Vidas quemadas como sucios trapos

Nos inquietan desde las sombras

A que fueran arrojadas tiempo ha.

Son vidas muertas: nada esperan.

Y todavía así nos obliga su infortunio.

Hermanos fuimos de esas vidas,

Hijos, nietos, amigos amados.

En la hoguera que buscó purgarlas

Fueron ellas quemadas y algo nuestro,

Una parte, un segmento, un retazo,

Ese sector que nos pegaba a su presencia.

¿Ven el porqué de nuestro enojo?

Las cicatrices que deja el fuego

No obtienen disimulo.

Cada tanto quedamos ausentados,

Suspendidos, por su memoria abstraídos.

Pensando en el tiempo robado,

Años que no les dejaron vivir,

Futuro clausurado.

Algunos ya hemos perdonado.

Otros no.

Poco importa ante mal que no tiene cura.

Si yo he perdonado y aquel no,

¿en algo varían el crimen y la perdida?

Al fin y al cabo y en vista que el hilo

De la vida también en nosotros se acorta,

Que no pasará mucho y también nos iremos,

Que nunca vengamos en iguales términos

La afrenta ni ahogamos en su sangre

Al asesino de nuestros muertos,

¿No habrá llegado el tiempo del silencio,

Del respeto por el rival merecido?

¿O incapaces de aprender, entorpecidos,

Brutales y necios, otra hoguera buscaremos?

Que se guarde luto. Y se haga silencio.

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