Platicaba mi abuelita Elena que su abuelo, mi tatarabuelo Nemesio Martínez, era arriero en la región de Calvillo, Aguascalientes. Los arrieros o carreteros cumplieron una muy importante labor comercial en México, desde la Colonia hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con la aparición del ferrocarril y los vehículos de motor.

Estos personajes arreaban sus recuas por caminos, sendas y veredas, en ocasiones muy complicados y peligrosos, uniendo a los pueblos con las mercaderías que transportaban, entre las que se encontraban: carbón, maíz, manteca, frijol, trigo, piloncillo, telas, licores, manufacturas, ultramarinos, etc.

El animal más valioso para ellos eran las mulas, resultado de la cruza entre burro y yegua, por sus características de gran resistencia y capacidad de carga.

Mi tatarabuelo, como todos aquéllos que compartieron su oficio, realizaba largas jornadas a poblados como Jalpa, Huanusco, Tabasco, Tayahua, Tlaltenango, Moyahua, Villa Hidalgo, Teocaltiche, Nochistlán y el mismo Aguascalientes, a través de sierras y llanuras, como la Sierra del Laurel, La Sierra Fría o el Cañón de Juchipila, teniendo que dormir, la mayoría de las veces, bajo las estrellas, y en otras, en algún mesón o venta, como el Mesón de Del Buen Viaje, que se ubicaba sobre el Camino Real de Tierra Adentro, ahora calle 5 de Mayo, donde se encuentran los hoteles: Hacienda el Roble, Zaragoza y Colonial.

Tenían que enfrentarse no solamente a las inclemencias del tiempo, sino también al ataque de fieras y asaltantes, por lo que se encomendaban a la Virgen de Guadalupe y a Pedro apóstol, su santo patrono, al cuál rezaban la siguiente oración:

De un asalto en el camino,

en una hora desastrada,

cúbreme Pedro divino

con tu sombra tan sagrada.

Cuando yo al camino salga

y me asalte el malhechor,

allí tu sombra me valga

en el nombre del Señor.

Cierta noche, mientras acampaba por uno de esos lugares de Dios, Nemesio vio una pequeña llama que brincaba a lo lejos. Era apenas perceptible y tenía tonalidades azules. Ahora les llamamos fuegos fatuos o fuegos de San Telmo, producidos por la presencia del gas metano. Para la gente de aquél entonces era una clara señal de que ahí había un tesoro. Mi tatarabuelo comenzó a escarbar con mucho cuidado, hasta topar con un objeto duro y hueco. Se trataba de un cofre de madera con herrajes. Cubrió entonces su rostro con el pañuelo y, con la ayuda de una pequeña palanca, lo abrió. Estaba repleto de monedas de oro y plata y una que otra joya como anillos o brazaletes. También, en el interior de una cajita metálica, había un pergamino en donde se encontraba escrita una relación con la ubicación exacta de otros tesoros.

Con toda la prudencia del mundo el arriero volvió a enterrar el tesoro y a señalizar el lugar. A la mañana siguiente, como si no hubiera pasado nada, cargó sus mulas y se fue a entregar su mercancía. Ya de regreso a su casa, desenterró de nuevo el tesoro y lo repartió en varios de los canastos, ya vacíos, que cargaban sus mulas. Al llegar a Calvillo los vecinos lo saludaban y le preguntaban:

– ¿Y ora qué llevas en tu recua? – A lo que Nemesio les contestaba:

– ¡Traigo un tesoro, de puritito oro y plata! – lo que provocaba la carcajada de sus interlocutores.

    ¡Dicen que no hay mejor manera de ocultar la verdad que diciendo la misma verdad!

    Una vez que estuvo en su hogar le platicó a su esposa Bernardita lo que había pasado y de su plan para hacerse de todos los tesoros de la lista. Fue así que mi tatarabuelo cambió sus rutas y sus tiempos de viaje y, a cada vuelta, regresaba con una parte más del inmenso tesoro que había descubierto. Compraron una buena casa y la amueblaron, se hicieron de tierras y animales y, junto con ello, ganaron también prestigio y posición social. Con el tiempo, mis tatarabuelos llegaron a ser los más ricos del pueblo. ¡Era tanto lo que poseían que ya ni siquiera tenían la necesidad de trabajar! Nemesio dejó de viajar, pero aún no terminaba de recuperar todas las riquezas que estaban referidas en el pergamino, dejándolo pendiente para el momento en que realmente lo requiriera.

    Desafortunadamente, el desenterrar tesoros expuso a Nemesio a ciertos agentes físico-químicos y biológicos que lo enfermaron gravemente. Tenía una especie de tuberculosis que le impedía respirar y hacía sangrar sus pulmones, aunada a una terrible fiebre y malestares en todo el cuerpo. Ya sin esperanzas por parte de los médicos, Bernardita le habló al cura para que le diera los santos óleos.

    Cuando el sacerdote le dio la extremaunción, mi tatarabuelo, a pesar del sufrimiento por la enfermedad, se resistía a morir e insistía en que tenía que encontrar antes el resto de los tesoros que le faltaban por desenterrar. Así pasaron unos días de terrible angustia, con Nemesio sufriendo indescriptibles dolores y la esposa e hijos llorando sin consuelo.

    Por fin, el cura tuvo una idea, y pidió a mi tatarabuela que le llevara la relación de los tesoros. La puso frente a Nemesio y le dijo:

    – ¡Mira hijo! ¡El mayor tesoro de todos está en el cielo! ¡Olvídate ya de éstos! – y tomando un vela encendida quemó la relación de tesoros frente a sus ojos.

      Ante esto, Nemesio se quedó muy tranquilo, volteó a ver a su esposa y a sus hijos, a manera de despedida, y expiró.

      Nadie supo jamás dónde estaban enterrados los otros tesoros, y la fortuna de los tatarabuelos Nemesio y Bernardita se fue diluyendo por la gran cantidad de hijos, nietos y bisnietos a través del tiempo. Había un refrán que decía: Padre arriero, hijo caballero, nieto pordiosero. Por tal motivo, lo que a mí me quedó en herencia como tataranieto, fue esta hermosa historia que ahora comparto con ustedes.

      Mi abuelita Elena Rodríguez Martínez con mi tío Enrique.

      Arrieros cargando madera (mexicoenfotos.com).

      Arrieros con sus recuas de mulas (mexicoenfotos.com).

      Región de Calvillo, Aguascalientes, México (googlemaps.com).

      Mesón en Aguascalientes (facebook.com).

      Sierra del Laurel, Calvillo, Aguascalientes, México (turimexico.com).

      Calvillo, Aguascalientes, México (rinconesdemexico.com).

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