte con Brasil 1.645 kilómetros. Claro que todos esos kilómetros esa través de las selvas amazónicas, que para muchos manes de ciudad, especialmente de la zona andina, significan una muralla de separación permanente entre ambos países suramericanos. Para muchos chibchas, Brasil es en realidad un país muy lejano.
Pero eso no es así. En esos 1.645 kilómetros de extensión hay colombianos y brasileños que viven palmo a palmo. Que comparten territorios, espacios, selvas, ecosistemas, culturas, parrandas, parcería… Y muchos de esos habitantes también emigraron hacia las grandes ciudades chibchas desde hace muchas décadas, lo que incluye colombianos indígenas y brasileños a los cuales las ciudades chibchas de Bogotá, Medellín, Cali y otras les quedaba más cercanas que Río de Janeiro o Brasília. Basta con ver muchas familias paisas actuales con apellidos portugueses y no saben de dónde vienen: Aguilar, Andrade, Castro, Gomes (con S y sin tilde), Melo, Pereira y muchos más.
El lunfardo, una jerga similar procedente de Buenos Aires, Argentina, es otro ejemplo. Vemos como Medellín es llamada la “Buenos Aires de Colombia” a causa de su amor hacia el tango, al menos desde la década de los 20 hasta casi finales del siglo XX. Incluso fue en Medellín en donde murió el ídolo del tango, Carlos Gardel. El Barrio Buenos Aires no se llama así porque desde esa loma se respiran buenos aires, sino que es un homenaje perenne a la capital argentina. La Tango Vía en el Barrio Manrique no es una coincidencia. El desaparecido Barrio Guayaquil, que era el auténtico corazón de Medellín, tronaba día y noche con milongas y la voz de oro del gaucho.
Todo esto lo podemos ver en la novela de Manuel Mejía Vallejo, Aire de Tango, libro escrito en puro parlache de los 70 con un gran tono lunfardo:
“Nació el día en que allí en aeropuerto se tostó Carlos Gardel, como si quisiera asomarse a ver el choque. Tal vez porque decían: Murió Carlitos, naciste vos, le cogió rabia y queredera a esto de tangos y milongas. Desde patojo se las aprendió, era dicha de las tías verlo en arranques de guapo a destiempo. Hasta que un día un tío marica y trasnochero le dejó un cuchillo (Mejía Vallejo Manuel , 1979, p. 7).
No puedo saber por qué todos estos que sabedores letrados que estudian el parlache, no hacen referencia a autores como Manuel Mejía Vallejo y, más cucho aún, Tomás Carrasquilla y otros, que dan buenas pistas sobre sus orígenes. Para mí, Aire de Tango está escrito en parlache y utiliza palabras de esa época de entre los años 30 y 70 del siglo XX. Otros que habría que revisar son Fernando Vallejo, Helí Ramírez y miles de otros, no solamente las bandolas que suelen consultar.
¿Sí o qué? Ah, qué elegancia…
Orígenes
A este punto ya he dado algunas ideas sobre los orígenes del parlache, que es una mezcla entre mi propia curiosidad de estudioso del tema y mi propia experiencia como parlante nativo de parlache en el Barrio Doce de Octubre de Medallo.
Ya insinué que el parlache es una jerga urbana, hija legítima del dialecto paisa, el cual es un dialecto antiguo creado por los indígenas, afro-paisas, mineros, arrieros y en general por un mundo rural de esta región paisa con otras contribuciones.
El parlache es una manera en la cual las gentes oprimidas del campo comenzaron a asumir el espacio lingüístico de una city como Medellín, especialmente cuando se vieron lanzados a ella en calidad de desplazados de la violencia, de migrantes en búsqueda de mejores oportunidades económicas y primero les crearon barrios obreros (Barrio Caribe, Castilla, Manrique, Niquía…) y después, el exceso de población que comenzó a llegar por los años 30 del siglo XX hasta nuestros días (siguen llegando mientras continúe la violencia), se arrumaron en los llamados barrios de invasión, colgados de las laderas de las montañas del Valle de Aburrá.
El parlache nace en ese contexto, como la sopa en la cual se juntaron las expresiones lingüísticas de los diferentes grupos humanos rurales procedentes de todo el territorio paisa, de muchas partes de Colombia e incluso de países vecinos como Venezuela, Brasil, Ecuador…
Nací en Amalfi-Antioquia el 10 de octubre de 1970, hijo de un agente de la policía y de mi cucha, una mujer crecida en el Cañón del Porce, todos del Nordeste Antioqueño, la tierra de nuestros ancestros Tahamíes.
Ese mismo año mi cucho fue trasladado a Medellín en su camello de tombo y, como todos los de su clase social baja, llegamos a vivir de renta primero en el Barrio Castilla y después, gracias a un crédito de Estado, adquirió un rancho en el Barrio Doce de Octubre. Cuando llegamos al Doce de Octubre, era como por allá el año 1976 y aún todo estaba en construcción. Hicieron miles de casas a los pies del Cerro El Picacho, un monte con la imagen de El Salvador en la cúspide. Antes de la construcción de casas, era una ladera natural muy hermosa por la cual descendían cristalinas aguas hacia el río Medellín. Todas esas hermosas quebradas que eran el destino de paseos de olla de antiguas familias blancas de El Poblado, se convertirían pronto en cloacas contaminadas y en botaderos de muertos por las batallas entre bandolas.
En la cuadra en donde vivíamos – cuadra es calle en parlache, un término que creo proveniente de caballos, todas las familias que allí se asentaron venían de pueblos antioqueños de todas las latitudes y algunas familias costeñas. Cada una de esas familias tenía su propio argot lingüístico, que comenzamos a compartir, a resignificar el nuevo mundo urbano o pseudo-urbano en el cual estábamos.
Recuerdo muy bien que el acento que teníamos nosotros, mis cuchos, mi hermano y yo, reflejaba el dialecto paisa del Nordeste Antioqueño y que en nuestros juegos de niños, a pesar de estar creciendo supuestamente en la ciudad, para nosotros era claro los pueblos originales de nuestros cuchos o de dónde habíamos nacido. Yo era el amalfitano, aquel era de Rionegro, aquel otro de Maceo, aquel era el costeño y el chocoano y el valluno… Lo mismo pasaba en la escuela. En sentido estricto, nuestra identidad era la de migrantes y pocos nos sentíamos ligados a Medellín en sí, que era un territorio lejano, más al sur, a donde nuestros cuchos iban a camellar desde temprano en el día y regresaban tarde de la noche en medios de transporte urbanos que eran un martirio diario.
Cuando llegaban las vacaciones, muchas familias iban a sus territorios ancestrales y no ir era para los niños una desgracia. La casa de los papitos (que es como llamamos en Antioquia a los abuelos) era un territorio añorado, visitar el campo, ver animales, sentirse paisa de racamandaca, todo eso llenaba nuestros sueños, aunque muchos de nuestros cuchos hubiesen tenido que abandonar esos pueblos por razones que nuestras mentes infantiles aún no entendían.
Hoy en día, los jóvenes de Medellín, incluidos los de las comunas populares, se sienten muy orgullosos de la ciudad y hablan de Medellín como si esta fuera la mejor ciudad del mundo. En mi tiempo, esto no era así, porque nuestro orgullo estaba en los pueblos que dejaron nuestros padres. Medellín era para nosotros un territorio muy difícil, en donde éramos pobres y marginados, en donde no había propiamente diversión y estábamos sometidos a la violencia urbana. La diversión nacía en las canchas de fútbol o fútbol en las calles, en los parches santos o no tan santos en las esquinas, en los bailes en las casas de algunos en donde conocíamos las lides del amor, pero también los inicios del vicio o de las revelaciones.
En el pueblo, en las vacaciones, éramos libres. Podíamos explorar el campo, salir de noche hasta la hora que quisiéramos sin los temores de la mamá, conocer las faenas del campo, ser auténticamente nosotros, los hijos de los paisas, los que hablan su dialecto ancestral, bebidos en términos indígenas, con cuentos y leyendas ancestrales.
Cuando regresábamos a Medallo, que no Medellín, nos parchabamos con los de la cuadra para recontar nuestras experiencias en nuestros territorios perdidos (el paraíso perdido a causa de la violencia o la falta de oportunidades). En esas anécdotas recorríamos con nuestra imaginación los territorios de nuestros parceros. Íbamos de Amalfi a Venecia-Antioquia, de Cañasgordas a Urrao, de Puerto Berrío a Turbo, de Caucasia a Riosucio, de Anserma a Honda. Actualizábamos nuestro parlache con términos de nuestros pueblos y creábamos términos para definir la realidad.
Muchos parlan del parlache como si fuera una colección de palabras, pero olvidan que también este tiene que ver con el tono, el doble sentido, los gestos y muchas otras cosas. Los que hablábamos con tono paisa, fuerte y rítmico, atraíamos la atención de todos. Recuerdo en mi escuela que muchos me decían el paisita por mi manera de parlar y era apenas un chino de 6 a 10 años. Los profesores eran la conexión que los chinos teníamos con el mundo occidental, es decir, con el Medellín lejano y civilizado, incluso si la mayoría de los profes eran cuchos también migrantes. En el colegio tuve profesores chocoanos, de Urabá y de los pueblos antioqueños. Pero los profes eran los que nos trataban de enseñar a vivir en la ciudad. Recuerdo a una profesora de Urabá que se esforzaba porque habláramos “correctamente”, con una pronunciación según ella clara y seria. Muchos términos que solíamos utilizar, ella nos los corrigió y fue en la escuela en la que tuvimos como chinos los primeros encuentros con esa cultura occidental de imposiciones, la misma que no acepta lo diferente y lo trata de uniformar, pero al mismo tiempo no le ofrece las mismas oportunidades que tiene la elite.
En mi participación en obras de teatro costumbrista en la escuela, me sentía en mi salsa, porque ahí podía ser yo mismo, hablar montañero, paisa, en parlache, sin los controles de la academia.
El parlache surge entonces como un instrumento de defensa de nuestra identidad cultural paisa, apabullada por los avances de la industrialización. Cuando los grupos mafiosos comienzan a actuar en las comunas populares, ya había un parlache y, por lo tanto, no fue este creado por mafiosos o sicarios, sino que el parlache es asumido por todo ese sistema narcotraficante al incorporar a los jóvenes de los barrios populares. Obviamente, dentro del mundo del narcotráfico, este tendrá su propio desarrollo y asumirá términos de connotación violenta, como es hoy por hoy más conocido.
Pero defiendo que el parlache también entró en otros ámbitos y que no se circunscribe al mundo de la mafia. Por eso escribo este ladrillo para que quede una constancia que no todo lo que se dice del parlache es certero, llave.
Otras características
Cuando alguien habla del dialecto paisa, tiende a señalar que está lleno de vulgaridades y doble sentido. Basta con oír muchos temas de música de carrillera. Pero el habla vulgar y de doble sentido no es solo propio del dialecto paisa, sino que es fácil detectar vulgarcitos en todos los dialectos colombianos y latinoamericanos. Una cosa que me dejó grogris cuando aprendí gringo, fue el saber que los gringos hablan mucha grosería y de palabras mayores. Las películas que vemos dobladas al castellano, en realidad no hacen ningún esfuerzo en traducirlas, sino en tapar los boquisucios que gritan sin ruborizarse parolas como fuck a cada rato.
Por lo tanto, acusar al parlache o al dialecto paisa de grosero no dice nada y suena hipócrita. Es cierto que entre más popular se parle, más vulgar se puede ser y más se pierde la compostura. Mire usted, Tomás Carrasquilla pudo escribir cuentos en dialecto paisa con mucha gracia y no le hizo falta escribir una palabra de alto grosor. Lo mismo el Miguel de Cervantes Saavedra… en ninguna parte hay la mención de una palabra que pueda ser censurada o dada de baja por la más estricta censura del buen parlar.
En mi rancho, allá en el Doce de Octubre, mera olla en donde nacen muchos y se crían pocos, mi cucha siempre nos enseñó a mi hermano y a mí a no decir vulgaridades al menos dentro de su techo. Por lo tanto, es posible hablar parlache sin decir vulgaridades.
La religiosidad es otro elemento esencial que quiero resaltar. Los paisas siempre hemos sido tenido en cuenta por ser muy rezanderos y de mucha camándula. Triste pues que en una tierra que tanto reza y en donde muchos se dicen católicos, haya tanta maldad y bandolas. Aún en medio de tanta violencia, los sicarios parecen tener mucha fe a la hora de quemar y dar plomo. De eso ya parló Fernando Vallejo en su clásico ladrillo La Virgen de los Sicarios, que también fue quemada en cine.
Habría que estudiarse más el por qué una población que se precia de ser tan religiosa, llegue a tales extremos. Algo pasó. Claro que ahora hay una crisis de fe y muchos ya no creen ni en la cucha de ellos.
La religiosidad paisas viene de muchas vertientes, que no sólo del catolicismo colonial. También tiene que ver con los espíritus que viajaron con nuestros ancestros africanos en los galeones esclavistas. Y, muy fuertemente, con nuestros ancestros indígenas, los mismos que nos dejaron lo que llaman unos los mitos y leyendas antioqueñas.
En el parlache se expresa un respeto por Dios y lo divino de una u otra forma. Jesús es llamado Chuchito bendito y la Virgen María es una cucha, querida como toda cucha por todos.
Insinúan unos que el parlache fue para hablar en clave, para que los hampones se puedan decir cosas que solo ellos saben. No creo mucho esto, porque si uno oye a un man dando mucho visage y parlando de más, no creo que eso sea muy seguro para él si es que trata de dar claves de esa forma. Si un man comienza a parlar en parlache, atrae más la atención. Así que esa idea no es muy práctica.
Cuando yo terminé el bachillerato y entré a estudiar en la UPB, tuve que hacer un gran esfuerzo para evitar parlar en parlache en ese espacio de clase media, blanca, de Medellín. Fue la primera vez en mi vida que entré en contacto directo con una clase media blanca. Fue una experiencia bacana porque mis nuevos parceros me recibieron muy bien en amistades que subsisten hasta el sol de hoy. A veces creo que ellos me miraban como a un espécimen en una época muy difícil, la década de los 90, en donde el Cartel de Medellín estaba en guerra frontal contra el gobierno, todos los muchachos de las comunas populares éramos vistos como potenciales sicarios y había mucha descriminación.
En esa época si uno iba a buscar camello para sostenerse los estudios y si ponía uno la dirección del rancho, como el mío que queda en la Olla del Doce de Octubre, le negaban a uno el camello de una y sin compasión.
Caminar por la calle era tensionante en el barrio, porque los tombos vivían haciendo redadas y era peligroso porque se dieron muchas masacres, muchas de ellas no registradas.
Entonces hablar en parlache era como una sentencia de ser despreciado en el resto de la sociedad medellinense. Uno tenía que cuidarse de no ser detectado por los demás como habitante de esos barrios que eran visto como campos de guerra. Por eso, decir que el parlache era utilizado para dar claves secretas es algo exagerado. Habría que ver el contexto de quien expresó tal idea.
A la final
A la final, podemos parlar sin tapujos del parlache. Estudiar este ladrillo no es para observaciones desde el exterior. Hay que meterse en la jugada. El parlache no es simplemente un vocabulario. Es la expresión de una historia, la clave de unas luchas de people que le tocó salir de sus ranchos y vivir en la city sin nada.
El parlache nos revela uno de los elementos de identidad del paisa humilde, que no es estrictamente blanco como se trató de construir con los letrados blancos de la segunda mitad del siglo XIX que intentaron crear una identidad antioqueña de origen española. El parlache nos conecta con el origen del pueblo antioqueño que es blanco y es negro y es indígena, que viene de las tierras frías de alta montaña como el Oriente Antioqueño, pero también de tierras calentanas como el Cañón del Porce, el Bajo Cauca Antioqueño, el Magdalena Media, Urabá, las comunas populares de Medallo…
El parlache no fue creado por los mafiosos, aunque es cierto que la crisis causada por las mafias, especialmente entre la década de 1980 y 1990, le dio una visibilidad al parlache, porque las mafias usaron y abusaron de los niños y jóvenes de las comunas populares para sus guerras en contra del Estado y para el crecimiento de su negocio criminal.
Esto nos lleva a darle un valor cultural y social a expresiones como el parlache, a rescatarlo del ambiente violento al cual fue arrastrado y a trabajar con los niños y jóvenes de la Colombia de hoy, para que reciban todo el apoyo del Estado, no su desprecio y marginación, y sean semilla de un futuro de paz y justicia.
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