Apática vista.

Al final de la costa estaba ella sentada, recostada de una palmera, viendo el océano como despidiéndose de un amor a distancia, diciendo adiós con lágrimas en los ojos, sin una sola palabra por emitir. No expresaba empatia o alegría, no gustaba de ánimos o poesías, a ella solo le bastaba ver la infinidad del mar, procurando deslizar sus pies bajo la arena, como si le causara alguna especie de orgasmo. Delicada, iluminada, envelesada, sin detalles extraordinarios más que los reflejados en sus ray ban. Su alma iba desapareciendo a medida que el sol se ocultaba, y podías ver por la posición en la que estaba sentada que todo lo que maquinaba su cerebro era una pregunta. Una interrogante tonta como todas las que pasan por nuestra mente día tras día, no son contestadas en pasado, jamás aclaradas en presente y difícil tener la certeza de conocer su respuesta en el futuro. Se alejaba del público constante pues sabía que se enfermaría, y quién no? Bastaron los días de drogas y tragos por el simple hecho de que ya no le causaban ningún placer. Ahora la soledad se había convertido en su espíritu y la melancolía invadía su compañía como los insectos a la hierba. Nunca entendió por qué aquél vacío estaba impregnado en sus manos tan detalladamente, como una nueva fragancia en el cuerpo de su ex pareja, algo desconocido que crea una sensación de inestabilidad e inagotable pesadez al momento de recostar cada noche su cabeza en la almohada. Dormir era perfecto, casi como una prueba gratuita de estar muerto, perfecto por unas horas que parecieron microsegundos. Enamorarse era un arte olvidado, casi como el rock de los 80′ o el surrealismo en los 40′. Hacía donde corrió la esperanza que nadie la vio partir? Por qué la desdicha nos tomaba de la mano sin nunca dejarnos ir? Por qué la sensatez y lógica nos decían que diéramos media vuelta si el corazón susurraba a nuestro oído que esperaramos un rato más? Ahora las nubes ya no toman ese color tornasol cuando cae la tarde, ni las hojas de los árboles vuelan suavemente durante la primavera. Las lágrimas ya no son saladas y tampoco escuchamos nuestros pasos en esas caminatas nocturnas para despejar la mente o tan sólo para aclararla. Todo acabó, dejando un sabor ácido en la lengua, un frío espasmo en los pulmones llamando a los suspiros para que nos deleiten con sus tormentas. Los tulipanes eran negros, tanto como la oscuridad acechando a la luna llena, las flores desprendían un olor usual sin nada que las distinguieran. Ya todo le daba igual.

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