Un latigazo de calambre advierte una mala postura en mi sueño, inconsciente, giro sobre la masa de mi cuerpo para liberar el brazo bajo mi abdomen. Un tenue resplandor se filtra a través de un traga luz a la derecha del techo. Vuelvo a girar sobre el colchón en el suelo que llamo cama y me encuentro con la ladrillada pared. La «cama» se sitúa en un rincón sin privacidad.

Despierto mis ojos frotando con el dorso de mi brazo, recorro el entorno con una mirada que no denota nada, sólo el más profundo vacío existencial.

Gruño para mis adentros mientras diviso la maleta negra plateada totalmente vacía, la ropa amontonada en una bolsa sobre el suelo. Mientras suspiro, mi brazo se enreda con el cable blanco del cargador, los audífonos prestados cerca de la ya desteñida almohada. El iris marrón de mis ojos forcejean con la luz mientras lucho por no dormirme de nuevo. Advierto la comezón de los ácaros que visitan mis noches e intento eludir el picor.

Se oye el sonido de alguien en la ducha, el chapoteo del agua contra la baldosa. Caigo en cuanta de que la casa parece un basurero, no por la suciedad, más bien por ser la silueta de un obra inconclusa. Un dibujo sobre la pared del fondo del corredor anuncia «love» con un infinito bajo las letras negras.

El peso de mi cuerpo cae derrotado ante la gravedad-del asunto que conlleva despertar. Un ardor se inflama en mi pupila mientras mis músculos ganan la batalla del calambre.

Otra mirada desdeñosa a mi entorno: zapatillas esparcidas en el suelo de porcelana, ropa sucia sobre la caja vacía de un televisor, una silla naranja con patas negras sostiene como una mano el último desodorante que me queda. Ropa sobre cuerdas y otro colchón sobre el suelo. La sabana de lana marrón se arruga casi tanto como mi entrecejo mientras la luz del sol ahuyenta las últimas sombras del alba.

Más tarde:

Fragmentos en mi memoria del libro de Enoc mientras me hago con el celular para mirar la hora, 10:33am —desde luego más temprano que la mañana anterior—, reviso algunas aplicaciones al tiempo que proceso los resquicios de sueño.

—Cómo es posible dormir tanto y sentirme extremadamente cansado —inquiero para mi mismo.

«Un día más gastando oxígeno en tu ilógica supervivencia —comienza una de las voces en mi cabeza»

El borroso recuerdo de unos brazos entorno a mi se difumina en mi mente como humo de cigarrillo en el aire. Sombras nocturnas llegan a mi hipocampo dejando su neblina en mi corteza cerebral. En la consensualización de la incorpórea conciencia de una voz en mi cabeza advierto el ominoso pensamiento que me dejo implantar, el de mi cuerpo bajo tierra, inerte, sin respirar.

—No —vocifero con la intención de alejar aquella macabra idea de acabar conmigo mismo—. No.

Después de dos horas de admirar el silencio, caigo en una noche mental, y las estrellas comenzaron a brillar como recuerdos de un pasado distante, como si quisiese embriagar el presente con memorias muertas. En las noches, en las horas previas a quedarme dormido, visualizo, imagino, creo escenas colmadas de felicidad, quizás con la absurda intención de engañar a la realidad, de venderle un falso programa a la matriz. Mientras el falso optimismo se desvanecía, soñaba con otras vidas, con otros mundos, otros nombres y otros cielos.

«Es hora de hacerte cargo de tu vida —las palabras de mi madre danzan sobre la aurora»

«El que no trabaje, que no coma —acudió la voz de papá como vudú en vivo»

«Los ganadores se ponen metas, los perdedores escusas. —Llegó también a mi la frase de mi ex entrenador de fútbol—. Un sueño que desde luego pereció conmigo»

Los pensamientos negativos me hunden en un estado de súbita auto destrucción, una tristeza gélida me congela el corazón mientras mi pecho arde tras cada latido. Un abismo inconmensurable se abre ante mi y de él emerge una mano como la mía, unos ojos tristes como los míos, un ceño fruncido, una piel descuidada, una boca que me traga. Mientras me precipito al vacío, caigo consciente de todos y cada unos de mis latidos, de mis átomos vibrando a cierta frecuencia. Pasó un instante equivalente a un parpadeo, mi alma descansa al lado de mi cuerpo, desde afuera examino lo mal que estaba, sin embargo ahora, hay paz, una paz que nunca creí posible.

Nadie fue consciente de mi muerte hasta dos horas después, pero ya no estaba allí para ver los rostros.

Imagino la devastación en el alma de mi madre mientras camino por un vacío indescriptible, agua negra bajo mis pies descalzos, sin embargo, no me hundo. Un cielo envenenado de oscuridad sobre mi cabeza mientras me dirijo hacia la puerta en medio de la nada.

—Bienaventurados aquellos que creen, porque a ellos pertenece el paraíso —anuncia la entidad ante mi como guardián de la puerta.

—No —le digo, dubitativo—, no soy bienaventurado, ni mucho menos merecedor de paraísos. ¿Hay un infierno al que puedas guiarme? Que no sea la tierra, por favor.

—No hay un infierno —entona la entidad que estaba conmigo con voz átona y sutil.

Me encojo de hombros. Un sentimiento que no se puede describir me invade mientras mis lágrimas caen hacia arriba en lugar de abajo.

—¿Por lo menos hay un Dios? —inquiero mientras mantengo mi perpetuo ceño fruncido.

—Cada hijo de hombre es un Dios y a su vez, es uno con Dios. La mente humana intenta justificar la existencia mediante su percepción del mundo físico, no obstante, no son conscientes de la magnificencia de su naturaleza divina. Dios es la nada que creó todo, es el big bang, es principio y final, es la fuente, es el aire que se cierne sobre la tierra, es el agua, el fuego, es tu padre y tu madre, es ciencia y también divinidad. Dios es la concatenación de todo lo que existe, no se puede comprender mediante un libro, porque tú eres Dios, todos los hombres son Dios, el espacio y el tiempo son Dios. Él es causalidad, los universos nadan como neuronas en su infinito cerebro.

Me encojo de hombros.

—¿Iré al cielo entonces? —pregunto sin entender absolutamente nada.

—No. —Su voz se hace cada vez más tenue, distante—. No estás muerto aún, estás ahora dormido en tu cama.

—Un sueño —replico—, sólo un sueño.

Me despierto sobresaltado en mi cama, llorando sin saber por qué.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS