Valientemente, Catanare avanzaba con cierta dificultad causada por una noche negra, oscura como el azabache, como noche oscura de oscura maldad. El sonido estruendoso de los poderosos truenos, desde la bóveda celeste amenazaban con destruir el universo. Siendo acompañados con la fulminante incandescencia de los aterradores relámpagos. que presagiaba en su misterioso augurio lo peligroso y azaroso de las próximas horas.

Una centella en forma de meteorito cayó sobre una enorme bonga partiéndola en dos. Un haz de luz brillante iluminó por un instante el firmamento. Al tiempo que se escuchaba un estruendo parecido al de los volcanes cuando despiertan de su milenario sueño.

La lluvia que caía en forma incesante, golpeaba con fuerza bruta la copa de los árboles. A cada arremetida del viento se humillaban doblándose hasta querer tocar el suelo. Incluso algunos eran derribados abatidos por el intenso temporal.

Catanare se ajustó el ancho sombrero asegurándolo con la enorme capa. La que los indios zenú le habían obsequiado tiempo atrás cuando fue de correría por la sabana. Estaba a mitad del camino en medio de la montaña cuando fue sorprendido por la extraña tormenta. Trayendo a su memoria los recuerdos de los sucesos que acababan de acontecer.

Todo sucedió en un pequeño caserío ubicado en las faldas de una pequeña colina. Escondido entre laureles verdes, cedros frondosos y ciruelos silvestres, los que esparcían su oloroso aroma por el rural ambiente.
Habitado en su mayoría por gentes humildes y consagradas a su trabajo.

El los conocía muy bien, porque cuando había una epidemia o algún problema serio, le informaban para que les ayudara. Como en esta ocasión donde sucede y acontece que el dueño de una hacienda cercana estaba interesado en adquirir más tierras y más riquezas. Para lo cual hizo pacto con un espíritu malo y así llevar a cabo su maléfico plan.

CATANARE Y EL TORO NEGRO

Sin embargo, para lograr este cometido, necesitaba entregar almas humanas. Desde entonces comenzaron las apariciones de un enorme toro negro por los alrededores del pueblo. Pero más que todo por los parajes solitarios, especialmente en las noches sin luna. De tal manera que se llevaba al primer hombre que encontrara en su camino. Para su desgracia no se volvía a saber más nada de la víctima elegida. Ante esta situación optaron por informar a Catanare, quien no dudó un instante en responder al llamado.

Ya en el poblado y bien enterado del asunto, él se dispuso a darle caza al peligroso toro.
─Yo solo puedo con ese aparato, ware ─dijo ante sus devotos admiradores ─. Sabei que a Catanare, nada lo espanta.

Buscando conseguir su objetivo, dedicó varias jornadas nocturnas, hasta que se le presentó la oportunidad que andaba buscando. Siendo las doce de una negra y tenebrosa noche cuando de pronto, de la nada se le apareció la oscura amenaza. Ahí estaba cual altivo bravío, con unos ojos diabólicos que le brillaban en la oscuridad. Tenía el morro muy alto, el que portaba con orgullo sobre su robusto lomo. Pero ante todo, exhibía con una peligrosa actitud, los cuernos más grandes que jamás se haya visto.

Como suele ocurrir en estos casos. Todo trascurrió en un lugar apartado y tenebroso al pie de un cristalino riachuelo, el que serpenteaba silencioso por debajo de una inmensa ceiba. Con mucho valor asume la decisión de acercarse a sabiendas el peligro que corría.

Entonces, rezando sus secretos lo mira fijamente y con mucha calma le pone la mano en la cabeza, logrando darle tranquilidad al inquieto animal. Siguiendo con la estrategia lo acaricia por encima del musculoso cuello, hasta que logra amarrarlo con una soga que ya tenía preparada de antemano, de una que para esa región llaman «Santigua’».

Luego ¡cosa increíble! de la manera más dócil lo agarró por el cabestro, como si supiera que el cuadrúpedo no opondría resistencia. Así pues, teniendo la situación controlada, con la palma de la mano lo empujó suavemente.
─ ¡Vamos mi Prieto, de aquí pa’ donde tu dueño! ─le dijo mientras lo llevaba por el bozal, tan manso como un ternero.

Al día siguiente, temprano por la mañana. En la hacienda el dueño se sorprendió cuando apareció su toro amarrado al madero que sirve de horcón, en el centro del corral. Pero estaba tan bravo que nadie tenía el valor de soltarlo.

─ ¿Qué hacemos ahora Catanare, y si vuelve más rezabia’o? ─se preguntaban todos en el pueblo seriamente preocupados.
─ ¡Te voy deci’ un cosita, ten seguridad que no lo volverás a ver, oí ware, no tengai miedo! ─se puso la mano en la barbilla algo pensativo, para proseguir.

─¡Ese toro no me trasnocha, ware, me preocupa su acompañante, y sé que me está esperando!

LA CAMALEONA BRAVA

Después de liberarlos de tan peligrosa compañía, Catanare se dedicó unos días a tratar los enfermos mientras todo retornaba a la normalidad.

Un fuerte relámpago que estremeció la tierra. Lo sacó de sus cavilaciones trayéndole de nuevo a la dura realidad.

«Esto no es normal» pensó, mientras intentaba apurar el paso porque le faltaba mucho por caminar. Por un momento le paso por la mente la idea de buscar un refugio. Porque sentía algo de cansancio y la tormenta se hallaba en su punto más reacio. Pero, él estaba acostumbrado a batallar con esta clase de inconvenientes. Sin embargo, la de esta ocasión era diferente porque había algo misterioso que se sentía en el ambiente. Pero su intuición no lograba descifrar que era.
─ ¡Pa’ lante es pa’ llá! ─murmuró entre dientes.

De repente a lo lejos se sintió un grito desgarrador, espantoso, profundo; como el del de la tromba marina cuando se acerca a la costa anunciando la destrucción que se avecina. De inmediato un intenso olor a azufre fuerte y penetrante, se esparce por el lugar llenándolo todo.

Parada en medio del camino y con la mirada clavada en él, estaba una enorme vaca negra, negro brillante. Con los ojos que parecían bolas de candela. Dueña de grandes cachos que remataban en afiladas puntas y dotada de una ubre enorme hinchada de la leche que contenía. Catanare al verla se paró con actitud desafiante en mitad del camino, y con voz de mando le gritó con fuerza:
─ ¿Eres de esta vida o de la otra?
─ ¡Soy de ésta vida y de la otra! ¡Soy la Camaleona Brava, y vengo por ti gusanillo de la tierra! ─le contestó la aparición.
Acto seguido ataca embistiendo con fiereza demoníaca a Catanare. Que logró evadir al enorme animal haciendo un pase con la capa utilizándola como muletilla y el bastón como estaquillador. Logrando así un quite de un torero profesional.

La Camaleona Brava pasó de largo emitiendo un tenebroso mugido, rodando por el camino lleno de lodo. En su caída se llevó por delante arbustos, así como árboles que estaban a la vera del camino. Pero con la misma rapidez se posa sobre sus cuatro patas. Haciendo gala de una agilidad que dejó asombrado al mago. Y sin darle tiempo para saber qué estaba pasando, apenas estuvo de pie ataca de nuevo con indómita fiereza.

BATALLA POR LA VIDA

Por varias veces, Catanare logra burlar las embestidas del mágico animal. Donde siguieron por un tiempo largo. En que la destreza en el engaño del improvisado torero evita un funesto final que le hubiera costado la vida. Si éste no logra evitar las constantes arremetidas al que estaba sometido.

El desgaste de energía es vital para ambos rivales. Muy atento a los movimientos postreros. Catanare observa que el cansancio se empezó a notar en el cuadrúpedo. Luego entonces hay una esperanza de abatirle, solo es cuestión de saber esperar la oportunidad para poder aprovecharla.

─ ¿Qué clase de brujo eres que no he podido acabar contigo, mi magia no ha podido tocarte ni hacerte daño? ─gritaba iracunda exclamando con un grito que parecía rugido de león─. ¡Yo Sola me basto para combatir a los seres más fuertes, me he batido con ejércitos enteros y no han tenido oportunidad ante mí!

Catanare alza el bastón que llevaba en su diestra, y al pronunciar las palabras mágicas, de inmediato se convierte en una brillante espada.

─ ¡Mira lo que tengo prepara’o pa’ ti! ─dijo jadeando por el cansancio de la faena. Mostrando su brazo en lo alto, ─ ¡la espada que me dio el unicornio de los siete colores. Cuando logré salvarlo de los temibles cazadores de la tribu de los jíbaros!
─decía mientras la espada brillaba en la oscuridad.
─ ¡Oí esto que te digo, ware! ─prosiguió sin quitarle la mirada─. ¡Tengo en mi frente para mi protección el niño en Cruz Guajiro; prepara‘o por los siete Mamos
sagrados de la sierra!
─ ¡Además! ─siguió hablando esperando que sus palabras lograran que tan temible rival desistiera de su empeño malintencionado─. ¡Tengo en mi mano el anillo de los siete metales, creado por la fuerza de los siete espíritus supremos!
─ ¡Aun así te llevaré conmigo! ─Gritó la bestia al momento que atacaba de nuevo con renovados bríos.

Catanare salió a su encuentro convencido que no había forma de evitar la confrontación, era su vida o la de ella. Hábilmente elude las afiladas astas que lo buscaban con ansias asesinas. Estas le pasan rozando el cuerpo tan cerca que puede oír muy cerca su resoplido, cuya respiración se torna agitada debido al inminente cansancio.

En un instante de lucidez. Esos instantes de la vida en que el instinto de supervivencia es la diferencia entre vivir o morir, le dan la oportunidad que estaba esperando.
-¡Ahora ─pensó al ver la oportunidad que se le presentaba─, o nunca!»

De manera firme y con certera disposición, húndele la brillante espada hasta la empuñadura por la nuca del fuerte animal; usándola como estoque. Al instante se oye un rugido lastimero, como de animal herido. De tal modo que rueda por el suelo jadeante y botando espuma por la boca, terminando tirada en el lodo cual cuerpo sin alma.
─ ¡Me has vencido!
Exclamó en tono moribundo, al tiempo que la herida de la espada brilla intensamente. Y por la cual empiezan a brotar las almas que estaban cautivas.

Al salir el primero, hizo el intento de huir hacia la nada; pero Catanare lo detiene. El espíritu le dijo con un murmullo estremecedor, de ultratumba:
─ ¡Tengo sed!
─ ¡Tengo sed! ─repetía.
En la noche oscura, el mago toma una decisión con prontitud, porque sabe que no tiene mucho tiempo que perder. Por ende, tras unos pases mágicos transforma su sombrero en un modesto balde. Con el cual resuelto y decidido se dirige a las enormes ubres de la moribunda bestia, y enseguida, con manos expertas de pastoreo nato, da comienzo el ordeño.

Tras de unos instantes, el recipiente queda lleno hasta el borde con espumante y blanca leche. Enseguida, las almas se acercan a tomarla en un cortejo que parecía interminable. Sin embargo, en un momento dado se elevan hacia el cielo, disolviéndose en la oscuridad. Dando gracias a Catanare por haberlos liberado de su largo y agónico calvario, luego como por encanto, con ellos desaparece
la leche del recipiente.
─ ¡Ya pueden descansar en paz!

El extraño ser que casi le quita la existencia desaparece como la bruma ante la luz del día, volvió a la nada. Se fue misteriosamente como vino, y así, como la aparición, el intenso olor a azufre se fue disipando en el ambiente. Quedando solo el aroma de la lluvia con una placentera sensación de agradable frescura. Después de lo cual cesa la fuerte tormenta y para la misteriosa lluvia.

En el cielo las oscuras nubes se retiran retornando la claridad a la floresta, al darle paso a la luna en el firmamento. Maltrecho, adolorido y con una que otra pequeña herida, pero no de consideración, pensó en los acontecimientos que acababan de ocurrir.

Estas lesiones son los únicos recuerdos de aquella épica batalla. Catanare por su parte alargando el brazo recogió su bastón. Mirando por un instante el titilar de las estrellas en el cielo azul, lanza un largo suspiro.

Después de unos momentos en silencio y utilizando tres de sus largos dedos se puso su sombrero. También se ajustó la capa sobre sus hombros, así, con paso resuelto emprendió su camino.
─ ¡Nada que no arregle un poco de manteca de León! –se dijo-.

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