Dunas de nieve, montañas de arena.

Dunas de nieve, montañas de arena.

Vicente Olmos

07/02/2018

La nieve relucia en el suelo, brillante.

Cuatro gruesas paredes de ladrillo gris rodeaban una humilde y hogareña casa. La gente paseaba, sonriente dentro del cuadrado, al rededor de la casa, entre ellos, una anciana de rostro humilde observaba amablemente como la gente venía a pasear a su recinto. Afuera, el horizonte chocaba con unas altas montañas blancas que se fundian con el difuminado cielo azul y bajo, entre las montañas, pequeñas casas de vivos colores yacian alegremente sobre la enorme sabana blanca como pequeñas motas.

La gente empezaba a marcharse a sus hogares, saliendo por un arco gris que rompía la exactitud de los muros.

Sólo quedaron dos personas, jugando a pillar alrededor de la anciana. Corrían dando vueltas y se lanzaban pequeñas bolas de nieve. Corrían y reían. La anciana les miraba sonriente; la alegría y el cariño de las dos personas era contagioso.

Hicieron ángeles en el suelo y pequeñas montañas de nieve desde donde saltaban.

Continuaban jugando a pillar. La chica corría, riendo dulcemente mientras que el chico le perseguía sonriente. Finalmente la chica paró en seco. El gorro se le había caído y el pelo enmarañado hacía que algunos mechones rubios se le cruzarán delante de los ojos. Los ojos brillaban detrás del cabello y la sonrisa dejaba ver unos pequeños dientes. La chica miraba como el chico se acercaba poco a poco. Sus ojos brillantes le seguían sin mover la cabeza, mientras que el viento le alborotaba el cabello.

El chico se acercó y levantó la mano, para colocarle el mechón detrás de la oreja. Las miradas estaban a pocos centímetros de distancia; la chica volvió a sonreír. Poco a poco, sus rostros fueron acercándose a la vez que cerraban los ojos. El aliento húmedo y caliente salía como vaho de sus labios, cada vez más cerca.

Cuando estaban a punto de besarse, la nieve desapareció para convertirse en arena, las casas en nada, las montañas en dunas. El difuminado cielo azul seguía iluminando el horizonte.

Los dos se separaron sin llegar a besarse y miraron a su alrededor. Las cuatro paredes grises seguían allí, alrededor de la casa.

La anciana en silla de ruedas seguía clavada ahora en la arena, mirándoles cariñosamente.

Los dos caminaron en su dirección lentamente; durante un momento, su dedos se rozaron y una sonrisa surgió en sus rostros.

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