LOS MANUSCRITOS PERDIDOS (Crónicas 1996-2016)

LOS MANUSCRITOS PERDIDOS (Crónicas 1996-2016)

Fran Nore

05/03/2021

LOS MANUSCRITOS PERDIDOS

(Crónicas 1996-2016)

FRAN NORE

CONTENIDO

• Los manuscritos perdidos (Anécdotas y reminiscencias)

• Casas viejas

• Trabajo digno

• El parque de las Tres Aguas en Caldas, un elefante blanco

• De la máquina Remington al whastapp

LOS MANUSCRITOS PERDIDOS

(Anécdotas y reminiscencias)

1

Cuando el difunto Julio Flórez Colorado publicó con otros poetas el libro “Lluvia de tres colores” y por mi parte, había publicado mi segundo libro de poesía: “Génesis en los montes”; éramos unos jovenzuelos apasionados por la música, por la poesía y  por las artes.

El maestro Rodrigo Arenas Betancur me dijo jocosamente brindándome una sonrisa plena: “Me gusta tu libro, pero debes explorar más y cuidado con eso de fritarse los huevos”. A veces el maestro Arenas se mantenía en la papelería de la poeta María Helena que era su musa y amor; otras veces lo encontraba por las cantinas del parque de Caldas, nosotros le teníamos mucho y nos parecía mágica su palabra ancestral, sabia, esculpía las imágenes que le dictaban las piedras.

En la cantina “La Borinqueña”, una tarde lo encontré bebiendo aguardiente antioqueño y me dijo: “Poeta… como va con los libros locos… o los poetas locos, que es lo mismo…” Lo acompañé por un rato y me invitó a tomarme unos tragos de aguardiente con él, su presencia emitía una poderosa aura que magnetizaba, la energía que dan los dioses de piedra a sus elegidos.

En Fredonia, en la finca del Uvital o en el taller del Pombal, en Caldas, sus discípulos creían que el maestro Rodrigo Arenas Betancur esculpía las imágenes cósmicas de los dioses de piedra a dictado.

Alguna vez me le acerqué (al ya difunto) poeta y sicólogo Julio Flórez Colorado y le consulté algunas cosas, y él no dijo nada, sólo me dio un libro de poesía del poeta Ciro Mendía y me dijo que le leyera. Después de leer por varios minutos al poeta Ciro Mendía, me preguntó: “¿Cuál es tu problema, extraño y pueril Cirito?”

Creo que el poeta y sicólogo Julio Flórez Colorado había atravesado los territorios innombrables del lenguaje

En ocasiones solíamos encontrarnos en la feria artesanal el San Alejo, en el parque Bolívar del centro de Medellín, yo vendía libros, música y artesanías que distribuía encima de una tela puesta al suelo.

Una tarde el poeta Julio Flórez Colorado llegó a mi humilde ventorrillo con una botella de whisky, me invitó a que no la bebiéramos y, efectivamente nos tomamos los tragos, aunque él ya venía borracho ignoraba de dónde; al rato se marchó con unas mujeres invasoras de la tarde.

Con frecuencia nos encontrábamos por las calles del pueblo de Caldas, nos emborrachábamos con mujeres invisibles, discutíamos de poetas con los amigos mutuos.

Al tiempo nos invitaron en 1993 al encuentro regional de poesía en el pueblo de Tarso, en el Suroeste de Antioquia, y un haiku de Julio César Flórez Colorado fue el mejor verso departamental.

Apareció después el libro “Lluvia de tres colores,” y Julio César Flórez Colorado alcanzó entre todos los poetas del terruño, mucha notoriedad.

En las páginas de ese libro homenajeaba con un hermoso texto al ilustre poeta Ciro Mendía, nuestro patrono lírico. Entonces los aldeanos supieron que tenían a un gran intérprete de las letras.

Al devenir de los días nos acercó a Ángela Rave y a mí al poético video de Los Ángeles.

A las semanas siguientes la noticia de su suicidio en un monte inhóspito de la vereda “La Clara”, en el pueblo de Caldas, me dejó desarmado y profundamente triste.

Acto seguido, nuestros amigos escribieron sonetos y compusieron canciones en su honor, al paso de los años todavía le celebramos aniversarios.

Nos acosaba el devenir.

1996

2

Cremaron el cadáver y recogieron las cenizas de Andrés Felipe Rúa, más conocido como “Bamby”, en un hermoso cofre.

En quince días una bronconeumonía segó su vida, pero en esos quince días estuvo de fiesta de discoteca en discoteca en las agitadas noches de Medellín, acompañado de una tropa de amigos, y así fue como se enfermó, sin sentirse siquiera alguna preocupación.

Me contaron esta fatal historia después, a los veinte días de su muerte, en el restaurante “La Real”, del pueblo de Caldas, un mesero que allí trabajaba.

Con veintiún años y tan pronto fuera del camino, otros mueren a menor edad, como mi cuñada Luz Omaira que, en 1996 en una loca fiesta, una chica de Pereira le clavó un tenedor en el cuello y se desangró.

La muerte no deja de ser una estampa de lo inútil.

Una noche Andrés Felipe “Bamby” y yo nos fuimos a bailar a una discoteca, y tomamos guaro con la hermana de Sergio “trompetas”, joven y bonita ensortijada con trajes de lentejuelas y canutillos. “Bamby” se maquilló la cara y quería bailar y bailar. Nunca lo vi tan feliz bailando. No olvido esa escena tan espontánea de su vida, envuelto en carcajadas traviesas y cantando rancheras románticas y populares.

2007

CASAS VIEJAS

Las casas viejas y destruidas nos hablan, se lamentan sus paredes y sus ruinas. Nos hablan del pasado glorioso de una familia o estipe que permanece en un tiempo sepultado ahora por el ímpetu del progreso

He conocido una infinitud de casas viejas, que hoy en día no existen, las han reemplazado construcciones modernas: edificios de apartamentos o de oficinas, complejos empresariales y turísticos.

Conozco las historias de esos lugares, en desuso sombrío. En esas casas, antaño vivieron y departieron familias entre someros recuerdos y olvidos agravados.

En algunas espantan los recuerdos de seres congelados en el hielo de las fotografías de la época.

En una de esas casas viejas y arruinadas, encontré una lápida de un miembro de mi familia.

En las paredes hay retratos olvidados de damas y señores sofisticados.

Son casas repletas de leyendas, algunos pocos recuerdan y muchos olvidan el pasado de esos interiores.

Dentro de esas casas los misterios se multiplican al correr de los segundos, se oxidan.

Sé de una casa de puertas rojas, antigua, ubicada en el pináculo de una colina, se accede a ella a través de un camino de monte, su fachada está envuelta en niebla. En esa casa hallaron el cuerpo de una niña cuyo sudario era un costal de cabuya.

Además, de misterios y hechos extraños, en el interior de esas casas podemos encontrar flores embalsadas, tesoros sin dueño, cuencos de cerámica y restos humanos momificados; descubrimientos que potencializan aún más los misterios.

En esas casas espantan nuestros antiguos miedos.

En la vieja casa de mis padres, se decía, había una “guaca” en el patio trasero. Cuando se tumbó la casa para dar paso a un edificio de tres pisos, esa “guaca” quedó inaccesible, aunque los obreros realizaron algunas excavaciones infructuosas con el objetivo de hallarla.

Mi padre, comerciante a la usanza de las antañosas tradiciones, enterraba el dinero, es muy posible que haya dejado algunos tesoros escondidos en el patio trasero de la casa. Por cierto, nunca encontramos nada.

Las casas viejas están llenas de cuartos y patios inmensos, salas repletas de estatuas y de muebles curtidos, además de cantidades de cuadros religiosos de todas las vírgenes y santos habidos y por haber.

Actualmente el progreso inmobiliario interviene en el área de estas casas arruinadas, por lo que se han perdido un montón de historias ancestrales.

Las cancelas, las verjas, las ventanas, los balcones señoriales y las puertas coloniales, las cerraduras y aldabas retocadas de la época, todo eso es historia patria del urbanismo prehispánico.

Estas casas tradicionales, en su mayoría, han sido demolidas. Quedan todavía algunas casonas amplias de tejados mohosos y de paredones bere beres en pie, sobre todo en los pueblos campesinos de la región. .

Al interior de esas viejas casas se desarrollaba otro estilo de vida muy diferente al nuestro.

Un amigo mío de Envigado, un ilustre lunático, vive con un gato siamés en una de esos inmensos caserones de comienzos del siglo XX. Debajo de ese caserón se encontró un antiguo cementerio indio. Mi amigo dice que ha visto espantos en los corredores de la casa y que como no les teme, habla con ellos. Dice que esas apariciones le cuentan historias. Refiere que hasta hace poco encontraron y sacaron algunos trastos de cerámica y huso, algunas vasijas con adornos de oro, que estaban enterradas debajo de la chimenea de la cocina.

De todos modos, es cierto, que las casas viejas tienen de todo: leyendas, historias descabelladas y disparatadas, espantos, tesoros, recuerdos, polvo y estiércol.

2010

TRABAJO DIGNO

Los niños y jóvenes marginales de la calle en Colombia, explotados laboralmente, siguen siendo un tema prioritario en el conflicto social contemporáneo. La historia de muchachos desamparados confluye con la desintegración de las familias populares debido a la escasez de oportunidades de trabajo, de vivienda, de educación. Las erradas estrategias políticas y el avance desorganizado del progreso han aumentado aún más la violencia, la delincuencia juvenil, el consumo y el comercio de drogas, esto debido a que se lucran sólo unos cuantos y se desprotegen a unos muchos.

Esforzándome en mostrar la cara de este fenómeno que está latente desde hace décadas en nuestra sociedad, encuentro a un habitante de la calle que me da su testimonio por unos cuantos billetes, urgido por la necesidad económica, decide contarme su historia de vida.

Él se llama Orlando Garcés, hijo de una familia de clase baja popular. Esta es su historia relatada por él mismo, a bocajarro, y que transcribo según su modus vivendus presente:

“La crisis económica de mi familia, me llevó a una vida de mendicidad. Mi padre era un obrero de construcción que se emborrachaba después de recibir su pago, era mujeriego y despilfarrador; mi madre era una mujer muy servicial y resignada, mis dos hermanos menores apenas podían asistir a la escuela. Después de pasar penurias en inquilinatos y en habitaciones rentadas, abandoné a mi familia, y decidí seguir mi rumbo solo. Entonces me marché del barrio El Popular 1 y me fui con mis cosas a vivir a donde fuera, en el centro de la ciudad de Medellín. Como no tenía un peso en el bolsillo, vagué hambriento y sediento buscando donde acomodar mi humanidad. Entones encontré una casa abandonada que estaba derrumbada, y donde vivían otros seres en igual situación que la mía. Pronto hice amigos allí, drogadictos, estafadores, ladrones. Y probé con ellos toda clase de vicios. Pero como necesitaba comer me ocupé reciclando y vendiendo chatarra que amontonaba en el patio de la casa abandonada donde vivía como indigente. Y cuando, por fin, tenía bastante material recogido de las calles, lo empacaba en cajas y costales y lo llevaba a una chatarrería para venderlo. Compartía la recolección de chatarra y de cosas inservibles con muchos otros habitantes marginales. Mi penosa situación económica y la de mis padres, no me dio para ir a la escuela. Para mí fue fácil acostumbrarme a la vida citadina de los recolectores de chatarra que deambulaban por todas las calles de la ciudad, teniendo esta labor como único sustento para sus familias y para sí mismos”.

Pero Orlando Garcés, que tiene la treintena de edad, ha sido un muchacho valiente, aunque sólo fue a la escuela hasta el cuarto grado de primaria, sabe expresar sus emociones y relatar sus desafortunados sucesos, su testimonio también habla de un hombre que se ha podido superar en medio de las vicisitudes:

“…afortunadamente pude conseguir trabajo de medio tiempo, me coloqué de aseador en un hotel del centro de la ciudad. Comencé fregando pisos y limpiando la mugre de las escaleras y de las vidrieras del hotel. Trabajaba mucho y duro, y así pude recoger dinero para suplir mis gastos, porque no querían sufrir más necesidades. Mi nuevo empleo me proporcionó algo de alivio y tranquilidad. Me sirvió para restablecerme de mi vagancia por las calles de la ciudad, a veces, cuando no hacía nada, volvía a robar y a consumir drogas, más que todo bazuco y mariguana. Pero luego me frené y con lo que recaudaba del trabajo como aseador pude empezar a pagar una habitación en una casa de inquilinatos. Pagaba la renta del miserable cuartucho en una casa fea que queda por la calle Amador, tenía para algo de la alimentación y hasta lograba ahorrar para comprarme una que otra muda de ropa”.

Orlando Garcés se reencontró hasta hace poco con su familia. Con su madre y sus dos hermanos menores. Su padre los había abandonado. Cuando vio y reconoció a su madre se abrazó a ella llorando. Ellos vivían en la casa de una vecina, en un taller de madera que les habían aprovisionado. Volvió con ellos y supo que su obligación era ayudar a su madre y a sus hermanitos desprotegidos. Al menos pudo abandonar esa vida desgraciada que lo había marcado cuando decidió irse de casa por voluntad propia.

Ahora trabaja en una chatarrería y recibe un sueldo para poder ayudar a su madre y a sus hermanos. Piensa en estudiar y terminar la escuela, ahora que cumplió treinta años.

Le pregunto: ¿Qué piensas de la situación económica actual del país y del mundo?

A lo que contesta: “Pues la situación económica de mucha gente siempre ha sido muy difícil. El mundo no necesita de nadie, pero uno sí necesita un trabajo y poder mantenerse en él, valorarlo porque lo tiene y tratar de conservarlo lo más que se pueda. Lo digo por mí. Es muy importante que mantenga este trabajo de reciclador porque entonces no tendría como ayudar a mi madre y a mis hermanos. Y hoy en día hay que hacer malabares para poder sobrevivir”. Se ríe.

– ¿Cómo valoras tu trabajo?

“Pues porque es lo principal. Por medio de mi trabajo he podido creer más en la sociedad”.

Aquí hay un ejemplo de dignificación y superación humana, de un individuo que pudo haberse perdido en los desafueros de la sociedad capitalista y progresista, pero que por su tesón y sus deseos de superarse al menos trabajando en lo que fuera, pudo recuperar su familia y ojalá regrese también a la educación institucional.

Esta secuela de descomposición afecta cotidianamente la actualidad social. Le deseo de antemano muchos éxitos y mucha fortaleza para continuar adelante.

Orlando Garcés es uno menos de los indigentes de la ciudad de Medellín.

Premio Internacional Ana María Agüero Melnyczuk A La Investigación Periodística -2013

EL PARQUE DE LAS TRES AGUAS EN CALDAS, UN ELEFANTE BLANCO.

Jorge, el celador del Parque de Las Tres Aguas en el municipio de Caldas, Antioquia, nos cuenta:

“Esto antes de ser el Parque de Las Tres Aguas era un botadero de basura donde tiraban cuerpos asesinados y mutilados de Medellín y de aquí mismo de Caldas. Ahora los muertos los arrojan por Barbosa y Girardota. Pero de eso hace cuatro o cinco años atrás. Yo recuerdo que esto era muy bonito, había aves del paraíso, bandadas de guacamayas y mayos que se depositaban encima de esos cadáveres, haciendo mucho alboroto, como alertando a los que por ahí pasaban de que había cadáveres sumergidos dentro de la basura; además de los gallinazos que allí encontraban en manada alimento de los desperdicios y de los cuerpos en descomposición. Hasta hace quince días, a comienzos de junio hubo una vendetta de “jíbaros” que se peleaban por el control de las plazas de vicio, y se mataron entre ellos mismos. Por entonces, aquí en el parque, que primero visitaba la gente a disfrutar, donde había tiendas para la venta de alimentos y otras cosas, dejó de venir por temor…”

Ahora con el recrudecimiento de la violencia en Medellín, la población de Itagüí, de Caldas, de Copacabana y otras periferias de la ciudad, está alarmada.

Jorge, el celador, continúa relatándonos a mi amigo John Jairo y a mí, estos sucesos:

“Este parque es un “elefante blanco” de la administración del anterior alcalde de Caldas, Guillermo Escobar… Pero al menos se rescata que fue construido sobre el botadero de cadáveres, y entonces cambió un poco la urbanidad marginal del sector, que limita con el barrio La Inmaculada, donde todavía las ollas de vicio y drogas causan violencia y terror. Hace poco, en La Variante de Caldas, debajo de un puente, se encontró el cadáver desmembrado de una mujer, que las autoridades no sabían si era de Medellín o del municipio de Caldas. Lo que va corrido de este año han asesinado más de doscientas cincuenta mujeres en varias partes, entre Santa Bárbara, Versalles (donde quemaron a una mujer que se llamaba Berenice y que decían que era bruja, pero luego se descubrió que había sido asesinada por un litigio de tierras), Caldas, Calatrava en Itagüí y en las comunas de Medellín; lo que más alarma es que estos sitios, en las zonas agrestes y cerca de las riberas del río Medellín, se han convertido en los botaderos predilectos para arrojar muertos”.

Las autoridades creen que se trata de ajuste de cuentas entre organizaciones delictivas y malhechores de La Oficina de Envigado, que están operando en toda el área metropolitana y fuera de ella, en las inmediaciones.

La mayoría de los asesinatos son de jóvenes de los estratos bajos que incurren en el peligroso mundo de las drogas, consumo y comercialización. Y por eso tenemos la gran dimensión de este problema social que ahonda y asfixia a los sectores tanto económicos como familiares.

“Me asusta mucho –dice el celador Jorge-, cuando escuchó esa parvada de aves enloquecidas, que parecen gansos, imagino que están haciendo ruido para delatar los cadáveres. Por ahora hay mucha inseguridad. Espero que esto se resuelva pronto y el parque vuelva a funcionar correctamente. Pues la cosa va como bien, porque la gente está volviendo a retornar, aunque tienen todavía sus reservas y temores. Antes El Parque de Las Tres Aguas, era un nido de marihuaneros y atracadores; pero, poco a poco, se ha ido recuperando el lugar, y pronto, confío, en que vuelva a funcionar como antes en que era un espacio sano y agradable para el esparcimiento, la diversión y el entretenimiento de la comunidad”.

15 de junio de 2013

DE LA MÁQUINA REMINGTON AL WHASTAPP

Tiempo atrás que dejé la otrora sofisticada máquina de escribir Remington abandonada en el escritorio, allí permaneció por muchos años detenida, luego sin uso inmediato al volverse una antigüedad del diario trajín intelectual, obsoleta manivela de caligrafías, casi como una reliquia o una decoración más de la casa, acaso desdentada armazón lingüística retraída que podía aspavientar los silencios, responder unas turbias preguntas osadas.

La Hemingway, lo sé y lo creo, utilizó magistralmente su máquina de escribir para potencializar sus extraordinarios copiados. Y así apropiándose de las voces de los escritores vivos y muertos en su teclado.

Y por supuesto, que las máquinas de escribir Remington tenían un merecido oficio utilitario, proporcionar a los escritores y escribas modernos acercarse a la avante tecnología de entonces.

Redacté en aquel formidable instrumento con ingenuo optimismo y presuroso deseo mis primeros apuntes ingeniosamente literarios.

Dice Rosa Montero: «Hay tantos métodos de escritura como escritores.», transcribir las inesperadas emociones en cuadernos colegiales o en papeles sueltos, inmerso en un afán continuo de descubrir que el azar y el destino, el asombro del mundo, son inherentes al nacimiento o ruta del hombre.

El escriba, escribano, escritor, ilustre lingüista, tiene la intención de producir un argumento notorio. Y luego de materializar esas ideas y reflexiones de la vida, del pensamiento sublime y de la naturaleza humana, ya debe sentirse que su labor lo exonera de los sentimientos, deseos y entusiasmos.

Cuando me sentaba frente a mi máquina de escribir Remington a organizar mis apuntes me sentía que empezaba a habitar una fábula, entraba en un trance misterioso de comunión conmigo mismo., de auto conocimiento y de formular también El Cosmos.

Quizás, toda fórmula esperanzadora, estudio crítico, tejido de opiniones, conjeturas y otras suspicacias debían ser tecleaba insistentemente en aquella vieja máquina Remington, compuesta de melodías de piano, de manchas tipográficas en las páginas en blanco.

Pasaron años y muchos años y la máquina Remington quedó archivada como un ser congelado dentro de la casa, llamándome desde el olvido.

Desde tiempo atrás había irrumpido en el mundo capitalista la primera generación de computadores. Había comenzado una ágil era de comunicaciones que alertaba nuevos cambios, puesto que la humanidad entera estaba tocada por los flujos de una absorbente dimensión comunicante que aceleraba la laboriosidad creativa, la invención del microchip haciendo de los seres humanos novísimos entes robotizados que entraban de lleno a una etapa comercial en la evolución mecánica.

Sucesivamente llegó la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la octava, la «posible» novena generación del computador, y el mundo enloqueció.

Conseguí mi primer computador cuando me contrataron como profesor de secundaria en una escuela rural, los computadores para los profesores y para los niños los donaba el Gobierno de Colombia en su campaña para abastecer de elementos de enseñanza las escuelas pobres del país -había una masificación de computadoras por todo el territorio nacional en la década de los años 80-.

Con los novedosos computadores utilizábamos el novedoso messenger -un chat que causaba furor-, empezaron los e-mails a propagarse por los confines del planeta, utilizábamos Word que constantemente evolucionaba, y también los niños de la escuela podían dibujar en Paint.

Entrábamos de lleno a la era digital predicha por Steve Jobs y Bill Gates, y veíamos constantemente en las vitrinas de los almacenes la gama de productos innovadores que cambiarían nuestra visión de la enseñanza y de la educación, de la comunicación intelectual, personal y literaria.

Y siguieron las invenciones mecánicas perfeccionándose en cada detalle, logrando reemplazar una máquina artificiosa y útil por otra más avanzada, de la misma manera como nos suplantamos nosotros mismos en el devenir del tiempo.

Ahora escribo por Whatsapp, por Facebook, por twitter, mis sentimientos mezclados, mis ideas revoltosas y revolucionarias quizá, mis impresiones lingüísticas.

Y lamentablemente mi máquina de escribir Remignton sólo existe en mi agradecida memoria como mi primera amiga que me acercaba a mis constantes deseos de escribir.

2016

Etiquetas: crónicas

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