Tomar pluma y papel llega
a ser mi propio ritual
cuando escribir a ciegas
termina en un sufrir visceral.
Sin empezar llega a su fin
y me alojo en el portal,
llamadme el Merlín latín
el pagano más espiritual,
solo si dudan del mortal
que del dolor hizo un templo
para ahogar el bullicio
en melodías y sereno,
para crear la paz del bohemio
que no conoció el silencio.
Con el ruido interno
caminando a tientas
hacia su propio averno,
corre, huye, sálvate.
En el bullicio y el tormento
el sufrimiento no es eterno
pero tampoco pasajero.
En el bullicio y el tormento
hago cirugía con agujas de reloj
para no dejar morir al tiempo.
En el bullicio y el tormento
transformo cada sentimiento
en ecuaciones que no resuelvo.
En el bullicio y tormento creo
que me pierdo a cada trazo
que rayo sobre el lienzo,
intentando recordar lo que quiero.
Entre el bullicio y tormento
no hay más que oscuridad
y voces que jamás encuentro,
voces de una amarga verdad.
Maldigo la vida que llevo
y como me vuelvo preso
de cada beso en verso
que pruebo y recuerdo.
Solo duermo sin soñar,
escribo para extrañar
y escribo queriendo amar
pero termina en «intentar».
Maldigo cada maldición dolosa
y cada madrugada eterna, sombría
pero que conforta y da a la prosa
un origen, fin de la melancolía.
Maldigo la vida que llevo
y el corazón adicto al fuego,
sigo y no olvido aunque debo,
bueno, el dolor que pruebo
es el mejor sin ser lo que quiero.
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