La fábula del escritor náufrago

La fábula del escritor náufrago

    I

Aquí sentado, escribiendo,

-intentando escribir, para ser sincero-,

apenas soy consciente del paso del tiempo.

La hoja en blanco es mi principio,

la tinta que la llena es mi final,

y solo este cosquilleo incómodo 

me queda del torpe ser material 

que era antes de empezar.

La cadencia del reloj

pauta el ir y venir de la mano,

el ir y venir de la sombra.

Todo lo que me queda 

es la certeza de que

cada hora más, allá fuera, 

es una hora menos, aquí dentro.

Lento, muy lento,

son ya más de veinticinco años

los que vengo arrastrando este cuerpo,

que es -no lo neguemos-,

joven por fuera,

viejo y cansado por dentro.

Veinticinco años que lo traigo,

veinticinco años que lo desprecio.

Y un sueño extraño que me persigue.

Un malestar que por momentos tira de mí,

y que por momentos soy yo el que lo arrastro.

Veinticinco años ya,

¡más de veinticinco!,

-para ser exactos-.

Un cuarto de siglo atrás,

todo incierto por delante.

Lento, muy lento,

inexorable pero lento,

-es cierto-,

siento que este cuerpo

más me pesa por momentos,

y que mi alma,

vieja por fuera, joven por dentro,

se me está escapando toda,

y se me está pudriendo.

    II

No más papel, 

no más, de momento.

Tarde es ya, 

quizás demasiado tarde,

y al amparo de esta incierta luz,

ya no soy capaz de ver

ni mis remordimientos.

No más papel,

no más, lo lamento.

Se me ha escapado el día,

otro más, ya ni los cuento.

Ha llegado la noche,

la fría y solitaria noche,

se me ha escapado el día,

como la vida, entre los dedos.

    III

Dormir, quiero dormir,

pero no puedo.

Casi dos horas llevo

viendo cómo la luz de la farola

juega con el encalado del techo,

y lo único en lo que puedo pensar

es en que no me puedo dormir.

¡No me quiero dormir!

Si me durmiera, todo esto

desaparecería para siempre.

Desaparecería esta sensación

de plenitud que me invade,

y que hace casi un año que no siento.

Desaparecería el pálido reflejo

del lateral de mi cama

en ese armario con espejo.

Sería una lástima, lo confieso,

pues nunca ese maldito espejo

me ha devuelto una imagen tan hermosa

como la que ahora mismo estoy viendo.

Desaparecería ese cielo 

blanquísimo de mi habitación

junto con todas esa lucecitas

que bailan en él.

El insomne que las mira

desaparecería también.

Y lo peor de todo,

desaparecería ella,

que está aquí tumbada, a mi lado, 

dormida y tranquila.

Parece que no teme 

que yo vaya a desaparecer

si cierra los ojos,

o quizás es que en secreto lo desea.

Algo se está rompiendo aquí dentro;

al respirar lo siento.

No me puedo dormir,

y al fin y al cabo no lo necesito,

sé soñar despierto.

    IV

En un brillante tono verde,

da el reloj las tres de la mañana,

y en el silencio de la noche,

suenan tres lejanas campanadas.

Yo sigo despierto, 

adivinando la figura 

que escondes bajo las sábanas.

No te enfades, no lo puedo evitar.

Los dos sabemos 

cómo acabará esta historia.

Déjame, de momento, disfrutar.

En el principio estabas tú.

Mi primer recuerdo

es la luz de tu mirada;

el segundo, la suavidad 

de tus manos sobre estas manos

que ahora escriben solas y rechazadas;

y el tercero, aquel «Te quiero»

que mordí en la sombra de tus labios llenos

aquella primera mañana, 

durante aquel primer recuerdo

que seguirá siendo todo mío,

cuando yo ya no sea tuyo.

Las anteriores no me importan,

¿no lo entiendes?

En el principio estabas tú,

eras tú el principio.

Y es que el tiempo pasará

y yo por fin olvidaré tu nombre,

pero el recuerdo de tu cuerpo 

me seguirá atormentando

aun cuando ya no me importes.

¡Porque no me importarás!,

eso, te lo prometo.

Más pronto que tarde

dejarás de importarme.

Es triste, pero disfruto demasiado del dolor

como para soportar verme

inundado de felicidad 

durante demasiado tiempo;

al final siempre lo tengo 

que estropear todo.

En el principio estabas tú,

y serás también mi final en cierto modo.

Lo intuyo, lo siento en 

la punta de mis dedos.

En el principio estabas tú,

eras tú el principio,

y serás también mi final,

pero ya no te tengo miedo.

    V

No lo soporto más, no lo aguanto.

Antes de oír la quinta campanada, 

me levanto.

Sintiendo, a mi pesar, 

que guía mis pasos, 

no el azar, si no otra cosa,

camino quedo por el pasillo,

descalzos mis pies, desnuda mi alma.

Una luz en mi despacho

me llama la atención.

No tengo miedo, sin embargo,

pues no hay en esta casa

nada más peligroso que yo.

La puerta medio abierta,

en lo que es una clara invitación,

y de fondo, como para acompañar,

un martilleo suave y monótono,

que me hace temblar mínimamente,

y no sé si es que mis nervios

presienten placer o dolor.

Antes de empujar la puerta,

«¿quién hay ahí?», pregunto.

Naturalmente, no recibo contestación.

«Solo espero que no seas un cuervo»,

bromeo hacia la puerta 

entreabierta del despacho,

y la termino de abrir de un empujón.

«No hay nada de lo que preocuparse»,

tranquilizo, torpemente,

a mi desbocado corazón.

«Solo soy yo mismo, que, prisionero,

en mi escritorio sigo escribiendo».

Una imagen de mí -copia exacta-,

que no sé si calificar 

de fantasma o de recuerdo,

sigue en el escritorio escribiendo,

ajeno a mi presencia, es decir,

ajeno a la presencia de sí mismo.

«¿Qué escribes con tanta obsesión

-le pregunto-, que ni las leyes

de la materia respetas?».

«¿Qué pensamientos de tal modo te atrapan

que ni a ti mismo te haces caso,

ni a tu propia voz contestas?».

Con un fuerte dolor de cabeza,

no por el miedo, si no por el enfado,

doy tres pasos rápidos

y por encima de su hombro espío.

Nada hay escrito en el papel,

estoy mirando un folio en blanco.

«No soy fantasma, ni soy recuerdo».

Por fin ese ser -yo-, me mira y me habla.

«No soy pasado, ni futuro tampoco.

Solo soy un esclavo de mi propio carácter.

Soy el resultado de mí -tú- obsesión,

condenado a alimentarme

de nuestra eterna frustración».

Sus ojos me asustan por primera vez,

pues están más vacíos que el papel,

y aquel martilleo vuelve a sonar otra vez,

y me doy cuenta de que son los latidos

de mí -su- corazón.

«De nuestra eterna frustración», susurro.

«Nunca serás escritor, -me contesta-, 

y soy yo quien paga las consecuencias».

    VI

En el medio de la noche,

caminando por la calle solo y descalzo,

sé que vengo huyendo de algo,

pero no logro recordarlo.

Una sombra hay en mi pasado reciente,

una mancha en mi pasado más hondo,

que no me deja dormir,

que me atormenta,

que me obliga a caminar de noche,

descalzo, solo y desamparado.

Presiento que algo dentro de mí

está profundamente roto.

    VII

Esta luz, que da luz

a la oscuridad natural de la noche,

no la siento como mía.

Esta luz no es mi luz,

ni esta noche iluminada 

es ya mi noche.

Descalzo, desnudo, caminando

sobre un mar de cristales,

nadando entre los charcos de luz

de las farolas de la calle,

boqueo desesperado en busca

de un poco de aire limpio,

de aire no viciado.

Y no lo encuentro.

Tres prostitutas me vienen siguiendo.

Descalzo y desnudo,

de tres prostitutas estoy huyendo.

La primera me promete fama y placer.

«Es lo que siempre has querido,

-me dice-, así que, déjate querer».

¿Es lo que siempre he querido?

Fama y placer, tentadora combinación.

«Más placer te daré yo,

-dice la segunda-,

además de dinero y poder».

Dinero y poder, sí.

Y un par de buenos libros 

publicados con mi nombre.

Verlos inclinarse cuando

frente a ellos paso.

Verlos reconocer que

todos se equivocaron.

Verlos de rodillas, suplicando.

Verlos…

La luz artificial de la noche

es realmente peligrosa,

mira todas las maldades

que me estoy imaginando.

La proposición de la tercera

casi ni la oigo, de lo lejos que está.

He salido corriendo,

me la ha tenido que gritar.

Tal vez más fama,

más dinero y placer y poder.

He salido corriendo

por el miedo que me da.

No sus propuestas,

sino mi poca fuerza de voluntad.

Esta luz no es mi luz,

ni esta noche iluminada es ya mi noche.

El olor del alcohol me atraviesa

en todas y cada una de las aceras,

Niños que se creen adultos,

bebiendo, ahí tirados, en la carretera.

Adultos que se creen que son niños,

vomitando por las esquinas,

echando por sus bocas 

toda su mala vida entera.

Esta luz no es mi luz, no,

ni quiero que lo sea.

Dos perros, ¿o son personas?,

follando en aquel portal.

Este es el mundo de la noche,

el que nunca me ha conseguido importar.

Necesito volver a mi casa,

necesito volver,

para esconderme una vez más.

Necesito volver a seguir 

fingiendo que soy escritor,

y autoconvencerme de que algún día

todas mi privaciones tendrán

algún maldito sentido,

que serán recompensadas.

Ni alcohol,

ni prostitutas,

ni falsas promesas.

«Nunca serás escritor»,

vuelve a retumbar, en mi cabeza,

la voz del fantasma o recuerdo.

«De todos modos,

esta vida no es mi vida,

esta luz no es mi luz,

esta noche no es mi noche»,

le contesto.

    VIII

Qué tristes son mis sueños,

vida mía, qué tristes son.

He soñado que soy poeta,

he soñado que soy escritor.

Qué tristes son mis sueños,

vida mía, qué tristes son.

    IX

Dando tumbos,

no sé cómo, no lo sé,

he vuelto a mi casa,

y no he sabido lo que hacer.

No sé si subir,

luchar contra mis miedos,

borrar todos los recuerdos,

estrangular a mi fantasma,

que sería lo mismo que

estrangularme a mí mismo.

Tic-tac, hace un reloj,

dentro de mi cabeza.

¿Reloj o bomba?,

poco importa ya.

Sacando fuerzas, 

no sé de dónde, no sé cómo,

he vuelto a entrar,

y he visto que todo

vuelve a ser normal.

En el despacho no hay nadie, 

como era de esperar,

y yo solo soy yo,

solo presente,

solo escritor frustrado,

sin futuro ni pasado,

ni fantasma ni recuerdos.

Yo solo soy yo

y mi circunstancia,

como dijo el maestro,

que eres tú, 

ahora que de nuevo te veo.

Sigues dormida,

no te han despertado todos 

mis malos sueños.

Me tumbo a tu lado,

y en algún lugar no tan lejano,

suena la suave cadencia

de un reloj de números esperanzados.

Tic-tac, pronto van a dar las ocho.

Tic-tac, pronto habrá que ir a trabajar.

Queda en el pasado

la noche extraña,

y en el pasado queda también

el bello sueño de la literatura.

«Nunca serás escritor», 

dijo el fantasma o recuerdo,

y empiezo a pensar que es verdad.

Me falta talento,

me faltan ganas,

me faltan trabajo y humildad.

Un náufrago soy, un náufrago,

ahogándome en mi propio mar de mediocridad.

Nunca seré un escritor.

Me duele reconocerlo; creo que

nunca lo seré, jamás,

pero qué fácil y hermoso es soñar,

aquí despierto, junto a ti, vida mía,

aquí tumbado en nuestra cama,

en esta tenue semioscuridad.

Qué fácil es soñar también

en un nosotros que no acabe.

En un futuro brillante en 

el que yo no lo estropee todo, como siempre.

Qué fácil es soñar, vida mía, qué fácil.

Tic-tac, pronto van a dar las ocho.

Tic-tac, pronto habrá que ir a trabajar. 

   

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