Autooooooo… Gritó uno de los participantes en la pichanga, el partido se detuvo y los jugadores permanecieron en su sitio.

Era una de las tantas pichangas jugadas en mi calle Sánchez en San Bernardo. Una calle increíblemente amplia, de doble vía, muy poco transitada. Con amplias veredas de tierra que la convertían en una perfecta cancha de futbol.

Encuentros casi diarios, con desafíos a los que vivían en la calle Balmaceda, rivales a vencer siempre. Ya era un clásico. Jugábamos como una decena de niños por lado. Poníamos unas chombas para marcar el arco o a veces la línea de alquitrán y el poste de alumbrado público eran los límites, sin árbitro. A veces quedábamos en inferioridad porque no faltaba la mamá que mandaba a comprar o entraba de una oreja a algún impúber futbolista.

La pelota de plástico se detuvo para que pasara el auto anunciado. Era otra vez esa camioneta nueva azul impecable GMC que manejaba Don Daniel. Era la interrupción más molesta para nosotros, ya que Don Daniel manejaba muy pero muy despacio y lo hacía por lo menos cuatro veces al día, a veces más y eso nos irritaba mucho porque cortaba el fragor del encuentro.

Pero lo repetitivo de este acontecimiento tuvo un desenlace muy trágico y raro.

Don Daniel era dueño de una fábrica de artefactos de uso en el alumbrado público en la calle Santa Marta, es decir a dos cuadras y media de su domicilio y usaba su camioneta para cubrir el trayecto. Pero era curioso que no lo hiciera a pie y más curioso era que lo hiciera a una velocidad mínima. Era ese el motivo de porqué su camioneta que tenía más de 10 años haciendo ese camino estuviera impecable.

Las pichangas de barrio eran también interrumpidas por distintos vehículos, desde bicicletas hasta carretas y triciclos. Pero el más reconocido y detestable era Don Daniel.

La lentitud excesiva era odiada por toda la cuadra futbolera. Por eso esa tarde noche la velocidad con la que pasó de vuelta a su hogar nos dejó espantados y curiosos. Tanto que la pichanga estuvo detenida más allá de su raudo pasar. Por lo que fuimos testigos cuando Don Daniel estrelló su bien conservada camioneta contra un árbol añoso y grueso que salió bien parado, no así el vehículo y su chofer.

Don Daniel jamás volvió a interrumpir nuestras pichangas. La única vez que su pasar fue raudo y no nos interrumpió tanto, fue porque era primera vez que manejaba bajo los efectos del alcohol y tras el accidente le tuvieron que amputar la pierna izquierda ya que la diabetes traicionera no le perdonó y la herida y el daño le cubrió todo su cuerpo. Falleció a las pocas semanas.

No faltó la infantil crueldad de algún chico que se alegró de que Don Daniel no nos interrumpiera más nuestras largas pichangas de barrio.

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