Al rescatarme del sumidero oscuro sentaste un precedente. Yo te debo la vida y te dedico mi muerte.
Aunque dedicarte mi vida y dedicarte mi muerte no es un pago oportuno, es todo cuanto puedo ofrecerte, pues tuya es mi vida, ahora tuya también mi muerte.
Ningún sendero es desconocido si en este descubro tus pasos. Yo caminaré seguro, si desmayo me cubren tus brazos.
Ya no hay tormenta, mar o río embravecido. Tu mi refugio, hallo paz.
Aguas tranquilas y marea alta para zarpar en dirección al sol del final del día.
En horas de magia, centinela apacible, en tiempo de guerra, victoria infalible.
Delicados bocados de dulces frutos que recién recibieron las hierbas que a la sombra del alto árbol permanecen y crecen.
Retozante agua del timorato riachuelo que sueña con caudalosos ríos.
Laguna profunda, basta, infinita, insondable con piso de oro inalcanzable, por terrestres y viajeros.
No hay ladrones en tus calles, no hay misterio en tus tardes, no hay frío en tus palabras, no hay ira en tus escritos, no hay duda en tu pasaje, no hay mancha en tus paisajes.
No hay estrella distante, no hay un rostro cambiante, no hay sombra entre tus soles, no hay pena en tus canciones.
Nada malo, nada bajo, nada oscuro, nada incierto, nada atroz.
Todo brilla, todo puedo, todo quiero y lo consigo en la melodía de tu voz, en el ritmo de tus pasos, en la fragancia de tu esfuerzo, en lo blando de tus besos.
Tiro mi armadura, recolecto flores.
Terminó mi guerra, resplandece mi faz.
Tortura infinita, revocada fue.
Tentaciones; rechazadas finalmente.
Amparo agradable que ahora aprovecho.
Bendición y bonanza.
Columna alta, cimiento profundo.
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