¡Oh, querida! ¿Viste lo que aquella mujer nos causó? No despertó la decepción en un hombre, despertó la decepción en un padre que supone hacer todo por el bienestar de su hija.

Acaso ¿Debería un hombre hacer petición de lo que con esfuerzo ha ganado? – No lo sé, pero mi comprensión dicta que no debiera haber ninguna reclamación, porque habría más indignidad que orgullo en ese acto, como si la mendicidad encubriera el merecimiento, y al final se juzguen más las manos mendicantes que el sacrificio mismo del hombre.

Pero ahora me permito arbitrar embustera la conducta de esa mujer, de modo que me entregó la mentira envuelta de promesa, la promesa que un padre espera luego de buscar hasta en los desechos el alimento de su hija, ¡oh hija mía! Perdona mi pobreza y mi nobleza, por el amor de Dios. Te lo juro, ella prometió pagar mi esfuerzo con tu alimento, y heme aquí, con estas manos más vacías que mis esperanzas.

Ahora no sé qué debería ir a recuperar primero, sí mi dignidad o mi valor, porque tengo miedo de no alimentarte, pero también temo a ser señalado de incompetente por no saber cuidar el alma que más adoro, que es la tuya hija mía.

¿Podría considerar a esa miserable mujer carente de cordura y de sensibilidad?… ¡Vamos! Más demente estoy yo aquí, saciando la mezquina necesidad que tiene el hombre de escupir y también, de que dos oídos atiendan a toda su miseria.

Soy un engendro, porque no contengo la fobia que me evocan tus ojos, que son los mismos de esa infame mujer, esos anillos que me observan pero que no me comprenden, que no disciernen y, no obstante, te amo, porque me miras y me sonríes, tan cruelmente, y parecieras comprender el lenguaje de mi sensibilidad, ese que yo mismo no sé descifrar.

No me hables querida, no me digas tu consejo, no le hagas la vida fácil a este individuo, déjame demostrarle al mundo que sí puedo alimentarte, por lo menos eso en la vida.

Ahora no sólo disputo con tu hambre sino contra la gélida noche que se avecina, y sólo tengo estas andrajosas ropas para concentrar el calor que tú requieres, ¡que inútil es este hombre!, que es menos que un hombre, apenas es un cuerpo escuálido que se lamenta y que poco piensa, y que poco hace.

Ojalá que Dios se compadezca de nosotros, ¡Mentiras! Que se compadezca sólo de ti, mi pequeña.

Al día siguiente, cautivó al universo y a Dios la portada principal en los periódicos, que declaraban:

“Autoridades hallan en el borde de una despoblada carretera dos cuerpos, el primero el de un hombre preso de una esquizofrenia paranoide y el segundo, el de una recién nacida, aparentemente abandonada en una bolsa de basura, quién sobrevivió gracias al humano acto del indigente hipotérmico y yerto que la abrazó la noche entera, ninguno de los dos murió”.

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS