Recuerdo que cuando fui a clases a mi nueva escuela, estaba asustado. Mi mamá me había sacado de mi vieja escuela porque la maestra que tenía antes me gritaba mucho porque no hablaba bien. Decía que anormal o raro, y yo me sentía muy mal porque sabía que no era como los demás niños. Pensaba lento, no podía pronunciar las “r” ni las “s” bien, y me enojaba muchos cuando los otros niños se burlaban de mí.

Cada vez que me llamaban el tartamudo, yo sentía una presión en la cabeza que me hacía querer gritar, quería romper las cosas, quería… que los demás me llamasen por mi nombre, pero ni siquiera podía pronunciar bien Samir porque tenía una “s” y una “r”, lo que me hacía enfurecer mucho más, por lo que acabé metiéndome en peleas con casi todos mis compañeros de clase.

Hasta llegó un día, en el que el director decidió a llamar a mi mamá. Yo no tenía remedio, iban a expulsarme. Le dijeron que la escuela no era la más adecuada para niños con problemas de conducta como yo.

Mi mamá escucho todo lo que tenía que decir, con las manos cruzadas sobre el pecho y lo miró a los ojos, y le dijo:

̶ Tiene razón. Voy a cambiarlo de escuela.

̶ Me alegro de que haya entrado en razón, dijo el director.

̶ No voy a retirarlo porque mi hijo tenga problemas para hablar. Lo voy a retirar porque le dan la espalda cuando tiene problemas. Se burlan de él porque tiene problemas. Lo llaman anormal y lo denigran porque tiene problemas. Pero no lo ayudan. No les interesa ayudarle para que sea un mejor estudiante, sólo quieren a alguien normal, porque es fácil. Porque es cómodo. Porque no tienes que hacer ningún esfuerzo extra por alguien que de verdad necesita ayuda. Tiene toda la razón, señor director, esta no es la escuela adecuada para hijo.

Mi mamá me tomó de la mano y me sacó de aquel calvario de escuela a mitad de año. Estuvo al teléfono toda semana preguntándole a todos los que conocía donde podían meterme. Donde podía encajar alguien con mis problemas, alguien que pudiese ayudarme de verdad. Recuerdo haberla visto una docena de veces frente al espejo practicando lo que le iba a decir a la otra persona al otro lado de la línea.

Ella siempre hacia eso. Quizás como un recuerdo de los días que actuaba en el teatro, de los días en que no tenía un hijo con problemas. Yo pensaba que nadie le iba decir que sí, cuando finalmente un director aceptó.

Era una escuela parroquial que se encontraba a tres pueblos de distancia de mi casa. No tenía muy buen aspecto ni tenía muchos alumnos, pero los pocos que estaban allí eran amables. Eso lo primero que me gustó. La gente del pueblo no era como la de Madrid. Se tomaban las cosas con calma y cuando hacían bromas eran para reírse contigo y no de ti.

A mi mamá no le gustaron muchos las paredes deslucidas, ni los pupitres destartalado, pero si le agradó la maestra que le presentaron. Se llamaba Laura, era muy joven y tenía una voz suave. Esa fue otra de las cosas que me gustó.

Recuerdo que cuando mi mamá se sentó frente al escritorio de ella en uno de los pupitres para hablarle sobre mis problemas. Lo hizo directo y sin muchos adornos como hacía ella, cuando quería zanjar cualquier cosa que considerase importante:

̶ No se si habló con la maestra del otro colegio o si el director le dijo algo, pero lo cierto mi hijo puede leer y escribir como cualquier otro niño. No es retrasado, solo tiene cierto problema para pronunciar bien las palabras. Su anterior maestra no fue muy comprensiva con él y tuvo problemas en el colegio debido a eso. ¿Puede ayudarlo?

̶ Sí, le dijo la maestra, muy calmada.

Tiene experiencia con niños como hijo.

̶ Sí y no.

̶ No lo entiendo. Que quiere decir. ¿Puede ayudarlo o no?

̶ No he tenido alumnos con problemas del lenguaje antes, pero tuve un hermano con el mismo problema. La gente lo trataba mal, se burlaba, y sufrió durante muchos años por causa de ello. No había investigaciones, no había tratamiento, no había terapia. Sólo había gente ignorante, con un falso sentido de superioridad moral que le gustaba pisar a alguien más vulnerable. Pero luego nos mudamos a Barcelona y conocimos médicos, lingüistas y especialistas y supimos que había maneras de ayudar a mi hermano a que superase su problema. Existían ejercicios muy sencillos que podía realizar en casa todos los días. Mi hermano tuvo que ponerse un lápiz debajo de la lengua mientras pronunciaba las palabras que era difíciles todos días.

̶ Tuvo que practicar frente a mi madre y mis hermanos, y practicar antes de cada exposición u examen oral. Y esas practicas dieron un fruto y mi hermano logró salir adelante. Gracias a ese esfuerzo extra y a todas esas personas que le brindaron su apoyo.

̶ Me convertí en maestra para ayudar a personas como su hijo, pero no puedo hacer lo sola si el no tiene la disposición o el interés de avanzar. ¿Estas dispuesto a hacer ese esfuerzo extra, Samir?

̶ Sí.


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