EN BONDI (CRUCE DE RUTAS)

Amanecía en la pampa húmeda. En su eterno periplo por los caminos y rutas del conurbano bonaerense, durante todo un año la Seño, bajaba de un colectivo en un cruce de ruta, para esperar otro. Esas primeras luces bañaban la fría mañana con doradas promesas de un escaso ascenso de la temperatura y la esperanza de llegar por fin a su destino.

Sola, siempre sola en ese cruce de ruta, donde no había nada. A sus espaldas había quedado la localidad cabeza del partido y hacia su derecha la ruta la trasladaba otros veinte minutos, hacia la pequeña localidad donde se encontraba su escuela. Frente a ella los baldíos.

Pese a ser el recorrido cotidiano, le tenía pánico a la situación. Portar el delantal y que asomara debajo de la campera era la única protección que tenía. A esa hora comenzaba a fluir el tránsito mayormente formado por camiones. Nadie caminaba por allí en esas madrugadas, la parada del colectivo era el lugar convenido, pero sin señales evidentes y la espera la hacía de pie en el barro al costado de la banquina. Estar allí la obligaba a estar siempre en movimiento en el mismo lugar, primero por el frío que corría libremente en un vendaval constante y después para salir escapando si era necesario. Pese a su corta edad, la Seño juntaba todo su coraje para dar una imagen de seguridad y autoridad a la vera del camino. Que no se notara que estaba atenta como un lince, con ojos por los cuatro costados, al acecho de cualquier eventualidad. Muchas veces en esa espera se imaginó diferentes rutas de escape, estudiando caminos, paredones y baldíos, que pudieran darle cobijo. No sabía que le asustaba más.

Cada tanto avanzaba transversal a la ruta, tratando de ver a lo lejos, la llegada del colectivo. El transporte era unos de esos bondis, que hacen recorrido dentro de un municipio. Su andar era cansino, se bamboleaba de manera que parecía que en cualquier momento se desarmaba por el camino. Verlo reconfortaba su alma, terminaban esos minutos de inquietud en el medio de la nada. Para pararlo avanzaba por la banquina y la ruta, todo lo que el transito le permitía, para que el chofer no sólo la viera, sino que además se diera cuenta que era maestra. Parar en plena ruta para levantar a una sola persona era una decisión que dependía del ánimo del chofer. Frecuentemente la dejaban pagando, en el medio del frío, a ella y sus veinte años, a ella que estaba cagada de miedo, a ella que levantó a las 4:30 de la mañana, a ella que esperando el siguiente, llegaba tarde, poniendo en peligro el presentismo. La seño respiraba hondo, y cuando el transporte la peinaba sin ánimo de parar le tiraba un alarido, que le salía de las entrañas:

-¡PARÁ HIJO DE PUTA, QUE LLEGO TARDE PARA EDUCAR A TUS HIJOS!

Y el colectivo paraba, cinco metros adelante. La seño los corría, subía y volviendo a su tono habitual, decía:

-Muchas gracias, un boleto hasta…

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