Me quedé solo en el estadio. Se había acabado, habíamos fracasado. Era la gran cita con la historia. Pero no dimos la talla. Los aficionados salían como hormigas por los vomitorios, estaba abatido. Habíamos perdido contra el eterno rival, en una final. Una vez más, en el momento que tocaba demostrar, parecíamos unos juveniles. Cometiendo errores tontos, imperdonables. Una vez ha salido todo el mundo, salgo yo. Apagado, triste, incomprendido: ¿ Para esta mierda vengo yo aquí todos los domingos? No entendía nada. 

En los aledaños del estadio, por mucha gente que haya, reinaba el silencio, todos calladitos volviendo a casa, con la sensación de que algo muy grande se nos ha escapado. Ese vínculo, es amor que le tenemos todos al equipo a veces lo pongo en duda, pero enseguida vuelvo al estadio a la mínima que puedo. Es duro pensar que nuestro máximo rival podrá estar riéndose de nosotros toda la vida, pero qué se le va a hacer. 

De repente suena el despertador, son las 8. Menuda pesadilla. La mente a veces es muy juguetona. Todavía no se había jugado el partido, hoy empezaba el gran día, y todo lo soñado era mentira. Menudo alivio. 

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