“La Era del Glôcksolid” (Prólogo y Primera parte)
Por Damian Luciano V.
“Desde las profundidades de la oscuridad y las Extensas amarras del Destino, se ha orquestado una divina Tortura particular a las célebres almas de dos viajeros emprendidos en Desafiar un destino imperfecto. ¿Serán estos, incompetentes cadáveres andantes, o serán espíritus heroicos que buscan Redención?
Prólogo a “El llamado Sacrificio”.
Berjes y Erisa, presenciando un desesperanzador e implacable atardecer, estando abrazados dentro y ocultos en los interiores de una profunda y enigmática cueva; cuya oscuridad los rodea de una incomprensiblemente cruel soledad, se encuentran acechando las cada vez más débiles luces que brillan tan plácidamente sobre sus cabezas. Aquellas luces, qué tan insufribles y qué tan solemnes pueden declarar un ambiente tan despiadado como lo es el silencio y sus continuas ráfagas de aire espiradas por las Nubes, las cuales se sienten tentadas a llorar frente a tan maltratados cuerpos. Y aunque costase entender de qué se trataba, ni Berjes ni Erisa pensaban en intentar conducir sus propios cascarones hasta más allá de los límites de la cueva. La noche estaba sedienta de muerte, ansiaba un regocijo en aquellas víctimas tan discapacitadas física y psíquicamente, que pronto se comenzaría a oír un leve pero aterrador zumbido que podía interpretarse como “Devuelve tu polvo al polvo”, o tal vez, “Que las cenizas sean tu alimento”.
Nuevamente, Berjes volvió a asentir con la cabeza, costumbre que había adoptado una vez que tenía la suposición de creer que su esposa preguntaba por algún bulto donde apoyar su delicada cabeza en compañía de sus descuidados cabellos o si habría encontrado cómodas posiciones para relajar su cuerpo en el suyo; de esta forma le permitiría dormir con más solemnidad y considerable placer. Erisa, en su afán de no intentar utilizar sus Fuerzas para complacer el arduo trabajo de su amado, se limitaba a pedir u ordenar relajantes sentimientos de acomodamiento y prácticas liberadoras del dolor; cuyo cuerpo sostenía desequilibrando sus huesos y precisas articulaciones básicas, que la descomponían a un visible saco de huesos rebosantes de una ingenua descomposición y el auto congelamiento. Principalmente, le irritaba el hecho de que su marido resultase ser quien poseería las últimas fuerzas para salvarse ambos.
Esto quizás, fue la causa de su auto inconsentimiento. La rabia y el deseo de Desmantelar la infortuna de su Ser, le generó un negativo efecto. Tal sería sus consecuencias, que repercutirían en Berjes.
– Erisa, mi amor. – Pronunció torpemente Berjes, intentando no lograr la más ligera impresión en ella. Erisa apenas movió la cabeza, dando por sentado a Berjes de que lo había escuchado. – Hemos estado determinando extravagantes futuros sin Calidez ni Color, ¿acaso es eso lo que le habíamos prometido a nuestros hijos, mi dulce Coliflor? Aun después de burlar a la muerte, ¿continuamos inhóspitos en demandar que se nos renueven nuestras almas, así como a nuestros cuerpos? – Berjes tristemente cerró los ojos –
Erisa no contesta, pues en sus pensamientos se habían incrustado irremediables Deseos de asesinar a su amado esposo. ¿Cuál podría ser la razón, las causas justificables y necesarias, como para anticipar la muerte de tu esposo con tus propias manos? Las extremidades de Erisa se estremecieron, ella mordía sus labios e imaginaba; apretando sus manos, que las rodeaba sobre su cuello rezando para que todo sucediese rápido. Todo tenía que suceder como ella quisiese, porque ella era la consentida, jamás había sido repudiada por su esposo como sí lo habían hecho sus vecinos y familiares, juzgándola por sus actitudes y costumbres tan retorcidamente incomprensibles.
¿A quién se le ocurriría sanar a un animal haciéndole tomar de una Fuente carente de sales y calcios? Solo a ella. ¿A quién se le ocurriría permitir a su hijo menor montar a caballo sin protección ni consentimiento por parte de su esposo? Solo a ella. ¿Tan solo a ella se le eran adjudicados los malos hábitos como persona, como mujer y como madre? ¿Siempre sería ella el mayor ejemplo de Repugnancia y Desconocimiento? Por supuesto, todo lo había siempre respetado al pie de la letra, pero en cuanto a ser Esposa; en ese mero aspecto, no se guardó ningún insulto. Utilizando a su marido para descargar sus pesares y obstinaciones de una manera prácticamente insensible en cada área corporal, psíquica y moral de este, Erisa demostraba cuánto odiaba ser ella misma; y Berjes le comprendía… sin dudas, la comprendía.
No era necesario decir nada más que las palabras más justas, para tan solo estremecer el corazón de Berjes. Su esposo la consentía, hecho que enfurecía aun más al corazón de Erisa. Absolutamente las vidas como esposo y mujer habían sido de esta manera, hipócrita e inertemente incapaz de demostrar sentimientos mutuos, los cuales aparentemente habrían sido olvidado al momento en que Erisa había comenzado a compenetrarse en las opiniones de sus familiares, logrando una terrible imperfección en su mente.
– ¿Qué ha sido lo que te ha vuelto tan imprudente, amado mío? – logró articular Elisa a Berjes, quien en ese instante abrió los ojos y contempló la fría y desconsolada mueca de su esposa, que le estaba entregando como una segunda respuesta, una más sutil y aun más terrible. Berjes estaría listo para lo peor con solo esa aterrorizante mirada, y estas frías palabras. – Tan necio. Tan simple y llanamente incompetente. Buscas reconfortante con mi dolor, pero sabes también que mi dolor rellena todos los huecos de mi alma. Tu divertimiento será eterno; y ahora aun más, teniendo en cuenta que nos hallamos perdidos en la Muerte, donde jamás moriremos si no es por nuestra propia mano. – Berjes se entristece, recibiendo una puntiaguda memoria que le recordaba en qué tierras se estuvieron arrastrando durante años. ¿Todo habría sido su culpa? Si le dijera esto a su esposa, ¿ella se marcharía alegre y ansiosa al otro mundo? Ella continuó. – Algún día en estos solitarios páramos de oscuridad, Berjes; algún día habrás muerto por mis propias extremidades, que tan patéticas lucen a simple vista. Las cuales, te aseguro, que serán filosas y mortales como Dagas envenenadas.
¿Qué más podría hacer? Erisa sinceramente lo odiaba, y tan solo después de un indeterminado número de años, a unos pocos momentos antes de su muerte esto se le era revelado.
No podía recordar con claridad, que clase de hechos habían sido los culpables de tan desdichado destino en ambos esposos. Solitarios, dentro de una línea temporal desacreditada, pues no parecía pertenecer al Mundo de los dioses y los hombres. (…) ¿De los dioses? ¿Cuáles dioses? ¿Hombres? ¿Solían existir hombres? Berjes comienza a escuchar una desagradable risa en su mente. ¿Quién es? ¿Es acaso la risa proveniente de un ente maligno? ¿Es acaso él mismo riéndose de su desgracia? ¿Será el causante de toda esta triste tragedia? Berjes no lo comprendía, él quería encontrarse frente a frente con quien produjese esa risa, ¡no la soportaba!
Miro a su esposa, y vio que no reía, sino que más bien lloraba en silencio. Miro entonces sus propias manos, las cuales eran de gran tamaño. Debió confesar que estaba orgulloso de su vida pasada… ¿pero qué eran estos sentimientos tan de repente? ¿Solía ser un capitán benévolo en alguna vida anterior? ¿O un asesino que había dejado todo un rastro de matanza a sus espaldas, para vivir únicamente de su familia? Era verdaderamente desconcertante. Berjes, luego de un extenso silencio entre su esplendorosa cordura y su consciencia, se adelantaría a preguntarse “¿No estaré, acaso, aceptando que ya estoy muerto?”.
“EL LLAMADO SACRIFICIO”.
(Próximamente)
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