Mientras en el mundo se ha luchado fervorosamente por conseguir una verdadera democracia, con el derecho a votar de todos los ciudadanos en general –sin distinción de castas, raza, riqueza, género…, consiguiendo el derecho a votar de las mujeres en muchos países, desde fines del siglo XIX–; mientras las mujeres de la primera generación de votantes asistía feliz, por fin a las urnas en Perú 1956…; hoy en día, qué lejos estamos de ese panorama; los medios informan que existe una gran desidia en la gente, mucho desinterés, indiferencia, frustración, decepción, desconcierto, confusión y enojo en los votantes de ambos sexos…
¡Ay!, hija –me decía mi madre cuando me contaba, cómo fue para ella ese grandioso día en que fue a votar por primera vez en su vida–, fue un gran día de fiesta para todas las mujeres del Perú. Por fin yo podía dar mi voto de confianza a quien me representaría en el gobierno por los próximos cinco años… Entonces yo tenía 30 años, mi madre tenía 48 y mis abuelas nunca alcanzaron a votar en su vida –me decía.
El derecho a voto fue un hecho muy importante en la vida de mi madre y de las mujeres en general; pues hasta ese tiempo, como es sabido, solo los hombres votaban, solo los hombres hacían las leyes, solo los hombres gobernaban, solo los hombres tenían cargos públicos, solo los hombres trabajaban con sueldo, ellos decidían por nosotras, las mujeres… Por eso era muy importante para mi madre haber logrado ese derecho de votar; en adelante ella votaría por un buen gobernante que velara por la paz, la equidad de los géneros, de las razas, por la justicia en general.
Desde adolescente, mi madre había demostrado su gran interés por los acontecimientos mundiales, sobre todo por las revoluciones… Le encantaba contarnos las historias de esas revoluciones que le habían calado el alma, como por ejemplo, la revolución francesa y la de las sufragistas, que eran sus preferidas; también la de Nelson Mandela; o de Fidel Castro y el Che Guevara; aunque los medios corporativos los desacreditasen incansables; y así también, nos contaba de otras revoluciones
A mi madre le gustaba mucho la política, soñaba con la justicia y la paz en el mundo; pero ella también era consciente de que esa justicia y paz en la tierra no llegaría mientras el corazón del hombre no abrazase su lado religioso o espiritual. Este era un tema muy peliagudo que mantenía a veces con mi padre, porque mi padre era ateo, él sostenía que la religión era el opio del pueblo, y decía que estaba harto de los religiosos charlatanes que se aprovechan de la gente incauta.
Pero eso sí, ambos estaban de acuerdo en que la llegada de las mujeres al poder cambiaría el mundo; que la política evolucionaría con el voto femenino y una mayor participación de las mujeres… Que con la mujeres nacerían nuevas leyes, nuevas reglas de juego, que con ellas se terminaría ese lado explotador que había cultivado el hombre en aras de una mal llamada civilización y cultura, que no era más que su propia degradación…
Aunque este proceso tomaría su tiempo, no había duda que con la mujeres se harían esas nuevas reglas de juego, que nos llevarían de este plano destructivo de la explotación al plano divino de la dedicación, de la solidaridad, de la protección, del respeto a toda vida existente en nuestro amado planeta Tierra; en fin, que nos llevarían a todo eso que el corazón llama: AMOR.
Año del reconocimiento del derecho a voto de la mujer en países de Sudamérica.
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