Blaze! Capítulo 21

Capítulo 21 – Día de compras.

¡Strident Consciousness! –gritó Blaze con sus brazos extendidos, junto a Albert, que cayó al piso con el codazo que le propinó sin querer.

Los guardias que rodeaban a la maga y a su escudero comenzaron a caer como moscas muertas ante un agudo y chirriante sonido que les hizo explotar los tímpanos, perdiendo la consciencia inmediatamente después de esto. Weiss y su sobrina también fueron afectados por el ataque, sufriendo las mismas consecuencias que los guerreros armados. Luego de unas horas, el sol de la mañana despuntaba por la puerta de la vivienda de Dælilik, calentando el rostro del monje y despertándolo primero, percatándose de la presencia de unos soldados acostados en el piso de la casa, sin entender que hacían descansando en ese lugar.

¿Qué ha pasado aquí? –preguntó Weiss, moviendo a un soldado que parecía estar despertando–. ¿Por qué están ustedes aquí?

¿Señor Weiss? Perdóneme, pero yo estoy… estamos… ¿no estoy en mi casa?, ¿muchachos? –respondió el desorientado guardia, notando que no había pasado la noche en su hogar, además de estar acostado al lado de sus compañeros de labores.

Weiss fue a ver a Dælilik, que se encontraba somnolienta y atada en la silla en la cual había permanecido todos los otros días, esperando que hoy no se escapara al momento de liberarla para que se alimentase. Encima de la mesa encontró una olla llena de un líquido color ámbar junto a una nota escrita, instruyéndole en como administrar la infusión contenida en el recipiente para que la muchacha se recuperara completamente.

…recuerde, no debe soltar a su sobrina hasta que deje de administrarle la infusión, después de eso, volverá a ser como era antes. B. –leyó Weiss, admirando la bellamente ornamentada caligrafía de la letra capital “B” que firmaba el mensaje–. ¿¡Y quién rayos es B!?

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¿Por qué sólo se me reventaron los oídos sin quedar inconsciente? –consultó Albert, aliviado de recuperar el sentido de la audición después de tan fuerte ataque acústico.

Estabas apegado a mí en el piso, imagínate una técnica capaz de derrotar a varios contrincantes, pero que también te aturda a ti mismo, sería una soberana estupidez –respondió Blaze, limpiándose los conductos auditivos con sus dedos meñiques–. No es una técnica que use a menudo, entenderás la razón… Por cierto, discúlpame por el codazo, fue sin intención, sin mencionar que justamente te cruzaste cuando no debías.

Lo sé, si hubiera sido con intención, ya no estaría aquí –complementó Albert, con una minúscula sonrisa.

¡Exacto! –gritó la maga, chasqueando los dedos de su mano derecha.

Dejando de lado eso, aún estoy impresionado por tu Eternal Shining, ¿estás segura de que no recordaran nada de lo sucedido? –confirmó el oráculo, inquieto.

No lo habría hecho si no lo estuviese, la otra opción era que los matara a todos, pero después de que quedaron desmayados, sólo tuve que aplicarles mi maravillosa magia a cada uno de ellos, ojojojojo – respondió la maga, pavoneándose–. ¡Ah! Me recordaste algo.

Blaze sacó una especie de libreta desde el interior de su semi armadura, buscando una página en particular, escribiendo con un dedo sobre el papel.

Lugares a los cuales no volver en mucho tiempo: Libër –anotó la maga, rozando la página con su extremidad, apareciendo las palabras escritas como finos trazos negros siguiendo el movimiento de su dedo.

¿No estabas segura? –interrogó Albert, cuestionando la anotación hecha.

Lo estoy, pero no puedo asegurar que los otros monjes del convento nos recuerden. Weiss, su sobrina y los guardias presentes en la casa fueron los únicos a los que le borré la memoria de ese día. No te preocupes, eventualmente todos se olvidarán de nosotros, relájate –tranquilizó Blaze, tapándose con su capa, disponiéndose a dormir.

Me dices que me relaje, pero bien me hiciste correr después de que le robases la mitad de la despensa a la sobrina del señor Weiss, ojalá no recuerden nada de nosotros –acusó Albert, tapándose con la manta que su señora la compró hace más de dos semanas.

No te vi quejándote mientras te comías tu mitad del pago, ¡PA – GO!, no trabajo gratis para nadie, menos a domicilio –aclaró Blaze, mosqueada por la santurronería habitual de su escudero–. Vete a dormir, vigila de vez en cuando el fuego.

Sí –rezongó Albert, quedando en evidencia en su participación en el robo y reducción de los pocos víveres adquiridos de forma ilegal.

Así se fueron a dormir Albert y Blaze, pernoctando al aire libre en las afueras de la ciudad de Libër.

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Horas después del despertar, desayuno y comienzo de la caminata para alejarse de la ciudad de Libër.

¿Blaze? Dijiste que iríamos a las montañas, pero creo que vamos un poco desviados de la ruta, ¿no crees? –apuntó Albert, viendo como las cordilleras se alejaban de su vista.

¡Blaze, Blaze, Blaze! Casi me provoca el decirte mi nombre de pila verdadero de tanto que usas mi sobrenombre, simplemente plantea tus interrogantes, no hay nadie más aquí a quien hablarle –explotó la maga–. ¡Por Dios!

¿De verdad me dirías tu nombre real? –rogó con emoción Albert.

No tientes al destino, Albert, quédate con lo que tienes y confórmate –respondió Blaze, exasperada por lo iluso del muchacho–. Es verdad, no vamos a las montañas, no por este camino, primero iremos a comprarte ropas nuevas, no puedes andar conmigo así.

¿Qué tiene de mal mi ropa? No es suntuosa, pero tampoco creo parecer un pordiosero –dijo Albert, mirándose de cuerpo entero.

No es que se te vea mal o sea pobretona, lo que no puedes hacer es no tener protección, vamos a comprarte ropa digna de un guerrero –explicó la maga–. Después de eso comenzará tu entrenamiento.

¿Y no estaba entrenando ya? –requirió Albert.

¿Y tú crees que cazando un animal o haciendo mandados te salvarás en el campo de batalla? –ironizó Blaze, acercando su rostro al del oráculo–. Te lo dije, no necesito una doncella en apuros, entrenarás combate, punto final.

Tales palabras retumbaron en la mente de Albert, quien imaginó las más cruentas palizas y tormentos que le esperaban, considerando seriamente al infierno como el mejor lugar para pasar el resto de la eternidad en vez de entrenar con su señora.

Moriré, lo sé, me pasa por hacerme el aventurero –sollozó susurrando Albert, dejando caer la cabeza y arrastrando los pies al caminar.

Ya verás –pensó la maga, sonriendo al ver al cabizbajo joven–. ¡Yo te haré hombre, Albert!

Albert levantó la cabeza, mirando con melosos ojos y rostro ruborizado, su corazón podía escucharse a millas de distancia, secándosele la garganta.

¡Hombre de bien, un hombre útil, no actúes como un idiota!, ¡Idiota! –exclamó la maga, pateando el rostro del escudero, haciendo una fuente de sangre con su nariz.

Después de sanar el fracturado tabique nasal de su compañero, Blaze meditó lo que había estado haciendo hasta ese momento.

Nunca había tenido que usar tanto el Regeneration, de seguir así, me quedaré sin nada de energía demoníaca y eso sería problemático en caso de una pelea de alto nivel –expresó la maga, después de cuantificar la energía remanente.

Pero con tu entrenamiento debería ser capaz de lesionarme menos, también podrías evitar, eh… bueno, eso –comentó Albert, intentando no sonar quejoso.

Trataré de no golpearte, a no ser que sea necesario –prometió, mirando de reojo al lánguido joven–. Sigamos.

Pasaron varias horas sin que encontraran rastros de civilización, hasta que llegaron a un caluroso pueblucho, parecido a un gran horno o a alguno de los círculos del infierno.

El pueblo de los herreros –comentó la maga, oliendo el aire–. Adoro el olor de las fraguas.

Este lugar huele a carbón, sangre y… y… No sé identificar ese olor –manifestó el joven, estornudando por el aire enrarecido de la localidad.

Hay muchas cosas que aún no conoces, pequeñín –advirtió juguetona Blaze, enseriándose rápidamente, frunciendo el ceño–. No te desvíes.

¡No he dicho nada! Sólo una cosa, ¿cómo se supone que compraremos aquí si gastamos todo nuestro dinero el otro día? –consultó Albert, recordándole que sus números estaban en cero, desencajándole la mandíbula a su señora.

Esa es… una excelente pregunta que… reunión de equipo –convocó la maga, agachándose para estar a la altura del escudero–. ¿Qué haremos?

¿No lo sé? Pensaba que estabas consciente de nuestra falta de efectivo y que tenías otra forma de pago… ¿Alguna curación o algo parecido? –planteó Albert.

Te acabo de decir lo del Regeneration, no podemos arriesgarnos. Además, ya hice algunos servicios hace poco tiempo para pagar una apuesta, y te juro que aún siento que me hieden las manos –objetó Blaze, desestimando las ideas.

¿Y magia de otro tipo? –sugirió el oráculo.

¿Cuál? No me digas de fuego, no creo que necesiten ayuda en sus forjas, se las apañan solitos desde hace años y el metal lo extraen minando la tierra… ¡Ya sé, vamos!

Blaze y Albert entraron en el pueblo, poniéndose en el lugar central de este, gritando para que todos escucharan.

¡Atentos todos!, ¡Este joven les puede decir dónde encontrar una gran mina de hierro, sólo tienen que darnos un casco, una cota de malla, unos avambrazos y un par de grebas para él! –voceó Blaze, ofreciendo a Albert como improvisado minero detector de metales.

¡¿Qué?! ¿Cómo se supone que haré eso? No soy un sabueso de metales o algo parecido –musitó el oráculo, viendo como se acercaban algunos interesados.

No te preocupes, alejarás a la clientela, sé que lo lograrás. Además, es para tu propia protección, debes ganártelos con esfuerzo –replicó entre dientes la maga, sonriendo a los herreros que se aproximaban.

Este joven es un oráculo, si le preguntan como es debido, podrán encontrar un lugar lleno de la materia prima necesaria para su gran trabajo –aduló Blaze, presentando a Albert e intentando ganarse la confianza de los fornidos hombres.

Yo estoy dispuesto a darte todo lo que solicitaste, pero tengo una duda: ¿cómo podemos saber que lo que dices es cierto? Danos una muestra de tus habilidades y veremos si nos mientes –argumentó uno de los hombres, ganándose el apoyo de los otros fabricantes de armas.

¡Yo, yo, yo! –gritó uno de los herradores–. Quiero que me digas el nombre de mi madre.

¿Albert? –preguntó Blaze, tomando su mano para hacerle tocar al trabajador, pero el joven oráculo se resistía, tirándola hacía atrás, con cara de espanto.

¡Blaze! –susurró firmemente Albert, haciéndole señas para hablarle al oído–. ¿Un nombre?, ¿Cómo rayos quieres que consiga un nombre?

No lo sé, tócalo y veamos que pasa –respondió la maga de vuelta, haciéndole cosquillas en la oreja con su voz.

Blaze soltó la mano de Albert e invitó al forjador a tocarla. El oráculo se concentró, recibiendo una pronta respuesta, totalmente desajustada a la pregunta planteada.

La mitad de tu sangre es igual a la otra, desde pequeños risas y juegos juntos, la razón de que tus pisadas sean más anchas en las puntas de tus pies –declaró Albert, abriendo los ojos después de mencionar las palabras, sabiendo que no emitió ningún nombre en la respuesta.

Los herreros comenzaron a reírse a carcajadas, molestando al consultante, haciendo como si fueran a pisarle los pies al apocado hombre, que se retiró a su tienda enojadísimo. Blaze entendió eso como una victoria, pero no comprendió por qué.

El chico tiene razón, sus padres eran primos cercanos que vivieron toda la vida juntos hasta que se casaron y… –carcajeó– él nació con seis dedos en cada pata, ajajajajaja…

Blaze estaba a punto de reírse, pero el remate del chiste le hizo cambiar de actitud, poniéndose seria de inmediato.

¿Qué dicen entonces, aceptan el trato? –propuso la joven, ocultando su molestia por la mala broma.

Sí, al menos yo, primero encontremos algo de metal y entre todos les daremos algunas de nuestras mejores piezas –dijo el hombre comprometiendo su palabra–. Por cierto, soy Jern.

Blaze y Albert fueron acompañados por Jern, después de que el herrero cerró su fragua, consultando al oráculo por distintas localidades cercanas donde pudiera haber una mina de hierro escondida e inexplorada por los trabajadores del pueblo, pero todos los lugares por los que preguntó arrojaban predicciones nulas. Esa noche, Jern los convidó a dormir en su casa. Albert se fue a acostar con un dolor de cabeza terrible, debido al gran esfuerzo que le demandó la búsqueda del metal, costándole un par de horas el dormirse. Al otro día, despertaron temprano para continuar con las consultas.

Blaze, me duele la cabeza, déjame atender a Jern acá, por favor –rogó Albert, con una puntada perforándole la cabeza, dolor incrementado por la brillante luz del sol de la mañana.

Masca esto y levántate, hoy saldremos a caminar –respondió Blaze, entregándole un pequeño cubo prensado hecho de hierbas medicinales–. Te hará efecto después de unos minutos, entretanto, aguántate el dolor.

La maga parecía estar de malas, presentándose callada y respondiendo escuetamente. El oráculo mascó con ahínco la medicina, sintiendo los efectos en el tiempo esperado, aliviándose casi completamente su aflicción. Caminaron por horas, deteniéndose solo para merendar algunas de las cosas que amablemente Jern les ofreció, formándosele ampollas en los pies al desacostumbrado Albert. Cuando llegó la noche, el trabajo realizado tampoco arrojó resultados positivos, regresando a casa del herrero con las manos vacías.

No creo que encontremos metal de esta manera –comentó Albert, mirando el cielo de la casa–. Será mejor que intentemos buscar dinero de otra forma y regresar a comprar después.

¿Es que no lo ves? –preguntó Blaze–. Esto es parte de tu entrenamiento también, no te das cuenta, pero de esta manera la cantidad de energía mágica que posees y tu control sobre ella aumenta, me lo agradecerás en el futuro.

No me quejo, ya ni siquiera me duele la cabeza al realizar tantas consultas, pero creo que estamos perdiendo tiempo valioso en tu búsqueda del corazón –aclaró Albert, con los ojos cerrados.

No te preocupes por eso, no hay látigo que nos esté golpeando para avanzar más rápido, si Echleón se muere esperando no es mi culpa, ya está muy viejo y debería descansar sus gastados huesos –calmó la maga–. Te lo dije, yo te haré un hombre de…

Albert soltó un largo y profundo ronquido, callando el discurso de su señora, quien se acostó mirando hacia la pared opuesta, disponiéndose a dormir. Los días pasaron y las largas indagatorias para encontrar lo prometido por Blaze se extendieron por casi dos semanas, hasta que dieron con lo que parecía ser una gran roca incrustada en la ladera de un cerro, debiendo cavar por tres extensas jornadas para dar con ella.

¡Al fin encontramos algo, sí! –gruñó Albert, cubierto de tierra, botando al piso la pala que utilizó para ayudar a cavar.

Pero esto es una roca gigantesca, ni siquiera es una mina como Blaze dijo –arguyó Jern, mirando con desdén la roca–. Además, si hubiera hierro acá, entre toda la tierra que paleamos deberíamos haber encontrado pequeñas piedras con óxido y no hallamos nada, solo polvo apilado sobre esta piedra.

¿Cuáles fueron tus palabras, oráculo? –preguntó Blaze, confiada en que lo declarado por su escudero eran palabras fidedignas.

Escondida bajo su propio estruendo desde el comienzo, engañará hasta al más experto al desconocer su gélido centro, encontrarás lo prometido si sabes buscarlo –parafraseó Albert, sin pausas, respondiendo a su señora.

¿Y eso que significa? –preguntó Jern, confundido.

¡Qué debo entrar en escena! –gritó Blaze, saltando al aire, desenfundando su hechizo oscuro–. ¡Obsidian Lightning!

La maga partió casi en medio la gran roca con su oscura y afilada hoja, desvelando su metálico interior, un centro macizo y brillante de hierro, rectamente cortado y pulido por el ataque de Blaze, quien cesó su técnica para no gastar más de su escasa energía demoníaca.

Aquí lo tienes, Jern, como lo prometimos hace algunos días –dijo Blaze, tocando la lisa cara formada por el corte del Obsidian Lightning, mirando su reflejo como si se tratase de un espejo o de un claro canal acuático.

Semanas querrás decir, puse mi negocio en juego por esta promesa, pero dimos con algo, más que algo en realidad, ni se me ocurre como nos llevaremos todo esto hasta el pueblo –declaró Jern, rascándose la cabeza con una sonrisa nerviosa en el rostro, sorprendido por la cantidad de hierro puro encontrado, imaginando el inmenso peso del núcleo de la roca–. Creo que vamos a tener que poner un puesto acá para derretir una parte y…

Albert se tiró de espalda al piso con los brazos y piernas extendidas, celebrando el exitoso trabajo realizado. Volvieron al pueblo para hacerle entrega al muchacho de los ropajes solicitados y comunicarles a los otros herreros del hallazgo, pero ocurrió un problema al momento de la entregar la remuneración pactada.

Al parecer hubo algo que no consideramos en un comienzo –dijo Jern, vistiendo a Albert con las ropas de combate pedidas por la maga, desde el interior de su casa.

¿Qué se nos pasó? –preguntó Blaze, desde el exterior de la vivienda, esperando ver como lucía su escudero con las nuevas partes de armadura.

El tamaño y peso de Albert –respondió Jern, acompañando a Albert al exterior, con el casco tapando totalmente su vista, la cota de malla estirándose por sobre sus rodillas y los avambrazos y grebas montados y sueltos sobre sus delgadas extremidades.

Por favor, no se burlen de mí –expelió Albert desde el interior del casco, avergonzado, mientras Blaze y Jern lloraban de risa por la miserable figura del muchacho.

¿Qué harán para que Albert pueda vestir su armadura?, ¿le pondrán relleno?, ¿qué le espera al muchacho en las montañas?, ¿sobrevivirá al entrenamiento de Blaze? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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