UN BOLETO PARA SEVILLA

UN BOLETO PARA SEVILLA

Lilián

16/10/2020

Un boleto para Sevilla

-¿Viajás por turismo? –le pregunto a mi compañera de asiento, la del pasillo.

-No, por estudio. Por un año sabático estoy estudiando las raíces de la cultura española – me dice Bárbara en un castellano poco castizo. Ella viene de Boston y está recorriendo Andalucía , pero está radicada en Barcelona.

Las dos miramos el paisaje por la ventanilla.

-Es el río Genil – nos explica la viajera desde los asientos de al lado. Anselma, dice llamarse; tan obesa, ocupa los Números 34 y 35, y es muy abundante también la información que nos proporciona, por ser pobladora de los alrededores de la ciudad.

En una curva de la carretera, sobre una loma, se impone de repente, un negro toro bravo, el toro de Osborne.

-¡Uy!, el toro que vi en una película de Almodóvar – digo.

-Ese toro de chapa negra custodia las principales carreteras del país. Originariamente fue una estrategia publicitaria para promocionar el brandy de jerez “Veterano”, del grupo Osborne –dice nuestra informante. – Ahora es uno de los símbolos culturales de España.

-Miren, estamos llegando – ella nos señala su ciudad y se pone más ancha y más oronda en ese momento en sus dos asientos.

Se ven carruajes con cuatro fletes enjaezados, jinetes enfundados en trajes de terciopelo negro o chalecos chapeados y sombreros chatos de ala ancha, sevillanas con peinetones y mantillas y carros tirados por dos caballos adornados con claveles rojos y blancos, que llevan a los enamorados por las calles, por las plazas, por los parques. Las flores relucen en todo su esplendor en el mediodía de abril.

-Tengo una taberna y un tablao en el Barrio de Triana –las espero y nos da a Bárbara y a mí, una tarjeta rosa, de invitación especial.

-No hay más plazas.

-Completo.-

Eso anuncian los carteles frente a los hoteles, albergues y hosterías. Yo voy arrastrando mi equipaje entre los paseantes, por las veredas perfumadas de azahares de Santa María, la Blanca. Supe después que es la Feria de Abril y que a la tarde comenzará “el alumbrao” en la Isla de Triana como ceremonia inaugural y con las noventa mil bombillas encendidas.

-Allá iré, si logro alojarme pronto –me digo.

-Puedo ofrecerle, guapa, una habitación a compartir con una moza de la región de Castilla la Vieja. Es todo lo que está disponible.

Acepto y me instalo; la compañera de habitación no está y puedo apreciar sobre la cama, extendido, un vestido de amplios volados y una gran camelia para adornar el pelo. En el mismo momento, irrumpe una joven impetuosa que se presenta con una catarata de palabras y expresiones que debo interpretar.

-Tú eres la argentina que me dijo el ujier. Yo soy la Maruja, de Segovia, pa’servirle. Hace una calor de puta madre, pero como te digo una cosa, te digo la otra. Ahora acá hay fiesta y a eso vine, a conocer Sevilla, pa’ divertirme, y si eso consigo, la calor no se siente, pues. Pero ¿qué hacéis, ahí, parada? Prepárate como yo y allá nos vamos las dos. –Se engalana, se cepilla la cabellera negra, ajusta un rodete con la flor, se maquilla y se perfuma.

-Es que…

-Es que, ná’. Vístete pa’ la ocasión y nos vamos por la calle de San Fernando, por la antigua tabaquería, que ya pronto empieza el “alumbrao”, a la noche. Ahora da lo mismo. Nos podemos pasear con distinción, que pa’ eso estamo… que ya empieza la soleá.

Esta mujer me ha mareado antes de salir y esto se acentúa en la romería de las calles, la algarabía, los cantaores y las bailaoras, los aromas de comida, la fritanga de pescado con garbanzos. Dos grandes abanicos decoran la Puerta de Jerez. Me detengo a leer qué son los trianeros, el gitanillo de Triana… el marinero y… ¡Se me perdió la Maruja! en el remolino de polleras, de almidón, de caballos y de sevillanas. Cada calle dentro del predio lleva el nombre de un torero. Elijo la de Ignacio Sánchez Mejías y me siento a comer en una caseta restaurant y a escuchar las guitarras flamencas y el zapateo de un gitano sobre el tablao. Una elegía flota en los aires de la fiesta. “La sangre derramada… que no puedo verla.”… “A las cinco de la tarde…” va mezclándose el poema que recuerdo, con el flamenco y los mantones de Manila. Al reparo del sol, veo pasar a la Maruja asoleada-alborotada; se cuelga del brazo, con prestancia andaluza, a dos gitanillos morenos. Anfitriones, imagino.

No me quedo al “alumbrao”. Quiero salir, despejarme del bullicio y disfrutar de la vista del Guadalquivir, por el Puente de San Telmo.

Ahora voy saliendo por la calle de Manolete y me prometo visitar mañana, la Plaza de Toros de Sevilla. Me vienen a la memoria las imágenes de cuando pequeña, de la mano de mi padre, una sola vez vi una corrida de toros en la Sociedad Rural, frente a la casa de mi abuelo. Y sufrí. Toros enardecidos y toreros valientes mostraban el arte taurino.

Una imagen lleva a otra y ahora veo a Virginia, la argentinita que baila en un tablao de Alicante, tan resuelta, tan altiva, tan salerosa, como una auténtica gitana.

Plano en mano, voy acercándome a la Catedral. A lo lejos se la distingue, por su altura y su campanario, que ahora está llamando a la misa de las cinco. Beatas mujeres de negro, devotas con rosarios y señoras piadosas con mantillas. Poemas del Cante Jondo, cerca de la catedral. No son las mismas que trajinan por la feria de abril, el jolgorio y el pecado.

Me interno en la iglesia. Hay una atmósfera de religiosidad. Inciensos ceremoniales. Arte sacro y orfebrería de plata y oro repujado. Aguas bautismales en las pilas del portal. Una aljama en la mezquita de la judería. Todo me confunde, se superponen los estilos y los siglos. Lo gótico, lo mudéjar, el Renacimiento, todo, en una alquimia de cristianos y de moros, una sinalefa y una sincresis sincopada, me ahogan y no puedo respirar… Salgo al Patio de los Naranjos y al Patio de las Abluciones. En el cielo azul se recorta la torre de la Giralda y el peso de los siglos.

Giralda, giraldilla, que gira como una veleta. Me acuerdo de la Maruja. ¿Qué hará?

Me recuesto a descansar. Por la ventana abierta sube el perfume de las flores del patio interior: malvones, geranios, azucenas, con todo el esplendor solariego. Está la Maruja en el baño. Primero me altera, pero después me arrulla hasta adormecerme…

-Sí, che, tú que eres “una mina…”. ¿Cómo se dice? No sabéis lo que me pasó…Los gitanillos eran unos chavales muy graciosos, unos lazarillos, unos pícaros. Comimos como reyes, me sentí una Sultana de los alcázares, os digo. Huevos a la flamenca, en una caseta. Riñones al jerez, en otra. Cocido andaluz por la calle del Príncipe gitano y “Paga Dios…” A correr entre los feriantes. Engañamos a los polizontes y lo único que lamento es que se me perdió la camelia. Seguro que la pisotearon en la carrera. Y acá estoy, purificándome, porque voy a ir a la Iglesia de Santa Cruz pa’ confesarme. ¿Vienes?

-No rezo… no me persigno… no soy la Virgen de la Macarena… quiero dormir ahora.

-Hasta luego, pues y ¡Sálvese quien pueda! – me saluda y se coloca en la cabellera un geranio rojo que cortó del macetero del balcón.

Por la mañana, cuando el sol perla las frentes y templa los corazones, los don juanes se pasean por el Parque Murillo. Veo tantos, distingo a Don Juan Tenorio, al Burlador de Sevilla y a Tirso acompañando a José Zorrilla. Los persigo con la mirada, pura fibra, puro corazón. . Al bajar una escalinata, un don Juan seductor me sorprende.

-¡Oh! Pero déjame verte…-y me abarca como un abrazo, tomándome por los hombros.

-¡Qué bonitos ojos!… Soy Miguel Angel, Profesor de Física, de la Universidad Complutense de Madrid.

-Y yo, Griselda, Profesora de Literatura, de la Universidad Nacional del Litoral, de Argentina –le contesto y me presento.

-No puedo dejar de mirarte. Esos ojos copiaron el azul del Mediterráneo –me siento cautivada en esos ojos brillantes, y envuelta en su mirada lujuriosa. Un beso entrometido me saca del embrujo, de repente.

-¡No! Me tengo que ir –y salgo corriendo por los jardines y los senderos. Me vuelvo para ver si me sigue, pero no. Me hubiese gustado. Entonces, me voy por la tangente, como otras veces, y me pierdo en la Avenida Menéndez y Pelayo.

Después quiero ver la Plaza de Toros, pero es un escenario desierto que sólo invita a recrear escenas de cornadas, de sangre, de paños rojos y de bullangas. Me conformo con indagar ese mundo en el museo taurino, tan peculiar, que no conozco, que me es ajeno.

En las Reales Atarazanas , sogas, cordeles, carabelas sin popa para reparar, velas flameando al viento, veleros para estrenar, ballestrinques, mástiles arrumbados, esqueletos a maderamen desnudos, estructuras de paramento, rollos de esparto y de cáñamo, barcazas para calafatear, espátulas, pinceles, calabrotes, toneles de alquitrán y de resinas.

Camino después hacia el Parque de la Infanta María Luisa. Junto al monumento a Bécquer, las golondrinas ya se han ido, pero están las palomas que gorjean y se espulgan al sol, embelesando el entorno. En los lagos, nadan los cisnes y hay mucha paz. Llego a la Plaza de España, donde la azulejería sevillana muestra todo su esplendor ilustrando todas las regiones. No podré conocer todas, pero a Sevilla retornaré. La postal dice: “Si visita Sevilla, volverá”:

Voy de regreso y no ingreso al edificio del Archivo de Indias, ni al Hospital de los Venerables. Mejor, decido comer un plato de “pescaíto”, cerca del Parque de la infanta María Luisa. Me doy cuenta: estaba hambrienta. Saboreo una clase de pescado exquisito.

-Mozo, ¿Qué pescado es éste, tan blanco, tan rico?

-Pues, ¡Hombre!, “pescao” – y no puedo decirle: “Soy mujer. No se trata así a una visitante”, porque me deja boquiabierta, dándome la espalda para atender a un grupo de bulliciosa algarabía. Vahos de alcohol y cigarros en alegre algazara andaluza.

Bailan en mi retina las bulerías, los palmoteos, las panderetas y los colores. Respiro sonidos y olores que estimulan todos los sentidos, hasta la exacerbación, y voy dejando Sevilla ya.

Veo una esquela sobre mi cama: “Amiga: mañana me voy para Valencia, donde mi prima la solterona. Quiero conocer el mar. Hasta pronto”.

“Maruja: y yo viajaré esta noche rumbo a Córdoba. Hasta siempre. Griselda”

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