UNA SEMANA SANTA ATÍPICA

UNA SEMANA SANTA ATÍPICA

Fran Nore

14/04/2021

UNA SEMANA SANTA ATÍPICA

Fran Nore

Ahora que se han agudizado los problemas sociales y económicos en todas las comunidades étnicas y retiradas del planeta, se han propuesto unas jornadas de inoculación con el esencial propósito de aplacar el paso destructivo de La Covid-19. Sin embargo, se sabe que será una tarea titánica y descomunal para las organizaciones y entes de salud cubrir las necesidades de vacunación urgente para toda la población mundial.

La epidemia del Covid-19 ha mostrado la indefensión humana, la desigualdad y el desnivel entre las sociedades metropolitanas. Teniendo en cuenta que las metrópolis pierden más en su fuero urbano.

Corría la Semana Santa del año 2021 sin mucho entusiasmo.

Necesitaba recobrar el entusiasmo y la tranquilidad.

Habían sido unos días muy difíciles para mí.

Mi madre se encontraba enferma. Y lo más preocupante se encontraba en un estado de crispación nerviosa.

Fui a visitarla. Ella vivía en una zona céntrica de la ciudad de Medellín. Me desplace hasta su casa. Cuando llegué al portón me abrió mi hermano Juancho. Un joven alto, flaco y ceñudo, de tez extremadamente pálida, algo demacrado, de modales finos y delicados.

– Hola -saludé, y él contestó sin ninguna efusividad.

Entré; acompañado por él, a la casa.

Mi madre estaba recostada en el sofá.

– Hola, querida. ¿Cómo has estado?

– Un poco mejor –respondió lastimeramente.

– Me alegro mucho.

Me quedé sofocado en un respiro.

– Como sabrás… Para el inicio de esta Semana Santa la ceniza del Señor la van a distribuir en bolsitas plásticas para uno mismo aplicársela con los dedos sobre la frente.

– Sí. Eso escuché…

– Bueno… Te compré unas frutas. ¿Ya desayunaste? -nuevamente respiré hondo-. ¿Has consultado al doctor?

– Sí. Ya desayuné. Juancho llamó al doctor y ya me han revisado. Tengo exámenes de control la semana que viene.

Mi madre es una mujer de 78 años, tiene la presión arterial alta, tiene artritis y quistes en las piernas, a duras penas puede caminar. Sin embargo, mantiene un ánimo inquebrantable. Sus crisis nerviosas se agudizan extrañamente en los momentos en que se siente sola, aunque Juancho siempre está allí, velando por ella, cuidándola y acompañándola.

Es una mujer muy creyente, está constantemente leyendo la Biblia, libros y folletines religiosos. Mantiene sus escapularios y sus estatuas de Santos a la vista.

En las paredes de la casa de mi madre abundan cuadros de vírgenes y de Jesucristo por todas partes. La casa parece una capilla. Mi madre es una mujer muy devota.

Aunque la mayor de las veces se la pasa enferma, Juancho y yo extremamos las medidas, incluso más por la pandemia del Covid-19 que azota actualmente todo el planeta. Procuramos mantenerla a cierta distancia, utilizar el tapabocas y el gel anti bacterial para las manos.

Ella no parece estar muy a gusto con los protocolos de bioseguridad, pero es por su bienestar. Sería catastrófico si llegara a contagiarse con el Coronavirus con su ya estado de salud tan quebrantado y comprometido.

En esta Semana Santa no podremos llevarla a la iglesia a escuchar las misas y recibir la eucaristía. Todo tendrá que ser dentro de la casa, cualquier servicio religioso y demás menesteres.

La propagación contagiosa del Covid-19 tiene en alerta todas las dependencias de salud general. Es un alto riesgo visitar con nuestra madre enferma algún sitio religioso.

Incluso también le hemos restringido visitas de familiares, amigos y vecinos. Prácticamente la mantenemos aislada. No es prudente ni conveniente exponerla a un inesperado contagio.

En el transcurso de La Semana Mayor que se avecina no habrá por esta región de la ciudad ni procesiones ni reuniones eucarísticas. Ya han informado que las procesiones y las misas serán transmitidas por televisión y de manera virtual.

Será para todos una Semana Santa atípica, sin afluencia de público y sin asistencia de fieles.

A mí madre le conmueve mucho la situación. Ella piensa, en su interior, que primero son los deberes religiosos antes que la salud. Juancho y yo pensamos lo contrario.

Los días se los pasa leyendo sus cuartillas diocesanas, rezando y orando para pedir al Todopoderoso que mengue o acabe la pandemia, que incluso ve como un castigo del Señor por nuestras blasfemias y pecados.

A veces creo que es bastante supersticiosa. Pero en el fondo tiene razón. Hemos sido demasiado malévolos e indiferentes a las tragedias ajenas, lo justo y equitativos que hubiéramos podido ser, y lo benevolentes, sólo lo hemos practicado en secreto, a espaldas verdaderamente de los más necesitados de nuestra ayuda.

Mi madre ha sido una mujer muy piadosa y caritativa.

Cuando mi padre estaba vivo, ambos eran muy respetuosos de las leyes de Dios.

Juancho y yo hemos crecido con estos principios.

– Madre… en esta Semana Santa nos quedaremos en casa… te acompañaremos en tus rosarios y oraciones…

Parece alegrarse. Al menos sabe que no va a estar sola. La llena de dicha saber que vamos a estar todos juntos viviendo con recato y devoción los misterios del Jesus Salvador.

Mi madre ha estado muy quebrantada de salud, débil y sin ánimos de hablar. Pero con mi visita recupera nuevas fuerzas y ya quiere caminar por toda la casa prendida de mi brazo.

Ayudada por Juancho se levanta del sofá y camina directamente hacia mí. Se aferra a mi brazo y juntos caminamos los tres hacia el patio trasero de la casa. Sostenida de los brazos de nosotros dos. Su estado de ánimo se recompone. Su rostro se ilumina un poco.

Es tan bella y sabia mi madre, su amor y su ternura irradian fuerza y tranquilidad.

En estos tiempos de pandemia mi vida no ha sido fácil. Supongo que la de muchas personas tampoco. Me sobrecogen ideas enaltecedoras. De igual forma como mi madre, pido a Dios Santísimo que nos dé mucha fortaleza para superar estos momentos cruciales.

Llegamos al patio trasero. Sentamos a nuestra madre en un confortable sillón. Juancho quiere peinarla. Yo permanezco frente a ella, observándola. En todos estos años de enfermedad, ha envejecido sólo un poco más. Aún conserva algo de su lozanía, y el brillo inquieto y juvenil de sus ojos iluminados.

– Pensaba si podríamos ir a visitar el Señor Caído. Dicen que van a abrir el sepulcro los días Santos…

– Seguramente lo abrirán con todos los protocolos de bioseguridad requeridos… Pero no creo que podamos ir… no te quiero exponer a largas filas y esperas… Nos tendremos que resignar a ver la transmisión de los ritos religiosos por televisión.

Juancho la peina con mucha delicadeza.

En estos estos años en que ha estado enferma la cuidamos y protegemos como a una muñeca. La consentimos y le brindamos todo nuestro amor y cariño. Ella es lo único que nos queda, el ser más amado y preciado que orbita en el centro de nuestras vidas.

La tomo suavemente de las manos. Le canto y susurro y le provoco sonrisas. Cuando sonríe el mundo parece diluirse.

En el patio el aire fresco de la mañana nos envuelve.

Juancho termina de peinarla.

Al rato está comiendo manzanas y duraznos. Le encantan las frutas. Se siente tan a gusto a nuestro lado. Ella es nuestro refugio. Nosotros no somos sus bastones, somos sus guardianes, que es muy diferente.

Pasamos la mañana hablando, riendo, mimándola.

Con tanto meloso afecto ella parece adormecerse.

Es tan bella mi madre, aunque a veces la siento triste, ajena, distraída.

Con nuestras dosis de cariño se le va pasando la nostalgia y las ausencias.

Volvemos al interior de la casa. Llevándola cada uno del brazo. Así entramos los tres. Mi madre es muy impedida para caminar.

– ¿Te vas?

– Sí. Madre…

Se entristece dulcemente.

– Pero te prometo que mañana volveré a esta misma hora y pasaremos un grato rato juntos.

– Te esperaré con ansia…

Es tan hermosa y carismática mi madre, sólo le pido a Dios muchas bendiciones para ella, que me la proteja y cuide a cada instante de su existencia.

Volvemos a la sala. Allí Juancho la ayuda a recostarse nuevamente en el sofá. Se queda observándome.

– Estás más delgado… ahora que te reparo más detenidamente…

– Sí, madre.

Etiquetas: relato

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