Pernocté en la alcoba de un gordo peludo, sudoriento, mal encarado. Con un tórtolo que se le pierde entre los pliegues de grasa que en su pubis se crean. Estuve anoche con él, me daba asco cada beso, cada caricia con sus manos callosas, sucias, pestilentes a la carne que en la mañana había recibido en su carnicería “El sabor del Filo”, un juego de palabras, porque Filo era la manera breve de llamarlo, se llama Filomeno. El otro porque filo significa un hambre la hijueputa y por último el filo de su cuchillo que siempre amolaba durante 15 minutos antes de que la carne empezara a ser descargada.

Tenía 4 hijos, 3 varones y una muchacha de unos 15 años de edad, la edad que recién cumplí en la cama de un motel llamado “Mete-saca” la noche de ayer con Don Filo. No sé qué quería de mi ese viejo decrepito, pero pagó muchísimo dinero por la supuesta virginidad mía. Podre, marica. Si supiera que no tengo esa afamada virginidad desde que mi mamá dejaba que los clientes de ella tocaran mi cuerpo infantil para que sintieran algo de juventud en sus manos raídas por la vejez, a veces prematura, y otras muchas algo tardía. La primera vez que mi mamá dejó que uno de sus excitados clientes entrara a mi cuarto fue esta misma noche, pero de hace 10 años, una década entera dejando que encallen cuerpos longevos sobre mi infante cuerpo.

Don Filo, el todo poderoso y bestial semental que decía ser por toda la manzana de su gran carnicería, es el peor hombre que en mi cuerpo ha acabado. Conté 3 brincos sobre él y ya estaba hiperventilando, pidiendo que dejara de moverme. No le hice caso alguno porque la tarifa mía era por una hora, pero un solo polvo, entonces di 4 sentones más sobre su ausente pene y acabó.

-Roxana, has válido cada puto peso que he pagado por ti. Sé que estás repleta de placer, y no es para menos, estuviste con el semental de “El sabor del Filo”.

– Uy sí, Don Filo. Estoy extasiada de placer. Por favor siga culeándome porque no hay otro hombre mejor que usted en este mundo.

– Lo sé, lo sé. Soy todo un semental que no decepciona.

Don Filo y ningún hombre entiende de sarcasmo entonces quedé bien yo diciéndole entre líneas que era un polvo de mala muerte y ni se dio cuenta el atontado cuarentón de aproximadamente 80 kilos y 1,65 de estatura.

-Don Filo, recuerde que no puede culear conmigo una vez más. Deje quietitas las manos y solo hablemos por el resto de hora que queda.

– ¿Cómo así? Su mamá me dijo que podía comérmela cuantas veces quisiera en una hora.

– Mi mamá es cuento aparte. Usted se comió a Roxana, no a Roxie. Es muy diferente el trato, el potencial y sobretodo la juventud que emano.

– Ni mierda. Usted va a culear conmigo hasta que se acabe la hora.

– Está bien ¿seguro que quiere eso?

– Más que seguro mi amor.

-Está bien, comience entonces.

Una vez más pasó lo mismo que al inicio, 7 sentones y acabó. Su rostro mostraba cansancio y ganas de reponer los fluidos perdidos con la tan deliciosa cerveza que tan nos gusta a las perras. Sin embargo, Don Filo dijo que se atenía a las consecuencias de comerme por segunda vez.

Son las 6:00 am. Me encuentro en un CAI, sola. Con una minifalda que cubre el fruto de mi fortuna. Mis senos, que a la intemperie son el mejor partido de fútbol que jamás habían visto esos policías, se encontraban amoratados por las “caricias” de Don Filo. No culpo a esos policías, mis tetas son de esas que poco se ven, blanquitas, como todo mi cuerpo, con pezones pequeños rosados, brillosos, llenos de juventud aún, aunque bastante usados en los achaques de mi labor como dama de compañía desde los 12 años de edad.

En el CAI me preguntan si fui yo la que apuñaló a Don Filo y yo les respondí que no, que había sido Roxana, pero no Charlót, mi nombre real, el nombre más escrito con el que me registraron mis amados padres. Una prostituta y un drogadicto. Una familia absolutamente hermosa en el marco de la pobreza latinoamericana.

Sé que no saben por qué apuñalé a Don Filo con el puñal de carnicero que amola cada mañana por 15 minutos antes del inicio de jornada. No tengo la culpa, Roxana es mujer de palabra y no le gusta que jueguen con lo estipulado por ella. Por eso mismo es que le preguntó a Don Filo que si quería en serio culear por segunda vez sabiendo que la tarifa era por un solo polvo y una hora. Pues bien, Roxana, con la calma de una mujer de negocios, con cara sin expresión alguna y con la firmeza de un matarife, tomó el cuchillo de Don Filomeno y le rajó desde el estómago de occidente a oriente con la profundidad de las 10 pulgadas del cuchillo que Don Filo había amolado en la mañana de su encuentro con Roxana.

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