I

Cerca

Correteando a madrugada, siento en la cabeza, en el sueño, metido dentro del sueño, una lucha de gatos. Despierto y los oigo gritarse, desafiarse; cantan, bailan, aúllan antes de la agresión; los oigo, a medida que se acercan y espero bajo las cobijas. Se golpean con horror, con el horror de una cita de media noche. Y hay amor también allí, ¿dónde no hay amor?, ¿de dónde surgen camadas, maulliditos entre la maleza, en el monte frío?

Cuando se desgarran en el techo es como si rascaran mi cabeza, oigo el hormigueo de sus patas y baja entre las telarañas la angustia, yo quiero salvarlos de la violencia pero sé que no puedo espantarlos cuando se encuentran en el techo. Le temo al techo, a la corteza de mi cabeza; no puedo alcanzar ello, no puedo intervenirlos, guerra es guerra, y hay encuentros que no pueden aplazarse en la naturaleza. Me asomo a la ventana y percibo que el vecino ya ha puesto una cerca en su techo. ¿Habrá pensado mis pensamientos?, ¿habrá temido mis temores?, ¿habrá sido lo que yo he sido?

Se terminan las disputas, a mi favor, y por gracia de Dios la noche entra enseguida en calma. No se distingue ya esa noche de todas las demás, de todas esas noches con las que aman escribir los poetas iluminados, y los amantes sufridos; noches aburridas, vacías, agradecidas y cortas; noches usadas para dormir.

Vuelvo a mirar la cerca del vecino. Mi vecino la ha puesto. Él mismo. Sí, él mismo. Una cerca es lo que hace falta, en el techo, y las pesadillas quizá terminen. Pero el techo, ese techo, la corteza de mi… cómo voy a realizarlo. Cómo me subo allí… Díganme cómo hacerlo. Y además los cantos son hermosos, las riñas emocionan, se ora con fervor, y la esperanza es que no mueran de inmediato entre las citas al odio y la violencia. Yo tengo mis riñas a menudo, mis canciones, mis asuntos, con los que me las veo al anochecer; es como un acuerdo inaplazable,  como una terrible y dulce cita, todas las noches.

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