VISIOVIUS K
FRAN NORE
¡Eh -gritó Will-, la gente corre como si ya hubiera llegado la Tormenta!».
“¡Llegó! -gritó Jim-, la tormenta somos nosotros.
Ray Bradbury
VISIOVIUS K
1
Antes de que los planetas MMG y Tlexi entraran en una cruenta guerra radioactiva, los habitantes de MMG vivían en armonía con el resto de los planetas de la galaxia Visiovius K, encerrados en sus casas y torreones, bajo la protección del techo transparente de selenita que recubría la ciudad de Xaixel, capital de MMG.
MMG, el más gigantesco planeta rocoso de ese lejano sistema solar, a 250 millones de años luz del planeta Tiamac (antiguo nombre del planeta Tierra), en órbita alrededor de un gigantesco sol implacable e inextinguible, con una peculiar vida extraterrestre aposentada en su superficie carente de mares y de nevados, y de prominente y abundante vegetación; sin embargo, sus habitantes interestelares se habían resguardado en aquel agreste e indomable territorio rocoso, y habían acondicionado su hábitat en una extensa zona habitable donde se erigían los altivos edificios de Xaixel, la única ciudad poblacional del planeta MMG.
En esos amplios y cerrados edificios de cristal de selenita se cultivaban plantas y se criaban animales domésticos, la escasa lluvia que caía cada año era recogida por extractores metálicos que formaban un laberinto de tuberías y canales con los se abastecían los pobladores de la ciudad encriptada entre montículos de rocas.
Antes de que se rompiera la alianza comercial con el pequeño y paradisíaco planeta Tlexi que los proveía de alimentos y de agua, MMG tenía así algunos beneficios de conservación de su especie, además de igual forma comercializaban con otros planetas del sistema Visiovius K que también los aprovisionaban de comida y agua, de armamento, flotas y naves.
El resto de la población mmegeniana repartida por el gigantesco mundo, eran tribus nómadas que vivían en las dunas y se alimentaban de plantas áridas y de residuos planetarios.
Mientras tanto, Tlexi, el pequeño y poderoso planeta tecnológico del sistema se enriquecía con la explotación de los médanos ricos de componentes químicos de los planetas rocosos, incluyendo desde luego a MMG, el más mayor gigante planeta rocoso del sistema planetario Visiovius K.
Con el beneficio de estos recursos de MMG, los tlexianos impulsaron la energía geo solar en gran escala.
Antes de romper la alianza comercial, Tlexi y MMG tenían muy buenas relaciones diplomáticas.
MMG cambiaba sus preciadas rocas por agua y por alimentos que producía el paradisiaco y verdoso planeta Tlexi.
Pero Tlexi era un vecino muy ambicioso, belicoso y caprichoso, desde que había perfeccionado sus técnicas de guerra geo solar, la invención y fabricación de poderosas máquinas ultrasolares con las que hacía peligrosas pruebas experimentales sobre otros planetas, disparando sus rayos de neutrones iónicos pulverizantes a kilómetros y millas inimaginables de distancia, poniendo en riesgo todo el vecindario planetario.
El pequeño planeta tecnológico había desarrollado armas letales de destrucción masiva a distancia. Los demás planetas del sistema temían ser enemigos de Tlexi. Entonces, las noticias más recientes que llegaban a las confederaciones interplanetarias cuestionaban el papel armamentista de Tlexi que había atacado ya algunos vecinos planetas rocosos que se negaban a cooperar y a permitir la explotación de sus riquezas geológicas.
Ese siniestro plan de Tlexi de apoderarse de los minerales de los planetas rocosos del sistema solar Visiovius K, desencadenó el comienzo de la guerra geo solar, y llevó a La Nación Tlexiana a la invasión y a la expropiación de los planetas vecinos, pues sus minerales eran vitales para mantener la prolongación de su avanzado imperio tecnológico.
Y, aunque Tlexi era pequeño y verde por doquier, cubierto por un único y turbulento océano que inundaba el ochenta por ciento de la superficie planetaria, conocido como El Mar de Ruante, el resto del orbe se componía de tierra habitada donde se asentaban las ciudades capitales de Atriada y Modom, y bajo las montañas, la poderosa y misteriosa Ciudad Subterránea de Carát, hermético fortín de sus armas nucleares y radioactivas. En definitiva, estas inmensas urbes eran estados bases del armamento nuclear y destructivo del planeta Tlexi, ciudades rodeadas por impenetrables selvas y por afluentes diluvianos que formaban el mismo Mar de Ruante.
Aunque en un tiempo atrás, cuando La Alianza de las Confederaciones existía en el sistema solar Visiovius K, el pequeño y paradisiaco planeta Tlexi no tenía esas pretensiones de conquistar las superficies geológicas de los planetas rocosos, esto sucedió cuando investigadores de Tlexi, los Hombres T: científicos mutantes de mentes superdotadas, encontraron en los componentes térreos de los planetas rocosos la fuente de sus armas aniquiladoras. Entonces pasó Tlexi de ser un tranquilo y minúsculo planeta protector a ser un peligroso y devorador vecino, favorecido por todos los recursos para el desarrollo de la vida, logrando ser el portavoz armamentista para propagar la muerte y la destrucción. Desde entonces, ambicionó ser la minúscula tierra todopoderosa que quería gobernar la galaxia Visiovius K y sus alrededores estelares, sin importarle los riesgos y consecuencias que esto implicaba. Y decidió, como prioridad bélica, quitarse de encima, de una vez por todas, la gigantesca sombra de MMG, el Más Mayor Gigante planeta rocoso de ese distante sistema solar, el cual impedía con su gigantesca masa y volumen que el pequeño Tlexi se encontrara de frente con la calcinante estrella solar del sistema cósmico Visiovius K.
De súbito, siendo antes benefactor de MMG, le declaró la guerra al descomunal orbe con propósitos aniquiladores, rompiendo así la Alianza comercial y pacífica de las Confederaciones, y desestabilizando la región planetaria. Primero notificó su encono bélico a los gobernantes de MMG, y luego atacó y bombardeó los inmensos desiertos del planeta, como una muestra de provocación.
A lo que las altas cortes de gobernantes de MMG comprendieron que debían prepararse sin querer a responder la afrenta y armar a sus conciudadanos para una eventual confrontación, antes de que las pretensiones de Tlexi tuvieran un alcance considerable.
Se sabía además que Tlexi había diseñado, bajo extremo secreto la construcción de impenetrables ciudades submarinas en El Mar de Ruante, ciudades fortines donde almacenaba armas nucleares y biológicas de largo alcance destructivo. El pequeño David bíblico había desarrollado demasiada destreza tecnológica. Asimismo, tenía todos los recursos que lo dotaban de poderío: naturaleza y agua, soldados y Hombres T: científicos extraordinarios, flotas y naves, ciudades inexpugnables y armas nucleares de gran alcance. Sus gobernantes eran diestros militares y estrategas, inteligentísimos mutantes delirantes. Todo este concejo de mentes brillantes deliberaba sobre los preceptos del sistema solar Visioviius K, como si fueran los dioses de ese Cosmos, deliberando sobre la suerte que les deparaba a los planetas rocosos si no cooperaban con sus intereses de expansión nuclear y biológica interplanetaria.
Los habitantes de Tlexi empezaron a considerar primitivos y parias a estos mundos sin agua, y quería invadirlos y poseer sus riquezas minerales utilizando su poder expansionista, y desde luego, someterlos en definitiva a sus requerimientos tecnológicos.
2
Emir se armó de coraje al saber que tenía la responsabilidad de cuidar y proteger a su familia.
Los hijos de Emir y Cruxa apenas emergían a la vida como débiles tallos de árboles sembrados en la emergente plenitud de la ciudad de Xaixel, aunque presto crecieron con sus juegos y sus risas, con sus rondas y sus canciones, mientras se desarrollaban en El Concilio de las Congregaciones los tratados de armisticio, inyectando al primitivo folclor del torreón de cristal de silicato donde vivían con sus padres la alegría de la infancia, en una época en que la población estaba acostumbrada a las riñas de las pandillas galácticas y de las amenazas interplanetarias.
Al transcurso de los años, esos niños se transformaron en unos apuestos mocetones que frecuentaban los sitios públicos de la ciudad, en busca de diversión y de mujeres bonitas. Pronto estuvieron en la efervescente edad de flirtear y de ennoviarse. Por lo que Emir y Cruxa, entonces, no parecían preocuparse demasiado.
Para Emir y Cruxa había situaciones demasiado comprometedoras que exigían mayor preocupación, como las amenazas del planeta Tlexi recayendo a diario sobre la cotidianidad de la ciudad de Xaixel estacionada sobre la inmensa superficie del planeta gigante.
3
El torreón de cristal de Emir y Cruxa parecía suspendido en un tiempo irreal y detenido.
Emir consentía mucho a Cruxa y a sus dos hijos varones, Vlad y Dimitri, aconsejándolos a diario y alimentando siempre con sus narraciones extraordinarias la imaginación de los jóvenes.
Muchos ciudadanos que tenían en estigma y sentían gran aprecio por la familia de Emir, solían visitarlos con cierta regularidad.
Aunque era costumbre tlexiana verse todas las mañanas, a Emir lo encontraban sentado en un banco del jardín de su torreón de cristal, hasta perder las horas; preocupado cada vez más profundamente cuando recibía las recientes noticias sobre el desarrollo de los acontecimientos que preveían inevitablemente la guerra galáctica entre los planetas MMG Y Tlexi.
Y luego, en el transcurso de unas tensas semanas de conversaciones entre los altos mandos del Concejo Galáctico, fue irremediable la confrontación.
Sus dos hijos varones, Vlad y Dimitri, pronto serían reclutados en las tropas mmgenianas, y alistados para servir a La Confederación guerrerista de MMG.
Ahora que habían crecido y se habían convertido en unos apuestos y fornidos hombres, pronto estarían preparados para recibir instrucciones al servicio de la causa del planeta amenazado.
Entonces llegaron las órdenes de solicitud de los altos cargas de las Cortes de la Congregación.
Emir, estuvo de acuerdo con un gesto monástico, pronto la firme resolución de que sus jóvenes hijos se enfilarían en las tropas mmegenianas para la sorpresiva guerra, pareció sumirlo en una profunda resignación.
Se sentía decepcionado del devenir mientras que sus hijos estaban entusiasmados y fascinados por ir a la batalla contra Tlexi, pero Emir no compartía ese mismo entusiasmo, sólo se sentía afectado y molesto, intuía que no los volvería a ver.
Eran tiempos de luchar y enfrentarse a los enemigos para conformar La Patria Galáctica de MMG.
Los hijos de Emir estaban resueltos a cooperar y participar con las tropas libertarias, prepararse y disciplinarse en el manejo requerido para la lucha en contra de los perversos intereses de los habitantes de Tlexi.
– Deberíamos permitir que se lleven todas las rocas -sugería Cruxa-, con tal de que nos dejen en paz.
La hermosa mujer no entendía, al parecer, la dimensión del conflicto.
También era natural que Vlad y Dimitri sintieran algo de miedo por sus aspiraciones futuras.
Pronto los dos jóvenes descubrieron que sus encantadoras y deleitosas vidas entre la comunidad de la ciudad de Xaixel había llegado a su fin. Y que la dicha y la alegría de estar rodeados de familiares y de los amigos de sus padres, de compañeros de reuniones y de mujeres bonitas, pronto quedaría flotando en el aire del pasado, como un recuerdo confortable.
En sus profundos interiores se derrumbaban muchas pretensiones y se gestaron nuevos propósitos.
No querían hacer sufrir a sus padres. Pero la reciente declaración de guerra entre los planetas los estimulaba a defender la patria mmgeniana. Por eso querían ser partícipes de la guerra espacial, con todos sus riesgos y todas sus glorias.
Sus tíos, sus primos y sus padres, se inquietaban demasiado, seguros de que partir a la guerra contra Tlexi era un suicidio.
Pronto se organizaron en la ciudad de Xaixel las caravanas con los comandantes convocando a los nuevos reclutas y demás combatientes por todos los territorios de MMG. Hasta las hordas nómadas fueron convocadas.
Y entonces, Vlad y Dimitri, se enfilarían sin más miramientos, y dirían adiós, definitivamente, al torreón de cristal y a sus padres, y a la comunidad en la ciudad de Xaixel.
Este contagio de sentimiento revolucionario los empujaba a aspirar ser comandantes de flota. Eran aspiraciones férvidas.
Antes, ambos, Vlad y Dimitri, jugaban en las calurosas tardes, a ser jefes de las tropas combatientes mientras esperaban la hora precisa para enfilarse en las tropas enaltecidas.
Emir se sentía muy viejo para pelear y atizar los ánimos juveniles de sus hijos varones que pensaban en la revolución contra el imperio establecido por el pequeño planeta Tlexi, como una suerte de futuro inmediato. Además de sentirse contrariado y malhumorado.
– No deberías sentirte así -le decía su esposa Cruxa, alentándolo-, la guerra es un hecho…
Las tropas de MMG se habían enfrentado en muchas batallas contra las invasiones de otros planetas, perdiendo y ganando.
Las cifras de muertos siempre fueron imprecisas en esas batallas.
La inestabilidad de La Nueva Patria Galáctica los sumía a todos en la crisis social y económica de los recursos naturales provistos por el ahora enemigo vecino planetario Tlexi, y sumiendo en conflictos personales a toda la población mmgeniana.
Era urgente la paz y consolidar el tratado de comercio entre ambos planetas.
Pero ese nuevo conflicto con Tlexi no era el primero, ni sería el último.
Enfrentar al planeta Tlexi, siempre significaba una locura descomunal. Y toda la población mmgeniana lo sabía.
Emir, desvariaba con mucha frecuencia; cierta vez soñó que la revuelta de los habitantes del gigantesco planeta MMG, en su totalidad de superficie árida, contra el minúsculo y verdoso planeta Tlexi, un monstruo tecnológico, había acarreado una victoria.
No parecía que su premonitorio sueño se hiciera realidad.
Recordó que hacía mucho tiempo, entre ambos planetas había surtido el efecto de un armisticio duradero creado por La Alianza de Confederaciones.
Su esposa Cruxa, le compartía sus ansias de ver libertada la nación mmgeniana de las constantes ocupaciones tlexianas.
A ella siempre le compartía sus más profundas cavilaciones, sintiéndose terriblemente despojado de fuerzas.
Pero luego lograba reponerse de esas impresiones, que solía poblar sus magníficos relatos que narraba con una disposición arrolladora hacia sus contertulios.
Claro que también tenía amigos entre los tlexianos, algunos comerciantes y traficantes de su época de mercader, un oficio atribulante y arriesgado en su época de juventud.
Tlexianos que recomendaba a sus compatriotas hacendosos, para que pudieran contactarse y establecer negocios comerciales con ellos; otros, por el contrario, eran esclavos traídos de los confines del sistema solar Visiovius K, y que trabajaban abriendo los surcos áridos de la tierra de MMG para que pudiera fluir por los canales el agua de los escasos arroyos del planeta gigante formados por las lluvias de cada año, esas aguas tenían siempre el riesgo de evaporarse por el inclemente icalor del gigantesco sol del sistema solar, y desaparecer por arte de magia. Incluso hombres que trabajaban en los sembradíos y jardines de los torreones de cristal.
Finalmente, sus dos hijos, Vlad y Dimitri, directamente involucrados en la revolución independista contra el edénico planeta Tlexi, fueron reclutados en las fortalecidas tropas mmegenianas.
4
Para los hermanos Vlad y Dimitri el ferviente deseo de servir a La Patria Galáctica se vio hecho realidad cuando se declaró entre los territorios del sistema solar Visiovius K, la guerra insustituible; y por consiguiente, la nueva arremetida del poderoso planeta Tlexi contra MMG; y por ende la violación de la antigua alianza y el recrudecimiento de la confrontación entre los dos planetas.
Repentinamente, los hermanos Vlad y Dimitri y otros hombres de caras execrables y amarillentas de la ciudad de Xaixel, la única ciudad establecida del gigantesco y árido planeta MMG, se vieron enfilados en tropa y vistiendo los uniformes que los acreditaban como soldados rasos preparados para recibir órdenes.
Ante Vlad y Dimitri, aparecía el pasado, automáticamente: el trabajo en el torreón de cristal, el hogar con sus padres, sus tíos y sus primos casi como emblemas familiares, y las muchachas de las vecindades que se les aparecían sonrientes a las horas de las visitas. Y luego, todos los recuerdos desapareciendo, tan mágicamente como habían llegado a sus mentes.
En el campo de concentración la vida era simplemente una estrategia, se dictaban indicaciones y recontra indicaciones, había mucha agitación y los ánimos estaban caldeados.
Ya imaginaban los hermanos Vlad y Dimitri desde el fascinante torreón de cristal de silicato de su juventud, que en el servicio patriótico era así, fuerte la faena y agotadora, como habían creído desde un principio. Y nada de esto los tomó por sorpresa. Por el contrario, se adaptaron ligeramente a la vida en los batallones conformados.
El Coronel en Jefe de la legión de los héroes, señor de insignias, oriundo de la ciudad de Xaixel, (¡de dónde más!) nada enturbiada su mirada ni sus palabras de mando menos su caminar militante, registraba el orden de los uniformes y la prestancia de las carabinas.
Cuando pasó por el lado de los hermanos enfilados, los observó frunciendo el ceño, pero no objetó ninguna anomalía en el uniforme de los reclutas. Sólo a alguno que otro soldado raso reprendió por la mala presencia del uniforme. La mayoría de las tropas estaban compuestas por hombres nómadas y marginales de los suburbios de la ciudad, mostrando sus pechos altivos hacia la causa independista de MMG.
Algunos de los soldados tenían armas de verdad y otros simplemente utensilios agresivos. Pero más tarde, en los duros entrenamientos, fueron aprovisionados de armas reales y dotados de provisiones.
Ahora El Coronel en Jefe atravesaba las filas mientras silbaba una cantilena desapasionada, luego pronunciaba un breve discurso donde acotaba significativamente las palabras: “la-vic-to-ria”, “la-leal-tad”, “la-li-ber-tad». Su perorata se extendía hasta el agotamiento de los anatemas, hablaba atropellando las palabras y connotando frases, escucharlo hablar minuciosamente y despacio hacía gracia a los reclutas enardecidos.
El Coronel en Jefe inyectaba un poco de humor a los ideales patrióticos de los inexpertos reclutas.
Los hermanos Vlad y Dimitri sentían cierta fascinación por el veterano instructor, de igual manera los demás compañeros del régimen de primera línea.
“Es un viejo militar entelerido, maquinal y sin escrúpulos.” Pensó, Vlad, exento de ironía.
Aunque el mismo Coronel en Jefe en persona, era la ironía misma, hierático, burlesco, estricto, de alguna manera no muy convencional.
Nadie entendía por qué lo habían mandado desde El Concilio de Xaixel, ya tan viejo y lerdo, pareciendo un ventrílocuo.
– ¿Cuándo saldremos por fin a combatir? -preguntó un joven recluta que parecía atento y ansioso.
– Todo a su debido y oportuno tiempo -respondió el viejo Coronel en Jefe, un hombretón defendiendo extensamente sus ideales de honor, patria, gloria.
Los apasionados reclutas venían de todas las regiones de MMG. Sus emocionados rostros eran tan multiétnicos como sus mismas lenguas natales. Algunos reclutas eran mestizos, negros desertores de Tlexi. La procedencia, la raza, el credo, la religión y el lenguaje parecían ser irrelevantes.
Habían hecho los hermanos, Vlad y Dimitri, nuevas amistades con hombres de semblantes toscos, cuyos salvajes idiomas les daban cuenta de otras tierras inhóspitas que existían más allá de la ciudad de Xaixel.
Todos estos toscos hombres se sentían combatientes desde ya, congeniando con los ideales y con las resoluciones de la nación y con sus líderes, dispuestos a defender las integridades nacionalistas de MMG.
La guerra, como era de esperarse, pronto se desarrolló terriblemente y entraba cada vez más a puntos cruciales, tire y afloje de las partes involucradas.
En definitiva, terminaría o no en un tiempo determinado cuando ya se agotaran los acercamientos. Pero un armisticio parecía lejano.
En una guerra todos estamos desafiados, incluso los pacifistas.
El Coronel en Jefe reunía a los jóvenes soldados en La Región Desértica, muelle en la panorámica gris de la ciudad de Xaixel.
Todos alrededor de las paradisíacas notas de una trompeta que ofrecía las marchas de despedida.
La nostalgia comenzaba a habitar los espíritus.
En la despedida, que despertaba los blandos sentimientos, los sículos soldados entusiasmados con batallar, permanecían sumergidos en sensaciones aleatorias.
Y todo previsto para que El Coronel en Jefe actuara con sus argumentos encasilladores.
Los ardorosos pazguatos entre una lluvia de abrazos, de palabras gesticulantes, entre lágrimas y supersticiones ambulatorias, abandonaban a sus preocupados familiares.
Los corazones de los hombres palpitaban pronto en retirada, avivando los candentes deseos de lucha y condenación, empujados inevitablemente a la guerra espacial, con rostros ansiosos y expectantes, inmersos en la alharaca del adiós.
El Coronel en Jefe rechazaba las pretensiones de los hombres que sentían miedo, desconcierto, alguna que otra reserva de temor de internarse con sus naves espaciales en las ondulaciones del cielo del planeta Tlexi.
Pero sus palabras de chacal moderador ocasionaban un respingo en los pálpitos sanguíneos de los guerreros soldados.
Aún así la incertidumbre era tangible, pues lo incierto se abría paso para ellos desde el preciso momento de abandonar la ciudad de Xaixel para sortear las ondulaciones cósmicas de la gravedad del espacio, y atacar con furor las ciudades enemigas, fortines inexpugnables del pequeño planeta Tlexi.
Vlad y Dimitri comprendieron los riesgos y optaron por guardar silencio.
Los ojos de los combatientes brillaban entre miríadas de luces opacas.
Luego se retiró El Coronel en Jefe dándoles una última y animosa recomendación que les heló la sangre en las venas.
Gritó con euforia marchita: “¡Vencer o morir!”.
5
Su nave fue alcanzada por los rayos de defensa que provenían de la superficie terrestre de Tlexi, perdió el control de la máquina que pronto se desplomó ocasionando un estrepito infernal, se estrelló aparatosamente contra un truculento bosque del pequeño planeta enemigo.
Había sido derribado por las fuerzas tlexianas que defendían las ciudades atacadas desde el cielo por las flotas mmgenianas.
Y aunque era un maniobrable piloto no logró esquivar los rayos disparados desde los búnkeres garrapiñados en las ciudades de Tlexi.
Aun así, su veloz nave no pudo esquivar la arremetida de los disparos y ser alcanzada por el fuego enemigo.
Rápidamente se incendiaron los manuales de control que perdieron la ubicuidad y localización. Y explotaron los tanques de combustible.
Solo y temeroso de ser capturado o morir, en esas funestas horas, cuando su nave arremetió por los imbricados senderos que conducían a las termales del planeta verde, barrió los malezales dejando un camino herido y humoso de fuego.
Las ciudades de Tlexi también ardían atacadas por las naves de las tropas de MMG, resistiendo la brutal arremetida.
El panorámico organismo planetario conservaba su naturaleza primigenia dándole un viso esplendido en medio de los estallidos.
Vlad salió ileso de la nave estrellada, con rasgaduras y una mano torcida, abandonó rápidamente la cabina de control destruida, cuyas puertas reventó a patadas, al abandonar la nave, ésta explotó calcinándose hasta reducirse a la nada; maltrecho y atontado, zumbándole todo alrededor, le nublaba la visión la humareda, pero alcanzó a salvarse de morir carbonizado.
Se dispuso a caminar a tientas, atolondrado.
Finalmente, pasaron muchas horas, mientras el firmamento ardía de luces dinamitadas en la confrontación de las flotas contra el arsenal terrestre del planeta desafiante.
Vlad abrió su desesperado y maltrecho paso entre los gigantescos malezales, sorteando los manglares donde asomaban los cascos de las naves estrelladas, derribadas y sumergidas entre los pantanos. Había cadáveres expulsados y retorcidos entre los hierros de las naves derribadas.
Huyó del espantoso furor que explotaba apocalípticamente desde los cielos tormentosos.
Tratando de mantenerse a salvo de las patrullas tlexianas de inspección que recorrían las junglas maltratadas por las explosiones, buscando sobrevivientes para hacerlos prisioneros.
Y de tanto caminar no notó que se desangraba por sus heridas, tanto era su afán de escapar de las naves inspectoras enemigas, y de ponerse a la retaguardia.
Ya desfalleciente y sin aliento, se decidió a recostarse un rato en el tronco de un magnífico árbol. Y lanzó un profundo respiro.
Pero en el delirio de la guerra avecinada sobre la atmósfera de Tlexi, presto fue presa fácil de las alucinaciones del combate.
Su extenuante cansancio pronto lo dejó dormido sin querer y soñó escenas espantosas que nunca hubiera imaginado.
Soñó que sufría la agonía de un encierro dentro de una cápsula del tiempo.
Escuchó el rítmico barullo de unos hombres atizados, disfrazados de animales, que lo acechaban y acorralaban.
Quería escapar de aquella cápsula, pero no encontraba cómo hacer ceder la cerradura. Con sus últimas fuerzas lo intentaba sin lograrlo.
Luego aparecieron alrededor suyo, unos misteriosos hombres con cabezas de leones envueltos en togas negras, portando signos cabalísticos en llamas.
Los hombres avivaron el frenesí con las palmas de sus manos.
Apareció también de la nada un estrafalario mutante de varios brazos que comenzó a tomar registro y nota de los funestos acontecimientos que se iban a desarrollar en aquel lugar incendiado, en un infinito tablero de placa transparente. Movía la deforme cabeza de un lado a otro, haciendo ademanes y gestos demenciales, y era diestro con todos sus brazos en transcribir las sentencias de sus espectrales amos con cabezas de león. Refulgían sus híbridos ojos muertos cuando fue a ubicarse desde un púlpito de roca lisa y a presenciar desde allí el espectáculo, retirado de todos, pero atento, a veces, cuando suponía que los engendros de cabezas de león y togas negras no lo advertían, le sonreía misteriosamente a Vlad encerrado en la cápsula del tiempo.
Después con una voz robótica y chillona, irónicamente sugería clemencia por el prisionero al demoníaco Concilio de los Espectros Satánicos para que le perdonaran la vida a Vlad. Como ninguno de los espectros lo atendía ni contestaba volvía a los descarnados chillidos.
Al prisionero lo atacó la sed, el hambre, el impregnado olor de la sangre fresca emergente de cadáveres que se encontraban dispersos a su alrededor, el sofocante calor de la noche selvática causó en Vlad, inciertas impresiones sobre su vida.
De los caminos incendiados y vaporosos emergieron seres nauseabundos que contaminaban con sus hedores el asfixiado aire tóxico de la selva tropical.
Aumentaba el estrépito de los combates de las naves en el cielo macabro.
De la espesura de chopos y zarzales incendiados emergió precipitada una máquina decapitadora que le cortaba la cabeza a los cadáveres dispersos por el suelo. Tenía por cerebro un montón de cables y circuitos, y unos ojos metálicos para escudriñar maléficamente, al rato tropezó con la cápsula del tiempo donde se retenía a Vlad prisionero, y empezó a sacudirla con sus enormes cuchillas ensangrentadas con las cabezas cercenadas de los caídos.
Vlad no se resistió, y empezó a vomitar.
Luego la máquina pareció perdida y comenzó a repartir formidables golpes al aire con sus largos brazos metálicos con cuchillas.
Retumbó a punto de romperse la cápsula maciza.
Vlad estaba aterrorizado.
La extraña máquina continuó en su labor de partir la cápsula.
Vlad permaneció desconcertado.
El espanto le inmovilizó la lengua y ni siquiera podía gritar.
El mutante de múltiples brazos chillaba y chillaba, al parecer animaba a la máquina decapitadora.
Los espectros en conjunto emitieron una orquesta de silbidos funestos mientras el mutante anotador brincaba por todos lados, enloquecido.
El cielo se cubrió de llamaradas portentosas.
Cuando Vlad despertó y abrió, sobresaltado, los ojos, recordó que su nave había sido inevitablemente derribada por las fuerzas enemigas. Y que ahora se encontraba en suelo enemigo.
Ya había cesado la arremetida planetaria de MMG contra las ciudades capitales de Tlexi. Y se habían retirado la ofensiva. La selva bullía incendiada.
Pensó: “¿Por qué acabar este prodigioso y magnífico planeta verde que es la fuente de la vida de la galaxia numeral?
Pero sabía que Tlexi había desarrollado una avanzada tecnología capaz de pulverizar los planetas secos y rocosos para extraerles todos sus minerales químicos. Y esa tecnología ya la había utilizado el pequeño planeta para destruir otras esferas planetarias.
Los Hombres T, ingenieros mutantes de Tlexi, habían construido en sus grandes laboratorios complejos de armas de rayos de neutrones iónicos y geósicos altamente sofisticadas y avanzadas, estos rayos pulverizadores eran controlados por los Hombres T, científicos y técnicos mutantes tlexianos; y eran disparados desde los búnkeres subterráneos cuando había un planeta determinado como objetivo militar.
Desde los centros operacionales de Modom y Atriada, capitales del imperio tlexiano, y desde La Ciudad Subterránea de Carát, se controlaba y se hacía el mantenimiento de estas máquinas apocalípticas.
El propósito de MMG de atacar a Tlexi, era al menos para mermar su poderío.
Además, porque MMG no tenía las armas suficientes para destruir el imperio tecnológico desarrollado por la inteligencia mutante de los Hombres T tlexianos.
La luz de las lunas de Tlexi invadía los bosques, era unas lunas gigantescas que emanaban luces rojizas enceguecedoras.
De los árboles rarificados y xerofíticos caían ligeramente las hojas resquebrajadas por las vibraciones radioactivas de los ataques de las naves.
Los caminos hacia las capitales de Tlexi estaban en llamas.
Las ciudades de Tlexi, sobre todo Atriada, habían sido salvajemente atacadas por las fuerzas revolucionarias del planeta MMG.
MMG, sin poder acceder a la tecnología de Tlexi, no podía explotar su propio territorio fustigado por infinitos desiertos movedizos. Y se jugaba el todo por el todo atacando, aunque sabía que no ganaría la guerra contra el poderío del minúsculo planeta todopoderoso, y que por cierto era inevitable su desaparición de la faz cósmica.
El ataque contra las ciudades tlexianas, cuyo propósito era tratar de minimizar un poco ese impulso destructor de Tlexi, se había enfocado sobre todo contra los búnkeres subterráneos.
Pero los búnkeres estaban bien escondidos y resguardados bajo tierra, y las ciudades subterráneas del planeta eran impenetrables, revestidas de materiales indestructibles.
Vlad tendría que darse prisa si quería resguardarse antes de ser capturado por los enemigos que rondaban cerca.
Llegar rápido hasta los umbrales de Atriada, la ciudad capital más cercana que atisbaba entre una nébula de desperdicios tóxicos, era la prioridad fundamental.
El violento aterrizaje de su nave derribada lo dejaba a merced de los verdugos, expuesto en la tierra del enemigo.
Y comprendía que para poder sobrevivir tendría que poner en juego toda su inteligencia y estrategia militar, de pronto se le ocurrió hacerse pasar por un tlexiano para no levantar indicios sospechosos; su única esperanza, en su efecto, era esperar una misión de rescate, que dudaba mucho que llegaría.
Al alcanzar las sofocadas inmediaciones de la capital Atriada, atacada y reducida, estaba enajenado y sudoroso, pues había caminado un largo trayecto con vigor a través de la selva pantanosa.
Al entrar a la ciudad se encontró con las ruinas de las calles bombardeadas y muchos edificios colapsados, con los cadáveres de los habitantes atriadianos, sangrantes y desmembrados.
La tierra estaba agrietada y socavada por los bombardeos.
Otros ciudadanos más afortunados se resguardaban o huían en sus naves de la ciudad en llamas, algunos otros se preparaban para resistir y regresar al ataque contra las naves mmgenianas que pronto volverían a sobrevolar el espacio aéreo de Tlexi, provocando otra conmoción aterradora.
Un pasmado ciudadano de Atriada al ver a Vlad herido y en ese aspecto deplorable, casi animalesco, retrocedió espantado al saber que se trataba de un atacante mmegeniano.
– ¡Eres mmgeniano! -exclamó el hombrecillo atriadiano paralizado, sin atinar a huir.
– ¡No!
Dijo Vlad con el rostro ensombrecido.
– ¡Sí, eres mmgeniano! -repitió el hombrecillo, que al instante recuperó la movilidad y se abalanzó sobre él.
Vlad instintivamente trató de evitar el ataque, pero ya tenía al hombrecillo encima golpeándolo incontrolablemente.
Otros atriadianos venían a toda prisa ante el vocerío desenfrenado del atacante.
Luego volvió a rugir y a estallar en pedazos el cielo de Tlexi. Volvían las naves de MMG a atacar la ciudad resquebrajada.
Todo fue en un instante caos y confusión.
Reventaban las naves mmgenianas también fulminadas por los disparos de los búnkeres subterráneos de la ciudad en defensiva y se estrellaban contra las construcciones de la ciudad, pulverizadas.
Los atriadianos en desbandada por las calles entre gritos alarmantes y con los rostros ensangrentados eran víctimas del salvaje ataque mmgeniano. Pero las naves mmgenianas también sufrían pérdidas.
Vlad y el atriadiano rodaron entre golpes por los escombros de la calle.
El hombrecillo trataba de ahorcarlo.
Vlad no podía contener la respiración mientras trataba de zafarse de las herméticas manos del hombrecillo que aprisionaba su cuello.
Y entonces retumbaron los cimientos de la ciudad.
Ambos fueron dispersados entre las ruinas de las casas flotantes destruidas.
Caían naves mmgenianas y chispeaban rayos resplandorosos sobre las edificaciones de la ciudad apagada.
Las lunas tlexianas se bañaron en sangre y en explosiones trepidantes.
Vlad alzó la mirada hacia la infinitud bombardeada.
Y se retorció, conmocionado.
A su lado, yacía el cadáver del atriadiano, alcanzado por las explosiones de los bombardeos.
La guerra se alzaba triunfante por encima de las emociones más cruzadas.
Fue incapaz de alejar de sí sentirse culpable de la hecatombe. Experimentó un estremecimiento de terror incontrolable.
6
En el torreón de cristal de Emir había invitados.
Venían noticias del desarrollo del ataque mmgeniano sobre las ciudades capitales inexpugnables de Tlexi.
Todos hablaban del fervor de la guerra contra Tlexi y sus consecuencias.
Lo más seguro es que Tlexi atacara y destruyera Xaixel, si no al gigantesco MMG, el planeta de médanos más grande del sistema solar Visiovius K.
A lo que entonces, si la capacidad ofensiva de Tlexi no había sido mermada, lo más posible es que dentro de algunas horas, MMG y su capital de techo de selenita serían pulverizados, y simplemente se convertiría en un montón de residuos cósmicos vagando por el espacio interestelar en una estela de polvo y cenizas descompuesto en los confines intergalácticos.
Algunos hombres de Xaixel ya temían el contraataque.
Desde las calles de Xaixel, los ciudadanos hacían preparativos para encaminarse a otro ignoto planeta, y viajar inmediatamente fuera del planeta, antes que fuera tarde. La reacción de Tlexi no se haría esperar. Muchos ya desertaban de las tropas mmgenianas, otros hacendados y ricos de la ciudad sabían que la provocación contra Tlexi sólo era un suicidio anunciado y una sentencia de muerte general; los más osados, preferían quedarse y continuar la sangrienta ofensiva guerrerista, sin importar si sucumbían o no.
De todos modos, la inquietud, la zozobra y el caos alarmaba a toda la población mmgeniana.
La mayoría de los hombres de la ciudad batallaban contra sus decisiones, como si éstas estuvieran también contra ellos mismos y fueran sus propios enemigos.
Eran hombres jóvenes y enaltecidos de ideas revolucionarias.
De ahora en adelante, la vida de Emir Y Cruxa sin sus dos hijos sería más larga, oscura y vacía.
Ellos, Vlad y Dimitri, que nunca quisieron permanecer atados a los caprichos y requerimientos de su padre Emir y de su bella madre Cruxa, puesto que Emir se había puesto demasiado viejo y fregado, estaban ahora enfrentados contra un demoledor monstruo galáctico que no les perdonaría la existencia, si llegaban a caer en sus garras destructoras.
Recordó sus rostros encantadores y juveniles, los ojos diáfanos, sus miradas transparentes.
– Mis adorados hijos –se dijo para sus adentros. Siempre habían sido para él, como estrellas viajeras en un océano de mareas palpitantes, de súbito presentía que la luz de esos astros se apagaba en la distancia.
Para entonces comprendió que en una proclamación de guerra era inútil la nostalgia y la conmiseración para consigo mismo cuando llega presente la sombra de la ausencia.
Sólo la pesadumbre flotaba en el ambiente hostil y preventivo que se respiraba por toda la ciudad de Xaixel..
Aconsejarlos ya le pareció inútil si no los tenía, retractarse de las acciones pasadas también era inútil; lo único a lo que se podía someter o dejarse someter era a no estar en la mira del arma del cazador, y proteger con su vida a su esposa Cruxa.
Sin embargo, les haría llegar lo cálido de su sentimiento paternal a través de la remota lejanía.
Fue un confuso día en el torreón de cristal de silicato con sabor a derrota y a victoria.
Para todos los habitantes de los torreones vecinos de la ciudad de Xaixel y de sus inmediaciones extramúricas, que se sabían expuestos al exterminio tlexiano, se presentía lo inevitable.
Nuevamente partían más hombres a la crudeza de la guerra, sin importarle demasiado a los rígidos comandantes su voluntariedad y sacrificio.
Lejanamente, entre las montañas de arenas de MMG, sonaba el cuerno guerrero de los anunciantes, dando la señal que avisaba a la ciudad de la primera y pasajera victoria contra Tlexi.
Y volvían los comandantes a incitar a nuevas tropas a enfilarse y presentarse prontas a la marcha contra el planeta agresor que seguramente estaba presto a recuperarse de la embestida mmgeniana.
Entre las calles de la ciudad, todos se buscaban para despedirse entre lágrimas y recomendaciones, bendiciones y abrazos.
Cuando los hombres convocados se enfilaron para marcharse de MMG, sonó por segunda vez el sonido de llamado del cuerno militar entre las montañas rocosas.
Las mujeres abandonadas, desde los portones de los torreones de cristal, desde los balcones y desde las ventanas abiertas de las casas de calicanto y desde los edificios de roca roja, agitaban sedas blancas humedecidas por las lágrimas, pero también estaban satisfechas y agradecidas, porque sus hombres batallaban por liberarlas del imperio opresor de Tlexi.
Pero luego de que los sículos hombres partieron se encontraron con el obscuro camino del incierto destino.
A Emir jamás le agradaron aquellas escenas de partida de los sacrificados ciudadanos guerreros, como tampoco le había agradado ver partir hacia la guerra a sus dos hijos varones. Veía a esos muchachos, por supuesto, dispuestos al sacrificio. Estuvo conforme, sí, conforme con un desde luego, con un hasta pronto, resignado a lo impredecible, a perderlos.
Los esperaría junto a Cruxa, eso sí, si regresaban con vida, si la guerra terminaba y los Hombres T de Tlexi los perdonaban.
Y ahora tampoco estaba seguro de querer ver marchar nuevas víctimas.
7
Como era de esperarse, esa noche volvió a ser atacada la ciudad de Atriada, la ciudad capital de Tlexi, por las flotas de naves desplegadas por MMG.
Vlad estaba apriscado entre las ruinas de la ciudad en revuelta.
Se refugiaba en algún paredón, a cierta distancia de las bombas, evadiendo los proyectiles.
Los búnkeres atriadianos, afianzados bajo tierra en las calles de la ciudad y dentro de los sótanos de los edificios en pie, disparaban precipitadamente a todo lo que se moviera en el cielo nocturno.
Sus máquinas terrestres también eran muy potentes y ocasionaban un ruido infernal al ser disparados sus largos cañones de titanio. Al disparar alcanzaban en pleno vuelo a las naves mmgenianas que surcaban el cielo y se estrellaban suicidas contra las edificaciones de la capital Atriada.
Vlad pensaba que una medalla de reconocimiento estaba vedada a su valor. Sus amigos, sus parientes, compatriotas y camaradas combatientes caían o volaban por los aires cuando los rayos de desintegración iónica daban con precisión contra las naves atacantes de MMG.
Pero el ataque de las naves del planeta gigante también alcanzaba a destruir barricadas enemigas, las paredes de las edificaciones colgantes retumbando bíblicamente en el aire, los búnkeres subterráneos con sus techos desplomados.
Disgregados y vibrantes rayos llegaban hasta los oídos de Vlad, que sentía enloquecer mientras se refugiaba de los bombardeos.
La resistente ciudad capital de Atriada se estremecía, se había convertido en un gran polvorín de edificaciones derruidas, de los cuerpos de los ciudadanos, destrozados y sangrantes, esparcidos entre miembros despedazados y sentidos revueltos por la larguitud de las calles.
Los habitantes de Atriada, perdidos en la emboscada de las tropas de MMG, morían mientras huían o intentaban protegerse de los ataques de las naves de MMG; valientemente las máquinas terrestres de largos cañones de titanio y los búnkeres subterráneos resistían formidablemente.
Las construcciones en pie de la ciudad pronto se desplomaron, ahora retumbaban, cedían a los estampidos.
Estallaban en pedazos las paredes de los búnkeres subterráneos.
Olas de mujeres despavoridas con sus hijos huían atropelladamente entre gritos dantescos.
La retirada era en la noche.
Vlad escuchaba las sordas detonaciones de los bombardeos de las naves mmgenianas sobre las periferias de la ciudad atacada.
Los impactos levantaban densas y polvorientas nubes que cubrían el cielo atormentado de la ciudad.
La salvaje contienda espacial empeoraba con la arremetida amenazante de las tropas de MMG.
Toda la población de la ciudad de Atriada estaba en conmoción.
Era de noche, entonces no se sabía exactamente de qué lugar del cielo llegaban las ráfagas de disparos y las atronantes bombas, eran unos contra otros, ambos bandos se destrozaban.
La ciudad estaba herida y desangrada de muerte, su infraestructura se doblegaba ante la fuerza devastadora de sus atacantes.
En cuestión de segundos las bombas exterminadoras de las naves mmgenianas arrojadas sobre la ciudad detonaban estruendosamente.
Era de noche entre los oscuros destrozos de la capital tlexiana Atriada, en medio del enfrentamiento interminable.
Todavía no había cesado la arremetida de MMG contra la ciudad.
Clamores, voces de heridos, la muerte de los agresores, rumores y alaridos tempestuosos.
Vlad iba y venía entre las funestas señales de devastación, encontrándose con los desfigurados y sangrantes semblantes de los atriadianos, algunos combatientes ya muertos y otros montando guardia desde los vanos de los búnkeres subterráneos. Sobre todo, encontrándose con los rostros de los civiles muertos, los cuerpos desgajados y abandonados en los andenes de las casas y edificaciones también despobladas o sirviendo de trincheras; o también arrojados e inertes sobre las calles estremecidas.
Por esas callejas de la ciudad despotricada, huían y deambulaban las desesperadas brigadas de socorro que retiraban los montones de cadáveres.
Toda la ciudad era una inmensa trinchera donde asomaban amoscados rostros aterrados.
Finalmente cesaron los estruendos sobre Atriada.
Ninguno de los dos planetas atacantes celebraba la victoria. Ninguno de los dos planetas tenía nada que celebrar, de la celebración sólo era anfitriona y partícipe privilegiada la “empoderadora” muerte.
Vlad recobró instantáneamente la visión de las cosas.
Estaba completamente solo.
Sus sangrantes heridas cada vez más lo debilitaban.
Todavía le zumbaba la cabeza con un fuerte y agudo dolor.
A su alrededor un vasto campo de escombros y cadáveres se alzaba entre los montículos en ruinas.
Aquella deplorable carnicería, aquella confrontación inhumana, le ocasionó conturbamientos nepáticos, que le hicieron castañetear frío de muerte en los dientes.
Entonces se encolerizó inútilmente, impotente en medio de aquella landa de barbarie.
En el umbrío campo de batalla, la ciudad destrozada, yacían los cuerpos inertes de los atriadianos.
Pero Vlad, entre más caminaba menos lograba encontrar un refugio entre las mortuorias barracas.
Quería dar muerte a sus enemigos heridos con sus propias manos mientras suplicaban piedad.
Pero se desvaneció repentinamente y perdió el conocimiento.
Una nebulosa de oscuridad lo sumió en un prolongado letargo. Pasaron lánguidas horas, y cuando abrió nuevamente los párpados que le pesaban, se encontró con la mortandad de la destrozada ciudad de Atriada.
De su cabeza brotaba mucha sangre.
Logró situarse en lo alto de un terraplén amarillento y rojizo, pero se sintió lejos de la vida.
Ahora sabía que no era un remedo de héroe, nunca lo había sido, y era obvio que no sería condecorado por su saña contra los enemigos o su derrota inminente.
Pero estaba física y completamente vivo.
¿Qué demonios hacía en medio de aquella masacre?
¿Luchar? Se preguntaba, atontado.
¿Luchar…? ¿Y solo? ¿Contra quién ya?
¿Dónde diablos estaba la flotilla de rescate?
En un tiempo atrás, Tlexi había sido un vecino amigable. Sus bellas ciudades habían abierto sus comercios a todos los habitantes de la galaxia.
Se atormentaba. ¿Cómo había podido ocurrir todo esto?
¿Era tanta la ambición de poder poseer riquezas minerales que por esto no se respetaban territorios pequeños ni grandes?
Le temblaban las piernas, sentía desfallecer, pero no tenía miedo.
Gritó al cielo el nombre de su hermano, pero Dimitri seguramente ya no estaba en la cruenta acción del escenario intervenido, seguramente estaba a salvo, o muerto. No lo sabía, lo ignoraba completamente.
En la totalidad de su memoria, su padre Emir aparecía con su contraído semblante, siempre sonriendo, pero con una leve nube de preocupación ensombreciendo su frente, y ampliamente confesando su amor y protección hacia Dimitri y él.
Pasó frente a su mirada extraviada, por su memoria herida, las nuevas generaciones de combatientes de MMG, suplantándolo, formando tropas que eran como nubes torrenciales traídas por el aquilón.
Por la barracuda planicie inundada de muerte y horror se desencadenaron furiosos gritos de los confrontados heridos.
Las brigadas de socorro se mantenían frenéticamente alertas, auxiliando a los sobrevivientes.
Los rostros de los cadáveres estaban descompuestos y retorcidos.
Las lamentaciones generales retumbaban haciendo el aire ensordecedor.
Aumentaba visiblemente la humareda de las naves estrelladas contra los edificios demolidos por la continuidad de las bombas.
El cielo ahora era una mancha morada de fuego galáctico.
Por varios minutos, dejaron de tronar las naves mmgenianas sobrevivientes que se retiraban por el vasto espacio.
Las lunas gigantes de Tlexi sangraban a borboritones.
Las selvas gemían, resquebrajadas.
Las ciudades de Tlexi, por igual sangraban.
Los mmgenianos estaban sedientos de la sangre tlexiana, querían la victoria, desconociendo la capacidad renovadora y defensora del enemigo.
La confusión era inhumanamente latente.
La guerra reclamaba su cuota devastadora.
Pero todavía era muy prematuro proclamar vencedores y vencidos.
Las visiones y las impresiones que invadieron a Vlad se tornaron tan reales, tan reacias e insoportables.
Corrió y gritó cayendo una y otra vez sobre los cuerpos destrozados de los combatientes envueltos en un azufroso manto de niebla.
Hasta que finalmente, fibra por fibra, lo envolvió el frío y la oscuridad. Y lanzó al infecto aire radioactivo ese agudo lamento propio de la derrota.
8
Al desafortunado Vlad lo recogieron los socorristas de las brigadas de salvamento, sin sentido, deshidratado y desangrándose.
Inmediatamente lo condujeron a un cubículo del hospital general de la ciudad de Atriada.
Cuando recobró el conocimiento se extrañó del lugar donde se encontraba.
Preguntó a una enfermera que lo atendía dónde se encontraba. La hermosa mujer no contestó.
Unos guardias de rostros ceñudos que custodiaban la entrada lo miraban fríamente.
Luego preguntó por el desenlace de la guerra.
Uno de los guardias le informó que la revolución de MMG había sido aplastada.
La noticia le zumbó en la cabeza vendada. Tenía las extremidades cosidas y vendadas.
Cabe anotar que por la escasez de galenos y de recursos médicos y hospitalarios la mayoría de los heridos fallecía en aquel hospital de muerte en una ciudad desgarrada, donde los más vigorosos de los heridos podía salvarse o, en el caso contrario, morir.
Volvió a preguntar a uno de los guardias, que era como una figura difusa estampada en la entrada, si había terminado la guerra.
Y el guardia le contestó que no había terminado.
Irremediablemente comprendió que la guerra empezaba para él como mérito a sus aspiraciones truncadas. Y ahora con la muerte de sus compañeros en la contienda todo cobraba un giro diferente en dirección a él.
El guardia le dijo que Modom, la otra ciudad capital de Tlexi, había extendido todo el poder terrestre de su armamento nuclear y había atacado la ciudad de Xaixel, pulverizándola. Sus habitantes se habían rendido, pero todavía había focos rebeldes atacando Tlexi.
La inesperada noticia lo dejó pasmado.
Luego el guardia tlexiano le dijo que pronto el gigantesco planeta MMG sería invadido y tomado por las tropas bélicas de Tlexi.
Permaneció atónito, trémulo.
Además, le aclaró que era prisionero de guerra, pues sabían de su procedencia mmgeniana, y ambos guardias lo amenazaron diciéndole que luego de recuperarse sería juzgado por insurgencia y ataque suicida contra Atriada.
Pensó que hubiera sido preferible que lo hubieran dejado morir afuera.
Concluyó que ya nada tenía sentido.
Le dolía la cabeza, aquellas noticias parecían martillazos sobre él.
– ¿Cuánto tiempo llevó acá?
Ni la enfermera ni los dos guardias le contestaron.
Lo más probable era que la ciudad de Xaixel había caído.
Pensó en sus padres, al igual que en su hermano Dimitri, seguramente eran prisioneros o ya estaban muertos.
No sabía si creer o no que Xaixel había caído.
Entonces la guerra galáctica entre los dos planetas había terminado con el exterminio de la revolución mmgeniana.
Y Tlexi se alzaba triunfante con la victoria.
Comprendió que ahora la guerra interior empezaba para él como mérito a sus aspiraciones truncadas.
Y ahora con la derrota de Xaixel y las supuestas muertes de sus padres y de su hermano en contienda, todo cobraba un aspecto gris y desconsolador.
Se incorporó muy débilmente de la cama donde se encontraba, era preciso que se recuperara enseguida y supiera la verdad de los acontecimientos, pero le dolía terriblemente la cabeza, la espalda y las piernas. Como no podía levantarse ni abandonar por si sólo el centro de atención médica no le quedó de otra que permanecer en reposo tratando de recuperar las fuerzas y la motivación, mientras por su cerebro atolondrado giraba una y otra vez la ruleta de las inquietudes sórdidas.
Por instantes vislumbró el reciente pasado, develando la cinta del recuerdo, cuando se enfrentaba contra el enemigo. Y se vio a sí mismo, gritando y corriendo por entre cadáveres, con el rostro sudoroso y con la cabeza sangrando. Había perdido la oportunidad de morir valerosamente como sus colegas en medio de aquella intensa batalla. Pero ya era demasiado tarde, ahora lo alcanzaba solamente el desasosiego de sus mares interiores.
Pero luego, recordó no haber visto caer ´la nave de su hermano Dimitri, y seguramente estaría a salvo, refugiado. Y entonces Dimitri había tenido la suerte y la oportunidad de sobrevivir valerosamente en medio de aquella intensa batalla en órbita, esperanza que albergaba desde lo más recóndito de su interior.
No le quedaba pues más que conformarse con ocupar un lugar verdaderamente incómodo: el del sobreviviente y prisionero de guerra en un mundo extraño como el de Tlexi.
Además, porque sabía que no regresaría jamás a MMG, aunque quisiera.
Pues ya lamentar la desaparición de sus familiares tampoco le hacía bien, no le resolvía nada ni le resanaba las heridas que había sufrido en el ataque contra Atriada. Se destrozaba la cabeza pensando en la suerte que había corrido su heroico hermano, cuya nave esquivaba los rayos disparados desde tierra por los atriadianos.
Pero esas reflexiones ahora tampoco tenían importancia.
Una niebla densa nublaba sus últimos recuerdos en el transcurso de aquella sangrienta batalla. Pero seguramente su nave había caído primero y luego la nave de Dimitri se habían precipitado como un bólido sin control sobre las destrozadas edificaciones de la ciudad inundada de bultos humanos inertes.
Ignoraba qué podía haber pasado con su hermano. No vio caer la nave de Dimitri sobre los terraplenes ensangrentados, pero sabía que su nave disparaba repetidas veces y evadía las ráfagas de las máquinas terrestres de las tropas de Atriada.
Luego recordó el desesperado clamor a viva voz de un hombre entre los escombros de la ciudad que anunciaba firmemente de nuevo la ofensiva de las flotas mmgenianas. A lo que él prestó significativa atención. Y luego, el final del encuentro con el enemigo, desarmó sus conceptos previos.
Dimitri seguramente estaba muerto; y él, ahora prisionero de guerra y herido de muerte.
Pronto Tlexi desplegaría sus naves nodrizas para verificar la destrucción de la rebelión galáctica de MMG.
Con la pulverización de la insurgencia, si era cierto, la guerra se había desenvuelto de una manera trágica y fatal.
Pronto comenzarían a prepararse las naves nodrizas extractoras para la captura de los minerales químicos y energéticos del gigantesco planeta, rocoso, y así poder subsanar las necesidades bioenergéticas y tecnológicas del despiadado y minúsculo planeta Tlexi, temido por todas las comunidades planetarias.
El delirio de la guerra lo hacía presa fácil de las alucinaciones del combate.
En su extenuante cansancio y dolor se quedó profundamente dormido, y soñó escenas espantosas que nunca hubiera imaginado.
Delirante, soñó que se encontraba en medio de los caminos incendiados y vaporosos de las selvas de Tlexi de los cuales emergían seres nauseabundos que contaminaban con sus hedores el asfixiado aire tóxico de la selva tropical.
Aumentaba el estrépito de unos tambores macabros que palmoteaban unos colosales hombres negros.
De la espesura de la jungla salió un engendro portando un hacha que pedía a gritos la cabeza de Vlad. Tenía por cerebro un montón de tentáculos con ojos diminutos con los que buscaba a Vlad por entre las malezas. Repartía formidables hachazos al aire con sus largos brazos descarnados.
Retumbó la selva a los golpes macizos del decapitador.
A Vlad se le encalambró todo el cuerpo de pánico. Volvió a sentir que se le inmovilizaba la lengua y era incapaz de gritar.
Los negros colosales en conjunto emitieron una orquesta de estruendos funestos mientras Vlad trataba de huir hacia todos lados, enloquecido.
El cielo se cubrió de llamaradas portentosas.
Cuando despertó sobresaltado, recordó que había sido capturado por las tropas tlexianas y ahora se encontraba en el hospital de la ciudad, disminuido.
9
Al transcurso de los días los medios de comunicación de todas las ciudades de Tlexi informaron:
“Caballeros de la Nueva Patria Galáctica
“Heroicos combatientes:
“La guerra contra MMG ha tomado otro curso con la destrucción de la rebelión mmgeniana del planeta gigante.
“Los factores preliminares vinculan a los combatientes en actos heroicos.
“Nuestras ciudades y nuestras flotas se han recuperado, sustancialmente.
“Deben saber ustedes que nosotros aquí en la guerra vivimos como máquinas de destrucción masiva.
“De todos modos, nuestros enemigos están aniquilados.
“Pero como nuestra organización espacial es una entidad humana y militar, creemos merecer mejores tiempos de evolución estratégica.
“Ignoramos cuántos de nuestros combatientes han sido dados de baja y han caído en las cruentas temporadas de combate, los cadáveres memoriosos de nuestros guerreros serán devueltos a sus lugares de origen y a sus familiares para honrar su valor y lealtad con la causa cósmica de Tlexi y con los ideales independistas. Y ahora descansarán bajo la tierra que los vio nacer, condecorados con el baluarte de la libertad universal”.
Transcrito
Por el secretario del Concejo Espacial de Tlexi
División bloque de flotas
A Vlad, aquellas noticias le helaron la sangre.
Aún no se sabían los nombres de los fallecidos, puesto que eran muchos.
Ya era demasiado tarde esperar un rescate.
Nadie alcanzaría el desasosiego de su mar interior.
Además, sabía que, con el pretexto de la libertad universal, los comandantes de ambos bandos se habían refugiado de la derrota y de la pérdida de vidas en una utopía de valor suicida, era como echar un pesado telón sobre todo que cubría la inminente lucha. Entonces comprendió que todo había acabado con determinaciones agresivas.
Sus amados padres, su hermano Dimitri, los comandantes, los soldados, los habitantes de Xaixel, los habitantes extramúricos de MMG, estaban aniquilados, reducidos, pulverizados, muertos, perdidos en el fragor del polvo cósmico, así lo creía.
Mucho lloró porque había perdido lo que más amaba, lo que más anhelaba, regresar como un héroe a MMG, invadido por las gloriosas chispas de la victoria ahora definitivamente truncada por los recientes acontecimientos. Por eso, ahora más que nunca lo entendía visiblemente afectado, pues las notificaciones de los medios de comunicación de Tlexi no mentían ni distorsionaban la información, en lo absoluto.
Desprovisto de ánimos no se inmutó por levantarse ya de la cama en el hospital de Atriada.
Comprendió la derrota en un santiamén.
Al llorar borró el pasado y la semblanza de todos los instantes de su vida que lo habían perseguido como si se tratara de sombras presenciales indelebles.
Apareció de nuevo el pasado borroso y confuso, envolviéndolo en hálitos de niebla.
Sólo quería borrar el pasado de su mente y llorar inconsolable por todo lo que había perdido.
Y entonces rogó porque su soledad en Tlexi como prisionero de guerra no fuera más despótica y desalmada que la guerra final.
Casi desfallece. No podía creer la destrucción de Xaixel por causa de la ambición de Tlexi.
Con la certeza de estar perdido se refugió en la soledad de la habitación del hospital.
Su fortaleza se fugaba con las notificaciones que cada vez más venían de los medios de comunicación.
Saberse prisionero de guerra en un país extraño bloqueaba sus ideas. no lograba reponerse de las bruscas impresiones de su alma, inspiradas por la crueldad inhumana de la guerra.
10
Los planetas en conflicto se amenazaban con atacarse unos a otros.
Tlexi amenazaba con pulverizar completamente a MMG y más planetas rocosos.
Sin embargo, por su proximidad con El Más Mayor Gigante, MMG, no podía empezar una aniquilación masiva.
Los destrozos de las ciudades de Tlexi bombardeadas todavía oscurecían la atmósfera espacial.
Era una densa y polvorienta niebla sobre las ciudades capitales y sobre todo el pequeño planeta agresor Tlexi.
La guerra empeoraba en las galaxias vecinas, con la arremetida amenazante de Tlexi.
Pero aún no se sabía con certeza las nuevas estrategias de Tlexi para atacar.
Toda la región planetaria estaba en conmoción, las demás confraternidades espaciales temían el aniquilamiento tlexiano.
Y seguramente los Hombres T de Tlexi arremeterían con sus letales armas de destrucción masiva contra todas las esferas planetarias, ahora que había derrotado a MMG, y tenía el control total sobre el sol del sistema solar.
Y aunque también las ciudades de Tlexi estaban heridas en su infraestructura, esto no impidió que a la fuerza doblegara a los planetas rocosos que se le oponían.
Tlexi era una pequeña e impredecible bomba de tiempo que detonaría en el momento indicado y preciso.
Vlad rogaba que Tlexi se detuviera en su afán de destrucción masiva con el propósito de acumular riquezas energéticas de los subsuelos de los planetas rocosos, para alimentar y suplir las necesidades requeridas por los Hombres T, sus científicos mutantes de inteligencia supra normal.
Pero la súbita palpitación de saber que Tlexi no se detendría en su ambiciosa emancipación energética, no lo dejaba reponerse de las bruscas impresiones de su alma, inspiradas por la crueldad inhumana de La Guerra Galáctica.
Para nadie en el sistema solar Visiovius K era un secreto que Tlexi, el pequeño y poderoso planeta verde destructor, quería gobernar El Universo.
11
Un gran acontemiento cambió el curso de La Guerra Galáctica, cuando los viajeros cibernautas de Tlexi descubrieron más allá de su propia galaxia, otra galaxia con un planeta similar al de ellos, llamado Tiamac, verde y con extensos océanos.
Entonces todo esto ocasionó un tremendo revuelo en el equidistante y pequeño planeta dominante.
El nuevo planeta viviente descubierto, semejante al planeta de ellos en constitución atmosférica, física, química y bilógica, era nombrado por los tlexianos como “Teirra”.
Este hallazgo impulsó a los habitantes de Tlexi a organizar expediciones para conocer el planeta terrestre del que se empezaron a decir e inventar muchas historias fabulosas. La más notoria era que se sabía que tenían Dioses y gobernantes, personajes de alto rango que los dirigían, seres superiores a ellos que los esclavizaban. Y entonces también querían llegar a ese planeta lejano, llamado “Teirra”, para dominar y establecer sus avances tecnológicos.
Los viajeros de Tlexi, desde luego, enviaron señales e imágenes de rigor desde esos confines del Universo para informar el apoteósico descubrimiento.
Luego de los mensajes intergalácticos de la comunicación tlexiana, -comunicación demasiado avanzada para nuestra comprensión-, pues se manejaban interconexiones astronómicas, que incluso los xaixelianos de MMG también utilizaban a la perfección; un sistema de imágenes telepáticas, de sonidos hipnóticos y de palabras interconectadas que unían todas las mentes vivientes del fantástico sistema solar Visiovius K19.
Desde La Tierra también tenían un escaso conocimiento de la existencia del viviente planeta Tlexi, de MMG y otros planetas similares.
Se conocía entre los tlexianos, que los terrestres habían visto las naves inspectoras del planeta estelar merodeando su mundo en guerras y conflictos derivados por sus creencias primitivas.
Pero pronto los tlexianos se dieron cuenta que el planeta “Teirra”, de mayor masa y tamaño atmosférico con respecto al del planeta Tlexi, era incapaz de desarrollar tecnologías avanzadas de conquista interestelar, pues sus habitantes vivían enfrascados en luchas y confrontaciones internas de grandes magnitudes.
Pronto los viajeros tlexianos comenzaron labores de rastreo y vigilancia sobre ese misterioso planeta: “Teirra”, sencillamente maravilloso para ellos por su naturaleza variada semejante a la de su planeta.
Las insólitas inspecciones sobre el territorio terrestre descubierto parecían causar mucha extrema curiosidad a los internautas.
Poseía Tlexi los medios visuales de comunicación suficientes para contactar a los humanos de “Teirra”.
Las últimas notificaciones sobre el avance de las tropas insurgentes de MMG, y sobre el gran descubrimiento de “Teirra”, fascinaban al público tlexiano
Y Vlad, que todavía no se recuperaba de sus heridas ni se consolaba, entre trágicos pensamientos, escuchaba atento las nuevas noticias y notificaciones desde la vigilada habitación del hospital general de Atriada.
Envuelto en una senil nebulosa parecía amedrentado.
No sabía quiénes de sus amigos y compatriotas habían muerto en La Guerra Galáctica.
Comprendía que por ahora no le quedaba más esperanza que arrancarse los cabellos de impotencia, y gritar como loco que se mataría, abrumado por las recientes noticias.
Escuchó tronar las voces de los sobrevivientes y prisioneros de MMG, capturados en tierra tlexiana, que exclamaban en los medios de comunicación: “¡Hemos perdido la guerra!”.
Aparecían los sobrevivientes aprisionados y encadenados, expuestos a la intemperie del viento neblinoso del planeta Tlexi, mientras eran entrados a la fuerza a las gradas de una estación enemiga.
Ahora serían esclavos en las ciudades subterráneas de los tlexianos.
Aparecían en las noticias de las tele pantallas, derrotados y humillados, en jauría encadenada.
Entre los detenidos no reconoció a su hermano Dimitri.
Entonces, de veras Vlad, desconsolado, dedujo que Dimitri estaba muerto. Y su desesperación se avivó aún más.
La guerra entre los planetas del sistema solar Visiovius K amenazaba con alcanzar los sinfines del Universo y los territorios más inexorables de las galaxias vecinas.
Las montañas polvorientas de MMG temblaban al estruendo de las lluvias ácidas.
Y el cielo de Tlexi también estaba infectado, se sacudía, y todo el planeta estaba en cuarentena.
El viento morado de la noche invadía el cielo planetario.
Vlad se sintió absolutamente perdido, expuesto a los designios de los poderosos enemigos tlexianos.
12
Vlad entre gritos de auxilio pedía que lo socorrieran. Pero nadie parecía escucharlo ni quería ayudarlo.
“Moriré aquí encerrado”. Pensó.
Era lo más probable, que lo dejaran abandonado en esa habitación de hospital.
Correría la misma suerte que los otros prisioneros de guerra, que serían encarcelados, torturados para lograr confesiones y declaraciones sobre su unidad de combate.
Sería obligado a confesar su vida revolucionaria y militar.
Los tlexianos tenían los métodos necesarios a su alcance para sustraerle toda la información, toda su memoria. Y después de estos interrogatorios y salvajes métodos de confesión quedaría vacío, robótico. Y tal vez sería conducido a las execrables canteras de La Ciudad Subterránea de Carát, fortín inmerso en las profundidades de Tlexi, o conducido frente a un pelotón de fusilamiento.
Los tlexianos habían desarrollado mecanismos para hacer del Universo su fuente de poder.
Vlad se sintió perdido y aniquilado.
No tenía suficientes fuerzas para salir a rescatar a sus compañeros sobrevivientes, siguió gritando como un loco desde la cama del hospital, desproporcionadamente.
Pero nadie acudió a sus desesperados gritos.
Se proponía huir. Urdía planes de escape en medio de su debilidad.
Pero no tenía fuerzas para eso, su enemigo era tan poderoso, que ahora era necesario revertir su conducta y pensar mejor en unirse a las fortalezas del enemigo.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido, seguramente el suficiente para darse cuenta de todo lo que sucedía.
Su zozobra aumentaba considerablemente al no saber tampoco nada de sus captores.
Estaba aislado, abandonado, confinado.
Un extraño brazo alimentador, desde una pequeña ranura del techo de la habitación salía para proveerlo de agua y comida.
Su plan de fuga, poco a poco, adquiría sentido, contextura, precisión.
Se tiró de la cama de convalecencia al suelo, se arrastró hasta llegar a la puerta. Allí permaneció por horas, esperando que alguien abriera.
A una hora imprecisa, uno de los guardias abrió la puerta y su reacción fue inmediata. Logró bloquearlo estando desde el suelo. Al neutralizarlo se sobrepuso al desaliento de vivir, y lo despojó de su arma con la que le propinó un contundente golpe en la cabeza. El guardia quedó tendido en el piso, inconsciente. Luego lo desvistió y se colocó su uniforme que le quedaba a la medida.
Pasaron unos segundos sin aire.
El otro guardia que vigilaba en la entrada de la puerta no se percató de lo que sucedía al interior de la habitación, no logró reaccionar a tiempo cuando vio salir a Vlad armado, y esto lo aprovechó Vlad para dispararle.
Su ímpetu de fuga, su única visión salvadora, era abandonar aquel hospital.
Lograba sobreponerse al dolor de sus heridas
Ahora era un tlexiano.
Luego precipitado se internó por el interior del hospital, descubrió amontonados en los pasillos a otros heridos sin atención, reposaban inmóviles, tal vez ya muertos.
Creyó que llegarían otros guardias, pero nadie asomó ni pareció darse cuenta de su huida.
Al rato llegarían los socorristas con más heridos y presto el equipo médico a revisarlos, entre ellos estaba la enfermera que lo había atendido. Pasó junto a ella, y ella no lo reconoció.
Caminó auscultando los pisos sucios y desorganizados. Abandonó el edificio fantasmal y se internó por la destruida ciudad de Atriada.
13
La ciudad de Atriada, buscaba sobrevivientes entre los escombros. Se recuperaba de los destrozos ocasionados por la arremetida de las naves mmgenianas, pero ya los constructores parecían trabajar rápidamente para su reconstrucción.
Vlad, por su parte, buscaba una escapatoria.
Por su lado pasó una tropa de guardias tlexianos que no lo reconocieron, creyendo que se trataba de uno igual a ellos, se apartó y alcanzó la calle.
Para Vlad había perdido sentido esperar un rescate de su flota, porque las flotas de MMG habían sido aplastadas.
Su única alternativa era escapar del planeta, por ahora no quedaba otra opción que ser un tlexiano más o morir.
Siguió caminando por la calle, en lo sumo tratando de esquivar las tropas vigilantes de guardias tlexianos.
El fuerte deseo de abandonar Tlexi lo impulsaba, avivaba su cólera de venganza por la muerte de sus padres y de su hermano, y por la aniquilación de la ciudad de Xaixel.
Se lastimaba las manos en la huida y el sudor empapaba el uniforme tlexiano que vestía.
Pronto se darían cuenta de su fuga y aparecería la orden de captura en su contra o la orden de ser asesinado en ipso facto. .
Estaba destrozado por la muerte de su familia. Pero tenía que reponerse.
Ahora era un tlexiano. Era la única forma de despistar al feroz enemigo.
Dirigió sus pasos hacia las periferias, buscando una posible escapatoria, alguna nave que pudiera raptar y abordar.
Le pareció que las calles de la ciudad estaban interconectadas unas con otras formando un destruido laberinto sin comienzo ni fin.
Descubrió algunos despavoridos ciudadanos que trataban de sortear entre esfuerzos todos los destrozos desparramados por doquier.
Luego siguió por algunas umbrosas calles.
Por su lado pasaron otros guardias que no sospecharon que era un mmgeniano vestido de guardia tlexiano. Pudo continuar sin problema alguno y moverse por la ciudad, sin levantar sospechas de su verdadera identidad quedando solo en medio de la atmosfera polvorienta de las edificaciones destruidas por los bombardeos.
Cuando alcanzó los extramuros, descubrió un conjunto de puertas herméticas al pie de las montañas. No sabía qué puerta elegir y todas estaban cerradas.
Decidió entonces trepar las rocas lisas por encima de las puertas
Las señales de la guerra y de la desolación destrozaban su corazón.
A los pocos instantes, se desplomó, y quedó tendido en el suelo, lamentándose, abandonado a su suerte, sintió el estupor de la muerte, una sombra de su propia condenación.
Mientras tanto un viento despoblado lo sumía cada vez más en un silencio de muerte paranoica.
Volvieron a sangrar sus heridas. Le dolía terriblemente la pierna.
El uniforme tlexiano se empapó de sangre, poco a poco sintió que se desgarraba de dolor.
Pronto comenzaba a envolverlo la oscuridad, tenía que reaccionar, tenía que luchar por conservar su vitalidad.
Por la precipitación de sobrevivir, -una inminente catástrofe se cernía sobre el cielo-, era necesario tomar aliento.
Respiraba con dificultad, se le nublaba la visión, y por momentos, languidecía; le temblaban las manos y las piernas.
Decidió mejor quedarse un rato quieto, pero temía que al detenerse se le entumecieran las piernas y ya no pudiera andar, pero quería pensar ciertas cosas y descansar, al menos ya había logrado estar fuera del horroroso hospital de la ciudad.
14
Se internó dificultosamente a la intemperie de las tierras enmalezadas y agitadas por las lluvias radioactivas del polvo que cubría las murallas de la ciudad invadida de destrozos y destrucción.
Su piel ante el contacto del ambiente radioactivo empezó a desgajarse.
Estaba próximo a desplomarse. Quedó tirado en el camino mientras se le salía el vientre en pedazos, entre estentóreos gritos.
En la profunda selva encontró algunos frutos, alguna raíz comestible que masticó ávido.
De repente, esa noche, las lluvias acidas y la niebla polvorienta, presto empezaban a precipitarse sobre el minúsculo planeta verde, exterminador de mundos.
Los elementos detonados de la guerra galáctica, altamente corrosivos, ahora perjudicaban la atmósfera y se apoderaban de Tlexi, próximo a la catástrofe, para su auto destrucción.
En definitiva, Tlexi también estaba condenado a desaparecer en la vastedad infinita del Universo.
Asomó a las ciudades capitales de Tlexi, la rabia y las maldiciones de los antiguos elementos desintegrados de la guerra galáctica.
Todo el planeta era una nube tóxica.
Ya los tlexianos corrían a salvarse dentro de los búnkeres subterráneos ante las inminentes señales de la muerte radiactiva desencadenada por la aguerrida confrontación espacial.
Gritaban y vociferaban que la guerra contra MMG, también los alcanzaría a todos ellos.
Las fatídicas noticias de muerte radioactiva los alcanzaba sin misericordia, provocaba que los tlexianos alzaran los brazos al cielo solitario, y se sintieran culpables de desencadenar su propia destrucción.
Vlad sintió mucho dolor en sus entrañas.
Ahora estaba abotagado en medio del territorio desolado, su patria se había vuelto pedazos, Xaixel estaba destruida, reducida a escombros.
Entonces el cielo tlexiano crujió en un estrepito molecular.
Vlad estaba gastado, derrumbado como su propia patria.
Había dado todo su valor en el campo de batalla, estaba de nuevo ensangrentado, escuchó su propia agitación, incontrolable, desmesurada.
Y luego en un solo temblor se resistió a abandonarse.
¿Adónde dirigirse?
Había escuchado a los guardianes hablar de La Ciudad Subterránea de Carát.
Pero, ¿dónde estaban ubicadas las puertas de acceso a esa ciudad de mutantes?
Tendría que escudriñar, palmo a palmo, la tierra tlexiana, si quería asentarse en esa ciudad interina bajo la superficie del planeta.
La noche radioactiva sobre Tlexi atacaba simultáneamente la vegetación y envenenaba los ríos.
Apagó todas las luces de las ciudades capitales, quedando el planeta a oscuras.
Entonces se apagaron las voces telepáticas de los medios de comunicación, todas las visualizaciones, todas las respiraciones se detuvieron en un murmullo, todas las reclamaciones en un gesto resignatario, todos los latidos desenfrenados de los corazones.
15
Se internó con dificultad a la intemperie invadida de niebla, por su deplorable flanco pasó un desesperado tlexiano con la cara contraída como la de un moribundo molusco fuera del agua, que huía de las malas noticias de muerte y exterminio.
El tlexiano se detuvo bruscamente al verlo y le informó que la atmósfera del planeta era inestable.
– Entonces, ¿qué quedará de Tlexi? -le preguntó Vlad, confundido.
– ¡Nada, no quedará nada! -le respondió el tlexiano con los ojos desorbitados, luego le aclaró-, los Hombres T y los altos mandos de La Confederación salen a conquistar “Teirra”, el planeta habitable con seres, que según dicen tiene agua no envenenada… Los viajeros cibernautas van a invadir “Teirra”, y abandonar Tlexi. ¡No quedará nada, nada!
– ¿Y nosotros?
– ¡Nosotros moriremos aquí cuando el planeta muera consumido en sí mismo! -vociferó.
Ni con toda la tecnología que alardeaba tener los Hombres T de Tlexi se salvaría el planeta de la catástrofe.
Los confundidos y aterrados habitantes abandonaban las ciudades en desbandada, pronto los tlexianos y mmgenianos sobrevivientes crearían un éxodo por la infinidad del Universo, tal vez a la conquista total del valioso planeta “Teirra” perdido en El Cosmos. Y así toda la tecnología armamentista de máquinas de rayos de neutrones iónicos en tierra y de gran alcance interestelar desaparecería junto con su civilización.
Pero quizás la auto aniquilación de Tlexi eran simplemente conjeturas despertadas por el pánico y las falsas alarmas del aire contaminado.
Vlad permaneció inmóvil mientras el tlexiano fugitivo se detenía brusca e intempestivamente en su convulso camino.
Descubrió que de la boca del hombre brotaba una espuma verde que le impedía mover los labios.
Se asustó, el hombre abrió los brazos en cruz y se sacudió como tratando de volver en sí.
Vlad se asustó mucho, el hombre convulsionaba aterradoramente y se golpeaba contra las piedras, de súbito, se detuvo, adolorido.
– ¡Son los efectos de la lluvia radioactiva! -dijo, descompuesto.
Vlad se sintió más desorientado.
No sabía con certeza qué maldición apocalíptica se avasallaba sobre los habitantes del planeta. Su juego mortal de dominación galáctica ahora se iba contra ellos.
A Vlad, la dolorosa pulsación de su corazón le dio fuerzas para levantarse y continuar el camino, sangraba y también empezó a esputar espuma verde copiosamente por la boca, su vientre se descascaraba, la pierna herida le sangraba abundantemente.
Pero huir era tan inútil como quedarse a morir abandonado a lo inesperado.
Fuertes brisas de borrascas le sacudían el rostro, le estropeaban los ojos, se tambaleaba agarrado a las ramas de espinos y de otros robustos árboles carbonizados.
Para tratar de salvarse de la toxicidad del planeta, la única esperanza que alimentaba, era lograr llegar a las enterradas entradas de La Ciudad Subterránea de Carát. Albergaba ponerse a salvo. Se despedazaba en el dolor, en su cabeza surgía el desquicio demencial de abandonar el inestable planeta
Aquella repentina mortandad de la naturaleza y de los moradores del planeta, traía espantosos ecos borrascosos por medio del viento castigador.
Por los baturros caminos de las montañas, provenientes de las ciudades capitales bombardeadas, aparecieron fantasmales huestes de tlexianos desorientados.
Creyó que estaba delirando por el efecto de las heridas abiertas en su organismo y por su terrible cansancio, porque ya había inhalado la toxicidad del aire.
Pero la muerte de todo el planeta nunca había sido tan real.
Los barbianes formaban cotillones, perdidos y tumultuosos.
Cuando se percataron de su errabunda presencia, se le acercaron como queriendo tocarlo, y él se escabulló sacando fuerzas, visiblemente asustado, buscando refugio.
Le gritaban sandeces, y él no quiso detenerse a escuchar.
Por fin perdió de vista esas delirantes tropas descarnadas y buscó dónde camuflarse.
Llegó a zonas inhóspitas donde los silbos apocalípticos del viento y los lastimeros ululares de los supervivientes se resignaban al fin de sus días, pues sabían que debían prepararse para un largo viaje sin retorno.
La Hecatombe, aquella repentina Mortandad del Tiempo y del Espacio, condenaba a todas las razas y a todos los planetas a desaparecer.
Vlad había tentado la suerte.
Seres extraños en precipitada errancia alcanzaban los límites desconocidos mientras la noche se desplomaba hacia los abismos del Universo, las voces y los despavoridos momos de los moradores, las naves espaciales que iban y venían surcando el cielo contaminado, y luego desaparecían al bramar del viento revuelto entre los riscos puntiagudos, el viento sideral contaminado por las partículas de los rayos de neutrones iónicos que habían destruido planetas enteros, y que ahora se precipitaban contra sus creadores, dueños y amos, silenciaban las voces de los habitantes tlexianos y de las fieras nativas entre los bosques borrascosos.
Empezaron a caer del cielo nubloso de Tlexi variedades de lunas rocosas, satélites espías, meteoritos y asteroides plateados refulgiendo.
Pronto el sol del sistema sería una supernova gigante.
Cuando Vlad se aventuró hacia la inexorable intemperie del planeta pensó que se lo tragaría el salvaje viento destructor, y que se desintegraría por las lluvias radioactivas que creaban tormentas infernales.
Pero se protegió de los temblores celestes que provocaban enormes grietas en la superficie.
Observó el escape desbocado de los habitantes, desfigurados sus rostros y sus cuerpos al contacto de la presión de la niebla atómica y nuclear, cayendo ruidosamente desplomados en los caminos en ignición.
Tlexi sucumbía.
Vlad no se atrevía a mirar hacia atrás, se prometió a sí mismo, en la angustiosa fuga, que nada ni nadie le daría alcance.
Su esperanza era poder alcanzar las enterradas entradas a La Ciudad Subterránea de Carát y refugiarse con los demás supervivientes que huían de las ciudades sofocadas por la hecatombe.
Se encaminó hacia los bosques arrasados por el huracán radioactivo de lunas desgarradas del firmamento, donde se empezaban a amontonar los desintegrados fragmentos de las ciudades desmembradas y desgajadas por el viento envenenado.
Esquivaba alguna que otra piedra, disparada como un proyectil, el aire y la lluvia le rasgaban la piel.
El uniforme tlexiano estaba deshecho.
Sacudió de sus ojos aquellas visiones que querían sumirlo en la aniquilación. Trataba de evitarlas espolvoreándolas de su cabeza. Sentía la azotaina de la borrasca ajando su piel ya desnuda por la radiactividad.
Encontró milagrosamente refugio en una caverna abierta en el boquete de la roca de una montaña árida, se escondió desfallecido.
Sudaba copiosamente, escupía espuma verde por la boca, lagrimeaba y temblaba de frío, de desamparo, de pavor y pánico, envuelto entre fatales indicios de próxima contaminación radioactiva.
Había creado la guerra la desestabilización de toda la región.
Vlad Sabía que las misteriosas ciudades capitales de Tlexi estaban desapareciendo, lo que no habían previsto los Hombres T con el uso indebido de sus poderosos armas destructivas. Había creado Tlexi la desestabilización planetaria.
Vlad estaba sumido en dudas y agobios. Sospechaba que todo iba desapareciendo del sistema solar Visiovius K, y ahora sólo quedaba el delirio de la salvación.
Pero afortunadamente dejó de temblar y sacudirse la superficie de Tlexi.
Aun así, seguían cayendo sobre la superficie del planeta, restos tóxicos desintegrados.
Cuando la atmósfera pareció normalizarse, Vlad logró salir de la caverna.
Se incorporó y extendió las piernas adoloridas, luego trepó una agreste montaña, y en lo alto del montículo, vislumbró las abiertas fosas de la ciudad mientras que un océano tormentoso como una mancha bituminosa de lunas despedazadas y de estrellas precipitadas devoraba los contornos del cielo nocturno.
Asaltado por una emoción indecible sintió un profundo dolor al descubrir que no habría, aunque lo quisiera, la posibilidad de albergar el retorno a Xaixel y un eventual rescate.
Sin embargo, se armó de valor.
Después de caminar, herido, famélico y sediento, por inacabables sendas que no conocía, que nunca había visto, por valles y atajos de montañas que atravesó, frente a él se abrió entre los bosques, el claro de una ruinosa estación de naves tlexianas, destruida por las estampidas de las naves espaciales de MMG.
En la estación se encontró con los despavoridos rostros de los forajidos y de los sobrevivientes de la evacuada ciudad de Atriada, salidos de los gravosos caminos de los montes y de los alcores humeantes, que se amontonaban y emergían astrosos a formar la algarada en la estación salvadora.
Vlad estaba sofocado de fuga.
En la sorda lejanía se escuchó el ronco silbido del Expreso Tlexiano que se acercaba velozmente rasgando los aires renegridos.
La multitud de prófugos se agitaba entre gritos y exclamaciones, movida por la ola del socorro.
Aumentaba visiblemente la conmoción a un segundo ronquido del Expreso Tlexiano por el caótico cielo oscurecido de repente.
Los supervivientes estaban impacientes, algunos se chocaban desorientados, se desvanecían por la fatiga y por la lluvia radioactiva.
Vlad, herido, soportaba heroicamente la turbamulta enajenada.
El Expreso Tlexiano se acercaba en la noche del fin de los tiempos, con su atronador rugido en la distancia.
Aumentaba considerablemente la masa de escapistas que provenía de los mangles y de los extramuros de la capital evacuada.
Aunque nadie alcanzaba a divisar la descomunal máquina, parecían agitarse más y mucho más en la conformidad de lo que nunca llega.
Un hombre de rostro asqueroso, llagado de úlcera y viscosidades, que estaba a su lado, le preguntó en lengua tlexiana:
– “¿Dusques veretent?”. (“¿De dónde vienes?”).
Él respondió, afectado, que venía de Atriada.
Al hombre astroso no le agradó el tono del desconocido, y con unos ojos de mermelada derretida, pestañeó observándolo, demudado.
Cuando volvió a rugir el Expreso Tlexiano que los pondría a salvo, el leproso y contaminado hombre se lanzó hacia la zaragata renegando lenguas funestas, mientras que los pazguatos se golpeaban, caían y se asesinaban por alcanzar los oscuros compartimientos de la imposible nave, que los conduciría a la Ciudad Subterránea de Carát, último bastión del planeta.
Vlad, enturbiado, sabía que era inútil aquel escape de la gleba enloquecida.
El Expreso Tlexiano volvía a rugir en la lontananza sin fin, se acercaba con sus funestos compartimientos garrapiñados de muertos, imposible de arribar a la ruinosa estación donde esperaban impacientes y desesperados los enloquecidos sobrevivientes.
Cobraba la nave de rescate una lejanía infinita.
La multitud en la estación reventaba en globos de sangre, a la espera de la nave imposible en la noche apocalíptica.
Allende, se cruzaban los límites de las cumbres disueltas: desiertos y caminos montañosos intransitables, y más allá, las dunas y las montañas desintegradas.
Vlad sabía que La Ciudad Subterránea de Carát, era la última fortaleza a la que todos los sobrevivientes luchaban por llegar.
Ya estaba cansado de huir, y por eso esperó en la estación la llegada del Expreso Tlexiano. Descansó dejándose caer aparatosamente sobre un lecho de piedras, se tumbó a mirar el paisaje hecatómbico con débil extrañeza. Quería retomar fuerzas para seguir, pero no era capaz de moverse. Sus ojos aún conservaban una claridad temerosa. Las lágrimas emergieron de su rostro. La tortura de la fuga había confeccionado en su mente atropelladas sensibilizaciones.
Muchos murieron mientras esperaban la llegada del Expreso Tlexiano.
Vlad recobró nuevamente los ánimos, y se internó indefenso y desprotegido por las profundas y lejanas, grises y amarillentas arenas de las tundras incendiadas, levantando con sus pies una polvareda rojiza.
Las chispas de los rayos radioactivos se precipitaban sobre la vegetación.
Vlad parecía reventarse las piernas en un trecho considerable.
La lluvia ácida desprendía su piel en gajos dolorosos.
Creyó que se le iba el alma entre escalofríos.
Escuchó un sorpresivo y fuerte ruido aéreo.
Una nave tlexiana de reconocimiento se acercaba por los cielos turbios, estruendosamente planeaba rasgando las nubes.
Se apresuró a subirse a un montículo de arena para que la tripulación de la nave lo pudiera divisar, agitando los brazos a los aires del firmamento nublado. Aunque no veía con claridad la nave, el ruido de la máquina lo alertaba. Entonces descubrió suspendido en el aire un gigantesco armatoste metálico de difusas luces, perdiéndose en la infinitud del cielo empantanado.
Siguió caminando, intuía en la oscuridad el camino hacia La Ciudad Subterránea de Carát, oculta en la superficie del planeta por un hálito de niebla lluviosa.
Se alimentó de hojas esparcidas y del agua del viento.
Halló los cadáveres de varios animales extraños y de hombres sacrificados, dispersos en la tierra agrietada e insaciable.
Los caminos hacia La Ciudad Subterránea de Carát estaban plagados de muertos.
El cielo explotaba una y otra vez, contaminando los árboles y los arroyos esparcidos por entre las montañas.
No podía tomar agua de esos arroyos, porque estaba envenenada.
Continuó caminando mientras se desangraba, hasta hacerse un hombre irreconocible, enclenque y famélico, con el rostro escuálido y descarnado, y la mirada increíblemente extraviada.
Por los senderos incendiados encontraba restos de naves estrelladas expuestas a la furiosa fuerza de los elementos.
Ardían los caminos envenenados. Y el cielo continuaba en su explosión habitual iluminando las piedras deshechas.
Durmió en las grutas medanosas formadas por el simún de las pulverizadas lunas de Tlexi, arropando su cuerpo con ramas espinosas, calentando su cuerpo en los peñascos, así lograba descansar un poco.
Crujía toda su pelmaza constitución en resoplones vocingleros.
Era necesario continuar, se repetía.
La noche resplandecía de furor apocalíptico, descubrió desde un arenisco altozano, unos sobrevivientes moribundos sumergidos en la tierra escabrosa.
Y así continuó su pesadilla por las selvas radioactivas.
16
A Vlad lo recapturaron los socorristas de las brigadas de salvamento de la destruida ciudad de Atriada, nuevamente sin sentido y casi moribundo.
Inmediatamente lo condujeron a un cubículo-cápsula del inmenso hospital de La Ciudad Subterránea de Carát, puesto que el hospital general de Atriada había sido destruido por los bombardeos de las naves mmgenianas.
Cuando recobró el conocimiento comenzó a gritar enloquecido creyendo ver hombres con cabezas de león envueltos en togas negras y al decapitador de sus sueños. Los médicos mutantes lograron calmarlo inyectándole una sustancia evaporizadora de tensiones y estrés compulsivo. Al recobrar la tranquilidad se extrañó mucho del cavernoso lugar iluminado con luces socavadas. Ignoraba dónde se encontraba, cuando se le hicieron claras las imágenes descubrió los médicos mutantes y las instalaciones hospitalarias de un brillo de roca impecable.
Creyó que estaba soñando en un tiempo cíclico.
Preguntó incoherencias, pero los médicos mutantes no respondieron, al parecer los médicos no hablaban su idioma.
Entonces, prefirió quedarse callado en una actitud reacia.
Los rostros de los médicos mutantes eran ondulantes, sin cejas, con ojos saltones y con unas orejas en forma de caracol.
Vlad sabía que el exterior del planeta estaba contaminado de radiación desencadenada por el irresponsable hecho de los Hombres T al extender todo el poder de sus armas de destrucción masiva de largo alcance sobre las ciudades de los planetas rocosos, sobre todo sobre Xaixel, la desaparecida ciudad selenita del gigantesco MMG.
La sumamente peligrosa tecnología nuclear y atómica de rayos iónicos había envenenado la atmósfera, aunque había reducido la insurgencia mmgeniana que, aunque no vencida completamente seguía atacando y propagándose por el cielo aéreo del pequeño planeta Tlexi.
Los focos de resistencia mmgeniana pugnaban por todo el sistema solar Visiovius K.
La inesperada reacción termodinámica y nuclear se propagó sin control afectando la naturaleza del planeta agresor. Grave situación que debía ser resuelta por los Hombres T, incluso ya se hallaban trabajando en revertir ese proceso.
A Vlad le inyectaron sustancias revitalizadoras, pues su estado de salud estaba terriblemente deteriorado.
La pierna gangrenada bullía en pus. Pronto los médicos mutantes se la amputaron y la reemplazaron por una pierna biónica que no pesaba más de un kilógramo.
A las semanas siguientes, Vlad ya estaba recuperado en un ochenta por ciento.
Mientras tanto Las Congregaciones se había desenvuelto en sus tramoyas burocráticas y comenzaban a prepararse discusiones políticas y planear cese al fuego y prontos armisticios; no obstante, no había por eso terminado las confrontaciones bélicas con sus vecinos ni limpiado la atmósfera del planeta su grado de radiación.
Con el utópico pretexto de la libertad universal todos los gobernantes y los refugiados se amparaban en la derrota y en la restitución del orden como un pesado telón que cubre los errores.
17
Su drástico arribo a La Ciudad Subterránea de Carát, de una u otra manera también aconteció como su salvación del acabose radioactivo.
En la extraña ciudad mutante el trajín de los pobladores era intenso.
Las alarmantes noticias sobre lo que acontecía en la superficie del planeta descarnado, inquietaba los pensamientos generales.
Se vivía esperando de súbito que Tlexi entera colapsara.
Los Hombres T continuaban en sus grandes laboratorios trabajando en sus proyectos de disolución de gases efecto invernadero para impedir que el colapso planetario sucediera.
Era evidente que el pequeño y poderoso planeta tecnológico creador no estuviera dispuesto a sucumbir por sus propios métodos, más ahora que tenía el control total sobre MMG y los demás planetas rocosos del ondulante sistema solar Visiovius K.
Los Hombres T, dirigentes, científicos y mutantes de mentes brillantes, sólo esperaban que se estabilizara de nuevo la atmósfera del planeta para continuar su arremetida conquistadora y expansiva sobre los planetas áridos.
Estos gigantescos planetas áridos y rocosos, de vastas dunas y de impenetrables cadenas de montañas elevadas y escarpadas, de altas cordilleras truculentas con escasa naturaleza, tenían en su superficie pequeñas ciudadelas y colonias marginales que también resistían la contaminación radioactiva emitida por Tlexi, desbordada en su ambición dominadora.
En La Ciudad Subterránea de Carát mecida por socavadas brisas gélidas de viento cavernario, habitaban huestes de hombres y mujeres híbridos y deformes, mutantes, androides, robots, seres transgenéticos, mercenarios vagabundos llegados de todos los rincones del sistema solar y de todas las razas.
En los túneles de La Ciudad Subterránea de Carát, se comercializaban suvenires, accesorios y víveres, piezas de androides, restos de naves y, por supuesto, armas.
Los mutantes recibían en sus enteleridas manos las monedas de los trueques y de los intercambios ilegales. Las patrullas del Orden Mutante hacían inspecciones y redadas continuas en esos túneles laberínticos de la profunda ciudad subterránea extendida a lo largo de las entrañas del planeta.
Eran frecuentes los enfrentamientos y las peleas entre los mercenarios y las patrullas de inspección del Orden Mutante que recorrían de palmo a palmo la ciudad.
Por entre sus extensos túneles se traficaban drogas químicas de uso doméstico y armas biológicas de uso constante entre los mutantes, pero las patrullas de inspección del Orden Mutante estaban siempre vigilantes para hacer cumplir la ley, establecer las normas de convivencia y el orden, y minimizar la peligrosidad del tráfico armamentista y biológico.
Las constantes detenciones eran parte de la cotidianidad de La Ciudad Subterránea de Carát.
Vlad se encontró inesperadamente con el extraño y nuevo mundo de La Ciudad Subterránea de Carát.
Un mundo ajeno y desconocido que lo sorprendió demasiado, sobre todo el aspecto mutante de la mayoría de los pobladores.
Procuraba mantener cierta distancia con los mercenarios puesto que eran demasiado peligrosos.
En la ciudad abundaban mendicantes asesinos y prostitutas sintéticas demasiado desagradables. También había muchos combatientes y soldados de las ciudades capitales de Modom y Atriada, que se refugiaban en las canteras y socavones mientras esperaban que pasara la hecatómbica maraña atmosférica, para así poder regresar a sus ciudades, ciudadelas y colonias de origen.
18
Vlad se recuperaba de sus heridas y de su extenuante faena errante por las selvas radioactivas del planeta contaminado, a poco se iba adaptando a su nueva pierna biónica ensamblada a su cuerpo por los médicos mutantes del hospital de la ciudad. Era una oportunidad de vivir en aquel mundo lejano y diferente a su ciudad natal Xaixel en MMG.
Se encontró de lleno con la nueva y fantástica realidad de La Ciudad Subterránea de Carát, cuyos límites bajo tierra desconocía. Cierto era que la ciudad se extendía por todas las entrañas del pequeño planeta tecnológico y estaba provisionada con búnkeres de máquinas de rayos de neutrones iónicos manejados y supervisados por los Hombres T, lo que la hacía la enterrada ciudad infranqueable a los ataques de los enemigos, letal y poderosa.
Pero, no obstante, Vlad sintió mucha congoja y tristeza, y sobre todo mucha tensión y nostalgia al mismo tiempo, una especie de peso que cargaba en sus espaldas, sentimiento que no lo abandonaría jamás. Eran emociones entrecruzadas que se mezclaban sórdidamente en su interior perturbado. Tristeza y pesadumbre por todo lo que había sucedido, nostalgia por la pérdida de sus seres queridos y mucha tensión por ser y sentirse forastero en La Ciudad Subterránea de Carát, fortín y bastión inquebrantable, similar a un refugio nuclear y atómico.
Sin duda y con prestancia tendría que adaptarse a vivir bajo tierra, la única y última oportunidad que tenía de permanecer como Intruso mmgeniano en Tlexi, y no sería fácil acostumbrarse a la vida citadina de la fantástica Ciudad Subterránea de Carát. Pero siendo un hombre joven y apuesto, rápidamente se restableció de sus heridas, mientras afuera, en el exterior, el planeta continuaba en inmisericorde ignición.
Se instaló y acomodó en un misérrimo socavón que compartía con muchos otros habitantes marginales de las demás ciudades tlexianas evacuadas, prófugos y asesinos, que deambulaban sobreviviendo por los túneles y canteras de La Ciudad Subterránea de Carát inundada de refugiados.
Salía a buscar comida, a establecer contactos con comerciantes o algo en suma que lo mantuviera ocupado y distraído. Ya no era un mmgeniano sobreviviente, era un “tlexiano” refugiado, impuesto a las circunstancias. Y estaba dispuesto a mantener su clandestinidad.
Pero dentro de aquella ciudad extraña, comprendía que no podía levantar sospechas sobre su verdadera procedencia, a riesgo de que lo detuvieran o de que lo asesinaran.
Era esencial aprender la lengua nativa tlexiana que era el idioma oficial de La Ciudad Subterránea de Carát, y poder así comunicarse con fluidez como si fuera un residente habitual del planeta, aunque le resultaba complicada y difícil aquella conjunción de signos y sonidos amórficos. El idioma tlexiano tenía una pronunciación altisonante, y los vocablos eran monosilábicos Inter conexos y bastante complejos, Vlad intentaba comprenderlos minuciosamente.
Aprender el lenguaje tlexiano lo mantenía ocupado y alejado de preocupaciones, estaba dispuesto a sobrevivir en esa ciudad de amontonados seres estrambóticos donde en definitiva era sólo un desconocido en un territorio extraño.
Pero verdaderamente la lengua tlexiana se le complicaba, y apenas podía entender lo que le decían algunos marginados, lo que por supuesto levantaba las sospechas de que no era originario de Tlexi.
Con el tiempo de su residencia superviviente, se hizo ducho en el manejo de las palabras del refinado idioma. Un necesario componente idiomático que necesitaba dominar para establecer su estadía permanente entre los habitantes de la ciudad, y lograr así también su aparente transformación de identidad.
Guardaba la esperanza, aún remota, que aparecieran las flotas de MMG y lo rescataran de aquel planeta fabulesco, cuyas ínfulas de gobernar El Universo eran evidentemente descabelladas. El rescate necesario para dignificarlo como combatiente heroico.
La esperanza de que lo llevaran de regreso al seno de su desaparecido hogar, aunque dadas las actuales circunstancias, ya no era posible, sólo eran tentativas frustradas.
Sabía con certeza que era un sobreviviente más de temida La Guerra Galáctica.
Por más que quisiera el regreso a su añorada patria, ya no era posible, se sentía en medio de una aterradora fiebre sin sentido que solía invadirlo.
Pero todas sus esperanzas eran de nuevo difuminadas por el aspecto de la realidad citadina de la inmensa e intrincada ciudad laberíntica, truncando el curso normal de sus días como forajido encubierto.
Y así pasaron los días y las noches con sus minutos y horas eternizadas, dentro de La Ciudad Subterránea de Carát, para él y los refugiados, de igual manera para los residentes que esperaban con inquietud la normalización atmosférica del planeta destructor.
En las largas noches más frías sobre el planeta Tlexi, lo invadían los sobrecogedores recuerdos, sobre todo el de sus amados padres y el recuerdo de su hermano Dimitri, cuyos rostros se le presentaban tan palpables y cercanos, tan reales y concretos, tan notorios como si tuvieran vida en el aire, entonces no evitaba desesperarse, y llorar desafortunadamente, presa de la ansiedad y de la acuciante angustia.
En sus recuerdos abrazaba a su padre.
El benefactor y bondadoso Emir se le presentaba bien vestido, a la usanza de los venerables de Xaixel, sonriente y agradable, tal vez dibujando una sonrisa resignada, con la frente ceñida y una mirada cauta.
El venerable anciano le daba la bienvenida a la ciudad de Xaixel, ciudad capital de MMG, entre bendiciones y abrazos, entonces ambos permanecían alegres y florecientes mientras que a un flanco de ellos dos, su hermano Dimitri, casi desapasionado, miraba impávido el furtivo encuentro.
Dimitri vestía como el soldado combatiente que quería ser, llevaba un arma ceñida al cinturón, calzaba unas botas negras de cuero que le llegaban hasta las rodillas.
Su madre Cruxa aparecía con una bandeja de cristal de selenita donde abundaban frutas exóticas traídas de otros planetas exportadores.
Ahora sólo alcanzaba a distinguir la desvanecida silueta de su padre, demudado, trémulo.
El día de su partida a luchar ciegamente contra el poderío de Tlexi, su padre Emir se alejaba poco a poco de él, que desde luego estaría sumido con su hermano Dimitri en la cinematografía de la guerra.
Emir, permanecería solitario en su propio torreón de cristal de silicato, a la espera del consuelo de sus amigos y de los visitantes que solían acudir a calmar sus embelecos, esperaría el glorioso regreso de sus hijos, sin saber que correría la inesperada suerte de la extinción total.
Y para Vlad, ahora, en definitiva, era su mismo padre quien marchaba a la hora de su propia guerra.
Pero Vlad se despabilaba de esas reminiscencias visionarias y se encontraba de lleno con la triste realidad.
A veces se preguntaba con insistencia: “¿Dónde diablos están las tropas de MMG?”
¡La crudeza de saber que todas las tropas habían sido exterminadas!
Ahora denotaba un cetrino y cadavérico semblante.
Se sentía enloquecer, inquietas ideas, preocupaciones que giraban en su afiebrada cabeza hasta dispararlo como un pelele por los aires en un impulso frenético.
“Debo volver a la batalla”. Se repetía una y otra vez, incansablemente, sin poder asimilar la derrota.
Era la fiebre constante que lo abordaba.
“Se que se planea una agresión más fuerte”. Se decía así mismo, para confortarse en su extremo dolor.
Eran las visiones que lo torturaban.
“Nuestras tropas se han fortalecido, podemos derrotarlos, cuando ellos se sientan más seguros y confiados en la victoria, podremos caerles encima, ¡y zas!, derrotarlos sin misericordia. ¡Somos la revolución guerrerista de MMG! Y estamos listos para combatir hasta la muerte. Y yo estoy dispuesto a morir de igual manera como mi hermano Dimitri por la causa de La Congregación Espacial de MMG”.
Y la fuerza imperiosa de esas palabras lo confortaba.
Pero al sentir el viento frío traído desde las profundas cavernas de La Ciudad Subterránea de Carát, que le fustigaba la cara con fuertes palmadas, se despabilaba despertando de esas necias ensoñaciones.
Algunos moradores y vagabundos creían que se trataba de un loco abandonado, y consentían en pensar que era la fiebre indomable de la lluvia ácida que se le había colado en su cabeza.
Y entonces al pasar por su lado se reían y le escupían la cara lanzándole piedras.
Vlad sufría un bestial aturdimiento.
Los túneles comunicantes de La Ciudad Subterránea de Carát estaban plagados de miseria y desconsuelo.
Además de mercaderes, asesinos, tratantes y traficantes.
Y todos luchaban por el sustento y por la permanencia dentro de la urbe, sin importar mucho lo que se tuviera que hacer o bajo qué métodos conseguirlo. Se robaba, se asesinaba por agua y alimentos, y por alguna que otra prenda de vestir.
Aunque las tropas de inspección del Orden Mutante hacían constantes redadas y trataban de impedir los saqueos, los robos y los asesinatos, no lograban del todo refrenar la ola de violencia y de inseguridad reinante.
También estaban las prostitutas sintéticas, mujeres vergonzantes de alta peligrosidad, y toda una gama de señoras proxenetas, máquinas y robots alienantes.
¿Dónde diablos estoy? Se preguntaba con demencial sorna.
Sabía que lo vigilaban, que su presencia física estaba expuesta a ser descubierta aún resguardado en las laberínticas cuevas comunicantes y entrelazadas, Mientras tanto, los mismos tlexianos tramaban la muerte de sus enemigos, otros hombres de otros territorios espaciales que querían arrebatar los recursos del planeta verde contaminado por las lluvias ácidas, acaso como un oasis maldito perdido en la inmensidad cósmica.
19
La Guerra Galáctica desencadenada por Tlexi todavía no llegaba a un tácito acuerdo, era muy improbable un armisticio que exigiera a Tlexi, no la rendición, si no la mesura en sus cuestionados métodos destructivos.
Y el vecindario espacial temía que la obstinación del minúsculo planeta por destruir fuera absolutista.
Entonces en base a esto se desarrollaron y se declararon algunas prorrogas en Las Confederaciones cósmicas, pero sin mayores resultados de convencimiento.
Tlexi era un lugar exótico e infernal al mismo tiempo, gobernado por los temidos Hombres T, un Concejo de seres mutantes y humanoides que decidían el destino de la civilización tecnológica, terriblemente obstinados, confiados en el poderío de su inteligencia armamentista.
Es de comprender que, en una guerra, todos estamos expuestos al mando del más perverso.
Los caóticos residentes de La Ciudad Subterránea de Carát sabían de sus posibilidades de sobrevivencia y también de sus debilidades.
Los sobrevivientes de MMG, prisioneros en las cápsulas carcelarias de las ciudades capitales devastadas de Tlexi, quizás pensaban en sublevarse, pero era una tentativa improbable.
Por ahora ningún habitante se distinguía bien en medio del caos, pues las lluvias ácidas que permanentemente caían, a todos los habitantes los estaba deformando hasta mutarlos en engendros diabólicos.
Se decía que la detonación de los rayos de neutrones iónicos había sido una estrategia militar y científica de los Hombres T, científicos mutantes, para transformar el ADN biológico de todo el planeta y de La Ciudad Subterránea de Carát.
Permanecían algunos refugiados como Vlad, tratando de pasar desapercibidos, anónimos, incógnitos para las patrullas de inspección de Orden Mutante que recorrían en sus vehículos de fricción aérea los túneles de La Ciudad Subterránea de Carát a la caza de infractores ilegales y de contrabandistas y asesinos.
De los túneles emergían tropas de guardias tlexianos que controlaban el desastre de la ciudad.
Salían a la superficie incandescente de Tlexi con miras de llegar con sus vehículos hasta la llamada Estación Flotante, punto de encuentro de las naves alimentadoras que los llevaban una y otra vez a las ciudades capitales del planeta, Atriada y Modom. .
A los sobrevivientes y refugiados de La Ciudad Subterránea de Carát les era prohibido el trayecto hacia la salvadora Estación Flotante, que sólo era puerto de vigilancia de los guardias tlexianos que la defendían con sus armas iónicas.
Vlad estuvo tentado de aventurarse a alcanzar la Estación Flotante y robar una nave para escapar del planeta, pero decidió mejor esperar recuperarse bien del todo, no era el momento de emprender una nueva fuga.
20
Toda la naturaleza verde y vivaz del planeta estaba extinguiéndose, sus aguas y su único océano, poco a poco, debido a la radiactividad ocasionada por la detonación de los rayos de neutrones iónicos en La Guerra Galáctica contra el colosal planeta MMG.
Tal vez, dentro de contados días, era muy probable, que los Hombres T, dirigentes mutantes, pronto impartieran las órdenes de evacuar las ciudades y encaminarse hacia la conquista de un nuevo planeta que habitar, seguramente el planeta “Teirra”, en la mira de La Congregación Intergaláctica, el más apto hábitat interplanetario.
Los ciudadanos emocionados abandonaban las ciudades principales, para aventurarse a la odisea de recorrer doscientos cincuenta millones de kilómetros astronómicos luz que duraba el viaje hacia “Teirra”.
De todos modos, los Hombres T, científicos mutantes de Tlexi, ya habían localizado desde hace mucho tiempo, el planeta “Teirra” en la lejanía de un distante sistema solar. Y habían desarrollado una ágil forma de viajar por las inmediaciones espaciales, desafiando el tiempo y el espacio.
Las expediciones hacia la conquista de “Teirra” ya habían sido organizadas, y se decía entre rumores escandalizantes que había habitantes de Tlexi asentados en “Teirra”, desde hacía muchos siglos ya.
Tal vez los insípidos habitantes del lejano planeta “Teirra” también sospechaban de la existencia de los seres tlexianos, era sin duda, algo probable.
Los tlexianos, en caso de la inestabilidad y el colapso de la atmósfera planetaria, saldrían en sus naves espaciales formando enfiladas caravanas, aprovisionados de los elementos necesarios para las evacuaciones.
Resultaba el viaje hacia “Teirra” tan atrayente como si se tratara de una invasión preparada y anunciada con antelación.
Los habitantes de La Ciudad Subterránea de Carát eran seres de rostros alargados y metamorfoseados, iluminados de vacua esperanza, con la tentativa futura de abandonar Tlexi y aventurarse a invadir el anhelado planeta azul “Teirra”, perdido en la infinidad del espacio exterior, pero también parecían estar aterrados y fascinados al mismo tiempo.
Pero la lluvia radioactiva que continuaba haciendo estragos en la superficie de Tlexi se los impedía, pues los caminos de salvación estaban intransitables.
Aún más, algunos refugiados de las capitales sabían con certeza, aflorados de incertidumbre, que fuera de La Ciudad Subterránea de Carát estaban perdidos.
Fuera de aquel crudo, salvaje y monstruoso fortín bajo tierra, sólo se podía ver una vasta zona maltratada que hería la vista.
Era sabido por los habitantes de la ciudad, que estaban rodeados por todos los puntos cardinales de imposibles límites de pantano y de niebla ácida.
Las entradas a los impenetrables túneles de La Ciudad Subterránea de Carát, que muchos, como Vlad, se atrevieron a recorrer y a habitar, eran tan secretas y misteriosas como el mismo origen de los tlexianos.
Alrededor de la ciudad había espantosas areniscas, zonas rodeadas por árboles carnívoros, y allende la Estación Flotante, puesto de control permanente, custodiado por comandos de seguridad del Orden Mutante conformado por guardias que daban las alarmas y atendían la catástrofe ambiental y climática.
Pero ya era demasiado tarde para Tlexi. Todos sus habitantes estaban sumidos en el desasosiego de la inevitable destrucción planetaria.
Además, porque sabían que con el pretexto de la dominación galáctica los combatientes de todo el sistema solar Visiovius K se habían refugiado en una utopía de victoria desestabilizadora.
En la distancia se escuchaban las lamentaciones.
Mientras Vlad se refugiaba en las cuevas de la ciudad, como una rata perseguida.
Y cada vez más las notificaciones que venían de las tropas con nuevos trágicos sucesos.
Y eran tantos los nombres de los muertos de la Guerra Galáctica emprendida por Tlexi como los mismos deplorables sucesos por la contaminación atmosférica que empeoraba.
Vlad no lograba reponerse de las bruscas impresiones de su alma, inspiradas por la crueldad inhumana de La Guerra Galáctica que todo lo consumía.
Parecía a punto de desplomarse. Se sentía gastado, incomforme, como si despertara de una pesadilla trunca e interminable.
Escuchaba desde los intersticios de La Ciudad Subterránea de Carát las fuertes detonaciones del cielo resquebrajado. Hasta que El Temblor de los Elementos apagó todas las esperanzas de su corazón. Dedujo, que tal vez, El Infinito era un organismo monstruoso robótico expandiéndose sin límites, queriendo alcanzarse a sí mismo.
Los sobrevivientes corrían a salvarse ante las inminentes señales del fin del Cosmos, gritando que La Guerra Galáctica también los había alcanzado a ellos para aniquilarlos.
Las noticias de las muertes provocaban que los ciudadanos se arrancaran los cabellos con los muñones de las manos.
Cuando Vlad se internaba cada vez más hacia los adentros de La Ciudad Subterránea de Carát hasta ganar los pasillos de los túneles invadidos de niebla iluminada por luces de neón, por su deplorable flanco pasaban desesperados mutantes con las caras contraídas de espanto, huían de La Muerte del Tiempo y del Espacio.
Se detuvo bruscamente en su marchar ante la noticia de que Tlexi desaparecía, producto de su poder demoniaco, que se había ido contra sí mismo y contra todas sus estructuras.
Los genéricos y los clonados mutantes morían castañeando de fiebre en algún umbral o en algún paredón tembloroso de los corredores umbrosos de la ciudad.
Vlad le preguntó a un mutante qué le pasaba cuando lo descubrió desgonzado entre convulsiones babeantes, pero el extraño ser que botaba espuma verde por la boca no podía hablar y se mordía la lengua hasta sangrar.
Le gritó furibundo abriéndole los brazos y sacudiéndolo para que volviera en sí.
Pero el espectro se desintegraba entre revoltijos.
La Furia del Apocalipsis Cósmico, deprimía y desorientaba a Vlad.
La maldición apocalíptica se avasallaba sobre los pobladores de Tlexi.
A veces presentía, que todo lo que ocurría en aquel misterioso planeta, le ocasionaba no sabía qué clase de fuertes sentimientos intensos, y en otras ocasiones nostálgicos y descorazonadores. Pero, aun así, Vlad temía que ahora el pequeño planeta todopoderoso se extinguiera completamente frente a sus narices.
En cierta forma, sentía que podría adaptarse a vivir como un supuesto ciudadano tlexiano dentro de La Ciudad Subterránea de Carát, aunque dentro de poco tampoco existiría como tal, se sentía igualmente arrastrado a un abismo profundo de maldad atmosférica. y muerte descerebral.
Sin embargo, Vlad nunca había anhelado la desgracia ni la ruina de MMG ni de Tlexi, ni de ningún otro planeta, al contrario, se creía dispuesto para luchar contra esas fuerzas malignas de destrucción y posesión abarcante y totalitarista que se presentaba a aniquilar todo y a gobernar El Universo sin contemplaciones, a aplastar todo sin asomos de piedad.
Para escapar de la desgracia, concluyó para sus adentros, ninguno ser tendría jamás compasión por nadie. Aunque la desgracia no conlleva a sentimientos egoístas.
Ahora él poseía el poder de justificar sus erráticos actos y no rendirse a los indomables caprichos de los enemigos.
La ley de la sobrevivencia, era su única y valedera razón para seguir luchando.
De nuevo se escucharon orquestas de gritos en crescendo traídos por el viento celestial que entraba a los pasillos de los túneles hiperbóreos de La Ciudad Subterránea de Carát.
Ruidos ensordecedores de la muerte radioactiva.
La Tierra o Tiamac (su nombre antiguo), o “Teirra” para los tlexianos, ya había sido localizada con las coordenadas astronómicas precisas. Pronto sería visitada, colonizada, invadida si los miserables seres que allí habitaban se resistían al cambio galáctico.
Nuevos hombres y mujeres serían los elegidos para un Nuevo Orden planetario. Nuevos sistemas, de los cuales los tecnológicos tlexianos sabían demasiado. Incluso sabían de quiénes se trataba, de qué seres impulsivos e instintivos se trataba en el campo de la evolución fisio cerebral.
Entonces genialmente urdían brillantes planes de invasión y conquista más allá de sus límites, gracias a su desarrollada tecnología trasgresora que los acercaba a los demás vecindarios planetarios, todo con la sagaz intención de la conquista invasiva.
Los Hombres T Se ufanaban de su alta inteligencia constructiva y creadora, provistos de arsenales tan altamente sofisticados y peligrosos, pérfidamente destructivos que utilizaban para amedrentar, para someter o en su efecto pulverizar lo que interfiriera su devorador camino hacia la dominación espacial.
No estaba tampoco dispuesto el planeta Tlexi a compartir sus recursos tecnológicos con primitivos y arcaicos sistemas planetarios sin capacidades ni esfuerzos mancomunados, sistemas binarios rodeados de cinturonees de asteroides o vecinos de temibles agujeros negros. Estos sistemas, por lo general, en su mayoría, estaban conformados por planetas rocosas e inhabitables, naturalezas muertas, atmósferas gaseosas.
Por todo el Universo eran habituales estos planetas excomulgados de las leyes de Las Congregaciones espaciales.
Las riquezas del pequeño y poderoso planeta Tlexi, en definitiva, eran de su comando y permanente vigilancia, por ello mismo habían evolucionado en todos los aspectos posibles aún con los riesgos que esto implicaba, tal vez una accidental auto destrucción.
Vlad concluyó denostado, desarmado de su vida, que todo el sistema solar Visiovius K y sus planetas estaban bajo el incontrolable poder del magnífico Tlexi, todo dominio e influencia malévola provenía de su malvado armamento iónico nuclear ideado por los Hombres T. Mas ahora, ese mismo maléfico poder tecnológica se volvía lo más destructivo y temible, invadiendo toda ía la vecindad planetaria.
Vlad entonces se preocupaba mucho más y trataba de darse ánimos, tal vez pensando que la guerra desencadenada por el planeta Tlexi contra todos los territorios rocosos, erigidos como imperios interestelares, ocasionaba esos ruidos que estallaban por los cielos renegridos, ocasionando sobre la atmósfera reacciones diversas.
Pero ahora su propio poder se abalanzaba contra su suelo terrestre creando también acontecimientos infernales.
Con mucho espanto comprendió que tal vez ya no era permitido sobrevivir en La Ciudad Subterránea de Carát ni en ninguna otra ciudad del planeta demoledor.
Su agitado interior se conturbaba en la desesperación y en la zozobra, huir no tenía sentido, debería esperar a que una nube desintegradora se abalanzara con toda su fuerza y potencia sobre su carnalidad.
Ininterrumpidamente Tlexi atacaba e invadía otros planetas poniendo en peligro la estabilidad de su propio sistema biológico y orgánico.
Se consideraba que no le quedaba más remedio que apoderarse de planetas muertos en medio del torbellino galáctico de la marejada cósmica, para subsanar sus necesidades de tecnología criminal y asesina.
Entonces Vlad seguiría vagando eternamente por los túneles de La Ciudad Subterránea de Carát, como un alma en pena extraviada, expuesto a las miradas de los habitantes de la ciudad escondidos en las cuevas y en los socavones donde reposaban marginales, enfermos, descompuestos y abandonados al azar.
Recordaba siempre con demasiada nostalgia y amor a sus padres y a su hermano Dimitri, impregnado de brisas gregarias que esparcían por doquier las semillas de la destrucción.
Los sentimientos cruzados y las molestas sensaciones que le despertaba el exterminio de la revolución de MMG en La Guerra Galáctica y el panorama apocalíptico de habitar el peligroso e inestable planeta Tlexi, pronto se convertirían en una sofocante obsesión de su irremediable abandono.
OPINIONES Y COMENTARIOS