Tres Microcuentos: Parte 1

Tres Microcuentos: Parte 1

El Narrador

06/02/2018

La Sonrisa

Aquel hombre caminaba solo con su sonrisa.
El cielo estaba oscuro, frío y la calle lo era aún más, una espesa niebla lo rodeaba todo, pero el seguía caminando, solo, confiado de su suerte.

Una persona sale de entre las sombras, es alta lleva un gran saco negro y un sombrero que cubre su cara en su totalidad; se acerca a él y le pregunta la hora. El hombre llevó la mano a su bolsillo y le respondió con gran calma y amabilidad: «es la hora de dormir». Aquel sujeto no entendía que era lo que pasaba, pensó que era una broma pero no fue hasta que el hombre sacó su revólver del bolsillo y arremetió contra él con dos tiros, el primero fue al pecho; el desdichado cayó en un instante como un pedazo de plomo e inmediatamente obtuvo el tiro de gracia.

Y se fue. Con su sonrisa, en la noche, la fría y oscura noche, desvaneciéndose entre la niebla.

El Durmiente

El Durmiente soñaba. Soñaba con un mundo alegre, pacífico y era este uno perfecto; sin mal o problema alguno, sus pobladores vivían Felices, sin preocuparse. La palabra mal, maldad o cualquier variante de la misma no existía, ni siquiera era un concepto, pues como no había algo malo no era necesaria una palabra que la describiera.

El Durmiente era el rey y soberano de estas magníficas tierras, una divinidad entre los amables mortales y todos sabían que mientras su sueño no fuese turbado las paz reinaría en aquella utopia.

Pero un día todo cambio ya que mientras más se adentraba en su palacio mental más descubriría su verdadera naturaleza. En el fondo aquella paz no era de su interés; y mientras mas indagaba en si mismo, mas oscuro se tornaba aquel mundo paradisíaco. Pues de un momento a otro todo cambió; ahora todo era fuego y miseria, la gente luchaba entre sí hasta la muerte, ríos de sangre corrían por las calles, guerras, hambrunas, genocidios. Aquel mundo de ensueño se había tornado en una pesadilla viviente, un horror del cual no se podía despertar. Aquel mundo, antes regido por un benévolo y sabio gobernante ahora era dirigido por un tirano, un sádico, un Asesino cruel y desalmado que arrasaba con todo lo que era bueno y justo. Asi continuó por un tiempo hasta que aquel antes bello mundo, se consumió a sí mismo en llamas y El Durmiente, quien solo buscaba encontrar la Paz en sí mismo solo pudo hallar miseria y dolor. Hasta que al final, nunca pudo despertar.

En el Andén

Espero el tren. Debí haber hecho esto hace ya tiempo, creo que fue la mejor opción pero… la duda sigue en mí. Me preguntaba si era lo correcto. No lo sé. Creo que no era la manera pero a mi entender esa era mi única opción.

Si, fue lo correcto, ella me obligo, con su indiferencia, su arrogancia y su impertinencia la llevaron a esto, penso que nunca la descubriría; que yo era un imbécil.

Mejor no pienso mas ahora, será más fácil así, ella no lo merece, lo mejor será pensar en que haré a partir de ahora, que le diré a su familia sobre todo esto, debo de adelantarme a sus preguntas. Lo primero que harán será sentir lastima justo con las preguntas típicas de una ocasión de este calibre. Supongo que podré manejarlo, ya he estado en situaciones parecidas, claro que nunca así exactamente pero… casi.

El tren está llegando, una nueva vida me espera; el piso tiembla y la gente se aproxima al andén. No puedo dejar de pensar en ella, en como la deje allí, sola en la cama, desnuda. Empiezo a cuestionarme si mis actos estaban respaldados ¿Quizás lo hice por impulso? ¿O fue un acto premeditado? Subo al tren, pienso en ella una última vez, sola, desnuda… Muerta.

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