Las diez y media y éste todavía sin venir. ¿Cuándo piensa que se cena en esta casa? Bueno, la verdad, para lo que me tiene acostumbrado: todo frío y seco; estoy harto de tanta comida procesada. ¡Coño!, pero si no viene no como; ¡a que armo un estropicio! No, que si no luego no me saca; y si no me saca me meo y me… Un momento, me parece que ya le huelo; sí, le oigo, está en el descansillo de la escalera, ahora busca las llaves, apunta a la cerradura y… Ahí está, voy corriendo a recibirlo.

Menuda cara de mustio trae. Le saludo, le hablo, le chupo y nada. “Déjame, no seas pesado”, me dice, y yo como siempre tan cariñoso. Cómo apesta a cerveza, y a tabaco; ¿de cañitas otra vez? Te vas a gastar `el paro´, chato; y todo hay que decirlo, no es mucho la prestación que recibe de la mayor empresa de España, el INEM. Decía que iba a dejar de fumar y así se ahorraba un dinero, pero nada; ese paquete debe ser ya el segundo, y parece que lo tiene a medias.

¡Hala!, la cazadora al suelo y al baño a mear. Bueno yo me voy a la cocina y al cuenco, que ya me toca: olfateo, ensalivo, babeo… ¡maldito Pávlov! Ya está de vuelta. Carga bien el cuenco, cárgalo bien. Bueno, a comer.

Un poco de agua ahora; ¡dame agua, agua! Nada, ni caso, se queda mirando la nevera ensimismado a ver si alguien, un espíritu divino o algo así, le ha dejado un taper con lentejas o un plato de pasta precocinado. Qué iluso: latita otra vez, chavalote. ¿Y mi agua? Gracias hombre, fría como siempre, ¿verdad?; es igual, tengo mucha sed.

Ahora me gustaría salir a la calle; venga, venga. Cómo se hace rogar este chico; claro, como él no tiene que hacer sus necesidades ahí fuera. Bien, coge la correa. “ Tranquilo que ya bajamos”, me dice mientras recoge la chaqueta del suelo y se la vuelve a poner. Contento, y tras un más que pronunciado tirón del collar, me dejo atar y por fin salimos.

¡Joder, qué frío hace!, se me congelan las orejas; esto me pasa por ser de una raza de pelo corto. Paseando por la acera…, veo las luces de neón del escaparate de la tienda de electrodomésticos, la parada del autobús vacía, y junto a ella un árbol, palitroque yo diría. ¿Quién ha meado aquí?, yo no. ¿Y éste? No mires tanto a esa chica, hombre, que va acompañada. Ya me queda poco, esperar el semáforo, cruzar la calle y… ¡Eeeh! que está en verde hijo de p… Cómo conduce la gente (!); realmente hay pocos accidentes para tanto cafre como anda suelto: se piensan que el coche es la prolongación de sus miembros.

Por fin llegamos a la micro zona verde del barrio, cargadero para los de mi especie, diría yo: sucios bancos para fumadores de porros, reducto del botellón urbanita con columpios postmodernos para niños revoltosos que no hacen ni caso a sus cuidadoras. Anda, suéltame un rato. Así, un poco de intimidad para…; bueno ya se sabe, en este islote de césped pelado, área minada de micciones y excrementos, poco más se puede hacer. Éste no se atreve a entrar, y yo casi tampoco, pero es el único sitio decente para que pueda desahogarme a gusto. No sé quién es más guarro ellos o nosotros, sin duda ellos. De quién es realmente la culpa de que alguno se haya ido antes de tiempo en la acera y haya dejado un regalito para alguien necesitado de suerte.

Una carrerita por aquí, otra por allá. Nada, nadie a quién olerle un poco el trasero; y éste fumando un cigarrillo, no me hace ni caso. No era el mismo cuando era un cachorro y me reía todas las gracias. ¿Por qué se empeña la gente en adoptarnos si luego se cansan enseguida? Ya me silba, parece que volvemos a casa.

De vuelta, en el ascensor, huelo a…: sí, es ella, la vecinita del sexto no hace mucho que ha pasado por aquí. Qué bien huele, como me gustaría cruzarme con ella y tener una buena camada. Pero es solo una ilusión, al parecer no soy una raza compatible para su compañera de piso, esa no conoce bien mi pedigrí. La verdad, no sé hace cuanto tiempo que no muevo el lomo; pero claro, para nosotros también existe la abstinencia, obligada, como los curas… Me rasco en el cuello, ¿tendré pulgas? Rapidito entramos en casa, que hace frío.

En la cocina, mientras éste se prepara la cena -unos Noodles, creo-, yo a lo mío, a beber agua que tengo sed. ¿Un poco de pienso? Mejor no, ya no tengo hambre, me voy al salón moviendo el rabo y me tumbo sobre la manta en la que duermo en el suelo. Muerdo y remuerdo la pelota de goma que ya poco tiene de redonda; a ver si viene y pone la tele que me aburro, aunque para lo que hay que ver. Éste es prácticamente lo único que hace en casa, ya se ha cansado de mendigar un trabajo de contrato precario con un sueldo por debajo de convenio; joder que ruina: ¡toma cinco años de carrera!, y luego a prostituirse como todos, si no te enchufa tu padre en la empresa de un amigo y luego te compra una especula-vivienda, eso sí, de protección oficial. Qué pena, y luego resulta que es un parásito social, un vago, ya, mis cojones. Ahí viene el pobre con sus fideos, al dente.

“Vamos a ver que hay en la tele”, me dice con el mando en una mano mientras con la otra se limpia los morros con una servilleta de papel. “Anda sube, ven aquí conmigo”, me invita a subir al sillón a su lado, para ver con él la caja estúpida; rápido le obedezco. Me gusta estar en el sillón, sobre una manta que huele bastante a mí la verdad; desde que se fue ella estoy abonado a tumbarme aquí. Antes ella no me dejaba porque lo dejaba todo lleno de pelos o se me caía la baba. ¡Menuda sargenta!, aún así yo también la echo de menos, olía tan bien y le gustaba tanto acariciarme detrás de la orejas. Si es que no se puede ser más bobo -lo digo por éste-; claro, como no llevan correa, culo veo culo quiero, y a ella eso como que no le hacía ni puta gracia. Ahora se arrepiente y lo lamenta: sólo son fieles las cigüeñas.

Una demostración del maestro del zapping: en la 1, un debate insulso de contenido político sesgado, siempre están igual, a la derecha o a la izquierda, ¡mamarrachos!; en la 2, ¡anda mira!, un documental de tortugas marinas, déjalo anda, déjalo, que me gusta. Nada. En la 3, no está mal, aunque no han inventado nada, tiene gracia pero hasta cierto punto; en la 4, qué corbata más fea, menudo carca, bueno ella al menos es mona; en la 5, gritos, horteras y miserias, que cutre, baja el volumen que molesta; en la 6, igual que en la 1 pero con otro color. Las demás cadenas, las locales, a estas horas son un cúmulo de imágenes de películas eróticas antiguas y anuncios de apuestas.

“Menuda mierda”, me dice más que decepcionado. Yo opino lo mismo, lo cierto es que la televisión ya no sé si es un medio de comunicación con espacios publicitarios o un macro anuncio de un sin fin de marcas; qué asco, son capaces de vender a su propia madre.

Tras la intentona televisiva ahora recurre a la consola; siempre es un buen recurso para él jugar a la Play. A ver qué elije…, que no sea el de pegar tiros, por favor, que me pone muy nervioso. ¡Fútbol!, para qué queremos más, con este juego le dan las seis de la mañana; además se empeña en fichar a Messi -¿se escribe así?-, y no se da cuenta de que esta sobrevalorado en esta edición. Yo me voy a la cocina a beber un poco y me echo a dormir, que ya me está entrando sueño.

¿Qué olor es ese que viene del salón? Hierba, qué mamón; así seguro que se concentra más para jugar. Vuelvo al salón que ahora seguro que no me cuesta nada cerrar los ojos. Llego, me tumbo, le digo hasta mañana, pero ni caso; entre lo uno y lo otro está ensimismado en lo suyo y no responde. Me duermo.

No sé cuánto tiempo llevo con los ojos cerrados, pero estoy soñando. Sí, soñando, o es que sólo los humanos pueden soñar (?). Es un sueño bonito: estoy en el campo paseando por un prado rodeado por un frondoso bosque. Soy pastor. Siempre quise vivir al aire libre, lejos de la ciudad y su monocroma gris. El hombre con el que vivo -por cierto se parece bastante a éste- me deja mucha libertad; eso sí, a las ovejas -pues son ovejas las que pastoreo-, no las aguanto. Ahora vamos a cruzar un riachuelo, que fría está el agua…

De repente un ruido hace que mis orejas se pongan tiesas como palos, en alerta, y sin remedio me despierto súbitamente. ¿Qué pasa? Ah, es éste, ¿pero qué hora es? Ya está amaneciendo y todavía no se ha ido a la cama, menudo cuajo tiene. Con la bata medio abierta, despeinado y con cara de sueño, le veo arrastrando las zapatillas mientras recoge la mesa antes de irse a dormir: me parece que me va tocar hacerlo otra mañana más en la cocina. Como éste no espabile pronto, no sé qué va ser de él; bueno, de nosotros. Así no puede seguir. Vuelvo a cerrar los ojos que aún tengo sueño, pero antes de que me quede otra vez dormido le oigo decir desde el pasillo: “Qué vida más perra”.

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