Creí que Hugo estaba inventando de nuevo sus macabras historias, pero me miró fijamente y me dijo: “Escribe que esto es un caso de la vida real”. Se lo tomé a broma y comencé a apuntar con una sonrisa. De pronto sentí su fuerte mano sobre mi antebrazo y cuando volteé me encontré con su severa mirada. ¿No entiendes que todo esto sí sucedió de verdad? —me dijo con voz pausada para dejar en claro que iba en serio. Se apagó mi sonrisa y le puse atención.

Estábamos, dijo con voz potente, cerca de las vías del tren y observamos cómo Robles amenazaba a Mario. En ese momento, Oscar dijo que ya era hora de pararle los tacos al impertinente de Benito Robles. Ese cabrón era alto, llevaba siempre barba y tenía una mente maléfica que nos ponía a todos tensos. Era cuestión de que empezara a proponer sus juegos para que todos nos retiráramos lo más lejos posible, sin embargo, él seguía y no existía lugar en el que pudiéramos ocultarnos de su acoso. En la ducha nos provocaba diciéndonos que éramos unos cobardes y que nos orinábamos de miedo. Cuando finalmente terminaba de vestirse y se marchaba, el aire se liberaba de su carga eléctrica y el taller volvía a ser un sitio tranquilo para reparar los trenes. Los del turno vespertino no tenían que soportar las locuras de Robles, aunque las veces que se quedaba a hacer horas extra eran terribles para los electromecánicos. A uno de ellos lo habían herido en uno de esos juegos estúpidos de persecución. Se llamaba Armando y era un chico optimista y tranquilo. Lo había engatusado El chilampinas para competir contra Benito, lo que no sabían es que ese hijo de su madre ya tenía bien reconocido el terreno. Se sabía todas las rutas y tenía ubicados todos los escondites. Resultó que se encontraron un domingo por la mañana y se fueron al monte. Robles les dio sus rifles y media hora de ventaja sabiendo que en el desconcierto no llegarían muy lejos. Los siguió con los binóculos y dejó que se camuflaran con hierbas. Benito comenzó a seguirlos muy despacio y les hizo pruebas. Los dos ingenuos se confiaron y al ver que en una hora no pasaba nada, decidieron tomar la iniciativa. Se acercaron a la cabaña en la que creían que estaba Robles y cuando abrieron la puerta les salió al encuentro un perro hambriento. Los hizo correr como locos y tirar las armas, el pobre Armando fue mordido por el pastor alemán. Se oyeron unas detonaciones y las balas pasaron rozando al animal, era Benito que aprovechó para lesionar a Armando en un muslo. El pastor saltó del susto y dejó en paz al pobre Armando que después ya no se curó bien de la pierna y empezó a cojear.

A Robles le encantaba embaucar a la gente, además destrozaba psicológicamente a sus víctimas. Los pobres que caían en sus garras no se lo podían quitar de encima y, para poner tierra de por medio, renunciaban. Era un tirador excelente y en otras ocasiones había disparado para espantar a sus víctimas, pero un día invitó a uno de sus amigos que estaba peor de la cabeza, así que formaron dos bandos y hubo un enfrentamiento de verdad. Alfredo que había hecho el servicio militar y también era buen tirador mandó al hospital al psicópata Genaro que prometió vengarse. Tratamos de ponerle un “hasta aquí” al Robles, pero siguió sin importarle nada. Esa tarde que lo vimos con Mario sospechamos que algo malo le iba a hacer. Se aprovechaba de la ingenuidad del pobre muchacho y le estaba proponiendo su diversión. Entonces, Oscar lo dijo. “Vamos a tenderle una emboscada al muy cabrón”. Acordamos los detalles y cuando dejó en paz al pobre Mario nos fuimos a verlo. ¿Qué tanto te ha dicho ese cabrón, Mario? —le preguntamos agarrándolo para escondernos. No dijo nada y tuvimos que sacarle la información a la fuerza. Nos enteramos de que Robles le había pedido guardar el secreto. El siguiente fin de semana se iban a ir a jugar, como le había dicho Benito. Le dijimos que íbamos a acompañarlo, pero que iríamos por separado. Luego hablamos con Armando para que nos describiera el lugar dónde Robles se divertía. Con un plano bien elaborado esperamos a que llegara el sábado. Fuimos a la estación de autobuses, cogimos uno y le pedimos al chofer que nos bajara en el kilómetro indicado. De allí nos encaminamos al monte donde estaban las cabañas abandonadas. Había bastantes pinos y la vegetación era un poco espesa, así que solo con una brújula se podía uno orientar bien. Desde cualquier lugar el sitio parecía el mismo. No había caminos y lo único que ayudaba a atravesar eran unos senderos muy estrechos. Eran las once de la mañana. Vimos cómo se saludaban Mario y Benito. El incauto de Mario solo llevaba una pequeña mochila, se había puesto unos vaqueros viejos, unas zapatillas deportivas y su chaqueta de cuero negro. Con un aspecto así, era el blanco perfecto para los tiros de Benito. Mario cogió el rifle que le dio Robles y se fue por una vereda hacia las faldas del cerro donde estaba la cabaña con el perro escondido. Lo vimos correr con torpeza y pusimos atención en Benito que le gritaba unas indicaciones. Nos encontrábamos agazapados con el temor de que nos descubriera, pero cuando el echó un vistazo alrededor ni siquiera dirigió la mirada hacía nuestro escondite. Se sentó y empezó a limpiar su rifle. Parecía que lo hacía solo para perder el tiempo mientras el otro pobre llegaba a su destino. Pasados diez minutos Robles comenzó a subir y se dirigió al punto desde donde le tiraría a Mario. No me di cuenta de que Oscar estaba montando su arma. Traía un rifle de cazador con mira telescópica. Me ordenó guardar silencio. Empezó a buscar a Robles y cuando lo vio se quedó inmóvil como si temiera espantarlo y luego le disparó.

Por un momento me quedé sin saber qué pasaba. Había visto rodar el cuerpo de Benito por una pendiente. ¿Qué has hecho? —le pregunté alarmado. Él solo encogió los hombros y corrimos hacia donde había rodado el cuerpo de Robles. Cuando llegamos lo encontramos inerte. Había recibido el tiro en pleno rostro. Me comenzaron a temblar las piernas y sin poderlo evitar vomité con dolor. Estaba mudo y se me saltaban los ojos. Oscar se lo había tomado con más calma. Se acercó al cadáver de Robles y le escupió. “Esto va por Alonso, cabrón”. No entendí nada, pero Oscar me contó con una actitud satisfecha. Esto no lo sabes, Hugo, pero al final he podido vengar al pobre Alonso que era tan ingenuo como Mario. Ahora si podré dormir tranquilo, solo falta encontrar el lugar donde este hijo-e-puta escondía todo. Creo que es por allí. Empezó a descender y caminó en dirección de la vieja cabaña. Mario se acercó extrañado. Nos preguntó por los disparos y Oscar le contó todo. Él se puso blanco al saber que ese mismo día podía haber muerto. Sacamos al perro que llevaba dos días enclaustrado. Se echó a correr despavorido después de oír nuestros gritos. Entramos en la casa de madera rancia. Estaba un poco oscuro. No había más que una silla y una mesa coja. Abrimos las ventanas para que se saliera la pestilencia y notamos un bulto de tierra. Oscar se puso a excavar con una pala que encontró detrás de la puerta. Cuando llevaba medio metro notamos que estaban enterrados unos cuerpos. Joder, cabrón, ¿Qué es esto? —le pregunté muy alarmado a Oscar que tenía la cara desfigurada. No contestó y siguió excavando. El último cuerpo era de Alonso. Oscar no pudo contener las lágrimas. “Ese cabrón no debió morir tan rápido. Teníamos que haberlo traído hasta aquí”. Se desplomó y se puso a llorar. Nos aterró saber que Robles no tenía sentimientos, era como un maldito reptil que se comía cualquier cosa en su camino y su indiferencia ante el dolor ajeno era insoportable. Maldijimos a Robles y deseamos que se quemara en el infierno. Era tarde, el mal se había hecho ya, nosotros solo habíamos evitado que continuaran más desgracias, dijo Oscar. Nos preguntamos qué hacer. Si denunciábamos ante la policía lo sucedido nos meterían al tambo, por eso decidimos guardar silencio.

Terminé de escribir y con la opresión más grande en el pecho miré a Hugo y le pregunté si estaba seguro de que quería publicar esa historia que era toda una confesión. “Sí, no puedo guardar más ese secreto y no podré descansar hasta que se sepa toda la verdad. ¿sabes cuánto tiempo llevan buscando a Armando? Pues ya es hora de que lo encuentren. Lo malo es que el culpable ya no cumplirá su condena en este mundo”. Sus palabras se me quedaron clavadas como una espina que hasta la fecha me sigue incomodando.

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