La noche no era solo un momento de la jornada, la noche era su sitio, su indiscutido dominio. El aullido era ceremonial, no les hacía falta para armar el grupo. Se olían, se percibían, se adivinaban entre las sombras. Entre los bultos monótonos de los árboles ya pardos. Se desplazaban por los matorrales con excesiva cautela. Sus patas se posaban suaves pero firmes, porque esos montes, toda esa tierra era suya Llevaba sus olores. Los caminos se sellaban con sus huellas. Estaban allí se reconocían en las contracciones de sus siluetas, su lenguaje corporal. Distaban algunos metros unos de otros. Los montes se colmaban de resplandores amarillos, varios pares de ojos expectantes aguzaban el sentido de la vista. De cada una de sus fauces manaban pequeñas nubecillas de vapor al liberar el aire contenido. Agazapados, rozando el suelo y con los pastizales por encima, aguardaban la oportunidad. La noche era fría, pero eso no los iba a ahuyentar. Los alertó un sonido entre los arbustos y pronto se distinguieron las dos ingenuas siluetas. Tontamente despreocupados, avanzaban ¿Cómo podían ser tan estúpidos? ¿Es que acaso no lo sabían? ¿No entendían que ese era su territorio? Bueno, pobrecitos de ellos, pero hacer lo que no debes a veces se paga caro. No les habría pasado de ser más prudentes. Aguardaron el momento propicio, controlaron el tono de la respiración y se agacharon aún más. Observaban las presas ¡Caminaban tranquilamente!, ¡Que impertinencia! ¡Miedo, miedo debían tener! Eso era lo que esperaban y su despreocupada ausencia inyectaba aún más su ira. Ya no dudaron. Saltaron sobre ellos, desgarraron, arañaron. Al macho lo atacaron rápido, ¡pero la hembra! Desguazaron sin piedad cada pedazo, disfrutando el trozo, rebosantes de excitación, de energía.

Llegaron con sus uniformes y sus armas. Los rodearon. No dispararon. Tal vez lo entendieron como su naturaleza, tal vez no pudieron o no quisieron. Los uniformados los metieron a la parte trasera de una camioneta. Se alejaban levantando polvo. Los árboles quedaban detrás, y entre ellos podían distinguirse los aullidos de los clanes que los lloraban.

Esperaron tras las rejas. Los guardias tenían un televisor encendido. De pronto apareció y todos quedaron viendo. Ahí estaba la noticia…

-El episodio fue brutal. La pareja volvía del cine. Habían tomado el último colectivo de noche para ir hasta la casa de ella. Un grupo de hombres que viajaba un par de asientos atrás, únicos pasajeros además de la pareja, saltaron sobre ellos. Al muchacho se cansaron de golpearlo hasta dejarlo inconsciente y lo arrojaron del vehículo. Para la joven la agonía duró mucho más. Para que describir, no hay cosa alguna que no le hubieran hecho.

– ¿Cómo una mujer va a salir de noche con un hombre que ni siquiera es su marido? Aullaron en defensa.

Un mundo todo, hoy llora a la hija de la India. Mientras las jaurías siguen atacando alrededor del mundo.

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