confesiones maternales

confesiones maternales

Haia

19/01/2021

Temo que algún día mi hijo recuerde con odio los libros. Que los mire y le venga a la cabeza su madre despegando forzosamente la mirada de algún libro, para darle alguna respuesta cortante sobre alguna cuestión que seguramente tenga que ver mas con una necesidad de atención que con el planteo en sí. Que los mire y diga: en esto estaba mi madre todo el día. Era todo lo que le importaba. Quería que yo lea, quería que yo saboree cosas que para mí sabían lo mismo que la acelga que me obligaba a comer. 

Temo que eso suceda, y que tenga razón. 

Temo, por sobre todo, que esta conclusión que saco en este momento en el que él se me acerca porque quiere jugar, sea una crónica de un futuro que se anuncia y que no quiero, o sí, o no puedo, cambiar. ¿Querer es poder? ¿Poder es querer? ¿Es algo consecuente o una simultaneidad? ¿o son cosas distintas? Y mientras las preguntas siguen, siguen las excusas para seguir leyendo, robándole este instante en que no lo miro, porque él no necesita refugiarse de nada, su madre es su refugio, un refugio roto, lleno de goteras que le mojan la infancia, gotas de palabras que necesitan enmiendas de papel.

Sé bueno hijo, vení a leer con tu madre. 

La acelga te hace bien.

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