La soledad le tenía de la mano, llevándole y trayéndole entre susurros de mala amiga.

La tristeza vivía a su lado.

Su pecho, árido territorio ocupado por la nostalgia.

La forma de su sonrisa se le aparecía de repente y le quitaba el ánimo.

No podía sacar de sus oídos el eco de sus risas.

No quería caminar por los lugares en donde fueron pareja.

Y extrañaba interminablemente sus olores de mujer bonita.

Era el dolor masivo de los primeros días del abandono, la firme tenaza de amargura que nos aprieta el ánimo al sabernos solos después de haber estado felizmente juntos.

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