De Nito ya no sé nada ni quiero saber. Han pasado tantos años y cosas, a lo mejor todavía está allá o se murió o anda afuera. Más vale no pensar en él, solamente que a veces sueño con los años treinta en Buenos Aires, los tiempos de la escuela normal y claro, de golpe Nito y yo la noche en que nos metimos en la escuela, después no me acuerdo mucho de los sueños, pero algo queda siempre de Nito como flotando en el aire, hago lo que puedo para olvidarme, mejor que se vaya borrando de nuevo hasta otro sueño, aunque no hay nada que hacerle, cada tanto es así, cada tanto vuelve como ahora.
La idea de meterse de noche en la escuela anormal (lo decíamos por jorobar y por otras razones más sólidas) la tuvo Nito, y me acuerdo muy bien que fue en La Perla del Once y tomándonos un cinzano con bitter. Mi primer comentario consistió en decirle que estaba más loco que una gallina, pesealokual -así escribíamos entonces, desortografiando el idioma por algún deseo de venganza que también tendría que ver con la escuela-, Nito siguió con su idea y dale conque la escuela de noche, sería tan macanudo meternos a explorar, pero qué vas a explorar si la tenemos más que manyada, Nito, y, sin embargo, me gustaba la idea, se la discutía por puro pelearlo, lo iba dejando acumular puntos poco a poco.
… Finalmente me dejé llevar y lo hicimos. Entramos. “La noturna”, como decia Delia, la señora de la florería de la esquina, cuando decía que sus hijos estudiaban de noche.
Pura oscuridad, largos pasillos, aulas vacías y silenciosas. Entramos en la de 5to. El pizarrón aún tenía las ecuaciones de la clase de matemática. El escritorio cubierto de tiza. En una esquina, un ajado mapa de Argentina olvidado de vaya a saber qué clase de geografía.
Nito se sentó en el banco de Legarreta, el olfa de la clase. Yo quedé parado delante del pizarrón.
Tomé una tiza, anoté una oración y le hice el análisis sintáctico, morfológico y semántico correspondiente. Siempre se me dio bien la gramática. Nito me puteaba desde su banco, mientras se encendía un cigarro.
“Boludo, acá no, no debemos dejar rastros”, le digo, cual maestra ciruela.
“La marquesa salió a las cinco”: esa fue la oración que anoté en el pizarrón…
Me despierto de madrugada, voy directo a la máquina de escribir, tengo un sueño recurrente dándome vueltas. Un grupo de personas se ganó un premio para un viaje en barco, una de ellas es un profesor de literatura. Se encuentran en el London de Avda. de Mayo. Mientras esperan, López, el profesor de literatura, garabatea un cuento: “De Nito ya no sé nada ni quiero saber…”
Gracias Julio Cortázar!
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