¿La culpa es del chancho?

¿La culpa es del chancho?

Silvia Marteniuk

13/01/2021

Sale a la calle después de casi ocho meses ¡¡Por fin!!

Avanza por esas aceras brillantes, con paso pausado, dubitativo, mirando las baldosas con cautela. — ¡No siempre están bien colocadas! —piensa.

Titubeando, se acerca al escaparate lleno de maniquíes con tapabocas y rumea por lo bajo —¡Qué ironía!¡Como si no fuéramos suficientes ya! — imaginando “ la sonrisa sarcástica” que ocultan.

Son los primeros treinta metros, ya ha encontrado una razón para malhumorarse e irónicamente -por mirar el escaparate- acaba de pisar la mierda de un perro. —Prometí no amargarme por nada —dice para si. Entonces hace una inspiración profunda, de esas que tienen efectos de relajación, mientras pasa la suela de su zapato enérgicamente por la acera componiendo arte abstracto.

Un solo auto en la calle y se está acercando a gran velocidad —Noooo —grita mirando el charco de mierda, y en un segundo, la salpicada que la alcanza.
Hace otra respiración honda, la segunda en cincuenta metros… —No voy a maldecir —piensa —pero ¿porqué nadie de la Muni arregló esa alcantarilla en tanto tiempo? ¡Tuvieron meses para hacerlo! ¿Acaso no son esenciales? — y entonces elucubra —Claro ¡más de uno habrá usado el permiso para visitar a su novia o quién sabe a quién! — y continúa.

Se escucha inevitablemente el rugir cansado de un motor viejo —¡Ahí viene el 60! —al fin algo que la entusiasma —Pensar que ese es el #bondi que me llevaba hasta la oficina casi colgada de la puerta y ahora va todo vacío…
La añoranza puede ser una buena vía de escape, pero solo hasta que “el bondi” pasa a su lado largando una bocanada de humo oscuro que le irrita los ojos y el pensamiento.
Se repite a sí misma y dos veces que no quiere maldecir —¡Nada va a arruinar mi primera salida!¿entendiste? —dice hablándole al 60, mientras mira la cola sin guardabarros y maltratada, ya más para el desguace que para lucirse.

—Falta poco para llegar a la esquina —reflexiona, mientras observa el toldo verde de la peluquería de “Jackie Estilista” y automáticamente le viene a la mente ese certificado que hace cinco años está pegado con cinta adhesiva a la pared ¡justo al lado del único espejo que hay!: “Jackie ha cursado y aprobado el curso virtual de estilista profesional con una duración diez horas cátedra” —¡Qué semejante caradura! — critica por lo bajo —y aún le faltan veinte metros.

En la puerta del salón y debajo del toldo, alcanza a ver a Jackie. ¡La única con quien va a cruzarse en cien metros de recorrido! Pero Jackie vuelve a entrar, justo después de escupir en la vereda. 
Vuelve a inspirar profundo e insiste —No quiero maldecir —mientras va relajando la tensión de una sonrisa que no le valió de nada, y que le agotó los músculos faciales.

Llega a la esquina. Ha alcanzado los primeros cien metros de la primera salida pero tiene ganas de orinar —Será  de tantas amarguras —concluye en silencio. El paseo no puede continuar,  —Natura ¡obliga! —se  alienta -poniéndole entusiasmo- y emprende el regreso.

Entonces mira el escupitajo de Jackie, la mancha de humo en la pared blanca, el charco abandonado por la Muni, el artístico diseño abstracto que hizo en la acera con la suela de su zapato y finalmente la sonrisa irónica de los maniquíes.

Ingresa al edificio revestido de cerámicos color púrpura.
Antes de cerrar la puerta, mira hacia afuera dando fin a la ceremonia dedicada a su primer paseo post encierro y entonces se reconforta…  —“¡La verdad es que esta calle siempre fue una mierda!”

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