LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE

LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE

Amalia B.C

04/10/2016

Me había tomado un par de copas en el bar de mi amigo Manolo y decidí irme a casa andando. Iba tranquilo, quizás, un poquito mareado, pero me encontraba estupendamente. Estaba alegre porque hoy me habían dado una gran noticia o al menos eso le pareció a mi jefe. ¡Que alegría!… después de 35 años trabajando para la misma empresa, me suben cinco euros. No cabía en mi gozo.

Yo me dedico a pasear por todo Madrid llevando conmigo una carpeta. Soy vendedor de seguros y ofrezco la posibilidad de hacer todo tipo de seguros para tu presente y futuro bienestar. Pero realmente tengo que patear tanto las calles, aguantar a todos aquellos que me cierran la puerta de su casa en las mismísimas narices y a esos canes que me muerden los tobillos día si día no… si os soy sincero y después de toda una vida dedicado a ello, hoy no quería seguir, necesitaba parar. Así que cansado de patear toda la mañana, decidí tomarme la tarde libre. Fui a otro bar y me tomé una copa, y otra y otra… Hasta que al fin, cogí una borrachera que ni yo mismo me encontraba y decidí marcharme a mi casa.

Por el camino me pasaron cosas muy extrañas. Me empeñé en ir hacía la izquierda, no porque yo no intentara caminar recto, si no porque no podía hacerlo. Mi cuerpo no me respondía y mira que lo intenté veces y nada. Todo el rato para la izquierda, hacía la izquierda… Me senté en un banco y alguien se sentó a mi lado. Le miré de reojo y me asusté. Su rostro estaba extremadamente blanquecino y poseía unos extraños ojos negros vacíos e inertes. Me levanté de un salto como si algo me quemará el trasero, y le oí decir;

— Siéntate haz el favor.

Su voz me retumbó en los oídos como la voz de un dios que habla desde el fondo de una cueva, así lo oí yo. Temblé como nunca lo había echo. Estaba totalmente asustado y mi piel se erizaba con cada segundo que miraba aquel extraño rostro.

— ¿Quién es usted? — le pregunté tambaleándome y sin apenas poder articular palabra, mientras me volvía a ir hacía la izquierda me senté torcido en el frío banco del paseo. Crucé las piernas y le miré.

— Soy tu conciencia. — me dijo.

— ¿Mi conciencia? — pregunté confuso.

Él no me contestó solamente volvió a mirarme con aquellos siniestros ojos.

Le observé de nuevo. Me pareció que debía ser muy alto, pues tenía las piernas y los brazos muy largos. Su rostro mostraba unos pómulos muy pronunciados y hundidos y al mirarle, aunque se me iba un poco la vista y a veces se difuminaba con el paisaje, me pareció un cadáver. ¡Realmente aquel hombre parecía un muerto!

Yo ya no sabía si era real o simplemente eran imaginaciones mías, pues en el banco allí sentado todo me daba vueltas. Me sentí muy mareado y de pronto abrí la boca y una arcada me pilló por sorpresa. Me doblé con tanta fuerza que casi me dí con las rodillas y las separé rápidamente. De repente, de mi boca comenzó a salir un chorro de líquido que roció todo el suelo con aquel apestoso olor a alcohol de garrafa que poco antes había ingerido, y mientras intentaba no perder el equilibrio sentí una mano fría como un témpano sujetándome la cabeza. Intenté levantar los ojos pero no podía levantar la cabeza, ni moverme, ni nada. Solo miraba hacía abajo perdido en aquel turbio y mal oliente olor que subía del suelo… y otra vez empecé a vomitar. Noté como me sujetaba la frente y me sentí más seguro dando rienda suelta a aquel mal estar que me estaba atrapando.

Al rato ya empecé a encontrarme mejor y él quitó aquella fría y huesuda mano de mi frente.

— No puedes hacer esto Tomas. Tienes hijos y una familia que te quiere.

— ¿Usted que sabrá? — le contesté de muy malas formas.

— Tranquilo. — dijo mientras me levantaba suavemente la cabeza y me miraba fijamente. — Te enseñaré algo.

Al mirar aquellos extraños ojos sentí un tremendo escalofrío y de pronto en mi mente se proyectaron unas imágenes.

— En ellas verás tu futuro. —dijo susurrando.

En aquellas impactantes imágenes pude verme cerca de un puente. Era un hermoso lugar donde el agua corría a raudales, donde la naturaleza en estado puro me embriagaba y relajaba pero me sentía tan deprimido, tan al borde de la desesperación, que a pesar de todo aquel hermoso paraje, quise lanzarme al vacío…pero algo me detuvo.

— ¿Por qué vas a hacerlo? — me preguntó en
voz alta.

— Porque me van a quitar todo lo que con mi sacrificio he conseguido. Mi casa, mi coche y todo lo que es mío. — contesté llorando.

Pensé en mi mujer y en mis dos hijos pequeños. Llevábamos un tiempo que discutíamos por todo y sobre todo por el puto dinero. ¡Maldito! Necesitaba un milagro, porque con mi sueldo no podía pagar la cantidad que me exigían y que debía hacía ya tres años. Debía conseguirlo en el plazo de un mes, si no el banco me lo quitaría todo. Todo por lo que he luchado… ¿Cómo le iba a decir eso a mis hijos?, ¿Cómo les explicaría que se iban a quedar en la calle?… ¡No!… no podía hacerlo.
Estaba hundido en la miseria y sin embargo el extraño hombre se echó a reír
descaradamente. Le miré furioso y le empujé, pero observé que mis manos le
habían traspasado. Las miré y me sujeté la cabeza intentando entenderlo. ¿Tan
borracho me encontraba?…

— No te rías de las desgracias de los demás… — le grité levantándome del banco.

— Espera… espera. — gritó él.

Se levantó y yo me alejé unos pasos. Él me siguió y al llegar a mi altura me sujeto por el hombro, me giré de pronto y le volví a empujar. Casi me caigo y entonces me asusté. Vi como una especie de alas blancas e inmaculadas crecían en su espalda mientras ante aquella visión celestial, vi como se alzaban y se movían delante de mí. Fue glorioso, magnifico. Él comenzó ha hablar y su voz me resultó tan familiar que sonreí un momento;

— Solo he venido a consolarte hijo.

— ¿Papá? — pregunté aturdido.

— Si Tomas soy yo.

— Pero…

— Solamente he venido para decirte que tienes que seguir luchando que tu vida no tiene que acabar así. No quieras quitarte la vida solo porque no eres capaz de afrontar los pagos.

Se me saltó una lágrima. No entendí nada pero le miré y me eché a llorar como un niño.

— La vida es muy corta y debes seguir adelante. Trabaja todo lo que puedas. Quiere a tu mujer y a tus hijos e intenta ser feliz. Además… — dijo mientras batía aquellas magnificas y blancas alas — he venido para decirte que debes buscar en tu casa una baldosa de la cocina que tiene una extraña marca. Allí mi querido hijo, esta tu salvación.

Dicho esto. alzó las alas y desapareció al instante. Me quedé perplejo, confundido, como hipnotizado. Miré de nuevo a mí alrededor y allí ya no había nadie.

¡Estaba amaneciendo! Corrí como nunca lo había hecho y llegué a mi casa casi asfixiado. Abrí la puerta y entré despacio para no despertarlos. Me fui directamente hacía la cocina y observé el suelo. ¡Yo no veía nada! Me agaché y observé una por una todas las baldosas blancas … y no encontré nada.

Vencido y borracho ante la desesperación me senté en el suelo apoyado en el horno y me cogí la cabeza con ambas manos. ¿Sería la borrachera?,¿Tendría alucinaciones?… No sé, pero aquello que me sucedía me estaba volviendo loco y sentía que me iba adentrando en un inagotable torbellino de sensaciones agobiantes, desgarradoras y dolorosas que aumentaban mi desazón hasta alcanzar un punto insoportable en que mi corazón. Creí que aquel órgano al que yo no había cuidado demasiado, saltaría hecho pedazos.

Levanté la cabeza y como si de pronto se hubiera encendido la luz en medio de las tinieblas, oí preguntar a Alicia mi mujer;

— ¿Qué haces ahí tirado?

— Nada. — le contesté.

— ¿Estás borracho? — volvió a preguntar.

De pronto bajé la cabeza y miré hacía el suelo. Me sentía tan avergonzado. Ella lo era todo para mí. Mientras pensaba en todo aquello y la miraba con ternura observé su zapatilla y pude ver como ésta se iluminaba. Me acerqué deprisa y la empujé despacio.

— ¿Pero qué haces? — dijo ella al ver que le apartaba hacía un lado.

Observé detenidamente la baldosa y allí había una extraña marca. Era el minúsculo sello que mi padre utilizaba para marcar sus escritos. Recordé por unos instantes la manía que tenía de marcar todo lo que escribía con aquel sello, porque y si no lo había mencionado, mi padre era escritor, un buen escritor.

Me levanté deprisa y me fui corriendo hacía la terraza. Cogí mi caja de herramientas y volví corriendo a la cocina. Cuando iba todo entusiasmado a dejar la caja en el suelo, Alicia me cogió por el brazo.

— ¿Quieres decirme de una puta vez que es lo que haces? — gritó enervada.

— Buscar una cosa.— le contesté intentando tranquilizarla.

— ¿Debajo de la baldosa? — insistió.

— Sí.

— ¿Y qué se supone que buscas? — preguntó

más calmada.

— Ahora lo verás.

Saqué un martillo y un destornillador gordo y empecé a golpear la dichosa baldosa. Conseguí que se levantará por una esquina y empecé a tirar de ella. Cuándo lo logré, la aparté despacio para que no se rompiera y allí vi una antigua caja de madera. La cogí ilusionado y me senté en el suelo. Mi mujer se agachó y acercó el rostro. Yo la miré un segundo e inmediatamente la abrí.

Me quedé totalmente desconcertado. Allí tan solo había un papel.

— ¿Qué es eso? — preguntó ella.

— No lo sé.

Lo cogí entre mis manos y lo leí;

Querido hijo:

Mientras estuve viviendo con vosotros no os ayude mucho, pero ahora tengo la oportunidad de hacerlo. No se si me dará tiempo a dároslo pero si no es así, espero que algún día vuelva para decírtelo. Ese es mi gran deseo, volver de entre los muertos para poder deciros que la esperanza es lo último que se pierde.

Sé que he sido un poco egoísta y no os he dado lo que realmente os merecéis, pero ahora quiero redimirme y hacer todo lo que este en mi mano para que podáis vivir con más desahogo.

Busca en mi viejo escritorio y descubrirás la sorpresa que en vida no pude darte.

Te quiero hijo.

— Aquí hay una llave.— dijo Alicia.

¡Sentí tanta pena! Aquellas palabras me destrozaron el alma. ¡Le echaba tanto de menos!… él había sido el mejor padre del mundo. Es verdad que no nos ayudó mucho cuando vivió con nosotros. Él enfermo de Alzheimer y creo que por eso no pudo ayudarnos. Sé y estoy orgulloso de ello, que le ayudé en todo lo que pude. Gracias a mi mujer y a mí tuvo un final feliz.

Me levanté despacio, me enjugué las lágrimas y fui hacía al despacho donde el escritorio de roble macizo que perteneció a mi padre brillaba con intensidad. Los rayos del sol asomaban curiosos proyectando una luz sobre uno de los tres cajones que poseía, exactamente el último. Me acerqué y lo abrí con la llave que mi mujer me entregó, y allí… queridos lectores… había montones de billetes de quinientos euros. Los cogí e inmediatamente se los dí a ella que estaba detrás de mí. Se quedó sorprendida, se echó a reír y empezó a saltar muy contenta por toda la cocina.

Yo me asomé por la ventana y aunque el sol me cegó, miré hacía el cielo con los ojos nublados por las lágrimas y grité con alegría;

— Gracias papá.

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