Manuel Vilas y Amén

Aunque solo sea porque llevas el nombre de mi padre, Manuel…

Se acabó, ya no hay más. Ni un solo poema más. El poemario completo, desgarrado, sobre la vida y la muerte y su sentido sin sentido, se ha terminado. Queda cerrado sobre la mesita de noche como la mismísima Biblia, a la espera de seguir velando noches oscuras.

¿Qué se ha de hacer cuando uno de los Poetas que te ha dado el privilegio de asomarte a su alma en 668 páginas de Visor aún está vivo? No queda otra opción que rogarle que por favor siga escribiendo para poder seguir respirando un poco mejor.

974 310 439 no es un número cualquiera. Es un número lleno de gloria. Como el 985 647 381 en un rincón de Asturias que no volvió a sonar más. Quisiera visitar otra vez Mallorca, y mirarla con otros ojos, con los ojos del poeta. Visitar Marte, y El Cielo, observar también las manos de las cajeras (y de los enterradores) de Madrid, de Barbastro, de Cincinnati con sus interminables íes, de Montevideo y de las Islas Borromeas. Habitar todos los hoteles del mundo para sentir la misma soledad, en esos pasillos interminables y en esas habitaciones, a veces lujosas y poco merecidas y otras decadentes, como las de donde procedemos. El crematorio se agarra a tu cogote y ya no te suelta. Esperando la hora de tu propia madre. Quién sabe si su sepulturero pesará menos, más, o igual, en un guiño cruel del destino. Cuando esa hora llegue también estarán con nosotros la madre de Vilas, mi padre y su padre, cómo no, con la corbata puesta. ¿Cuánto tiempo queda para la orfandad definitiva?

Nadie puede hacer el amor al cobijo de un poema y sí al son de una melodía, pero hay versos libres que tocan el alma con la misma precisión que el músico hace vibrar las cuerdas de su guitarra. También por eso merecen una oración.

Algunos beben para que la vida no les pese tanto. Otros leemos poesía. Vilas, lleno eres de gracia, no permitas que tus lectores nos volvamos alcohólicos por habernos quedado sin poemas tuyos a los que podernos agarrar.

Vilas, los pobres, los anónimos, los que viven en las circunvalaciones y los extrarradios en pisos de cuarenta metros cuadrados, los que se levantan cada mañana para pagar facturas, los poetas muertos olvidados y los vivos que ni siquiera saben que lo son, te saludan. Los limpiabotas que ven mosquitos en invierno, los tuertos, los perros, Lou Reed. Todos los que no quieren irse pero también se irán (nos iremos) … todos, te saludamos. Porque, aunque no te lo creas, te lo mereces.

Amén. 

P. D: Los poetas hablan desde su yo agrietado. Supuran verbos que arrebatan a la belleza su sentido y la transportan a lugares ignotos. Son como seres descascarillados que desde su oscuridad arrojan luz sobre el resto de los hombres para recordarles que transitan los mismos caminos. La única diferencia radica en que los poetas son conocedores de verdades de las que los demás no lo son. 

Las frases de M. VILAS exhalan un luto helador. Hace frío en sus palabras ardientes que hieren como sables punzantes, desmenuzando los ecos de la existencia. Revive los días marchitos y pone un altar lleno de flores a sus muertos para que vuelvan a ocupar de nuevo un lugar visible en la historia presente, aunque sea ínfimo, ridículo en la vastedad del tiempo y del espacio. 

Vilas representa la soledad de la carne que comienza y termina en el mismo punto finito. 

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