Sus manos jugaban con un papelillo que recién terminaba de sacar de su cartera, hacía rato que quería fumar pero sus nervios no le permitían armarlo. El aroma a chocolate del tabaco ingresaba a mis fosas nasales. No podía quitarle la vista de encima, ella solo miraba su lillo.

El vicio por los armados había comenzado unos meses atrás, cuando le preguntaban porque perder el tiempo armándolos si los podía comprar hechos, ella respondía que los prefería así porque tenían menos químicos. Yo sabía que esa no era la verdadera razón, sino que era por su reciente pensamiento anticapitalista. Que hipócrita.

El café estaba recién servido y su pucho por fin hecho. vuelve a meter su mano en la cartera, esta vez para sacar sus lentes de sol, la claridad estaba en su punto mas alto y el calor comenzaba a sentirse en el exterior de su bar preferido. Apoya su codo en la mesa, mira en dirección al río, da un par de pitadas. El humo hace unas cuantas piruetas en el medio de nosotros. Aún no me mira; aún no me habla.

Quiero saber que piensa exactamente, todas las conexiones que está haciendo su cabeza en ese mismo momento, ¿estará buscando la forma en que menos duela? ¿por que no me mira? ¿qué está esperando? quedo como un mero espectador de su drama.

La relación nunca estuvo del todo bien, cuando nos conocimos, ambos veníamos de historias frustradas, tal vez nos apuramos con las decisiones que tomamos, lo cierto es que vimos un salvavidas y tiramos el manotazo de ahogados. Buscamos una luz sin saber como apagar la del pasado. Claramente no funcionó.

-Lo intentamos- Le digo compartiendo la vista en el horizonte. Se muerde los labios y muestra una sonrisa irónica. ¿por qué tenía que ser tan fría?

Cuando un final se avecina, todo es motivo de peleas, hasta la estupidez mas ilógica puede desencadenar un huracán. Esa mañana había tenido un mal sueño y ambos nos fuimos al trabajo malhumorados, el primer contacto que tendríamos, sería el bar del café de los lunes.

Los dos teníamos el placer por el café, y nos gustaba deambular por todos los bares de la ciudad probando sus especialidades. Los lunes, siempre era el mismo, su preferido. Pero eso no alcanzaba para mejorar un poco las cosas.

Llevábamos veinte minutos en ese lugar y no me había dicho ni una palabra, tres cigarros pasaron por sus labios y su vista todavía seguía perdida en la barranca, su sorbo daba por finalizada la ultima gota de café, el mío lo había terminado hace rato. Se saca los lentes y me clava la mirada. Su rostro no emite expresión alguna, se toma su tiempo para parpadear. Se levanta suavemente. Apoya su mano sobre la mía, acerca su rostro a mi rostro, la siento respirar. Me besa en la mejilla y me susurra al oído -Te toca pagar el café- y sin mirar atrás siguió con su camino. Esa fue la última vez que la vi.

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