El Chaplin criollo

“No hace falta comprar boleta, ni mucho menos viajar en el tiempo, para tener el privilegio de deleitarse con Chaplin en el escenario”

Algunos piensan que un actor se ocupa de fingir e imitar emociones reales, un simulador de pasiones, un aparentador de tristezas, un habilidoso en sonreír y llorar frente al lente. Y la mísera idea, de que quién finge, miente, él solo se encarga de interpretar libremente el turbio comportamiento de los humanos.

Era un sábado a las 4 de la tarde y decidí hacer un alto en mi camino y ceder el paso a mis insaciables ganas de fotografiar a un silencioso actor, de máscara blanca y como su única herramienta de comunicarse, un micrófono incorporado a sus manos, ubicado en un callado escenario en plena calle quinta de la ciudad de Cali, donde un minuto le basta para trasmitir un espectáculo a un público estacionado en un semáforo eterno.

Los autos reducen la velocidad para lanzar monedas y pitazos en la alfombra verde ¡de tan maravilloso comediante! Toda la atención se centra bajo el rostro blanco con precisos y delicados movimientos, ligereza de poeta, energía de deportista, es lo que hace falta para trasmitir desde el silencio, con emocionantes gestos, una sensibilidad ciudadana.

Los últimos destellos del sol aún lograban resplandecer la ciudad, y entonces allí me acerqué a conocer el hombre viviendo dentro de un disfraz de mimo, su nombre Luis Gonzaga el famoso Chaplin caleño.

¡Y es que Cali podría olvidarse de todo!! Menos de sus iconos representativos, ya que esta maravilla de zapatos descomunales, con traje improvisado de mimo callejero cuenta su propia historia.

Me acerqué cautelosa para no interrumpir el show, le observé desde lo lejos, y pude reconocer la auténtica y natural habilidad de un mimo, una figura silenciosa, sincrónica de dramatismo y humor, sin voz capaz de comunicarse con maniquíes.

Podía verlo claramente, individuo de frac negro gastado, bombín sobre su cabeza y de guantes blancos ya con varios remiendos. Me detuve con detalle en su rostro, un bigote hitleriano, el contorno de sus ojos negros y rostro blanquecino, fue evidente que su maquillaje no era resistente al agua, puesto que las gotas de sudor lo corrían a su paso.

Un caballero de sonrisa constante y ojos vivaces me volteó a mirar enseguida al ¡Buenas tardes mimo, me permite fotografiarlo! Un sí silencioso bastó para ubicarme en primera fila antes del inicio de la siguiente función.

En tal escena, lo acompañaban sus actores secundarios, un maniquí femenino con gafas, peluca, labios rojos y bufanda, la cual personificaba una mujer de sexys rasgos, además, de dos maniquís que representaban los guardas de tránsito.

Un poco más de un minuto dura su pequeña obra, llamada “la campaña de no alcohol al volante”.

Y su lema:

“Tomar el volante con alcohol en su organismo, es un acto de total irresponsabilidad, con usted, con sus seres queridos y con su entorno”

Peculiar es la historia que se esconde detrás:

“Todo se me ocurre por muchos accidentes que observé en Carrefour, cuando en ese entonces era doble vía, la gente cruzaba imprudentemente y cada rato se accidentaban”. Y este fue su argumento de la ingeniosa estrategia pedagógica que hoy aplica y de la cual es cabecilla, cuando de salvar vidas se trata.

30 años desde Medellín y ahora adoptado por el Valle del Cauca, llegó el hombre disfrazado de mimo para convertirse en icono de conciencia ciudadana. Hoy día, un caleño más, de magnifica sonrisa, un berraco que se traslada en su bicicleta camionera diariamente de norte a sur intentando sensibilizar a los conductores.

“Muchos golpes y maltratos he recibido, que me han llevado incluso a querer abandonar mi profesión, pero más grande es mi sentido de pertenencia con la sociedad, porque no me quiero ir, mi motivación son las ‘gracias Chaplin’, usted es el mejor”

Yessenia García P.

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