Cabalgo vislumbrando dominutos espectros de jovialidad, cansado, con la barba grisácea acariciándome el pecho.
Mi yelmo está roto, mi armadura maloliente y mi espada cansada de sangre.
Mi amigo está cansado de que lo monte, ya son décadas de unión; pues su color negro azabache se ha opacado y sus ojos no desprenden la misma energía de antes.
Al horizonte las montañas me reconocen; es que el invierno viene a encontrarse con un viejo amigo, hasta los vientos susurran mi nombre.
Soy el rey y desde la cima de esta montaña, mientras los vientos del alba congelan mi rostro y la brisa mi dicha, te digo que aunque este reino sea mío no puedo poseer sus tesoros. Tengo los frutos de los árboles, pero no sus tierras; los pescados de las aguas, pero no sus mares. Eso me convierte en un mendigo, al que solo le queda admirar la belleza del mundo.
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