La seño, empezó a trabajar muy joven. Allá lejos y hace tiempo. Cuando era normal no tener teléfono en la casa. Cuando el que tenía teléfono era solidario con los vecinos y lo prestaba para emergencias; aunque la emergencia, fuera pelearse con el novio. Cuando había cuatro canales de TV color. Cuando se sacaba fotos con rollo de 12, 24 o 36 imágenes. En la época que no habíamos imaginado la tarjeta sube, ni la máquina expendedora de boletos, porque los boletos los cobraba el chofer. El boleto era un papelito colorinche con cinco números. Si salía capicúa la seño los guardaba en el monedero. Si eran de numeración normal se sumaban los dígitos hasta llegar a un número menor de 22 y se pensaba a qué letra del alfabeto correspondía. 1= A, 2=B,3=C y así sucesivamente. Cuando tocaba la inicial del chico que te gustaba… ¡Buena señal!

Sacando los capicúas la Seño tenía un TOC con los boletos. Empezaba haciendo origami: los doblaba por el medio vertical, lo abría, doblaba los extremos hacia el centro, vuelta a doblar por ese centro y otra vez sobre sí mismo. Entonces se lo metía entre el dedo y el anillo, para tenerlo a mano si subía el guarda a controlar los pasajes. El viaje era largo. Al rato, de puro aburrida, sacaba el boleto de su lugar, lo abría en su totalidad y empezaba a enrollarlo en el sentido contrario al que lo había doblado, horizontal. Ahí se pasaba un buen rato extendiendo y enrollando el boleto entre los dedos. Quedaba hecho polvo.

El boleto lo cortaba y lo cobraba el chofer. Y ahí empezaba una pequeña lucha de poder, te podía hacer bajar si no tenías cambio o permitirte viajar, según su propio criterio y humor. Y también existía un misterio sobre una bandejita acanalada llena de monedas clasificadas por su valor, que generalmente no tocaban para dar cambio: “Monedas Fantasmas”. Estaban, pero no estaban.

Ese año la Seño, tomaba el bondi a las 5:30 AM. El bondi venía de lejos, pero vacío, y ella viajaba una hora y media, daba para dormir. Generalmente podía elegir un asiento individual de los del fondo. ¡GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS, torro asegurado, abrazada a la cartera! Todo bien mientras que no se complicara la compra del boleto. Si uno tenía cambio, genial. Si pagabas y te tenían que dar vuelto, había que esperar un milagro. Tener el cambio justo pasó a ser una misión (imposible) en su vida. Primero que nada, la Seño, tenía un monedero especial donde guardaba cambio para el colectivo, separado del “monedero central”. No fuera cosa, que al pagar el pan, de puro distraída, entregara el bendito cambio. Necesitaba cambio para dos pasajes ida y dos pasajes vuelta todos los días hábiles del año, imposible. ¡Pero, le ponía onda! Juntaba moneditas y billetes chicos, calculaba mentalmente los totales del almacén, a veces se veía obligada a comprar unos chicles o unas galletitas, para obtener cambio, pero llegaba el consabido “No tengo cambio…¿Te puedo dar unos caramelos?”. Mientras se hacía la espléndida y aceptaba, en simultáneo pensaba “¡Con caramelos no pago el bondi!” Misión imposible, el cambio escaseaba por todos lados.

Por lo tanto, a las 5:30 AM, a la Seño se le podía complicar. A las 5:30 PM, también, pero los choferes eran más gauchitos a esa hora, nunca supo el motivo, pero eran más gauchitos. Los de la madrugada eran bastante turros. La Seño comprendía que estaban envenenados con trabajar a esas horas y le echaban la culpa al pasaje. Culpa de la cual, no se hacía cargo, porque ella se iba a trabajar para parar la olla, como cualquier hijo de vecino. Exactamente igual que el chofer. Así que… no me jodan!

-Uno hasta José C Paz. Entrega el billete.

-Recién salgo y no tengo cambio – agarraba el billete y entregaba el boleto- Cuando te bajas me pedís el cambio…

Allá va la Seño, pura inocencia, hacia su asiento dormitorio a completar sus 7 horas de sueño diarias (6 en casa + 1 en el bondi). Por un mecanismo inconsciente se dormía profundamente y se despertaba tres cuadras antes de su parada. Por lo tanto, despertar, pararse, codear a dos o tres para que le abran paso, bajar y … “¡Me olvidé el vuelto!” pasó a ser una sola acción. Una macana. Y el chofer de casualidad, gracias a su distracción, se hizo unos pesos. ¡Profundizó sus métodos para tener cambio, al menos, para su viaje madruguero! Y mejoró su hándicap, pero cada tanto “Cuando te bajas me pedís el cambio…” sucedía. Y ahí la seño, haciendo un gran esfuerzo, no se dormía, por el contrario. Se sentaba cerca del chofer, en el primer asiento doble que tenía bastante movimiento entre el frío que entraba en cada parada, las voces de la gente anunciando destino y la incomodidad del pasajero de al lado. Todo para estar lista y antes de bajar poder reclamar…”me das el vuelto, te pague con $… y te pedi uno de $…” Después bajarse del bondi con una sensación de triunfo, de haber vencido la propia estupidez.

A medida que se fueron acumulando estos triunfos, la Seño empezó a observar y a darse cuenta de la acumulación de situaciones similares y como muchos pasajeros, perdidos en sus propios pensamientos bajaban sin reclamar el cambio. Incluso en viajes cortos. En simultáneo esa bandeja acanalada llena de monedas clasificadas por valor, que nunca se tocaba. “Este turro se hace un aguinaldo mensual con el curro del cambio.” ¡Y empezó a juntar un resentimiento! ¿Es necesario ese robo hormiga a gente que salía a trabajar? ¡Aprovecharse del pobre trabajador dormido!

Empezó a escupirle el asado todos los días, por lo menos ese rato de su viaje. Dejó de dormir y a cambio se transformó en un justiciero del “trabajador argentino dormido en el bondi”. Prestaba atención a todos los pasajeros.

-¡Señor! ¿Usted no se olvida de su cambio? Miradas asesinas por el espejo.

-¿No tenés cambio? No importa. Yo me quedo aquí parada hasta que juntes lo que me debes.

A las pocas paradas:

-¡Ya está! Calculé mentalmente y ya tenés para darme el vuelto. Otra mirada asesina por el espejo.

Hasta que llegó LA MADRUGADA. La Seño estaba próxima a no tener que viajar más en ese bondi. Se terminaba su suplencia. Preparó el dinero del boleto la tarde anterior. Era muy escaso el cambio necesario para dar el vuelto, solamente un par de monedas.

-Uno hasta José C Paz. Entrega el dinero.

-Recién salgo y no tengo cambio. Mirada asesina frente a frente, número uno.

-Ahí, en la bandeja tenés para darme.

-Te digo que no tengo cambio, pasá y me lo pedís al bajar. Mirada asesina número dos.

-No. ¡Porque en la bandeja tenés con que darme el vuelto!

– A vos no te importa lo que tengo en la bandeja. Te digo que no tengo cambio.

– ¡Ah! ¿No tenés? ¿Y esto qué es? Y mientras lo decía de un manotazo hizo volar la bandeja de Monedas Fantasmas y salió corriendo, ante la mirada atónita de los pasajeros y las puteadas del chofer. A partir de ahí tomo otro colectivo que empalmaba a su vez con otro para llegar a destino. Valió la pena la semana de llegar tarde a la escuela.

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