En mundos olvidados que se resistían al desdén anunciado: yo era el mar, las olas, los muros derrumbados que desaparecían entre el polvo, el polvo que entre sus partículas guardaba memorias de civilizaciones, de gigantes, de dioses ilustres. Herraba en el cielo tan alto que las nubes lloraban al verde prado mojando, inundando, inundándolo todo, inconscientes del desastre bajo ellas la calma parecía una lejana utopía que esperanzas de aves blancas y negras traía. La belleza incalculable de una flor siempre me aliviaba y yo, yo era agua, era fuego; era calma y era caos.

Y el sol, el sol llegaba para opacar a mi luna y era yo quien no podía entender como este mismo daba su brillo haciéndola resplandecer, ella me embarcaba en viajes por galaxias, por estrellas distantes, por multiuniversos innombrables y censurados. La noche olía a café y el velo oscuro de unos ojos caía al ácido verde que brotaba de unas bocas deformadas.

El miedo se apoderaba de aquellos mundos, en que el desorden y el orden eran posibles, ojos crispados se asomaban por los ápices de las blancas paredes, paredes que eran bosques, eran selvas, eran mares, y eran mundos.

Ya de pronto comprendí que en este mundo, a esta hora no podría seguir huyendo y aunque el miedo me matara yo despertaría y aunque solo fuese un instante, me sentiría viva.

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