Amo los días otoñales, los amo.
A veces creo que la Naturaleza ejerce una fuerza inversa dentro de mí, y esa fuerza es la manera en la que me relaciono con ella y conmigo misma.
El sol se torna más amable, como si me permitiera mirarlo a los ojos, y yo en un gesto de gratitud lo dejo rosar mi piel.
El aire… el aire se vuelve aire. Lo respiro, lo expulso. Recorre mi interior y vuelve una y otra vez a recordarme que vivo y que siento.
Amo el otoño porque parece devolverme lo que la naturaleza deja: la madurez de las hojas, el intenso calor del sol y, misteriosamente eso regresa a mí como un intercambio de acuerdo mutuo. Complicidad entre mi carente y vacío ser que todo el tiempo desea sentir «eso» que aún no sé como se llama y, la naturaleza bondadosa me obsequia por tres meses la posibilidad de alojar en mí ser la falta de lo que, tal vez, no sé que se llama AMOR.
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