Cuando nació, la madre la miró y se sorprendió al verle los ojos tan abiertos . Ahí se dió cuenta de que esa no era una criatura común, que tenía algo que desde el mismo momento de salir del espacio líquido y acogedor del útero, la diferenciaba del resto.

Su primer año pareció desmentir a su madre, excepto por esos momentos de contemplación en los que podía pasar un tiempo largo, extasiada, mirando algún objeto.

Solo miraba, no tocaba, no investigaba, Esos ojos que habían nacido abiertos, parecían no cerrarse nunca.

En la medida que crecía, esa capacidad de concentrarse en ver algo determinado se hacía más notoria. Hablaba poco y con seriedad, no decía las cosas esperables para su edad y más que frases o comentarios, lo suyo parecían sentencias. Las pocas veces que la escuchaba, la madre sentía que estaba leyendo un libro de aforismos. Algo también llamativo era que rara vez reía, mejor dicho, nunca reía, solo esbozaba una sonrisa a lo Gioconda.

Las pocas palabras, la seriedad, la risa ausente, hubiesen hecho que pasara totalmente inadvertida ante los demás, pero estaban los ojos y a esa mirada no podía ignorarla nadie.

Durante los primeros años fue eso, su mirada fija y penetrante, llamativa, pero nada más.

Cuando tenía alrededor de doce años, miró fijo a su madre y le dijo, sin pestañear_cámbiate, vamos al hospital. Papá se accidentó con el auto y acaba de morir.

La madre quiso interrogarla, qué como sabía, qué si…pero no se atrevió. Se puso un saco, se cambió los zapatos y llamó a un taxi. Recién ahí se animó a preguntar a cuál hospital, para indicarle al taxista. Cuando llegaron , preguntó en la recepción por el Sr. Francisco Carvaglia, que aparentemente había sufrido un accidente y la chica de informes se comunicó con la guardia y las dos fueron hasta allá. La madre volvió a preguntar por el Sr Carvaglia en la guardia y la empleada que las atendió le dijo que esperara un momento y se fue. Entonces Julieta abrió los ojos más que nunca y dijo _está en la cama cuatro, lo están por llevar a la morgue.

La recepcionista detuvo su camino, se dio vuelta para ver quién había hablado y se encontró con esas dos piedras negras, inmóviles, que parecían estar en una dimensión diferente. No supo que contestar y siguió su camino. Claudia, la madre, la miró con angustia y miedo y empezó a llorar. Lloraba por ella, por su marido muerto y por esa hija que nació con los ojos abiertos.

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