Fiesta de hojas

Empezaba a caer el atardecer con un resplandor anaranjado y azul. Se trastornaban los colores en una mezcla de acuarela natural, mágico y perfecto, casi empírico para no tratarse de un día cualquiera. Las aves trastocaban el aire con la vibración de sus alas, se dilataban las nubes bajo la estela de frío que iban dejando tras el vuelo, y como si se tratase de un cuento de hadas, las luciérnagas iban poblando cada agujero restante en ese dulce ambiente, formando un ámbito navideño de verdes fosforescentes y traslúcidos, empapando el nefasto silencio de cantos al bosque, recordándote una y otra vez que estás en su territorio y no puedes destruir nada por simple gusto o negocio, no es tu turno, no.

Se asomaban las estrellas con delicadeza, pues aún no le tocaba trabajar a la luna. El río descendía su flujo rápido e intenso cambiándolo por un fondo más boscoso, el agua rozaba las rocas haciendo un sonido formidable, los peces eslugleaban un canto nocturno para despedir al sol y así poder saludar a la luna, les fascinaba su franqueza y honestidad, pues cuando quería, decidía iluminarlo todo, y cuando no, simplemente se escondía tras las nubes.

Los lobos se reunían para danzar, despertaban al bosque entero para anunciar la llegada de su manada y asustar a los venados, listos para cazar y comer carne fresca, beber un poco de sangre y besar la tierra con ese apetecible sabor a hierro…mmm!.

Pero, y qué hay de los árboles? Allí estaban, a medio cuerpo sepultados en el mismo sitio por años, observando fiestas y atrocidades. susurrando entre las sombras y sintiendo envidia de la moción de los animales, se hacía microdélico tener que convivir en esa situación, pero qué importaba? Dios los había castigado con el absurdo poder de filtrar un aire sucio y oxígeno contaminado, de crecer y vivir por miles de años para terminar convertidos en muebles, puertas o escritorios, vaya poder!. No podían voltear, no podían hablar, no podían reír o conversar, pero definitivamente si podían sentir, oh…y sentían mucho.

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