Materno-divagando

Materno-divagando

Silvia Eslava

12/04/2021

En mi país es muy popular un dicho: “hay que ser madre para saber que es parir un hijo cabezón”.  Y es que a uno no le alcanza la imaginación para re crear esa innata conexión, un sentimiento que se ahonda en lo más profundo del ser, que se abre paso en medio de cada ranura de nuestro cuerpo, que va más allá de donde nace el dolor y la alegría. Como si ese dolor de parir nos recordara el significado de la existencia; nos convertimos en nuevos seres que cavan desde lo más profundo, nuevos sentimientos y una nueva luz.

Pero lo cierto es que es triste pensar en los perfiles y asociaciones maternales; los estereotipos universales que socavan el alma y el optimismo tratando de desteñirnos como si algo terminara cuando apenas acaba de empezar y contrario a las apariencias solo nosotras sabemos que nos soltaron una cuerda dorada. Es ahora cuando se estremece lo profundo de nuestro ser. Dejando aflorar lo más puro, sutil, dulce y real que puede surgir en estos tiempos en donde tan poco valor tiene la palabra AMAR. Como seres humanos recorremos un largo camino buscando un sentimiento que desde que nacimos ya habíamos experimentado y quizás con el tiempo lo olvidamos y queremos re inventar. 

Tal vez, simplemente solo se trata de encontrar quien aflore los sentimientos más profundos de nuestro ser. Que por fugaces, profundos o superficiales que sean son los que terminan dando vida y generando amor. Ese que tanto le falta al mundo.

La maternidad nos convierte en cantantes de cuna, psicólogas para decirnos que debemos contar hasta diez, enfermeras, maestras de por vida, decoradoras y diseñadoras de nuestros días, arquitectas de nuestra vida porque sobre nosotras reposa en los hombros el peso de dar vida y cada una vive y da significado distinto a lo que es amar, ya sea sola o con alguien que nos acompañe en el camino, contrario a lo que muchos piensan hacernos madres es en parte un antídoto pues como diría Gioconda “los partos no destiñen es la falta de amor lo que agota y envejece”.

Silvia Eslava

¿Es la única? Me pregunta la mujer en el parque contemplando los juegos de Adriana. Tengo cuatro, le respondo. No tarda mucho en preguntarme sus edades Y en mirarme, incrédula, cuando se las digo. -Se ve usted muy joven para todo eso- comentan. Es un halago pero siempre me hace pensar en los tristes perfiles, las asociaciones, de la maternidad. Más vida dan las mujeres, -sostiene la popular sabiduría- más vida pierden. Los partos las destiñen. Engordan. Se agotan. Envejecen. Cuatro hijos tendrían que haber terminado con la sensualidad o el deseo. Como si cada hijo mágicamente redujera la libido, y no fuera la realidad exactamente lo contrario: Cada hijo dejándonos más cerca de la vida más proclives a la ternura, la piel más suave y el sexo más acogedor. Es la falta de pan, de amor, la que desgasta. No el parto. Gioconda Belli

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