¿Cuál es tu mejor regalo?

¿Cuál es tu mejor regalo?

ESTEFANYA PARRA

26/03/2021

En un mundo lleno de velocidad, donde no hay tiempo para las pausas y la tolerancia o la paciencia son las menos invitadas a convivir con la actualidad, se hace poco evidente lo más intangible pero de alto valor.

Y parecía que llegar a tu lugar de trabajo era lo más fundamental por la mañana, tomar las llaves de la casa y tu maletín para la presentación en la reunión era la prioridad. Quien diría que jamás fueron 10 km recorridos, si no una distancia bastante idónea para recordarte todo aquello que solías dar y te combinaba perfecto con el sujeto que eras.

De pequeño para llegar a la escuela bastaba con correr por 3 minutos, afortunadamente la institución estaba cerca de tu casa y si había algún retraso, aumentar tu velocidad era suficiente.

La secundaria se volvió algo compleja cuando ya no dependía solo de ti para llegar a educarte, si te quedabas dormido se armaba una verdadera odisea para estar a tiempo. Somos seres magnéticos se dice, pero es que sí, esta situación no podía pasar por alto, porque de una u otra manera, esos días que estabas tarde, te dejó el autobús, un perro te persiguió hasta obligarte a ir por una ruta diferente, incluso el taxi en el que ibas tubo que detenerse tras recorrer 10 cuadras por una llanta defectuosa.

La universidad aunque parecida, era algo más ligera porque la responsabilidad era totalmente tuya, ya no tenías que llevar a tus padres para justificar un retraso o el incumplimiento de una tarea. Entonces era menos carga con tus semejantes, pero significaba la modificación de tu puntualidad por completo.

Las anécdotas de cada situación que habías vivido durante tu vida de estudiante se presentó como en el cine. Solo que no estabas acompañado y tampoco en silencio para saber de qué trataban las escenas que podías presenciar.

Te habías convertido en un individuo puntual y responsable con cada acción y consecuencia que tus decisiones presentaran. Pero era sábado y aquel sueño con el que te despertaste era totalmente real para ti, que despertarte y salir a toda prisa de la casa era tu único enfoque.

Sin embargo, este parecía ser el día preferido para realizar las compras de las amas de casa, reuniones para jugar o salir a correr en la mañana. Otros preferían ir de viaje o crear cualquier actividad que signifique reunirse con otras personas. Ese era el motivo para que las calles estuvieran repletas.

Quizás si te hubieras fijado en este aspecto del entorno que te rodeaba, seguramente hubieses retornado tranquilo a casa, pero si, el «hubiera» no existe y en un mundo lleno de causalidades, lo que te sucedía era necesario y como todo se llevaba a cabo estaba perfecto.

Acelerar y parar eran las dos maniobras utilizadas por un largo tramo de tu vía. Aquella calle que estaba llena de semáforos por ser una carretera principal no te permitía avanzar como de costumbre. Algo inquieto por lo que sucedía, decidiste encender la radio y colocar tu emisora preferida.

¡Perfecto!, fue lo que dijiste y te echaste a reír, cuando tu locutora favorita menciono «Que tengan un sábado estupendo, ya que este programa se transmite también el día de mañana», revisaste la fecha en tu celular y si, no estabas en tus días laborales y tampoco era lunes como te había hecho creer tu sueño.

Poco a poco te movías en la calle y llegaste hasta un semáforo. Parecía que sería un largo tiempo de luz roja, y como todo estaba sincronizado aparentemente, la música que no escuchabas hace algunos años empezó a sonar y frente a ti cruzaba un niño de la mano de su madre.

Aquella madre estaba firme sujetando la mano de su hijo, pero el niño hacia todo lo posible para que de su bolsa no se escapara un inquieto tomate. Al poder apreciar esta escena sonreíste, pues de pequeño te gustaba ayudarle a tu mamá en las compras y por más 10 años que tenías para ir al mercado, cada vez que ibas a la frutería te regalaban una fruta más y era esa precisamente la que a veces no llegaba a casa.

Para evitar que esto sucediera, la guardabas en los bolsillos de la chompa o el pantalón, te la comías o la regalabas. Esas eran tus mejores opciones, pero cuando conociste a Pablo, el niño que juntaba los desperdicios del mercado te asegurabas de llevar de casa un pan o un jugo de botecito y con la fruta que te regalaban armabas un festín para tu amigo.

Antes de salir del mercado, pedías permiso a tu madre para ir al baño, pero en realidad tenías los minutos contados para buscar a Pablito, decirle que te daba gusto verlo, estrecharlo en un abrazo y dejarle tu presente. Este acto era como un ritual de fin de semana. Cada sábado, a las 8 am disfrutabas de ayudar a tu mamá y de visitar a un amigo.

Esa amistad te dejo los mejores valores y unas experiencias únicas, de esas que te gustaría contar a tus nietos, pero al final perdiste contacto con Pablito al cambiarte de ciudad por el trabajo de tu padre.

El semáforo mostró su luz verde y todo indicaba que debías cruzar la calle, pero ceder el paso te volvió a dejar parado con tu vehículo. Ahora quien cruzaba era un joven aproximadamente de unos 25 años, alegre por la postura que mostraba y disfrutaba de sujetar la mano de su pareja.

¡Qué tiempos!, era la expresión que vino a tu mente, habías tenido una pareja increíble a tu lado en la época de la universidad e incluso pensabas que te casarías con ella, pero las cosas a veces no salen como las pensamos. «Lo que es adentro es afuera», era aquello que parecía perfecto y al final tardo en salir, así que fueron unos 6 años de relación perfectos por todo lo que aprendiste y ahora solo era un recuerdo.

Esa vida que tanto habías planificado no se asemejaba a lo que vivías, tus padres habían fallecido en un accidente, sin embargo su apoyo incondicional y el tiempo que estuvieron junto a ti ayudo a formar un profesional exitoso. Parecía que las personas tenían fecha de caducidad como los productos y siendo hijo único, tu familia eran los familiares de tu padre y madre.

Eran demasiadas cosas las que habías recordado en tan poco recorrido, pero fue el necesario para darte cuenta de que necesitabas una pausa en tu vida, porque aislarte del mundo y estar inmerso en el trabajo había hecho que perdieras la noción del tiempo.

Si había algo que te gustaba en este mundo, te devolvía a tu niñez, a la compañía de tus padres, con la amistad de Pablo, la superación de crisis existenciales en la universidad, una cita romántica y la experiencia de probar lo más nuevo, era disfrutar de un helado en el parque.

Nunca antes habías sentido una alegría de satisfacción por todo lo vivido y menos un sábado. Por lo general dormías hasta el medio día y en la tarde practicabas tenis. Pero esto se había vuelto rutina.

Logrando salir de toda una fila de vehículos, tu siguiente parada fue un parque, y lo primero que pensaste fue en comprarte un helado. Fue tanta la alegría de hacerlo, porque dejaste de disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, así que 3 sabores no eran suficientes. 

Estando frente al carrito de helados, lo primero que querías ejecutar era pedir un helado que tuviera una montaña de sabores, pero ahí fue cuando una voz suave llego hasta tus oídos para decirte que eso ya no era disfrutar. Eso decía tu madre, así que sí, si deseabas pasar una tarde con ella aunque sin su presencia física, estaría perfecto una nieve chocolate.

Y así es como vamos a través de los años siendo trascendentales. Y entendiendo que cada uno da amor de diferente manera, sin duda para ti y para una gran mayoría el más valioso regalo por recibir es el «Tiempo de calidad».

PD: Gracias por el regalo de llegar hasta esta línea.!!

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