Velas derretida, criaturas de cera moldeadas por el lamento. El miedo se asoma de gabardina y sombrero, acecha en los callejones, en las esquinas, no tiene forma, no tiene rostro, la ropa flota como portada por una sombra; adentro solo hay negro. Infancia remanente, el fantasmagórico reclamo del vientre materno, el cordón umbilical se alimenta de recuerdos y brota, en una suerte de materia que se asemeja al viento. Es lívida, invisible a la vista e imperceptible al tacto. Es una puñalada crepuscular, un agonizar nocturno. Nos volteamos y vemos el camino recorrido, cada vez se hace más lejano, y el resto, nos ofrece una vista cada vez más nítida del final. Apocalipsis, visión colectiva de una experiencia individual… El mundo termina con nosotros, con cada uno de nosotros, cada una de nuestras muertes, es una fracción de la muerte. El mundo acaba, es una verdad cotidiana, es… Una… Verdad. Se derrama un frasco enorme de pintura negra. Manos de niña la frotan sobre el amargo lienzo en blanco, no más, no más… Recuerdo, no recuerdo. Una mancha mutilada que absurdamente lucha por hacer señas, ojos que lloran conmovidos, pero son espectadores, nada pueden hacer mientras la mancha se revuelca, intentando comunicar lo que es ya incomunicable, lo que es desde entonces un secreto de tumba viviente, un tesoro aprisionado dentro de una bóveda pronta a la defunción. Detritus, los gusanos añoran mi piel ¿Dónde estarán los gusanos? ¿Habrán nacido ya esos extraños invertebrados, tan amigos de la muerte, descendientes de la estirpe, que ha de acabar devorando mi carne? Prisión de carne, anhelo antropofágico, deseo sexual de ser digerido. Dientes, carne, sangre… Luego solo quedan las lágrimas, el humor de los lamentos, no más prisión de carne, no más preguntarse dónde, cuándo, ni cómo, ni porqué, ni ninguna de esas absurdas cuestiones que nos agobian incesantes, como penas heredadas por sádicas deidades. ¿Qué es esto, que alguna vez fue mente, y que ahora refleja solo la pesadilla de un hombre cuerdo, funcional, dado a la vida? ¿Qué es esto que veo, que no veo? No me reconozco, no me pertenezco. Callejón sin salida, carreta sin rumbo, caballo viejo. Eutanasia. No tengo nombre ni fecha de nacimiento. Ahora, un segundo en el reloj, se me escapa el tiempo, se me escapa, todo, se me escapa, ¡Ayúdenme! Y la mancha se agita, pero nadie logra descifrar lo que en ella hierve. Las manos de la niña acaban de tallar del lienzo cada fragmento restante de blancura. Ahora todo es luto. Fuego sobre la madera y el lino, fuego sobre la memoria, sobre la casa de los padres, sobre el lenguaje. Retroceso. Entro por la boca de los gusanos y emerjo de la vagina de mi madre.
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